Por fin el divorcio

Una mañana, mientras Avy se encontraba sentada en su cama, sumida en sus pensamientos, Max entró corriendo, sin previo aviso. Con su pequeño cuerpo, corrió hacia ella y se subió a la cama sin dudar. Le dio un abrazo tan fuerte que Avy no pudo evitar sonreír, aunque con los ojos llenos de lágrimas.

—Te quiero mucho, Avy —dijo Max, con la sinceridad que solo un niño podía tener —No llores, por favor.

Avy lo miró, y algo en su interior cambió. Al ver el amor puro del niño, comenzó a darse cuenta de que la vida aún tenía belleza. Que el miedo no debía ganar, que no podía esconderse para siempre. Por Max, por su familia, por ella misma, debía intentar sanar.

Avy abrazó al niño, sus lágrimas cayendo sin poder evitarlo. El pequeño Max, sin saberlo, le estaba dando la fuerza para salir de su encierro. La conexión con él la sacaba poco a poco de la oscuridad en la que se había sumido.

—¡Gracias! , Max —susurró Avy, mientras lo apretaba más fuerte contra su
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