Naiara avanzó, escuchando el rumor de los habitantes de la tribu a su alrededor, la luz exterior producía un extraño efecto en los ojos al entrar a aquel templo. Apenas había puesto los pies dentro, el corazón le dio un salto impresionante en el pecho, lo sentía atorándose en su garganta, y la sangre comenzó a correr frenética por sus venas, alocada, caliente. Miró a un lado y otro buscando la causa de su inquietud, le parecía casi imposible, y caminaba lentamente intentando evitar que se notara su desasosiego, las antorchas que comenzaron a encenderse luego de que ella entrara, alrededor de la circunferencia que formaba el templo, iban poco a poco ayudándola a enfocar a los presentes, una serie de lobos que a diferencia de los que se encontraban fuera parecían mantener un grado de compostura, no eran demasiados, pero a pesar de que sus rostros podían adivinarse bajo la luz penumbrosa d
El aire frio de la cueva comenzó a notarse en su piel, ya no se atrevía a pedir ser liberada, una luz tenue, casi como la llama de una pequeña vela, iluminaba lo que parecía un rincón, notó como era llevada hasta ahí, perdiéndose tras alguna roca el poco albor que llegaba desde la entrada. Una antorcha comenzó a encenderse en la mano de Aysel, pero Naiara no se atrevió a mirar su rostro. Notó como la ubicaba en algún sitio de la pared, por un momento se quedó tranquilo, en silencio, aún la mantenía pegada a su costado y ella tuvo la tentativa de acariciar el pecho desnudo, la piel que tenía a la vista, como una necesidad de proximidad y aceptación.-¿En que estabas pensando?...- le preguntó fijando sus ojos violáceos en los de Naiara, que no pudo evadirlos, como si su intensidad la aprisionara, la voz estaba conteniendo una
Se veía a sí misma arrastrada hacía la salida de la cueva en la que había sido mancillada, el modo en que Aysel la poseyó estaba lejos de cualquier animo romántico, lejos de la calidez, que sus maneras anteriores habían parecido prometer, aquella noche en que la luna había iluminado su amor… la noche en que ella le entregó su alma.La luz de las antorchas encendidas tanto como el ánimo de los habitantes de la tribu al recibir como un regalo permisivo la consumación de los esponsales, la desequilibró aún más. Medio desnuda recordaba como los ojos de los lobos se posaban lujuriosos sobre su cuerpo, una sensación poderosa de “traición” se alojó en su alma, y de pronto se vio en el piso, sobre la hierba… vestida como las sacerdotisas antiguas, con el blanco, antes inmaculado de su ropa, manchado de sangre. Una esfera de un
No muy lejos de ahí, un medio lobo se paseaba como si se tratara de un animal enjaulado, dentro de su propia maritú.-La señora ya esta apostada – se escuchó la voz de Hazel a entrar.-Ya lo sé … - casi rugió Aysel. Y luego, después de un breve silencio, susurró inquieto – Puedo olerla desde aquí.-Es una mujer muy hermosa y amable – se atrevió a agregar el anciano, recibiendo como respuesta un gruñido bajo, acompañado de una mirada que parecía querer fulminarlo –. Lo siento – dijo finalmente, inclinándose ante su señor, para salir presuroso -. Pero la voz de Aysel lo detuvo.-¿Cómo estaba?...- intentaba saber, la inquietud en su interior no se aplacaba al paso de los días como él pensó. Cuando comprendió que Naiara iba
La tribu estaba expectante, los niños se acercaban con cierto temor a los chantares que ofrecían su mercancía sin tapujos. Los adultos avanzaban hasta ellos preguntaban por los artilugios que colgaban de las carretas, poco a poco el ambiente se iba cediendo lo suficiente como para hacer negocio, pero no tanto como para bajar la guardia.Aysel venció malamente la turbación que le había producido la mirada de Naiara. Había una intuición en su interior que luchaba por salir. La había mirado a los ojos y sentía como le quemaban, sentía como si aquella mirada llevara siglos siendo su punto de partida y final.Bajo junto a los chantares, sabía que la gente de la tribu no haría negocio con los mercaderes, si él no estaba presente, debía infundirles aquella confianza. Observó al paso la primera de aquellas carretas, sin interesarse demasia
Su sueño aquella noche había sido intranquilo, vagaba por una serie de imágenes sin coherencia entre ellas, pero en toda y cada una lo veía indiscutiblemente a él, a Aysel. En alguna de las escenas aparecía como le conocía, como el señor lobo de estas tierras, en otras, como un humano viviendo una vida agitada en busca de algo que ella también buscaba. No podía dejar de experimentar la inquietud en sus sueños ante la idea que él obtuviera aquello antes que ella, tenía miedo de las decisiones que Aysel tomara sobre la esencia, parecía como si en cada imagen que obtenía de él, siempre deseaba poseer la joya y utilizarla en su beneficio y aquello la mantenía con una fuerte opresión en el pecho. Su obligación era proteger la esencia.Una última imagen, le mostró a un Aysel, muy similar al que conocía, un mestizo, con las limitaciones que eso significaba para él, atrapado en un árbol del tiempo, con una flecha sagrada clavada en el pecho, sabía que aquella flecha la había lanzado ella, sin
Su sueño estaba siendo muy diferente al de la noche anterior, notaba como el aire comenzaba a hacerse más denso y entraba en sus pulmones con algo de dificultad, obligándola a respirar de forma más corta y más rápida, se sentía sumergida en un letargo que la iba mareando dulcemente, el cosquilleo iba subiendo por sus piernas y sentía el roce de la sábana acariciándole la piel mientras iba perdiéndose en las sensaciones que las caricias que iba recibiendo le arrancaban. Los besos en los muslos se hacían más intensos y ella no deseaba reprimirlos, notaba como se le abrían los poros ante cada contacto, se retorcía bajo las manos los labios y el cuerpo de su amante.- Aysel…Susurraba entre sueños, con la voz aterciopelada, los ojos cerrados y el deseo ardiendo en su vientre, calentado su sangre. Las manos de él iban atrapándola, apresándola en un abrazo del que no deseaba liberarse. Notó el peso del cuerpo masculino sobre el suyo y sus propias piernas abiertas dejando a su amado
Naiara dormía con tranquilidad, la maritu mantenía cerradas las ventanas que le bloqueaban la luz del sol, creando una penumbra que invitaba al sueño. Notó la frescura de la mañana rozándole las mejillas, los hombros, a piel de la espalda que se mantenía expuesta y entonces llegaron a su mente los recuerdos, las caricias compartidas, las palabras de amor, los susurros enfebrecidos, los besos que ardían en la piel. Abrió los ojos y se incorporó, cubriendo su desnudes con algo de pudor y comenzó a mirar a su alrededor. Todo estaba en su sitio, pero estaba sola.Absolutamente sola.Se quedó un momento confuso, sabía que no había tenido un sueño, que él la había amado y ella había dejado su alma al resguardo de Aysel. Hundió el rostro en la almohada, no iba a llorar, no quería llorar, deseaba conservar la sensación de sinceridad que habían vivido, pero las lágrimas le quemaban en los ojos y el pecho comenzaba a contraérsele. Estuvo a punto de emitir un sollozo.- ¿Naiara?...Naia
Sin esperarlo sus pensamientos estaban ya tan sintonizados que comenzaban a ser uno. Siguieron ahí en silencio un poco más, intentando comprender todo aquello.- Vamos – dijo Aysel tomando la mano de Naiara, ella miró el agarre y lo aferró.- Sí – aseguro.Avanzaron hasta la cueva tomados de la mano, de alguna manera la unión los hacía apaciguar la inquietud, sin dejas de sentir la fuerza existente en el lugar. Una vez que cruzaron la entrada, todo pareció calmarse, la escasa luz que entraba no le permitía a Naiara vislumbrar demasiado, sin embargo, Aysel entró resuelto y seguro, como so viera cada pequeña saliente de las paredes y las irregularidades del suelo, luego de entrar un poco más, él le tomó el rostro entre sus manos y ella tuvo la sensación que la miraba directamente a los ojos, aunque Naiara apenas podía verlo.- Intentaré encender una fogata – le dijo con suavidad, como esperando que ella entendiera que la dejara sola algunos metros, Naiara sonr