Carolina se masajeó las mejillas, le dolió de tanto estar sonriendo a los invitados, lanzó hacia el otro lado de la mesa de cristal sus zapatillas de tacón alto, le dejaron los pies adoloridos, se dejó caer en el sillón de su habitación, soltó un suspiro de cansancio y torció sus labios.
—Y ha empezado mi infierno. —susurró cuando miró el anillo de compromiso, era un diamante blanco en una banda de oro, tenía las iniciales de ella y de Daniel, el solo ver el nombre de él, se irritó. —Que irritante... —dijo sin dejar de ver el anillo. —Se nota tu esmero. —la puerta se abrió y Carolina estaba a punto de mentar la madre, lo que más odiaba es que invadieran su espacio y privacidad. —¿Por qué mierdas no tocas la puta puerta? —dijo cuándo se asomó Daniel, este tenía la corbata en la mano, cerró la puerta detrás de él. —Hey, Hey, ¿A dónde vas? ¿Con permiso de quién? —se levantó Carolina ya cabreada por la intromisión de su “prometido”.
Daniel no respondió a la queja alterada de la mujer descalza delante de él, miró la habitación, era la primera vez que había entrado en ese lugar.
—Vaya, pensé que me encontraría con algo distinto—Carolina se detuvo a media camino de él.
—¿Cómo qué? ¿Una cruz de San Andrés? ¿Látigos? ¿Mordazas? ¿Viejas follando en medio de mi cama? ¿Dos tipos en el rincón masturbándose? —Carolina se cruzó de brazos, él siguió mirando cada detalle del lugar.
—No, —giró su rostro para mirarla. —…aunque me has puesto una escena demasiada caliente en mi mente.
—Qué raro. —dijo ella en un tono sarcástica. —Bien, ya viste, ya te puedes ir. —ella le hace una seña a la salida.
—Tranquila, solo vengo a hablar un momento contigo antes de irme.
—¿No podemos hablar mañana? Son las cinco de la mañana y muero de sueño. —Daniel caminó para sentarse en la orilla de la cama.
—No tardaré. —Carolina soltó un bufido para mostrarle que estaba irritada, regresó al sillón y se dejó caer.
—Tienes cinco minutos y ya llevas tres. —dijo ella impaciente, Daniel encontró en ella ese humor negro, aunque tenía la boca muy suelta, al igual que él, pensó que debería de decirle que dejara de hacerlo, se veía mal en una mujer decir tantas groserías.
—Bien. Tenemos que ver un lugar dónde vamos a vivir, mi padre dijo que podría tomar la propiedad que está en Phoenix, ¿La recuerdas? —ella asintió—Esa tiene muy buen y exceso de terreno.
Carolina arqueó una ceja, levantó su rodilla encima de la otra.
—Tengo otra propiedad que queda cerca de la salida de la ciudad, no hay curiosos alrededor, es la única casa en varios kilómetros. Además, está más protegida que esa propiedad en Phoenix.
Daniel arrugó su ceño.
—No chingues, ¿Por qué hasta fuera de la ciudad? —Carolina presionó sus labios con dureza.
—No chingues tú, Daniel, esa casa está demasiada céntrica, tendremos muchos ojos encima de nosotros, por si no sabes, prefiero alejarme del bullicio de la ciudad, además, —ella comenzó a sonreír poco a poco. —No quiero que nadie nos pille con nuestros amantes. —Daniel apretó su mandíbula.
—Para follar tengo mi lugar privado. —Carolina se levantó y caminó al armario, buscó su bata de seda en color rojo y el juego del interior.
—Bien, puedo usar mi lugar también. —Daniel arrugó su ceño, le picó la curiosidad.
—Caro…—ella salió del gran armario y lo observó detenidamente.
—Que sea la última puta vez que me llamas así. —Daniel estaba a punto de sonreír, se había emputado en segundos, anotó mentalmente ese dato para el futuro, él se cruzó de brazos y en serio que no pudo evitar esa sonrisa. —¿Te causa risa, cabroncete? —ella estuvo a punto de alcanzar lo que había en el mueble a su lado y aventárselo para quitarle esa sonrisa.
—Ya, ya, ya, tranquila, —dijo al mismo tiempo que levantó sus manos en señal de paz. —Entonces, habla tú con mi padre y declina la oferta y…
Carolina comenzó a retirarse el vestido sin ninguna gota de pudor, Daniel iba a seguir diciendo el resto de la oración, pero ya no pudo al ver el espectáculo delante de él, ella se dejó a la vista sus pechos, luego se inclinó para retirarse las bragas, pero al hacerlo se giró para mostrarle el trasero, él seguía atónito por lo que estaba haciendo.
Carolina alcanzó lo que se iba a poner, arrugó su ceño al no escucharlo, se giró de medio perfil.
—¿Qué? —él estaba ruborizado. —¿Qué? —insistió. —¿Qué nunca has visto a una mujer desnuda? —Daniel esquivó su mirada, se puso de pie y le dio la espalda.
—Miles de mujeres, es solo que son desconocidas.
—¿Y? bueno, hasta eso que no soy una desconocida para ti, en dos años, solo nos vimos unas veces al concretar el contrato de boda y, hemos hablado contadas las veces por mensajería y llamadas.
—Eres la hija de mi padrino. —Carolina se terminó de vestir, se retiró el cabello que había sido atrapado debajo de la bata de seda.
—Que te valga madre, ya nos vamos a casar, suelo andar con poca ropa en casa, me gusta tener esa libertad y el hecho que vayamos a vivir juntos, no pienso cambiarlo por nada del mundo, así que enterado ya estás—Carolina miró que seguía dando la espalda hacia a ella—No seas nena y voltea. —Daniel se tensó, ella ya se estaba colgando de él, en la forma en que se dirigía hacia a él, es la primera mujer que es tan brusca, tosca, indiferente con él, y eso, le cabreaba. Se giró hacia a ella, se estaba acomodando el cabello negro en un moño alto, luego, vio como contoneó sus caderas para ir a su tocador, encendió las luces que tenía alrededor del espejo, tomó lugar y comenzó a hacer algo.
—No soy nena y, creo que deberíamos de hablar de algo que me tiene algo incómodo. —Daniel caminó hacia ella, parecía que lo estaba ignorando, notó que tenía varias cosas delante de ella, entonces entendió lo que estaba haciendo, sus miradas se cruzaron el espejo iluminado.
—¿Qué? ¿Nunca has visto a una mujer desmaquillarse? —Daniel presionó de nuevo sus labios.
—No.
Carolina sonrió irónica.
—Ah, soy tu primera vez, que tierno momento, lo guardarás por siempre...
—Chistosa—Daniel murmuró entre dientes.
—Bueno, —dijo ella mirando en el reflejo del espejo hacia a él que estaba detrás de ella. —¿Qué más quieres? Si no tienes más que decir, a volar. —le tronó los dedos y le señaló la puerta, ella retomó su momento de limpieza.
Daniel enfureció. Se acercó en unos dos pasos, se inclinó y alcanzó su muñeca con brusquedad para poderla levantar, le alcanzó la otra y la sacudió un poco.
—Última vez que me truenas los dedos. —exclamó furioso sin dejarla de mirar sus ojos aceitunados. Carolina intentó soltarse, pero él apretó.
—Te voy a patear las malditas bolas si no me sueltas cuando cuente tres.
Daniel la acercó más a su cuerpo aun con las manos atrapadas en sus muñecas.
—Que boca tan más sucia, Carolina. Deberías de pensar en tomarte un curso para señoritas. —ella apretó su mandíbula, presionó sus labios.
—Uno. —comenzó a contar. Daniel sonrió divertido.
—¿En serio me vas a dejar sin hijos? No puedes hacerlo. Recuerda que nuestros padres quieren nietos...
—Dos. —siguió, Daniel miró la venta en su frente resaltar, ella preparó su rodilla, pero él fue más rápido, la volteó sin soltar del todo sus muñecas, quedando la espalda de Carolina contra el pecho de él.
—¿Qué harás ahora…Caro? —Daniel sonrió más, pero no lo vio venir, ella movió su pierna hacia a atrás, golpeando esa parte más preciada de él, la soltó y ella se giró, él se inclinó con sus manos para tocarse, pero ella lo empujó, este cayó al sillón en forma fetal.
Se sentó sobre sus talones y miró el rostro rojo de él.
—Tres.
— ¡Estás loca! —gritó Daniel quejándose del dolor en el sillón, ella se levantó y regresó al tocador, siguió desmaquillándose, mientras escuchó a Daniel maldecir unas cien veces. — ¡Puta madre! ¡Puta madre! ¡Eso duele! ¡A la verga! ¡Estás loca! ¡Dios mío! —Ella terminó de hacer sus cosas y se sentó en la orilla de la cama, miró a Daniel intentando reincorporarse, estaba rojo, pero bien rojo, la vena de su cuello y de la sien estaba resaltada, incluso ella pensó que estallaría, miró la alfombra, imaginando toda la sangre ahí, luego de esa imagen, levantó la mirada hacia a él. — ¿Nunca te habían golpeado las pelotas? —Daniel negó con sus manos en sus partes bajas. —Eso responde, a todo ese drama—señaló a Daniel—Bien, tengo que dormir, cierra la puerta al salir. —Carolina se subió a la cama y Daniel no pudo creer lo que estaba escuchando, se levantó como pudo y salió de la habitación, al cerrar la puerta maldijo.
Un hombre trabajador le entregó la yegua blanca que era de ella, Carolina sonrió al ver a "Bella" así la había apodado, ya que fue lo primero que pensó cuando la vio nacer hace años atrás. Acarició la larga cabellera del animal, la reconoció de inmediato. —Buenos días. —Carolina maldijo entre dientes, no se giró, siguió acariciando el cabello. —Quería hablar contigo. — ¿Vienes por otra patada en los bajos? —Daniel se molestó. —Puedes prestarme atención. —exigió él, Carolina arrugó su ceño, se giró lentamente, como si estuviese haciendo la escena de la niña del exorcista. — ¿Qué quieres? —dijo ella en un tono gélido. —Tenemos que hablar acerca de la boda. — ¿Qué? ¿Ya te echaste para atrás? Porque si es así, me harí
—Deberías de guardarte esas palabras para ti—murmuró Carolina. — ¿Qué tiene que diga en voz alta? —Daniel retiró sus dedos de la barbilla de ella. Pudo ver ira contenida en su mirada, la pequeña mujer, de porte cabrona y mala hablada, con mirada asesina, tenía algo que le llamó la atención, quizás y era qué, veía una de las cualidades que buscaba en una mujer, el que no se dejara de ningún cabrón como él. —Tiene mucho, para mí. —Carolina tiró de su yegua y negó. —No lo quiero escuchar. Es un pasado. Otra Carolina. —ella arqueó una ceja y, murmuró para sí misma. —Y una bieeeen pendeja. —Daniel sonrió al escucharla, siguió su paso en total silencio a su lado, ella parecía estar perdida en sus propios pensamientos. —Y en estos dos años que estuviste en España, ¿Conociste a alguien? —ella arrugó su ceño, luego sin dejar de caminar lo observó.  
— ¿No me la puedo coger una vez antes? —Carolina abrió sus ojos más de lo normal. —Es broma, pero en fin, que te valga madres a quien me cojo, yo no te digo con quien hacerlo, o espera…—Daniel jugaría una carta—…o puede ser que no tengas a nadie y solo dices que tienes hombres para dártela de mamona y, esperas a luna de miel para desenvolver de nuevo ese paquete—Daniel sonrió al ver que estaba provocando a Carolina, esta se giró, alcanzó una figura de cerámica y tenía la intención de lanzarla para reventarla la cabeza y dejara de decir pendejadas, pero se detuvo cuando su padre llegó al lado de Daniel. —Hijo, ¿Y terminaron? —Daniel negó y luego miró de manera divertida a Carolina quien había escondido la figura de cerámica, el señor siguió la mirada de Daniel, entonces se percató que su hija estaba en la segunda planta. —Hija, ¿Qué pasó? —miró el gesto de su hija luego la cara de cabrón en Daniel. — ¿Por una puta vez
Daniel bajó las escaleras a toda prisa, con una gran sonrisa plasmada en sus labios, eso le recordó lo que tenía que hacer. — ¿Ya te vas? —preguntó su padrino quién iba saliendo de la sala principal, Daniel llegó hasta a él. —Sí, lamento no poder quedarme a la invitación de comer con ustedes, —su padrino arrugó su ceño. — ¿A dónde vas cabrón? ¿Me vas a cambiar mi invitación por ir a coger con tus amigas? —Daniel sonrió y negó. —No, no, padrino, —pensó rápido en una excusa. —Tengo que recoger a un amigo en el aeropuerto, me llamó y me está esperando. —él sonríe. —No te creo—miró a la segunda planta, luego miró a su ahijado—Pero creo que has hecho molestar a mi hija y estás escapando. —su padrino le dio una palmada en su mejilla. —Anda, huye, yo te cubro. —le guiñó el ojo,
Carolina y su padre, estaban comiendo cuando llamaron por teléfono, la chica del servicio se asomó al comedor con el teléfono inalámbrico en la mano. —Señor Beltrán—ambos levantaron la vista hacia la mujer—Tiene llamada de su compadre—Héctor alcanzó el teléfono y se lo puso en el oído. —Armando que bueno que…—detuvo sus palabras para escuchar a su compadre del otro lado de la línea, Carolina arrugó su ceño al ver como su padre alzó sus cejas y luego miró hacia a ella. —Vamos para allá. —y cortó, Héctor miró a su hija. — ¿Qué? ¿Qué pasó? —ella preguntó alerta. —Ve por tus cosas, —luego miró al hombre de seguridad que estaba a la entrada del gran comedor. —Alista el auto y al equipo A, necesito que nos lleven al hospital—al escuchar “hospital” Carolina pensó lo peor. — ¿Le
Carolina tenía la mirada perdida en las telas de los manteles, Esmeralda hablando de la combinación de los arreglos de mesa. — ¿Señorita Beltrán? —Carolina salió de su trance, asintió sin más, luego negó, pasándose una mano por el cabello. —Lo siento, lo siento, mira…—le mostró el color de mantel, era un beige, con figuras muy claras en dorado. —Me gusta este. —miró los ejemplos de arreglos de mesa, había uno que le recordó a su madre, los alcatraces, tomó aire y lo soltó en un largo suspiro. —Y elijo los alcatraces, —Esmeralda se sorprendió por la facilidad con lo que estaba eligiendo. — ¿Y la muestra de sabores de la tarta de novios? —Carolina levantó la mirada a la mujer con su tableta en su regazo. — ¿Qué tiene? —preguntó confundida, no había nada en la gran mesa muestras de pastel.
Llegaron a la mansión Beltrán, al bajar, Perla, casi se le cayó la mandíbula por la belleza de la casa. —Hermosa casa, cabrona—dijo Perla retirándose los lentes y soltando un largo silbido. —Es la casa de mis padres, no es mía. —dijo Carolina cuando avanzó a la puerta principal de la casa. —Pero familia es familia. —murmuró Perla detrás de ella. Después de un largo recorrido por la propiedad, terminaron sentadas en la isla gigante de la cocina, Perla dio un largo sorbo a su cerveza, cuando dio otro, vio como el padre de Carolina entró a la cocina. —Bienvenida, señorita…Acosta. —Carolina entrecerró sus ojos, dando señal de advertencia. Ella se puso nerviosa, el señor que estaba caminando hacia a ella, se acercó y extendió su mano en saludo, Perla se p