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Capítulo 3. Provocación

     

     Carolina se masajeó las mejillas, le dolió de tanto estar sonriendo a los invitados, lanzó hacia el otro lado de la mesa de cristal sus zapatillas de tacón alto, le dejaron los pies adoloridos, se dejó caer en el sillón de su habitación, soltó un suspiro de cansancio y torció sus labios.

    —Y ha empezado mi infierno. —susurró cuando miró el anillo de compromiso, era un diamante blanco en una banda de oro, tenía las iniciales de ella y de Daniel, el solo ver el nombre de él, se irritó. —Que irritante... —dijo sin dejar de ver el anillo. —Se nota tu esmero. —la puerta se abrió y Carolina estaba a punto de mentar la madre, lo que más odiaba es que invadieran su espacio y privacidad. —¿Por qué mierdas no tocas la puta puerta? —dijo cuándo se asomó Daniel, este tenía la corbata en la mano, cerró la puerta detrás de él. —Hey, Hey, ¿A dónde vas? ¿Con permiso de quién? —se levantó Carolina ya cabreada por la intromisión de su “prometido”.

    Daniel no respondió a la queja alterada de la mujer descalza delante de él, miró la habitación, era la primera vez que había entrado en ese lugar.

    —Vaya, pensé que me encontraría con algo distinto—Carolina se detuvo a media camino de él.

    —¿Cómo qué? ¿Una cruz de San Andrés? ¿Látigos? ¿Mordazas? ¿Viejas follando en medio de mi cama? ¿Dos tipos en el rincón masturbándose? —Carolina se cruzó de brazos, él siguió mirando cada detalle del lugar.

    —No, —giró su rostro para mirarla. —…aunque me has puesto una escena demasiada caliente en mi mente.

    —Qué raro. —dijo ella en un tono sarcástica. —Bien, ya viste, ya te puedes ir. —ella le hace una seña a la salida.

    —Tranquila, solo vengo a hablar un momento contigo antes de irme.

    —¿No podemos hablar mañana? Son las cinco de la mañana y muero de sueño. —Daniel caminó para sentarse en la orilla de la cama.

    —No tardaré. —Carolina soltó un bufido para mostrarle que estaba irritada, regresó al sillón y se dejó caer.

    —Tienes cinco minutos y ya llevas tres. —dijo ella impaciente, Daniel encontró en ella ese humor negro, aunque tenía la boca muy suelta, al igual que él, pensó que debería de decirle que dejara de hacerlo, se veía mal en una mujer decir tantas groserías.

    —Bien. Tenemos que ver un lugar dónde vamos a vivir, mi padre dijo que podría tomar la propiedad que está en Phoenix, ¿La recuerdas? —ella asintió—Esa tiene muy buen y exceso de terreno.

    Carolina arqueó una ceja, levantó su rodilla encima de la otra.

    —Tengo otra propiedad que queda cerca de la salida de la ciudad, no hay curiosos alrededor, es la única casa en varios kilómetros. Además, está más protegida que esa propiedad en Phoenix.

    Daniel arrugó su ceño.

    —No chingues, ¿Por qué hasta fuera de la ciudad? —Carolina presionó sus labios con dureza.

    —No chingues tú, Daniel, esa casa está demasiada céntrica, tendremos muchos ojos encima de nosotros, por si no sabes, prefiero alejarme del bullicio de la ciudad, además, —ella comenzó a sonreír poco a poco. —No quiero que nadie nos pille con nuestros amantes. —Daniel apretó su mandíbula.

    —Para follar tengo mi lugar privado. —Carolina se levantó y caminó al armario, buscó su bata de seda en color rojo y el juego del interior.

    —Bien, puedo usar mi lugar también. —Daniel arrugó su ceño, le picó la curiosidad.

    —Caro…—ella salió del gran armario y lo observó detenidamente.

    —Que sea la última puta vez que me llamas así. —Daniel estaba a punto de sonreír, se había emputado en segundos, anotó mentalmente ese dato para el futuro, él se cruzó de brazos y en serio que no pudo evitar esa sonrisa. —¿Te causa risa, cabroncete? —ella estuvo a punto de alcanzar lo que había en el mueble a su lado y aventárselo para quitarle esa sonrisa.

    —Ya, ya, ya, tranquila, —dijo al mismo tiempo que levantó sus manos en señal de paz. —Entonces, habla tú con mi padre y declina la oferta y…

    Carolina comenzó a retirarse el vestido sin ninguna gota de pudor, Daniel iba a seguir diciendo el resto de la oración, pero ya no pudo al ver el espectáculo delante de él, ella se dejó a la vista sus pechos, luego se inclinó para retirarse las bragas, pero al hacerlo se giró para mostrarle el trasero, él seguía atónito por lo que estaba haciendo.

    Carolina alcanzó lo que se iba a poner, arrugó su ceño al no escucharlo, se giró de medio perfil.

    —¿Qué? —él estaba ruborizado. —¿Qué? —insistió. —¿Qué nunca has visto a una mujer desnuda? —Daniel esquivó su mirada, se puso de pie y le dio la espalda.

    —Miles de mujeres, es solo que son desconocidas.

    —¿Y? bueno, hasta eso que no soy una desconocida para ti, en dos años, solo nos vimos unas veces al concretar el contrato de boda y, hemos hablado contadas las veces por mensajería y llamadas.

    —Eres la hija de mi padrino. —Carolina se terminó de vestir, se retiró el cabello que había sido atrapado debajo de la bata de seda.

    —Que te valga madre, ya nos vamos a casar, suelo andar con poca ropa en casa, me gusta tener esa libertad y el hecho que vayamos a vivir juntos, no pienso cambiarlo por nada del mundo, así que enterado ya estás—Carolina miró que seguía dando la espalda hacia a ella—No seas nena y voltea. —Daniel se tensó, ella ya se estaba colgando de él, en la forma en que se dirigía hacia a él, es la primera mujer que es tan brusca, tosca, indiferente con él, y eso, le cabreaba. Se giró hacia a ella, se estaba acomodando el cabello negro en un moño alto, luego, vio como contoneó sus caderas para ir a su tocador, encendió las luces que tenía alrededor del espejo, tomó lugar y comenzó a hacer algo.

    —No soy nena y, creo que deberíamos de hablar de algo que me tiene algo incómodo. —Daniel caminó hacia ella, parecía que lo estaba ignorando, notó que tenía varias cosas delante de ella, entonces entendió lo que estaba haciendo, sus miradas se cruzaron el espejo iluminado.

    —¿Qué? ¿Nunca has visto a una mujer desmaquillarse? —Daniel presionó de nuevo sus labios.

    —No.

    Carolina sonrió irónica.

    —Ah, soy tu primera vez, que tierno momento, lo guardarás por siempre...

    —Chistosa—Daniel murmuró entre dientes.

    —Bueno, —dijo ella mirando en el reflejo del espejo hacia a él que estaba detrás de ella. —¿Qué más quieres? Si no tienes más que decir, a volar. —le tronó los dedos y le señaló la puerta, ella retomó su momento de limpieza.

    Daniel enfureció. Se acercó en unos dos pasos, se inclinó y alcanzó su muñeca con brusquedad para poderla levantar, le alcanzó la otra y la sacudió un poco.

    —Última vez que me truenas los dedos. —exclamó furioso sin dejarla de mirar sus ojos aceitunados. Carolina intentó soltarse, pero él apretó.

    —Te voy a patear las malditas bolas si no me sueltas cuando cuente tres.

    Daniel la acercó más a su cuerpo aun con las manos atrapadas en sus muñecas.

    —Que boca tan más sucia, Carolina. Deberías de pensar en tomarte un curso para señoritas. —ella apretó su mandíbula, presionó sus labios.

    —Uno. —comenzó a contar. Daniel sonrió divertido.

    —¿En serio me vas a dejar sin hijos? No puedes hacerlo. Recuerda que nuestros padres quieren nietos...

    —Dos. —siguió, Daniel miró la venta en su frente resaltar, ella preparó su rodilla, pero él fue más rápido, la volteó sin soltar del todo sus muñecas, quedando la espalda de Carolina contra el pecho de él.

    —¿Qué harás ahora…Caro? —Daniel sonrió más, pero no lo vio venir, ella movió su pierna hacia a atrás, golpeando esa parte más preciada de él, la soltó y ella se giró, él se inclinó con sus manos para tocarse, pero ella lo empujó, este cayó al sillón en forma fetal.

    Se sentó sobre sus talones y miró el rostro rojo de él.

    —Tres. 

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