CINCO

—Hola Usha, un placer conocerte soy Ángel.

Él extiende su mano con nerviosismo y me limito a estrecharla y brindarle una cálida sonrisa.

Cada uno se fue presentando, un total de 15 personas.

 —¡Que empiece la diversión! —grita eufórico Jaime corriendo hacia una máquina de azar.

—Como regalo de nosotros, tienes derecho a una bebida.

—¡Oh!, gracias.

Sigo a Mackenzie, quien se sienta en una de las sillas donde unas personas jugaban al póquer.

—¡Hola, chicos! —Saluda Mackenzie a los cuatro hombres y dos mujeres, cada uno, de diferentes edades, pero en ellos se les veía el dinero.

—¡Hola Mack! ¿Vas a acompañarnos en la partida? —Le pregunta una mujer alta, con un precioso vestido color esmeralda.

—No, la otra vez casi me dejan en la calle.

—¿Y tú sabes jugar, nena? —Me pregunta uno de los chicos, este es un pelinegro, fornido de ojos miel y traje.

—Sí, ¿de cuánto es la apuesta?

—5.000

—¡Mierda! —espeto.

—¡Anda juega con nosotros! ¿o no confías en tus habilidades?

Mientras me entregaban las cartas, sentí que me sudaban las manos. Estaba nerviosa como la m****a, estaba apostando todos mis malditos ahorros. Pero no era la primera vez que lo jugaba, ya había jugado muchísimas veces antes, era el juego de mi fraternidad en la universidad, ganarle al líder del grupo te deba el derecho de entrar sin titubeos. Gracias a ello había logrado que otros hicieran mis deberes.

Pero… ¡Nunca había apostado 5.000 dólares como si el dinero fuera cosa fácil de conseguir para mí y el miedo de no ganar como había estado segura de hacerlo unos segundos atrás empezó a aumentar, mis ahorros de años!

Estaba totalmente segura de que si perdía me iba a querer dar muchísimos golpes a mí misma.

Según yo en ese momento todo parecía ir en Cámara lenta cuando todos empezaron a ver sus cartas detenidamente, estaba temblando, tanto que tenía miedo de que sin querer se me cayeron de las manos, así que solo les eché un rápido vistazo y las oculté. No hice ningún gesto.

Esa era la mejor estrategia al jugar póker, así sepas que vas a perder, tienes que poner tu mejor cara de póquer.

—Chicos, prepárense para perder sus 5.000 —Se rio divertido, el mayor del grupo, estudiando las cartas.

—No olvides que la lengua azota, Larry.

—No son más que llantos de una perdedora.

Ella rodó los ojos.

El silencio de la gente a nuestro alrededor se volvió denso, observador, esperando la primera jugada.

—Va el señor O’Donel. —dice el chico encargado de la zona de póker.

—Okey —dijo el señor O’Donel un rubio guapísimo que, por el brillo victorioso en sus ojos, asumí que tenía una buena mano.

Me estremecí al ver como Miranda, la siguiente en jugar poso una sonrisita traviesa de medio lado y dobló la apuesta. Ahora el resto debíamos igualar la cantidad. ¿Cuánto era? ¿Dos mil?

Creía que en cualquier momento me iba a desmayar.

—Voy —dije, dejando el anillo de 16 años que con tanto esmero me había regalado mi madre, hasta creo que actualmente seguía pagando el crédito.

De reojo vi que Larry me miraba, aunque no pude descifrar nada en él.

Bien, me removí sobre la silla y esbocé una sonrisa juguetona.

—¿Qué más puedo apostar? —pregunté.

Sabía que estaba sonando como una tonta, pero esa era la idea.

—Lo que quieras, amor, desde que sea consensuado y libre, todo se puede.

Trago de forma pesada, no se estará refiriendo a…

Los muchachos alrededor rieron por lo bajo.

Así que llegó la verdadera confrontación final y la apuesta había subido a 10.000 dólares; Era la hora de mostrar las cartas.

Intente mantenerme tranquila, pero por dentro estaba que me moría de los nervios y las ansias casi se palpaban.

Ganaba o me endeudaba con 10.000 dólares. Quien tuviera la mejor mano, ganaba todo lo que había en la mesa.

Larry, al que ahora había apodado: míster engreído, dejó la mano al descubierto. Tenía un full. Tres cartas del mismo valor y otro par de cartas de otro mismo valor.

Después fue Catherine. Tenía un trío. Tres cartas del mismo valor. Con eso habría ganado si hubiera estado jugando contra estúpidos novatos.

Rasqué la tela de mi pantalón por debajo de la mesa, inquieta.

Algunos mostraron cartas que los mandaban directo a la zona de «perdedores» y otros tenían cartas interesantes pero tal vez no lo suficiente para ganar.

Lentamente, Nathaniel, al cual reconocí de las revistas y por ser el amigo de la infancia de Alan, dejó las cartas sobre la mesa y anunció lo que tenía en la mano:

—Póquer.

Cuatro cartas del mismo valor. Cuanto más alto era el valor de esas cuatro cartas, más alto era el ranking de la mano.

M****a.

Y entonces yo mostré mis cartas.

Y como por arte de magia se hizo el más pasmoso de los silencios.

Silencio absoluto.

Y sí, al parecer la nueva había ganado, al grupito de lunáticos de póker del casino.

—Escalera real de color. —dijo fuerte y claro el chico encargado de la zona de póker—. Con un as, un rey, una reina, una jota y un diez, damos por ganadora a la señorita…

—Usha Gonz.

—Usha Gonz es la ganadora de una suma de diez mil dólares.

—¡Guau! —Catherine sonríe—. Buen juego, nueva, espero volver a verte por aquí, exijo mi revancha.

—Felicidades —Nathaniel me sonríe—. Alan debe estar por aquí.

—¿Qué?

—De hecho, justo detrás de ti.

—¿Alan?

Me bajo del asiento y quedo frente a él, gracia al cielo la altura de los tacones me ayuda un poco.

—Nunca fallan con la excusa de “la fiesta de bienvenida” para irse de fiesta —Alan le da un sorbo a su bebida, a pesar de la tenue luz y las luces de la discoteca, él se veía hermoso—. Te ves tan hermosa, ese vestido te queda increíble.

—Gracias —susurro, sonrojada.

—Ven.

Antes de que pueda decir algo, Alan me lleva a una zona algo alejada del casino, donde se escuchaba como algo lejano el sonido de la música, la gente y las maquinas.

Alan me observa de arriba a abajo, con ojos hambrientos, sus manos se posan en mi mandíbula de lado a lado y siento que tiemblo, Alan Elgoft causando en mí estragos. Tengo que inclinar la cabeza para mirarlo.

—Déjame besarte, Usha, no sabes cómo me muero de ganas.

—Pero…

—Solo uno, chiquito o también tengo que perder una partida de póker con la nueva reina del póker.

Me mordisqueo el labio inferior… ¿Qué podía perder?

—¿Alan? ¿Estás borracho?

—No, para nada, todavía me faltan un par de vasos más para sentirme así.

—Te voy a denunciar a recursos humanos por acoso, señor Elgoft —Me cruzo de brazos.

—Deja de llamarme, señor, me siento como si fuera mi padre, soy simplemente Alan.

—¿Por qué quieres ser mi amigo? —Llevo mi cabello hacia atrás—. No lo entiendo.

—¿Preferirías que te tratara como un auténtico cabrón?

No lo sé…

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