Llegaron a la mansión Beltrán, al bajar, Perla, casi se le cayó la mandíbula por la belleza de la casa.
—Hermosa casa, cabrona—dijo Perla retirándose los lentes y soltando un largo silbido.
—Es la casa de mis padres, no es mía. —dijo Carolina cuando avanzó a la puerta principal de la casa.
—Pero familia es familia. —murmuró Perla detrás de ella.
Después de un largo recorrido por la propiedad, terminaron sentadas en la isla gigante de la cocina, Perla dio un largo sorbo a su cerveza, cuando dio otro, vio como el padre de Carolina entró a la cocina.
—Bienvenida, señorita…Acosta. —Carolina entrecerró sus ojos, dando señal de advertencia.
Ella se puso nerviosa, el señor que estaba caminando hacia a ella, se acercó y extendió su mano en saludo, Perla se p
—Te ves jodido, mexicano. Daniel levantó mirada y torció su labio. —Pero aun así obtuvimos lo de siempre, ¿No? —dijo en un tono irritado, la rubia se retiró la falda y luego la blusa sin sostén, había quedado completamente desnuda. —Dos veces. Pero aún nos falta más…—Daniel presionó sus labios. —Hoy no será maratón de sexo sucio. —la mujer, llamada Ruth, se quejó entre dientes. —Lo siento. La mujer arrugó su ceño, mientras con sus dedos se acariciaba su sexo húmedo. —Oh, qué mal, yo que ya estaba preparando para otros más…—Daniel como pudo se puso de pie, maldiciendo por el dolor, se acomodó su pantalón, luego se acercó al mueble de la entrada, había tirado la bolsa de medicamentos recetados, buscó el más fuerte, se tomó dos pas
—Buenas tardes—dijo Daniel caminando hacia Carolina, notó a la mujer morena dentro de la alberca frente a ella. —Daniel…—dijo Carolina, con sorpresa en su tono. —Cariño, pensé que irías a buscarme cuando te has enterado que ya no estoy en el hospital. —Se acercó y Carolina lo primero que hizo fue elevar su rostro para mirarlo desde la tumbona, Daniel, al saber que tenían público, alcanzó la barbilla de Carolina y la elevó cuando este se inclinó, dejó un beso contra sus labios, tomando por sorpresa a la mujer, se separó, luego miró hacia Perla, quién tenía una mirada divertida y de pícara. —Vaya, hasta que conoceré al prometido. Daniel se sentó sobre sus talones mirando hacia Perla que tenía su cuerpo dentro del agua y los brazos recargados en la orilla de esta, se retiró sus lentes de sol, acomodándolos en la abertura de su camisa, luego
Daniel estaba sentado en un rincón del despacho de su padre, tenía una pierna cruzada encima de la otra, dio un sorbo a su bebida, agitó su mano solo para escuchar el tintineo de los hielos golpear con el cristal. —¿Qué te tiene tan pensativo? —escuchó a su padre decir, Daniel giró su rostro hacia la entrada de la puerta, Armando cerró la puerta detrás de él y se dirigió hasta el escritorio para revisar unos datos de la embarcación que estaba por llegar al país. —Mañana es la boda. —dijo Daniel, las semanas anteriores, se dedicó de lleno a trabajar con su padre, solo cruzó palabras con Carolina las que solamente se necesitaban, desde aquella advertencia, prefirió mantener distancia y aprovechar el tiempo antes de empezar a verla todos los días en la nueva casa, en los negocios de ambas familias, ya que serían una sola y estarían ambos al frente de ello. Su padre levantó la
—Y otra firma en esta línea—dijo el abogado a Carolina, ella firmó, sintió como su corazón latió de la emoción, al terminar, levantó su mirada y se encontró con la de su padre, a su lado estaba Armando García. Les sonrió, Héctor y Armando estaban emocionados, finalmente habían realizado otra de sus metas propuestas entre los dos. —Entonces, se finaliza la sesión de firmas…—a lado de Carolina estaba Daniel, quien miró detenidamente cada movimiento y gesto de su padre y padrino, se les veía emoción genuina. Se levantó el abogado, luego Carolina, siguiéndole Daniel, Armando destapó una botella de champagne, sirvió y Héctor les entregó las copas para brindar. —¡Felicidades, muchachos! —dieron un sorbo, Carolina estaba emocionada, pero Daniel, siguió intrigado. —Gracias, padre, gracias Armando, gracias por la con
Daniel colgó la llamada con Carolina, luego soltó un largo suspiro. —Señor García, está el perímetro vigilado. —Daniel asintió sin ver al hombre que custodiaba la puerta de la oficina. —Gracias. —Daniel hizo una seña para que se retirara, al hacerlo, él se giró hacia la mujer vestida de traje elegante que miraba por el gran ventanal oscuro desde la tercera planta del lugar. Ella estaba cruzada de brazos, cuando se giró hacia el hombre que estaba sentado en la silla principal, se pasó su lengua por sus labios. —Vaya, así que el jefe se ha dignado a aparecer en el negocio—Daniel se recargó en la silla de cuero color crema, dejó su codo en el brazo de la silla y en la mano su barbilla, no dejó de mirar a la mujer. —Así es, si te molesta, lo siento, —Daniel hizo una señal a la puerta doble de acero. —Ahí está la
La adrenalina. El sabor de los labios. Esa electricidad invadiendo cada rincón del cuerpo. Sentimientos y recuerdos salen a la superficie. Una ola grande intentando ahogarlos. Así era como ambos se sintieron. Carolina se separó, tensó su mandíbula, la había besado, no solamente prefería él vivir sin sus dedos, estuvo decidido a arriesgarse. —¿Qué es lo que haces? ¿Quieres quedarte sin tus putos dedos? ¿Sin hijos? ¿Qué no se te graba nada en esa cabeza que tienes? ¿La tienes dioquis o qué? —dijo ella encabronada, Daniel retrocedió al sentirla tensa, a la defensiva, pensó que había cruzado una línea demasiado delgada entre los dos, una pequeña vena resaltó de su cuello, tenía la mirada de una asesina, pero para él fue adorable, ¿Qué le estaba pasando con ella? El tenerla cerca lo puso en desventaja…de nuevo. —Tranquila, —se pasó una mano po
La música electrónica sonó de fondo, haciendo que el hombre delante de Carolina siguiera moviéndose de un lado al otro con la tanga de elefante, ella estaba repasando una y otra vez las palabras que habían calado en algún lugar dentro de ella. Perla, al contrario de Carolina, no dejó de chiflar a los desnudistas, de vez en cuando metiendo sus dedos entre la tanga de los bailarines, al notar que su amiga, estaba sumida en su propia burbuja, se acercó a ella decidida a pincharla de un chingazo, se dejó caer en la silla y le ofreció la botella de tequila. —¡Vamos mi reina! ¡Esto parece más un funeral que una puta despedida, cabrona! —gritó por lo alto ya que la música sí que no dejaba que uno escuchara ni sus propios pensamientos, Carolina aceptó la botella y se la empinó, Perla arqueó una ceja y sonrió, finalmente la noche empezaba a pintar bien para ellas, Carolina le regresó la botella y sonrió al ver a su ami
La puerta se cerró por cuarta ocasión, esta vez, se había retirado el peinador, ahora solo quedaba esperar el momento de bajar y enfrentar su nuevo destino. Carolina estaba sentada frente a su gran tocador, su mirada estaba perdida en su propio reflejo, escuchaba a los lejos al organizador de la boda ladrando ordenes al personal, giró un poco su rostro y pudo ver desde su lugar el gran jardín donde sería la fiesta, vio a los meseros ir de un lado a otro. Escuchó la puerta abrirse, se imaginó que sería Perla, quizás le ayudaría a calmar sus nervios, cuando regresó su mirada al espejo, vio en el reflejo a Daniel recargado contra la puerta, tenía su pantalón de vestir, la camisa blanca con dos botones del pecho abierto, el listón de la pajarita colgando en su cuello, lució un rostro relajado, todo lo contrario, a ella. —¿Qué no te han enseñado a tocar la puerta? —Carolina espetó con la mandíbula tensa,