El inicio del fin
El dolor se hace grande y fuerte convirtiéndose en el verdugo de mis días y no estoy segura de poder mantenerme en pie cuando todo está en mi contra.
Atenea
Hoy de nuevo tendré el desagradable placer de ver al señor Black, la diferencia además de estar preparada para el encuentro es que hoy mismo firmamos el acta de matrimonio y me voy a vivir a su casa tal como él lo pidió. Siempre imaginé una gran fiesta, caminando al lado de mi padre hacia el altar, donde me estaría esperando el hombre perfecto para mí, pero, en cambio, me toco esto, una simple transacción comercial indigna de una celebración, no recuerdo que alguien nunca en toda la historia de la humanidad haya celebrado su propia desgracia.
Me miro en el espejo de mi habitación por última vez antes de salir por un largo tiempo de mi casa, me he puesto un vestido negro contemporáneo hasta las rodillas, un atuendo clásico y apropiado para la ocasión, lo he complementado con el juego de collar y pendientes de mi mamá, en mi rostro el brillo se ha apagado casi por completo, me veo cansada, demacrada y sin vida, la verdad es que ni siquiera recuerdo cómo sonreír, hace casi siete meses que mi mundo se desmoronó y todavía continuo recogiendo las partes para tratar de unirlo de nuevo con el recuerdo del amor de las únicas personas que me amaron de verdad.
Respiro profundamente antes de girarme y ver sobre la cama todo mi equipaje ya listo para ser enviado a la casa de mi futuro esposo, solo faltan un par de horas para que el acuerdo sea firmado, espero que el señor Black no ponga objeciones con respecto a las condiciones de nuestro matrimonio, aunque fue el mismo quien me firmo una hoja en blanco restándole interés a algo que quizás le hubiese convenido discutir con mucha más atención, en fin su firma y la mía están plasmadas en el documento y que lo rechace en este momento únicamente alargaría mi agonía.
—Adelante —digo al escuchar los golpes en la puerta que me sacan un poco de mis pensamientos.
—Señorita, el coche la espera —informa Alicia con una sonrisa apagada.
—Recuerda enviar el equipaje a mi nueva dirección hoy mismo, en lo que converse con el señor Black, le pediré que me permita llevarte conmigo —señalo, porque no pienso dejarla con el idiota de mi hermano, estoy segura de que convertirá la casa de mis padres en un antro y no creo tener el poder para evitarlo.
—Como diga señorita, estaré esperando su llamada —su voz sale un poco quebrada, ella apreciaba mucho a mis padres, es un poco mayor que yo, bien podría ser una hermana mayor para mí, es una pena que no lo sea.
—Es hora de hacer a un lado el dolor y sacar fuerzas de donde no las hay para sortear el destino que me toca, cuando esta farsa termine tendré tiempo para continuar llorando —pronuncio cambiando mi tono de voz por uno más frío.
Quizás el dolor me dé el coraje que necesito, investigue un poco a Dominic Black y pude ver que es un hombre arrogante y narcisista, acostumbrado a que todos bajen la cabeza delante de él y a obtener siempre lo que desea sin importar el costo, quizás por eso es que ahora voy camino a casarme con él, de algún modo convenció a mi padre para que aceptara un trato de ese tipo. Pensé en impugnar el testamento, pero no estoy segura ni tengo pruebas de que mi padre fue presionado para establecer de esa manera las condiciones para heredar.
Subo al coche en silencio y dejo que el chofer me conduzca hasta donde el final empieza, no espero nada agradable de todo esto, únicamente una convivencia en la que me pueda sentir medianamente tranquila en un lugar extraño y desconocido, aunque lo dudo y espero tener la fortaleza mental para enfrentarme a la bestia como lo denominan. En fin, basta de pensar en ese hombre que ya bastante tiempo tendré para tenerlo presente cada maldito día de mi existencia, mi hermano es quien me preocupa de cierto modo.
No hizo nada por invalidar el testamento y además desde que se largó en medio de la lectura no ha vuelto ni ha dado señales de vida, su silencio no es normal, sin embargo, confío en que no esté haciendo nada que lo ponga en riesgo. Las cosas deberían de ser diferente entre los dos, él es quien tiene que cuidar de mí y preocuparse por mi bienestar, pero me toco hacer el papel de hermana mayor porque a él no se le da la gana de madurar y comportarse como un hombre.
—Señorita, hay reporteros fuera de la notaria ¿Doy la vuelta? —Me sobo la frente tratando de aclarar mis pensamientos, lo que menos quiero es dar declaraciones en este momento, la prensa no entiende que no todo el mundo quiere hacer un tabloide con su culo.
—No, estaciona en el frente y ayúdame a que nadie se me acerque por favor —pido, si rodeamos perdemos más tiempo y nada me asegura que no vayan a dar a la puerta de atrás para continuar con el acoso periodístico, no sé cómo existen personas que les encanta ser el centro de atención de estas personas que solo viven del chisme.
Cuando el auto se detiene, los reporteros saltan enseguida hacia la puerta trasera del vehículo, de donde se supone tengo que salir para poder ingresar a la notaria, por suerte los oficiales del despacho se avocan y alejan a la eufórica prensa sedienta de alguna declaración de mi auto, bajo una vez el chofer me abre y me acompaña en el camino que los oficiales han hecho, no es tanto el recorrido, empero, la mezcla de voces y palabras hacen que me maree momentáneamente al sentirme asfixiada.
—Atenea, al fin llegas —pronuncia el señor Robinson—. Llegue antes y traje conmigo algunos efectivos, los últimos días has estado en boca de toda la prensa y de algún modo se filtró la noticia de tu enlace con el señor Black —añade a modo de explicación, ahora entiendo por qué tantos imbéciles afuera.
—La verdad no tenía ni idea de que era la noticia del día, en fin no vine para hablar sobre eso, sino para firmar el acta de matrimonio, hagámoslo, ya necesito retirarme —no quiero ser grosera, pero la verdad es que imaginar que tengo que pasar de nuevo por esa marea alta de reporteros me hace sentir enferma.
—Entonces vamos, el señor Black nos espera —anuncia y quiero decir que me sorprende, sin embargo, llegue un poco tarde y creo que es la maldición de las novias, aunque algunas no estemos tan felices como se espera.
Tal como me informo el señor Robinson Dominic Black espera por mí, su mirada me recorre y me provoca escalofríos, no obstante, intuyo que es su manera de doblegar las almas que se levantan en su contra.
Mi esposo, el verdugo de mi vida, la pesadilla de mis días, el rey de mi infierno. El culpable de que mi corazón se torne oscuro y mis sentimientos se congelen para siempre.El contratoAteneaRespiro libre por última vez, pasará mucho tiempo antes de que pueda volver a hacerlo. Con paso digno y distinguido, como el de una reina ingreso a la oficina preparada para la lectura, en la que saldré convertida en la señora Black, odio el título, pero prefiero sacrificar mi libertad antes de ver en la basura todo lo que mi padre consiguió durante toda una vida de esfuerzo y lucha. Mi futuro esposo me retira la silla ara que tome asiento delante del notario y posteriormente toma su lugar a mi lado, detrás de los dos nuestros abogados.—Tengo entendido que antes de iniciar con el proceso de matrimonio, se dará lectura al contrato prematrimonial con el fin de que las partes estén de acuerdo —pronuncia el juez dando inicio.Asiento en silencio y le hago una seña con la mano a mi abogado para que
Nunca el infierno me pareció más real que ahora, en este momento en el que piso un terreno desconocido y he firmado el contrato que le entrega mi alma al demonio. Ruego al cielo que mi espíritu me baste para resistir.El infiernoAteneaAhora soy la esposa de un hombre al que desconozco en realidad. He implorado por una respuesta, pero el fantasma de mi padre se niega a dármela, solo quiero entender el porqué de su decisión, ¿por qué si tenía tantas reserva con Dominic Black me obligo a casarme con él? Es inútil, por mucho que me esfuerce jamaras entere su decisión. Dejo escapar un sonoro suspiro a la vez que me fijo en el exterior del auto cuando el paisaje cambia, finalmente llegamos a la propiedad de mi esposo. Una inmensa mansión blanca, grandes ventanales que van desde el piso hasta el techo, la fachada es impresionante, pero no es mi casa.Bajo del auto una vez se detiene e ingreso rápidamente a la casa, el personal me espera al pie de la escalera, seguramente se imaginan que so
¿Mercancía o presa? Da igual, de todos modos estoy en sus manos y me temo que no tendré la fuerza necesaria para salvarme de sus labios y sus manos. Sus labiosAteneaMe es muy difícil ignorar lo mucho que me atrae, sin embargo, debo ser fuerte y mantener los ojos bien abiertos, estoy segura de que las intenciones de mi esposo no son para nada confiables, habiendo tantas mujeres mucho más atractivas y maduras ¿Por qué se tuvo que fijar en mí? Claro, no es que sea un anciano, quizás unos veinticinco años, la edad ideal para tener a cualquier otra a sus pies, es obvio que mi fortuna y mi posición es lo que le atrae de mí.—No voy a negar que haberme casado contigo es un excelente negocio, no seré un hipócrita en ese sentido, no obstante, no es el único motivo que tuve para aceptar este convenio —dice rato después rompiendo el silencio que se formó entre los dos en el comedor.—Te confieso que no me sorprende tu confesión, pero tu descaro, eso sí que es de admirar —ironizo—. Ya he termi
Sentir la inocencia de su alma en mis labios fue el peor error que cometí. El agridulce de su pureza se ha convertido en el afrodisiaco que tortura mi existencia con su presencia aquí en mi vida. Enamorarse no es el plan Dominic No sé en qué demonios estaba pensando, se supone que esa niña insípida no me interesa en lo más mínimo, el plan es hacerla bajar la guardia que se sienta segura y confiada a mi lado, solo de ese modo voy a conseguir expandirme. No quiero su dinero, yo tengo mis propios millones y jamás he sido un vil ladrón, pero como conseguir que se comporte como una buena esposa delante de las demás personas, si su mirada deja en claro que lo único que desea es verme bajo tierra. No debí besarla, eso es seguro, sin embargo, su actitud desafiante, su pequeña boca convertida en una fina línea y la manera en la que sus pupilas se contraen al tenerme en frente me hacen desearla. Definitivamente, he perdido el rumbo de mis planes, es que ni siquiera tuve que haber dicho que
Probé el dulce sabor de la manzana y ahora muero por conocer la condena del pecado que guarda el misterio de su piel. Cierro los ojos y te veo: dulce, inocente, salvaje, arrebatadora. Del calor al frío Dominic Los segundos pasan lentamente mientras continúo estático sin quitarle la mirada de encima, la luz plateada de la luna baña su rostro y la hace lucir angelical. Miles de pensamientos pasan por mi cabeza, su propuesta es todo lo que quiero de ella y para ser sincero conmigo mismo, quizás tiene razón y nunca logre enamorarla, a pesar de su edad puedo ver que es una mujer madura y segura de sus decisiones, supongo que sus padres hicieron un buen trabajo con ella. Algo cambia en mi interior, pero no sé qué exactamente, tal vez mi manera de percibirla, ahora no me parece tan niña y aunque no es voluptuosa o una mujer mucho más madura, posee un encanto único que hechiza sin esfuerzo. Salgo de mis pensamientos cuando el brillo de una perla rodando por su mejilla atrapa mi atención
Te deseo fuerte, salvaje y guerrera, porque frágil, avivas el deseo de acabar con ese mundo que te hace daño y me aterra, que llegues a sentir miedo de mi amor. De la tristeza al odio y al deseo Dominic Dudo en continuar diciendo cualquier cosa, la expresión de su cara es la de alguien que debate internamente entre creer en lo que se le dice o dejarse llevar por lo que siempre ha conocido. Quizás yo no sea un santo, pero estoy consciente de que mucho de lo que se dice de mí es falso, así como también estoy seguro de que fue su padre quien propicio toda esta situación. No obstante, no me queda claro el motivo que tuvo el viejo para poner de condición en su testamento que ella debía casarse conmigo para poder recibir su herencia, es claro que me detestaba y dudo que después de muerto su último deseo haya sido hacer las paces conmigo. ―Está bien, te ayudaré si me das tu palabra de que vas a cumplir con mi condición —dice finalmente rompiendo el silencio que se formó entre los dos. —
¡Oh dios mío! ¿Cómo me libero de la bestia si sus garras son mi deleite? He conocido la tentación y muero por pecar.AteneaQuedo congelada al escuchar su declaración, es un descarado, un sin vergüenza, pero quizás también yo sea culpable de su desfachatez. No debí atreverme a tanto, mi intención era hacerlo sentir incómodo a él, no a mí misma. Es claro que no poseo las herramientas para continuar con el juego que yo misma inicie, siento que la cara me ardo y mi centro hormiguea sin parar.En silencio llegamos al café donde solía venir con mi papá cuando se tomaba un descanso para estar conmigo, en realidad yo siempre aparecía en su oficina para sonsacarlo y hacer que dejara todo tirado por un rato. Suspiro inconscientemente antes de entrar y si premeditarlo viro la mirada hacia la mesa que normalmente ocupábamos, pero no está vacía, dos mujeres la comparten mientras conversan animadamente.—Tomemos asiento en esta mesa —dice mi esposo sacándome de mis pensamientos.Es la mesa más vis
Llenas de pureza a la oscuridad y de perversión a la inocencia. Te haces un hueco de a poco en mi corazón, ayudándote con ese deseo oculto y secreto que únicamente tú conoces, porque lo has despertado de su sueño profundo y ahora anhela ser tuyo. Atenea No sé qué es lo que estoy haciendo, había dicho que le daría guerra y le haría la vida imposible y, sin embargo, estoy tratando de mantener la paz entre los dos y hasta he disfrutado de su compañía. Me gustaría continuar en ese café y seguir riendo de las cosas que dice ¿Quién se imaginaría que el señor Black tendría tan buen sentido del humor? Camino con dirección a la empresa de mi papá y a medida que me acerco el corazón se me estruja, la última vez que estuve en su oficina me recibió con los brazos abiertos como siempre, siento como de nuevo la tristeza empieza a subirme por la espina dorsal y me abraza con fuerza amenazando con no soltarme nunca. —Debo ser fuerte, ellos querrían que lo fuera —murmuro en voz baja. La fachada pr