Phoenix, Arizona, Estados Unidos.
Todo el día había estado con la mujer en aquella habitación. Quería olvidar todas las responsabiblidades que tenía sobre sus hombros, lo mejor que podía hacer para relajarse, era una mujer. La habitación era oscura, paredes grises, mezclados con el negro, muebles minimalistas, el sillón de cuero negro adornaba al pie de la cama, la rubia finalmente se separó, dejando a primera vista su total desnudez.
—Eso es lo mejor que he disfrutado. ¿Quieres otro round, mexicano? —Daniel le hizo una seña de que se retirara, estaban pegajosos de tanto moverse por toda la habitación. Ella se retiró y se pasó una mano de manera provocadora para que la volviera a tomar entre sus brazos e hiciera y deshiciera con ella lo que quisiera.
—Báñate. —Daniel le exigió, ella arqueó una ceja.
—Estoy limpia. —le susurró de manera seductora.
—No lo estás para mí, así que metete al jodido baño a bañarte. —la mujer soltó un largo suspiro.
—Bien. No te enojes, mexicano. —al pasar, por un lado, este le soltó una palmada en su trasero, ella brincó y soltó una risa, con ese gesto de parte de él, era señal de que su mal humor había desaparecido, seguirían teniendo una jugosa sesión por toda la habitación, el mexicano no se saciaba.
Daniel se levantó del sillón, retiró la toalla dónde estaba sentado, la lanzó al suelo, luego caminó desnudo hasta la terraza, había una regadera privada, ahí mismo se dio una ducha rápida, ya había pasado el efecto del clímax número seis, el agua cayó por su espalda, por aquellas cicatrices que tenía, se lavó con jabón y levantó su rostro hacia a arriba, disfrutando el agua, escuchó su celular a lo lejos.
—Ya van a empezar a molestar. —gruñó, salió de la regadera, escurriendo el agua por todo el piso de la habitación, buscó en su americana el celular, al ver la pantalla, era de su padre, deslizó el botón para contestar. —Dime, padre.
— ¿Dónde andas? —su padre sonó demasiado molesto, Daniel se pasó una mano para retirarse el cabello de su frente que escurría.
—Ocupado.
— ¿Qué tan ocupado como para no llegar a tu cena de compromiso, hijo de tu santa madre? —dijo irónico su padre del otro lado de la línea, Daniel se le había ido el tiempo en una sesión con la rubia, se pasó una mano por su rostro. — ¿Entonces? —exigió una respuesta el señor García del otro lado de la línea.
—Ya voy. —el señor García cortó. Daniel miró la pantalla de su celular para confirmar si había cortado la llamada. —Maldición. Se me había olvida la fastidiosa cena.
—Estoy lista, mexicano. —ronroneó la rubia desnuda detrás de él, Daniel se giró y la vio, soltó un suspiro.
—Cambio de planes. Me largo, toma tu ropa, vístete y el chófer te llevará a tu departamento. —la rubia alzó sus cejas.
— ¿Tan rápido se termina la diversión? —la rubia acarició la parte detrás del brazo izquierdo de Daniel, sus dedos acariciaron el tatuaje de la rosa de los vientos, (Una brújula en forma de estrella de ocho picos, representaba el amor por el mar y los viajes, Daniel la usaba también como una metáfora es la que une este símbolo con la búsqueda de nuestro camino en la vida)
Daniel retrocedió para que dejara de tocarlo.
—Tengo una cena. —él se dirigió a su armario y buscó algo para ponerse entre su extenso surtido de ropa de marca, debajo, una fila perfecta de zapatos, así como un estante con corbatas y otras cosas, parecía una tienda departamental de lujos.
— ¿Y si te espero? —Daniel se giró hacia la rubia.
—Sabes bien que, si yo no te lo pido, es señal de que no necesito de ti, —la rubia se ruborizó.
—Sí, lo siento. Me marcho. —la mujer desapareció, Daniel siguió buscando ropa para su cena de compromiso. Torció sus labios en desaprobación, esta noche vería a Carolina Beltrán, la hija del padrino, socio y mejor amigo de su padre, quién solo la había visto en dos ocasiones y eso fue hace dos años atrás, había aceptado casarse con la hija en un futuro, por aprecio a su padrino, por qué su padre lo exigió y al final amenazó, diciéndole todas las ventajas del matrimonio entre ambos, su padre pensando que así dejaría de andar de pica flor con todo medio mundo, que sentaría cabeza y le daría nietos, muchos nietos que pudiesen seguir el legado de las dos familias.
Había autos ocupando el estacionamiento privado de la mansión Beltrán, Daniel se estacionó en su espacio reservado cuando viene a visita, el hombre vestido de traje de pingüino, acepto las llaves del jaguar.
—Señor García, lo esperan. —se escuchó música a lo lejos, suponiendo que la cena, no era realmente una cena, a su padrino Héctor Beltrán le encantaba las fiestas, presumir su dinero y todo lo que podía comprar con él.
Daniel entró y en el recibidor se encontró con el asistente de su padre.
—Daniel, tu padre está cabreado, ¿Ya te fijaste la hora que es? Deja tú lo cabreado, Carolina está que ni la calienta el desierto de Sonora ni el Sahara.
Daniel presionó sus labios con dureza, metió sus manos en los bolsillos de su pantalón de vestir e intentó lucir despreocupado.
—Me importa más como está mi padre...
—Pues es quien de menos deberías de preocuparte. —escuchó la voz femenina a su lado, este giró su rostro y se encontró con una hermosa mujer de pelo negro, piel morena clara y vestida en un vestido veraniego color blanco, de tirantes delgados, mostrando un poco la abertura de sus pechos. Daniel se lamió los labios, pero recordó quien era la mujer.
—Carolina. —dijo Daniel en tono de saludo demasiado frío.
—Daniel. —regresó el saludo del mismo modo, ella notó la corbata mal hecha, eso le hizo estresarse más, había pasado el peor día de su vida organizando con su padre la fiesta de compromiso para que Daniel llegara bastante tarde.
—Dos años sin verte. —dijo él, desviando la mirada a su vestido.
—¿Si? No parece…—se acercó para acomodar la corbata, pero Daniel fue rápido, atrapando su muñeca con brusquedad, Carolina se alertó a su fuerza con la que apretaba.
—No me toques. ¿Estamos? —dijo apretando con dureza la mandíbula.
Daniel esperó que esta se asustara, pero en sus ojos aceitunados se encontró con algo sorprendente. Carolina se soltó del agarre, ignoró la mirada de advertencia de él, atrapó la corbata y acomodó el nudo, sin importarle la tensión de él.
—Dejemos las cosas claras, esto no me agrada para nada como a ti, no me interesa…—apretó el nudo del cuello, haciendo que Daniel llevara su mano para aflojarlo, pero Carolina lo impidió. —…ser la esposa de un hombre al que apodan “El mexicano” no solo por ser un mujeriego, adicto al juego y al sexo, quien es un déspota, un egoísta y un hijo de ...me ahorro esas palabras, pero… ¿Qué crees? Tenemos que hacerlo, por qué esto tiene ventajas, para ti y como para mí. Así que, si me vuelves a tratar mal, voy a quebrarte cada maldito dedo de cada mano, —Carolina sonrió al ver el gesto atónito de Daniel—…tanto te voy a molestar que no podrás jugar apuestas y ni tener "sesiones" por el resto de tu vida… ¿Estamos?
Daniel levantó su mandíbula tensa, estuvo a punto de decirle algo, pero el asistente de su padre se aclaró la garganta en señal de que alguien venía, lo único que le quedó por hacer, es ignorar la amenaza de Carolina. —Has llegado. —la voz de su padre le hizo ver más allá de la mujer, el padre de Daniel parecía estar aliviado al ver a su hijo hablando con Carolina, se notó la tensión entre ellos dos. —Sí, —dijo Daniel, pero luego miró a la mujer frente a él que pareciera disfrutar lo que ha dicho anteriormente. —…disculpen mi tardanza. Carolina se cruzó de brazos y arqueó una ceja. —Espero y sea la última vez, Daniel—él apretó de nuevo, pero con más fuerz
Carolina se masajeó las mejillas, le dolió de tanto estar sonriendo a los invitados, lanzó hacia el otro lado de la mesa de cristal sus zapatillas de tacón alto, le dejaron los pies adoloridos, se dejó caer en el sillón de su habitación, soltó un suspiro de cansancio y torció sus labios. —Y ha empezado mi infierno. —susurró cuando miró el anillo de compromiso, era un diamante blanco en una banda de oro, tenía las iniciales de ella y de Daniel, el solo ver el nombre de él, se irritó. —Que irritante... —dijo sin dejar de ver el anillo. —Se nota tu esmero. —la puerta se abrió y Carolina estaba a punto de mentar la madre, lo que más odiaba es que invadieran su espacio y privacidad. —¿Por qué mierdas no tocas la puta puerta? —dijo cuándo
— ¡Estás loca! —gritó Daniel quejándose del dolor en el sillón, ella se levantó y regresó al tocador, siguió desmaquillándose, mientras escuchó a Daniel maldecir unas cien veces. — ¡Puta madre! ¡Puta madre! ¡Eso duele! ¡A la verga! ¡Estás loca! ¡Dios mío! —Ella terminó de hacer sus cosas y se sentó en la orilla de la cama, miró a Daniel intentando reincorporarse, estaba rojo, pero bien rojo, la vena de su cuello y de la sien estaba resaltada, incluso ella pensó que estallaría, miró la alfombra, imaginando toda la sangre ahí, luego de esa imagen, levantó la mirada hacia a él. — ¿Nunca te habían golpeado las pelotas? —Daniel negó con sus manos en sus partes bajas. —Eso responde, a todo ese drama—señaló a Daniel—Bien, tengo que dormir, cierra la puerta al salir. —Carolina se subió a la cama y Daniel no pudo creer lo que estaba escuchando, se levantó como pudo y salió de la habitación, al cerrar la puerta maldijo.
Un hombre trabajador le entregó la yegua blanca que era de ella, Carolina sonrió al ver a "Bella" así la había apodado, ya que fue lo primero que pensó cuando la vio nacer hace años atrás. Acarició la larga cabellera del animal, la reconoció de inmediato. —Buenos días. —Carolina maldijo entre dientes, no se giró, siguió acariciando el cabello. —Quería hablar contigo. — ¿Vienes por otra patada en los bajos? —Daniel se molestó. —Puedes prestarme atención. —exigió él, Carolina arrugó su ceño, se giró lentamente, como si estuviese haciendo la escena de la niña del exorcista. — ¿Qué quieres? —dijo ella en un tono gélido. —Tenemos que hablar acerca de la boda. — ¿Qué? ¿Ya te echaste para atrás? Porque si es así, me harí
—Deberías de guardarte esas palabras para ti—murmuró Carolina. — ¿Qué tiene que diga en voz alta? —Daniel retiró sus dedos de la barbilla de ella. Pudo ver ira contenida en su mirada, la pequeña mujer, de porte cabrona y mala hablada, con mirada asesina, tenía algo que le llamó la atención, quizás y era qué, veía una de las cualidades que buscaba en una mujer, el que no se dejara de ningún cabrón como él. —Tiene mucho, para mí. —Carolina tiró de su yegua y negó. —No lo quiero escuchar. Es un pasado. Otra Carolina. —ella arqueó una ceja y, murmuró para sí misma. —Y una bieeeen pendeja. —Daniel sonrió al escucharla, siguió su paso en total silencio a su lado, ella parecía estar perdida en sus propios pensamientos. —Y en estos dos años que estuviste en España, ¿Conociste a alguien? —ella arrugó su ceño, luego sin dejar de caminar lo observó.  
— ¿No me la puedo coger una vez antes? —Carolina abrió sus ojos más de lo normal. —Es broma, pero en fin, que te valga madres a quien me cojo, yo no te digo con quien hacerlo, o espera…—Daniel jugaría una carta—…o puede ser que no tengas a nadie y solo dices que tienes hombres para dártela de mamona y, esperas a luna de miel para desenvolver de nuevo ese paquete—Daniel sonrió al ver que estaba provocando a Carolina, esta se giró, alcanzó una figura de cerámica y tenía la intención de lanzarla para reventarla la cabeza y dejara de decir pendejadas, pero se detuvo cuando su padre llegó al lado de Daniel. —Hijo, ¿Y terminaron? —Daniel negó y luego miró de manera divertida a Carolina quien había escondido la figura de cerámica, el señor siguió la mirada de Daniel, entonces se percató que su hija estaba en la segunda planta. —Hija, ¿Qué pasó? —miró el gesto de su hija luego la cara de cabrón en Daniel. — ¿Por una puta vez
Daniel bajó las escaleras a toda prisa, con una gran sonrisa plasmada en sus labios, eso le recordó lo que tenía que hacer. — ¿Ya te vas? —preguntó su padrino quién iba saliendo de la sala principal, Daniel llegó hasta a él. —Sí, lamento no poder quedarme a la invitación de comer con ustedes, —su padrino arrugó su ceño. — ¿A dónde vas cabrón? ¿Me vas a cambiar mi invitación por ir a coger con tus amigas? —Daniel sonrió y negó. —No, no, padrino, —pensó rápido en una excusa. —Tengo que recoger a un amigo en el aeropuerto, me llamó y me está esperando. —él sonríe. —No te creo—miró a la segunda planta, luego miró a su ahijado—Pero creo que has hecho molestar a mi hija y estás escapando. —su padrino le dio una palmada en su mejilla. —Anda, huye, yo te cubro. —le guiñó el ojo,
Carolina y su padre, estaban comiendo cuando llamaron por teléfono, la chica del servicio se asomó al comedor con el teléfono inalámbrico en la mano. —Señor Beltrán—ambos levantaron la vista hacia la mujer—Tiene llamada de su compadre—Héctor alcanzó el teléfono y se lo puso en el oído. —Armando que bueno que…—detuvo sus palabras para escuchar a su compadre del otro lado de la línea, Carolina arrugó su ceño al ver como su padre alzó sus cejas y luego miró hacia a ella. —Vamos para allá. —y cortó, Héctor miró a su hija. — ¿Qué? ¿Qué pasó? —ella preguntó alerta. —Ve por tus cosas, —luego miró al hombre de seguridad que estaba a la entrada del gran comedor. —Alista el auto y al equipo A, necesito que nos lleven al hospital—al escuchar “hospital” Carolina pensó lo peor. — ¿Le