La señorita Márquez no se atrevió a entrar al comedor. Algo le decía que tenía que aprovechar la oportunidad de saber más sobre la misteriosa familia Hesse.Se quedó quieta, escuchando.Klaus sonaba bastante molesto y desconcertado cuando le respondió a su hija:-¿De dónde sacas la idea de que no puedo casarme con Muriel? Aunque es muy pronto para pensar en eso… No hay ningún motivo para pensar que nuestra relación no tiene futuro… No está en mis planes inmediatos, pero no lo descarto… Ella me gusta de verdad, y nos estamos conociendo…La joven se rió con sarcasmo. A Muriel ya le quedaba claro el tipo de persona desagradable que era, algo que desde el comienzo había percibido.Pero siguió escuchando en silencio, pese a sentir que lo que hacía estaba mal. Mucho peor era que ellos estuvieran hablando de ella en ese tono. Camila no había esperado mucho para destilar su veneno.-Ay, papá. Eres un hombre mucho más ingenuo de lo que creía. Ya lo verás cuando viajes a Alemania… Verás lo que
Después de media botella de whisky, Santiago no estaba seguro de que la aparición en la puerta de su casa fuera real.Ante su vista, con un vestido azul entallado, cabello suelto y algo alborotado y los ojos de miel brillando de un modo extraño, estaba la mujer que se había convertido en una especie de obsesión: Muriel Márquez.Si estaba verdaderamente allí, de pie y frotándose los brazos, parecía no atreverse a hablar.A causa de su silencio, se vio obligado a repetir:-¿Está usted bien? ¿Qué hace en mi casa?Por fin, tomando aire, ella se animó a comenzar a explicar:-Lo siento. Lamento el horario, y venir así, sin avisarle, señor Esquivel. Pero tengo un asunto bastante delicado que hablar con usted… Y no era correcto hacerlo por teléfono. Temo… que tampoco podía esperar. No habría logrado dormir esta noche, con ese secreto sobre mis hombros…Ya sea por el impacto de su aroma dulce o de sus extrañas palabras, el hombre sintió cómo se borraban las nieblas del alcohol.Se hizo a un la
El hombre la miraba de un modo extraño cuando se puso de pie con lentitud, como si fuera un felino al acecho. La analizaba de un modo que la obligó a tragar saliva con fuerza, sintiendo que su boca se secaba por completo y su cáliz se humedecía sin remedio, derramándose en deseo.¿Cómo podía sólo una mirada ser tan erotizante? ¿Cómo podía todo en él ser tan abrumadoramente perfecto?La penumbra dibujaba sus rasgos masculinos confiriéndole ese aspecto de escultura griega.Cuando Santiago se sentó cerca de ella, a su lado, tan pegado que el calor de su cuerpo era perceptible, y tomó su mano con delicadeza, Muriel sintió un temblor recorriéndola de pies a cabeza, sacudiéndola hasta la raíz. Era inútil negarlo, Klaus Hesse estaba muy lejos de provocar ese efecto inmediato en su cuerpo, aunque el joven gritara "¡peligro!" por cada poro de su piel y hubiera una extraña barrera entre ellos que, en ese momento, quizá por efecto del licor, parecía haberse disuelto.No pudo decir nada cuando é
Por la mañana, Muriel se despertó con la sensación de que no había dormido absolutamente nada. Y era la verdad.Se había acostado más tarde de lo usual, y la inquietud, física y mental, la hizo dar vueltas en la cama medio dormida.Por fin, incapaz de seguir acostada y demasiado temprano para ser domingo, tomó la decisión de levantarse y hacer el mejor desayuno. Ya que no podía dormir, al menos se distraería cocinando, que era uno de sus mejores cable a tierra.Bajó las escaleras en medio del grato silencio, ese con el que toda madre valora despertarse un fin de semana. Sonrió al recordar las noches en vela acunando a Joaquín, o las mañanas que él la despertaba saltando en la cama. A menudo extrañaba esa etapa, y siempre le quedaría la espina de no haber logrado tener un segundo hijo.Ahora, ya era tarde, aún si en los próximos años consiguiera un hombre que la amara, la menopausia golpeaba su puerta.Suspiró mientras encendía la cafetera y luego sonrió. También tenía su magia, y su
Con los nervios a flor de piel, Muriel se enteró de boca de su propio jefe que viajaban esa misma semana. La tensión entre ellos no había disminuido cuando se vieron el lunes en la oficina de él.Santiago la citó para explicarle los detalles del viaje y ella no lograba quitarle los ojos de esos labios suaves que la habían asaltado, estremeciendo su piel.-Espero que no sea muy complicado para usted organizarse con su familia, señorita Márquez. Desde luego, puede contar con la ayuda de Edith para cuidar a su hijo, teniendo en cuenta que yo no necesitaré de sus servicios y es una persona de mi entera confianza…-No se preocupe, señor Esquivel, serán pocas horas por día y conozco a Edith. Da la casualidad de que mi hermana ha conseguido un nuevo trabajo, sino no lo molestaría… Pero, si de verdad ella pudiera ir algunas horas por la tarde a mi casa… me sentiría más tranquila.Él sonrió. Le daba ternura que tratara al adolescente como si fuera aún un niño pequeño, y no le resultaba incómo
La presencia de Santiago era tan intensa, tan poderosa como la primera vez que se había sentido abrumada por el magnetismo casi animal que la atraía, tan eléctrica que Muriel no supo, o no quiso, detenerlo.Arrastrada por la sangre retumbando en su cabeza y el fuego que le brotaba de la piel, terminó enroscada entre los brazos fuertes de ese hombre que, sin decir ni una palabra que rompiera el hechizo, la elevaba sin dificultad para besarla a su antojo, aferrándola de la cintura, como si fuera de papel…En algún momento la puerta del elevador se abrió, le siguió la de una habitación, y luego los envolvió la penumbra de una suite de lujo apenas iluminada con los veladores y las luces de Roma brillando de fondo en el enorme ventanal del balcón.Ella sólo podía percibir el latido de su corazón desbocado, y la electricidad en su bajo vientre al sentir entre sus piernas, presa aún bajo la tela del pantalón, una dureza descomunal que la remontaba a sus primeras fantasías.Era una locura.
Los rayos del sol aún no iluminaban las calles de Roma cuando Muriel se despertó. Abrió los ojos lentamente, habituándose a la penumbra.Un brazo fuerte descansaba sobre su vientre desnudo y los recuerdos se agolparon haciendo que el calor la invadiera.Se deslizó con cautela fuera de la cama, y sintió sus piernas temblar cuando se detuvo a mirar a Santiago, boca abajo sobre las sábanas revueltas del enorme colchón.Era una visión sublime, que la hipnotizó brevemente, hasta que el terror la sacudió.Se había acostado con su jefe, sin mesura, sin la cautela propia de su edad, sin el más mínimo criterio o sentido común.Tomó su ropa esforzándose por no hacer ruido, reteniendo el aire, se vistió, buscó su bolso y se alejó en silencio, agradeciendo el sueño pesado de ese ejemplar perfecto que la había hecho vibrar tantas veces.Había sido un encuentro increíble, pero no se podía repetir.Santiago Esquivel no era para ella, y no se engañaría como una adolescente. No a esta altura de su vid
Estaban en medio de una reunión en Viena, discutiendo los términos de un acuerdo importante, cuando el teléfono de Santiago sonó con insistente vehemencia. Ignoró la llamada al reconocer el número, pero el aparato volvía a sonar, a pesar de las repetidas negativas del joven, que finalmente optó por rebuscar las opciones para silenciarlo.La señorita Márquez lo miró interrogante y luego le habló transmitiendo seguridad:-Puedo encargarme de esto si desea atender, parece importante.Él sabía que Muriel tenía razón, podía resolverlo sola. Podría dirigir ella sola toda la actividad de Esquivel Tech, si se lo propusiera, pero le parecía irresponsable de su parte salir de la sala de juntas en ese momento.Sobre todo, sabiendo a quién pertenecía el número.Contuvo un suspiro de fastidio y le respondió en voz baja:-En realidad, se trata de mi madre. No suele llamarme y dudo que sea importante… Ella lo analizó con la mirada y le susurró:-No sé qué relación tenga usted con su madre, parece