— ¡Estás loca! —gritó Daniel quejándose del dolor en el sillón, ella se levantó y regresó al tocador, siguió desmaquillándose, mientras escuchó a Daniel maldecir unas cien veces. — ¡Puta madre! ¡Puta madre! ¡Eso duele! ¡A la verga! ¡Estás loca! ¡Dios mío! —Ella terminó de hacer sus cosas y se sentó en la orilla de la cama, miró a Daniel intentando reincorporarse, estaba rojo, pero bien rojo, la vena de su cuello y de la sien estaba resaltada, incluso ella pensó que estallaría, miró la alfombra, imaginando toda la sangre ahí, luego de esa imagen, levantó la mirada hacia a él.
— ¿Nunca te habían golpeado las pelotas? —Daniel negó con sus manos en sus partes bajas. —Eso responde, a todo ese drama—señaló a Daniel—Bien, tengo que dormir, cierra la puerta al salir. —Carolina se subió a la cama y Daniel no pudo creer lo que estaba escuchando, se levantó como pudo y salió de la habitación, al cerrar la puerta maldijo.
—Maldita loca. —Daniel cruzó como pudo la segunda planta de la casa de su padrino, bajó las escaleras y se encontró con su padre y el de Carolina, platicaban de algo, luego rompieron en risas, Daniel, intentó despistar el dolor que tenía. Pensó en ir a la cocina por hielo.
— ¡Hijo! —ambos miraron a Daniel bajar los últimos escalones, su padre arrugó su ceño. — ¿Dónde estabas? —Daniel pasó saliva con dificultad.
—Yo...
— ¿No me digas que estabas con Carolina? —preguntó su padrino, curioso.
—Tu hija me ha golpeado. —los hombres mayores se quedaron en silencio por un momento, luego estallaron en risas. —Con todo respeto, padrino, pero es una hija de su chingada madre. —los hombres notaron que se tocó por un momento sus partes nobles.
—Vaya, aún no se casan y ya se quieren matar.
Daniel se quedó al lado de su padre.
—Tiene su temperamento, pero si fuiste atacado, su razón tiene. —dijo el padre de Daniel, este lo miró con cara de pocos amigos.
—Solo quería hablar de la propiedad que vamos a habitar, luego ni recuerdo, solo que no le gustó que le llamase "Caro"—el padre de Carolina, lo miró y detuvo su gesto de diversión.
—Puta madre, —miró la parte de abajo de Daniel. — ¿Dolió? —luego levantó la mirada.
Daniel no contestó.
—Deberías de saber, bueno, ya es tarde, pero a Carolina se le tiene prohibido decirle "Caro", es debido a su madre, así le decía yo cuando...—el hombre detuvo sus palabras.
—Ya compadre, déjese de chingaderas, olvide a esa mujer.
— ¿Cómo quiere que la olvide, compadre? —mira hacia la segunda planta—Si tengo el vivo recuerdo de ella en mi única hija.
—Lo bueno que su hija se sabe defender...—dijo el padre de Daniel en un tono de carrilla (Broma), este no dijo nada.
—Bien, me retiro a la casa. —dijo Daniel despidiéndose de los dos hombres.
—Bien, recuerda, Daniel: Ya eres un hombre comprometido ante todo el mundo, así que, si vas a hacer tus pendejadas, hazlas en privado, no quiero seguir limpiando tu cagadero.
—Nos vemos—dijo sin mirar atrás, se puso los lentes de sol que tenía en el interior de su americana, el hombre vestido de pingüino, le entregó el auto, Daniel se subió con cuidado, el cielo estaba terminando de aclararse.
Arrancó, estaba emputado, una mano en su miembro adolorido, torció sus labios por el dolor.
—Esto no se quedará así, Caro. —una sonrisa apareció en sus labios, pero se esfumó cuando sintió con el movimiento del auto, el dolor.
Carolina se retiró su antifaz para dormir, se adaptó con dificultad a la luz que entró por las grandes ventanas de su antigua habitación, se levantó y mentalmente organizó parte de su día, eran las diez de la mañana, con esas pocas horas bastaron para empezar; Después de un largo baño, de cambiarse para ir a cabalgar, Carolina bajó las escaleras, lista para desayunar y marcharse a recorrer las tierras.
El olor a comida, le abrió el apetito, al entrar al comedor vio a su padre leyendo el periódico.
—Buenos días, padre—se inclinó para darle un beso en la frente.
—Buenos días, hija, pensé que dormirías hasta el mediodía.
Ella tomó lugar a su lado y negó mientras alcanzó el contenedor de pan recién horneado, se le hizo agua a la boca.
—Quiero cabalgar, ponerme al día con los negocios, ver lo de la boda, tengo cuatro semanas exactas para armar todo.
—Vaya...—su padre dejó el periódico a un lado de su taza de café humeante y puso su mirada en ella, por un momento parecía que su ex esposa estaba ahí, eran idénticas cuando ella era joven, recordó aquel momento en que decidió dejarlos, su madre, Carolina, tenía problemas de ansiedad, cuando su hija tenía diez años, había empeorado, el estrés de la vida que estaban viviendo, la llevó a colapsar, eran pleitos diarios, hasta que la mujer no soportó y decidió divorciarse, Caro, como le decía su padre de cariño, no pudo llevarse a su hija, ya que el padre, lo evitó a toda costa. — ¿Qué le hiciste a Daniel hace horas atrás? —Carolina detuvo su tenedor a medio camino a su boca, lo dejó en el plato, luego presionó sus labios.
— ¿Qué ya fue de llorón contigo? —su padre negó, notó su enfado.
—Lo vimos bajar y se venía protegiendo sus pelotas, supuse que pasó algo...—Carolina presionó de nuevo sus labios, mostrando sus hoyuelos marcados, luego soltó un largo suspiro, se acomodó su cabello detrás de su oreja.
—Bueno, no me gusta que me toquen. —el padre de ella abrió sus ojos un poco más, con sorpresa, al verlo ella, negó. —Tranquilo, solo intentó poner orden a mis palabras, no le gustó cuando le troné los dedos para que se largara de mi habitación...
—Carolina—advirtió su padre.
—No, no, no, nada de Carolina, sabes que me emputa que invadan mi privacidad, cuando digo NO, es NO y claro, cuando cuento hasta tres, deberían de hacerme caso, pero no, se quiso hacerse vivito conmigo, pero no, conmigo no, —ella alcanzó el vaso del jugo de naranja. —Está como que bien mamón Daniel, se cree la última puta coca cola del desierto y que mis chicharrones solo truenan, que se vaya a la chingada, esto es lo que hay y algo mejor no va a encontrar, así se la pongo. Pinche pendejo...
—No digas groserías en la mesa. —ella detuvo lo que estaba haciendo, luego arqueó una ceja.
— ¿Qué? ¿Desde cuándo te molesta? Siempre he sido así—luego mira alrededor de ellos—No hay nadie como para ponerme a fingir que soy una pinche señorita de clase, de esas que tienen que callarse la puta boca por apariencia.
Su padre soltó un bufido.
—Desayuna, no nos pongamos más de mal humor. —el padre de Carolina retomó el periódico, al abrir las páginas y evitar que lo viera, él sonrió y negó con diversión. Parecía que Daniel y Carolina, eran sus peores nada.
Después de finalizar, Carolina se despidió de su padre, se recogió su cabello negro en una cola alta mientras caminó para las caballerizas, tenía muchas ganas de tomar sol y respirar aire nuevo, ya que puros corajes estuvo haciendo desde que llegó a la ciudad.
Un hombre trabajador le entregó la yegua blanca que era de ella, Carolina sonrió al ver a "Bella" así la había apodado, ya que fue lo primero que pensó cuando la vio nacer hace años atrás. Acarició la larga cabellera del animal, la reconoció de inmediato. —Buenos días. —Carolina maldijo entre dientes, no se giró, siguió acariciando el cabello. —Quería hablar contigo. — ¿Vienes por otra patada en los bajos? —Daniel se molestó. —Puedes prestarme atención. —exigió él, Carolina arrugó su ceño, se giró lentamente, como si estuviese haciendo la escena de la niña del exorcista. — ¿Qué quieres? —dijo ella en un tono gélido. —Tenemos que hablar acerca de la boda. — ¿Qué? ¿Ya te echaste para atrás? Porque si es así, me harí
—Deberías de guardarte esas palabras para ti—murmuró Carolina. — ¿Qué tiene que diga en voz alta? —Daniel retiró sus dedos de la barbilla de ella. Pudo ver ira contenida en su mirada, la pequeña mujer, de porte cabrona y mala hablada, con mirada asesina, tenía algo que le llamó la atención, quizás y era qué, veía una de las cualidades que buscaba en una mujer, el que no se dejara de ningún cabrón como él. —Tiene mucho, para mí. —Carolina tiró de su yegua y negó. —No lo quiero escuchar. Es un pasado. Otra Carolina. —ella arqueó una ceja y, murmuró para sí misma. —Y una bieeeen pendeja. —Daniel sonrió al escucharla, siguió su paso en total silencio a su lado, ella parecía estar perdida en sus propios pensamientos. —Y en estos dos años que estuviste en España, ¿Conociste a alguien? —ella arrugó su ceño, luego sin dejar de caminar lo observó.  
— ¿No me la puedo coger una vez antes? —Carolina abrió sus ojos más de lo normal. —Es broma, pero en fin, que te valga madres a quien me cojo, yo no te digo con quien hacerlo, o espera…—Daniel jugaría una carta—…o puede ser que no tengas a nadie y solo dices que tienes hombres para dártela de mamona y, esperas a luna de miel para desenvolver de nuevo ese paquete—Daniel sonrió al ver que estaba provocando a Carolina, esta se giró, alcanzó una figura de cerámica y tenía la intención de lanzarla para reventarla la cabeza y dejara de decir pendejadas, pero se detuvo cuando su padre llegó al lado de Daniel. —Hijo, ¿Y terminaron? —Daniel negó y luego miró de manera divertida a Carolina quien había escondido la figura de cerámica, el señor siguió la mirada de Daniel, entonces se percató que su hija estaba en la segunda planta. —Hija, ¿Qué pasó? —miró el gesto de su hija luego la cara de cabrón en Daniel. — ¿Por una puta vez
Daniel bajó las escaleras a toda prisa, con una gran sonrisa plasmada en sus labios, eso le recordó lo que tenía que hacer. — ¿Ya te vas? —preguntó su padrino quién iba saliendo de la sala principal, Daniel llegó hasta a él. —Sí, lamento no poder quedarme a la invitación de comer con ustedes, —su padrino arrugó su ceño. — ¿A dónde vas cabrón? ¿Me vas a cambiar mi invitación por ir a coger con tus amigas? —Daniel sonrió y negó. —No, no, padrino, —pensó rápido en una excusa. —Tengo que recoger a un amigo en el aeropuerto, me llamó y me está esperando. —él sonríe. —No te creo—miró a la segunda planta, luego miró a su ahijado—Pero creo que has hecho molestar a mi hija y estás escapando. —su padrino le dio una palmada en su mejilla. —Anda, huye, yo te cubro. —le guiñó el ojo,
Carolina y su padre, estaban comiendo cuando llamaron por teléfono, la chica del servicio se asomó al comedor con el teléfono inalámbrico en la mano. —Señor Beltrán—ambos levantaron la vista hacia la mujer—Tiene llamada de su compadre—Héctor alcanzó el teléfono y se lo puso en el oído. —Armando que bueno que…—detuvo sus palabras para escuchar a su compadre del otro lado de la línea, Carolina arrugó su ceño al ver como su padre alzó sus cejas y luego miró hacia a ella. —Vamos para allá. —y cortó, Héctor miró a su hija. — ¿Qué? ¿Qué pasó? —ella preguntó alerta. —Ve por tus cosas, —luego miró al hombre de seguridad que estaba a la entrada del gran comedor. —Alista el auto y al equipo A, necesito que nos lleven al hospital—al escuchar “hospital” Carolina pensó lo peor. — ¿Le
Carolina tenía la mirada perdida en las telas de los manteles, Esmeralda hablando de la combinación de los arreglos de mesa. — ¿Señorita Beltrán? —Carolina salió de su trance, asintió sin más, luego negó, pasándose una mano por el cabello. —Lo siento, lo siento, mira…—le mostró el color de mantel, era un beige, con figuras muy claras en dorado. —Me gusta este. —miró los ejemplos de arreglos de mesa, había uno que le recordó a su madre, los alcatraces, tomó aire y lo soltó en un largo suspiro. —Y elijo los alcatraces, —Esmeralda se sorprendió por la facilidad con lo que estaba eligiendo. — ¿Y la muestra de sabores de la tarta de novios? —Carolina levantó la mirada a la mujer con su tableta en su regazo. — ¿Qué tiene? —preguntó confundida, no había nada en la gran mesa muestras de pastel.
Llegaron a la mansión Beltrán, al bajar, Perla, casi se le cayó la mandíbula por la belleza de la casa. —Hermosa casa, cabrona—dijo Perla retirándose los lentes y soltando un largo silbido. —Es la casa de mis padres, no es mía. —dijo Carolina cuando avanzó a la puerta principal de la casa. —Pero familia es familia. —murmuró Perla detrás de ella. Después de un largo recorrido por la propiedad, terminaron sentadas en la isla gigante de la cocina, Perla dio un largo sorbo a su cerveza, cuando dio otro, vio como el padre de Carolina entró a la cocina. —Bienvenida, señorita…Acosta. —Carolina entrecerró sus ojos, dando señal de advertencia. Ella se puso nerviosa, el señor que estaba caminando hacia a ella, se acercó y extendió su mano en saludo, Perla se p
—Te ves jodido, mexicano. Daniel levantó mirada y torció su labio. —Pero aun así obtuvimos lo de siempre, ¿No? —dijo en un tono irritado, la rubia se retiró la falda y luego la blusa sin sostén, había quedado completamente desnuda. —Dos veces. Pero aún nos falta más…—Daniel presionó sus labios. —Hoy no será maratón de sexo sucio. —la mujer, llamada Ruth, se quejó entre dientes. —Lo siento. La mujer arrugó su ceño, mientras con sus dedos se acariciaba su sexo húmedo. —Oh, qué mal, yo que ya estaba preparando para otros más…—Daniel como pudo se puso de pie, maldiciendo por el dolor, se acomodó su pantalón, luego se acercó al mueble de la entrada, había tirado la bolsa de medicamentos recetados, buscó el más fuerte, se tomó dos pas