Daniel levantó su mandíbula tensa, estuvo a punto de decirle algo, pero el asistente de su padre se aclaró la garganta en señal de que alguien venía, lo único que le quedó por hacer, es ignorar la amenaza de Carolina.
—Has llegado. —la voz de su padre le hizo ver más allá de la mujer, el padre de Daniel parecía estar aliviado al ver a su hijo hablando con Carolina, se notó la tensión entre ellos dos.
—Sí, —dijo Daniel, pero luego miró a la mujer frente a él que pareciera disfrutar lo que ha dicho anteriormente. —…disculpen mi tardanza.
Carolina se cruzó de brazos y arqueó una ceja.
—Espero y sea la última vez, Daniel—él apretó de nuevo, pero con más fuerza su mandíbula. —No quiero imaginar si llegas tarde a nuestra boda. ¿Qué dirá la gente? —sonó sarcástica.
—Que soy un hombre ocupado. —replicó Daniel ya irritado.
—Bueno, bueno, bueno, déjense de querer arrancarse los ojos, los invitados esperan en el jardín trasero. Más te vale Daniel mostrar interés en esto, no me hagas hacer algo que no quiero. —Carolina se giró para dirigirse por el pasillo hasta el jardín, Daniel la miró como contoneaba sus caderas y ese vestido que a simple vista resaltó su trasero.
El padre de él, notó en dónde estaba la mirada, Armando sonrió y le propinó una discreta palmeada en la mejilla en su hijo, atrayendo la mirada en él.
—¿Esa es la mujer con la que quieres casarme? Me ha amenazado con cortarme los dedos y terminar con mi virilidad.
Armando soltó una carcajada, al terminar, vio que su hijo no le causó risa.
—No es gracioso. —Daniel soltó un bufido empezando a cabrearse.
—Mira, —Armando puso la mano en el hombro de su hijo. —Este matrimonio es un negocio, lo sabes, ella lo sabe, y nosotros lo sabemos y, para el resto, serán una de las parejas más poderosas, ya lo hemos hablado, Daniel. Todos ganamos.
Daniel estuvo a punto de poner los ojos en blanco, pero sabía que delante de su padre, era una falta de respeto y le metería un golpe como cuando era joven.
—Bien. —contestó Daniel, Armando le hizo señas para que caminara con él hacia el jardín. Al llegar al jardín, se quedó sorprendido por la gente que llenó el lugar. —¿Dónde está la cena discreta e íntima? —se quejó Daniel.
Armando le hizo señas de que lo siguiera, llegaron al grupo de empresarios, saludaron y recibió las felicitaciones por su próxima boda. Después de la charla, Daniel necesitaba alcohol y, mucho, se aflojó la apretada corbata y eso le hizo recordar el encuentro con Carolina, pensó que haría algo para hacer que se tragase sus palabras y si la asfixiaba, que de una vez le ahorrara el drama de la boda.
—Tequila—pidió con exigencia al bartender que atendió la barra en ese momento, Carolina escuchó la plática de las esposas y prometidas de varios empresarios, dio un trago a su vino rosado, soltó un discreto suspiro y miró alrededor, en la barra vio a Daniel tomando de un solo trago su bebida, esta, alzo sus cejas, no necesitaba un espectáculo de un borracho delante de todo el mundo.
—Las dejo, iré a buscar a mi prometido. —las mujeres asintieron, Carolina caminó hasta la barra, le pidió al bartender una botella de agua y un vaso de cristal con hielo, en lo que le entregaba su pedido, se acercó a Daniel. —¿Quieres una botella de tequila? Así puedes ir a perderte y beberla tranquilo sin que nadie te esté mirando.
Daniel apretó su mandíbula, se giró para quedar frente a ella, se recargó en la barra y ladeó su rostro.
—¿Tan amargada eres? —Carolina no dijo nada, solo lo miró de una manera irónica.
—¿Qué te tiene así que necesitas tanto alcohol? —Daniel agarró el tercer caballito de tequila e hizo un brindis en silencio en dirección a ella y de golpe se lo tomó, cerró los ojos disfrutando el ardor en su garganta, al abrirlos, observó a la mujer delante de él, su mirada bajó a la abertura de sus pechos, luego esa piel desnuda hasta su cuello, ella se dio cuenta, le hizo señas con sus dedos de que levantara la mirada y la viera a la cara.
—¿Qué me tiene así? Pues, que me están obligando a casarme con una mujer a quien no he visto en dos jodidos años, que cuando la vi en esas dos ocasiones, era una sumisa remilgada, que cuando me dijeron que me casaría con ella por negocios, pensé qué te quitaría finalmente lo sumisa, pero…—Daniel sonríe—…creo que alguien más lo ha hecho.
Carolina abrió sus ojos aceitunados más de lo normal, escuchó al bartender llamarla y entregarle su pedido, regresó la mirada a Daniel quien no podía dejar de mostrar su sonrisa perfecta, ella sonrió, alcanzó el vaso y la botella de agua, se acercó a Daniel, quien borró su sonrisa por la cercanía de Carolina.
—Efectivamente, alguien más lo hizo y, no te imaginas como lo disfruté. —el tono seductor que uso ella, hizo que Daniel tensara su mandíbula, Carolina le guiñó el ojo, luego alcanzó el caballito de tequila que le acababan de poner a Daniel, lo reemplazó por el vaso de cristal y vació la botella de agua.
—Veo que eres muy distinta a la que conocí años atrás.
Carolina lo miró.
—Y tú sigues igual.
Daniel sonrió.
—No, me ha crecido un poco más que la última vez. —Carolina entrecerró sus ojos.
—Espero que sea tu cabello, —ella levantó su mano y con sus dedos acarició el cabello de Daniel, él se tensó, hizo un movimiento para que dejara de tocarlo.
—Te pediré que no me toques a menos que sea necesario.
—Es necesario, tenemos a todo mundo viendo nuestros movimientos, deduciendo si nos vamos a casar porque estamos enamorados…
—Me importa un carajo lo que piensen los demás, Carolina.
—Pues esta noche y cuándo sea la boda debe de importarte, ya cruzando del otro lado al matrimonio, puedes hacer lo que se te pegue la maldita gana. —Daniel levantó su mano y con sus dedos atrapó la barbilla de Carolina.
—Vaya, vaya, hasta la boca se te soltó en este tiempo, ¿Puedes decir más palabras así? Deberías y practicando para nuestra luna de miel. —Carolina se soltó sutilmente del agarre, sirvió el agua en el vaso de cristal y se lo entregó a Daniel.
—Te necesitamos sobrio en esta noche, ya sabes, tienes fama que cuando te emborrachas a lo animal, haces unas escenitas que cualquier televisora te contrata para hacer sus novelas.
Daniel se tensó.
—Eso fue hace años atrás. —dejó el vaso sobre la barra, iba a tomar el caballito de tequila, pero Carolina fue más rápida, se lo tomó de un trago, agitó su cabellera negra, Daniel no pudo evitar no ver sus pechos moverse de un lado a otro, se llevó su mano para tirar de su pantalón para acomodar el creciente bulto que le estaba provocando la mujer frente a él.
Carolina sintió el ardor deslizarse por su garganta.
—Listo. —ella miró al bartender. —Nada de alcohol a mi prometido. —el hombre asintió, luego miró a Daniel, quien estaba rojo, rojo cabreado por dejarlo en ridículo frente al bartender. Daniel atrapó el codo de ella cuando vio la intención de marcharse, ella jadeo de sorpresa cuando de un movimiento la pegó a su cuerpo, miró de manera fugaz a su alrededor, luego miró a Carolina.
—Más te vale que frente a los demás dejes de intentar mostrar una imagen mía de un sumiso, de un hombre que se deja mangonear por la mujer, porque ambos sabemos que estoy muy lejos de ser eso.
Carolina lentamente acercó sus manos a su cintura, él se tensó, intentó alejarse, pero ella fue más rápida, él sintió sus dedos aprisionarse por encima de su camisa de vestir, la vena de su cuello resaltó, Daniel, estaba muy cabreado.
—Deja de llorar por todo, García. No intento nada delante de nadie, solo estoy cuidado que no me hagas un cagadero, que arruines mis planes.
—Aquí están. Hijo, ¿Por qué no has buscado para saludar a tu padrino? —el padre de Carolina se acercó a ellos, ella lo soltó y se puso a un lado, Daniel abrazó a su padrino y se dieron un apretón de manos.
—Su hija que no me suelta... —dijo Daniel mirando a Carolina quien discretamente le levantó el dedo del medio y le torció el labio.
El padre de ella, se giró para mirarla, Carolina mostró una sonrisa y negó con diversión.
—Ya sabes, no lo he visto en dos años, no es lo mismo por correo y W******p.
El padre de Carolina le dio la razón, se giró hacia Daniel, quien parecía estar incómodo.
—¿Listo? —preguntó su padrino.
Daniel miró a Carolina con una cara de pocos amigos, levantó su mano e hizo un gesto fingido de una gran sonrisa.
—¿Lista? —Carolina aceptó la mano de él y caminaron hasta el pódium que estaba en un extremo del gran jardín. Daniel miró si había alguien cerca, al no ver a nadie, detuvo de la mano entrelazada a Carolina, ella se giró y arrugó su ceño.
—¿Y ahora qué? —preguntó irritada.
—Bueno, ya que nos vamos a la orca, antes de aceptar el compromiso ante toda esta bola de hipócritas y "comen cuando hay", pongamos reglas. —Carolina abrió sus ojos un poco más.
—No puede ser, ¿Es en serio? ¿En este momento? —él asintió—No la mueles, Daniel, estamos a punto de hacerlo oficial y me sales con esta de "Pongamos reglas"—imitó una voz fingida de Daniel que no le salió bien por su molesta.—¿Qué no lo podemos hacer al terminar la noche? —Daniel negó, miró a la gente a su alrededor, en sus propios mundos, luego el padrino, su padre y otro hombre, estaban caminando al pódium, luego regresó su mirada a Carolina.
—Quiero hacer mis propias reglas, o si no, esto se irá a la chingada. —Carolina se soltó del agarre de su mano, se pasó ambas manos por su cabello.
—Perfecto, dos reglas—dijo Carolina, pero él negó.
—Tres. —Carolina arqueó una ceja, tomó aire y luego lo soltó.
—Bien, tres reglas para el señorito, a ver dilas.
—No soy señorito. —se quejó Daniel. —Quiero tener mi diversión privada. —Carolina arqueó una ceja.
—¿Diversión privada? —abrió sus ojos casi saliendo de su propia órbita. —No pienso hacerla de prostituta para divertirte.
Daniel soltó una risa.
—No me refería a ese tipo de diversión...—se escuchó el micrófono a lo lejos, el padre de Daniel lo estaba probando señal de que pronto tendrían que subir.
—¿Entonces? —Carolina se desesperó—Habla claro.
—Quiero tener mis noches con mis mujeres. —Carolina arqueó la ceja.
—Siempre y cuando permanezca en lo privado todas las sesiones que quieras...—remarca.
—Bien. —dijo Daniel.
—Los sábados y domingos son míos.
—Bien. ¿Último?
—No quiero que te metas en mi vida privada para nada. —Carolina arrugó su ceño.
—¿Te digo las mías de una vez? —Daniel presionó sus labios con dureza, por el tono que empleó, se imaginó que no venía algo bueno de la boca de ella. —Ahí te va señorito, una: si tú tienes tus noches con tus mujeres, yo las tendré con mis hombres, segunda: también son míos los sábados y los domingos y, última…—Daniel se adelantó.
—No pienso meterme en tu vida, Carolina. —Carolina sonrió de una manera que incomodó a Daniel.
—No te enamores de mí, Daniel, por nada del jodido mundo lo hagas. —Daniel soltó un bufido burlesco.
—Nunca. —sonrió triunfante. —Recuerda, solo son negocios.
Carolina se masajeó las mejillas, le dolió de tanto estar sonriendo a los invitados, lanzó hacia el otro lado de la mesa de cristal sus zapatillas de tacón alto, le dejaron los pies adoloridos, se dejó caer en el sillón de su habitación, soltó un suspiro de cansancio y torció sus labios. —Y ha empezado mi infierno. —susurró cuando miró el anillo de compromiso, era un diamante blanco en una banda de oro, tenía las iniciales de ella y de Daniel, el solo ver el nombre de él, se irritó. —Que irritante... —dijo sin dejar de ver el anillo. —Se nota tu esmero. —la puerta se abrió y Carolina estaba a punto de mentar la madre, lo que más odiaba es que invadieran su espacio y privacidad. —¿Por qué mierdas no tocas la puta puerta? —dijo cuándo
— ¡Estás loca! —gritó Daniel quejándose del dolor en el sillón, ella se levantó y regresó al tocador, siguió desmaquillándose, mientras escuchó a Daniel maldecir unas cien veces. — ¡Puta madre! ¡Puta madre! ¡Eso duele! ¡A la verga! ¡Estás loca! ¡Dios mío! —Ella terminó de hacer sus cosas y se sentó en la orilla de la cama, miró a Daniel intentando reincorporarse, estaba rojo, pero bien rojo, la vena de su cuello y de la sien estaba resaltada, incluso ella pensó que estallaría, miró la alfombra, imaginando toda la sangre ahí, luego de esa imagen, levantó la mirada hacia a él. — ¿Nunca te habían golpeado las pelotas? —Daniel negó con sus manos en sus partes bajas. —Eso responde, a todo ese drama—señaló a Daniel—Bien, tengo que dormir, cierra la puerta al salir. —Carolina se subió a la cama y Daniel no pudo creer lo que estaba escuchando, se levantó como pudo y salió de la habitación, al cerrar la puerta maldijo.
Un hombre trabajador le entregó la yegua blanca que era de ella, Carolina sonrió al ver a "Bella" así la había apodado, ya que fue lo primero que pensó cuando la vio nacer hace años atrás. Acarició la larga cabellera del animal, la reconoció de inmediato. —Buenos días. —Carolina maldijo entre dientes, no se giró, siguió acariciando el cabello. —Quería hablar contigo. — ¿Vienes por otra patada en los bajos? —Daniel se molestó. —Puedes prestarme atención. —exigió él, Carolina arrugó su ceño, se giró lentamente, como si estuviese haciendo la escena de la niña del exorcista. — ¿Qué quieres? —dijo ella en un tono gélido. —Tenemos que hablar acerca de la boda. — ¿Qué? ¿Ya te echaste para atrás? Porque si es así, me harí
—Deberías de guardarte esas palabras para ti—murmuró Carolina. — ¿Qué tiene que diga en voz alta? —Daniel retiró sus dedos de la barbilla de ella. Pudo ver ira contenida en su mirada, la pequeña mujer, de porte cabrona y mala hablada, con mirada asesina, tenía algo que le llamó la atención, quizás y era qué, veía una de las cualidades que buscaba en una mujer, el que no se dejara de ningún cabrón como él. —Tiene mucho, para mí. —Carolina tiró de su yegua y negó. —No lo quiero escuchar. Es un pasado. Otra Carolina. —ella arqueó una ceja y, murmuró para sí misma. —Y una bieeeen pendeja. —Daniel sonrió al escucharla, siguió su paso en total silencio a su lado, ella parecía estar perdida en sus propios pensamientos. —Y en estos dos años que estuviste en España, ¿Conociste a alguien? —ella arrugó su ceño, luego sin dejar de caminar lo observó.  
— ¿No me la puedo coger una vez antes? —Carolina abrió sus ojos más de lo normal. —Es broma, pero en fin, que te valga madres a quien me cojo, yo no te digo con quien hacerlo, o espera…—Daniel jugaría una carta—…o puede ser que no tengas a nadie y solo dices que tienes hombres para dártela de mamona y, esperas a luna de miel para desenvolver de nuevo ese paquete—Daniel sonrió al ver que estaba provocando a Carolina, esta se giró, alcanzó una figura de cerámica y tenía la intención de lanzarla para reventarla la cabeza y dejara de decir pendejadas, pero se detuvo cuando su padre llegó al lado de Daniel. —Hijo, ¿Y terminaron? —Daniel negó y luego miró de manera divertida a Carolina quien había escondido la figura de cerámica, el señor siguió la mirada de Daniel, entonces se percató que su hija estaba en la segunda planta. —Hija, ¿Qué pasó? —miró el gesto de su hija luego la cara de cabrón en Daniel. — ¿Por una puta vez
Daniel bajó las escaleras a toda prisa, con una gran sonrisa plasmada en sus labios, eso le recordó lo que tenía que hacer. — ¿Ya te vas? —preguntó su padrino quién iba saliendo de la sala principal, Daniel llegó hasta a él. —Sí, lamento no poder quedarme a la invitación de comer con ustedes, —su padrino arrugó su ceño. — ¿A dónde vas cabrón? ¿Me vas a cambiar mi invitación por ir a coger con tus amigas? —Daniel sonrió y negó. —No, no, padrino, —pensó rápido en una excusa. —Tengo que recoger a un amigo en el aeropuerto, me llamó y me está esperando. —él sonríe. —No te creo—miró a la segunda planta, luego miró a su ahijado—Pero creo que has hecho molestar a mi hija y estás escapando. —su padrino le dio una palmada en su mejilla. —Anda, huye, yo te cubro. —le guiñó el ojo,
Carolina y su padre, estaban comiendo cuando llamaron por teléfono, la chica del servicio se asomó al comedor con el teléfono inalámbrico en la mano. —Señor Beltrán—ambos levantaron la vista hacia la mujer—Tiene llamada de su compadre—Héctor alcanzó el teléfono y se lo puso en el oído. —Armando que bueno que…—detuvo sus palabras para escuchar a su compadre del otro lado de la línea, Carolina arrugó su ceño al ver como su padre alzó sus cejas y luego miró hacia a ella. —Vamos para allá. —y cortó, Héctor miró a su hija. — ¿Qué? ¿Qué pasó? —ella preguntó alerta. —Ve por tus cosas, —luego miró al hombre de seguridad que estaba a la entrada del gran comedor. —Alista el auto y al equipo A, necesito que nos lleven al hospital—al escuchar “hospital” Carolina pensó lo peor. — ¿Le
Carolina tenía la mirada perdida en las telas de los manteles, Esmeralda hablando de la combinación de los arreglos de mesa. — ¿Señorita Beltrán? —Carolina salió de su trance, asintió sin más, luego negó, pasándose una mano por el cabello. —Lo siento, lo siento, mira…—le mostró el color de mantel, era un beige, con figuras muy claras en dorado. —Me gusta este. —miró los ejemplos de arreglos de mesa, había uno que le recordó a su madre, los alcatraces, tomó aire y lo soltó en un largo suspiro. —Y elijo los alcatraces, —Esmeralda se sorprendió por la facilidad con lo que estaba eligiendo. — ¿Y la muestra de sabores de la tarta de novios? —Carolina levantó la mirada a la mujer con su tableta en su regazo. — ¿Qué tiene? —preguntó confundida, no había nada en la gran mesa muestras de pastel.