Elena se pasó la tarde en la biblioteca revisando unas cuentas. Felipe no se lo había pedido pero, Greg sí. Y además del inmenso cariño que le tenía al anciano adoraba los números. Eran una extensión más de ella. Se perdía por horas y horas. Había participado en muchos concursos de matemática desde que tenía diez años. Pero todos habían sido de forma virtual. En una de las habitaciones que nunca se usaban había un estante con todas sus medallas. Estaba sola con los libros hasta que sintió el chirriar de la puerta. Desde su posición podía ver el arco de la entrada pero, no podían verla a ella. Vio una sombra ajena a todas las personas que conocía y por primera vez en su vida, se escondió. Le gustaba enfrentar los problemas pero había cierta tensión en el aire que la traía en un estado constante de nervios. Sin embargo actuó con precaución y cogió la pequeña navaja que siempre llevaba en la pantorrilla. Andar con vestidos hacía que nadie se preguntara por su origen. A base de prueba y
Elena había decidido dar una vuelta por el pueblo. No comunicó nada pues no se alejaría mucho. Y aunque su rostro fuera conocido pretendía coger por lugares que no tuvieran personas. Se conocía la isla como la palma de su mano. Donde hacían los mejores dulces y todos los puestos donde vendían flores. Donde se reunían los artistas y donde se podía ver el atardecer más bello. Y por esa simple razón sabía como esquivar las multitudes. Como hacer que su presencia pasara desapercibida. Como hacerse una ciudadana común y corriente. Se puso unas botas estilo militar y unos pantalones ajustados. Se subió su largo cabello en un moño y quitó todo maquillaje de su rostro. Un sombrero de ala ancha completaba el conjunto. Salió por la puerta de la cocina sin que nadie la notara. Por primera vez en muchos días se sintió verdaderamente libre. Una persona más y no una reina. No sabía que había extrañado tanto esa cotidianeidad hasta que se mezcló con un grupo de turistas. Volvió a recorrer los cam
Los calabozos reales habían cambiado mucho con el decursar de los años. Eran más para entretenimiento turístico que para otra cosa. Se había conectado el fluido eléctrico al resto del castillo y se habían quitado la función que cumplían las antorchas. Solo se habían dejado como decoración y para demostrar como era la vida en los siglos pasados. Aún así Elena tuvo un temblor imperceptible cuando consiguió bajar la escalera de caracol hasta los niveles más profundos. Y si no fuera por toda la luz que se filtraba del lugar resultaría espeluznante. Empujó los recuerdos al fondo de su mente e intentó desconectar haciendo una broma,— ¿Ahora te va el BDSM, Felipe? ¿No conocía esa faceta? ¿Piensas encadenarme? —Felipe no habló, siguió caminando. Y Elena habría asegurado que no la había escuchado si no fuera por la rigidez con la que estaba apretando su mandíbula. Tanta fuerza contenida que podia escuchar el rechinar de sus dientes. —Me estás llenando el cupo, Elena. Deberías considerar per
—Elena. Vamos, princesa, abre esos preciosos ojos. —Felipe llamó a su esposa mientras tocaba delicadamente su mejilla. Estaba muy fría. Sin embargo el aire regresó a sus pulmones cuando vio que sus pestañas aleteaban y su mujer lo miraba. Había encendido las luces y pudo comprobar el mismo instante que esa mirada gris pasó de incertidumbre a pánico. Elena se encogió sobre sí misma y se pegó más a la celda.—No me toques. No me toques. Aléjate de mí. —Y fue ese terror que expresaba la voz de su mujer lo que hizo que Felipe se sintiera como el canalla más grande de la historia. —Necesito acercarme para liberar tus manos. Prometo que después no me acercaré de nuevo. Por favor. Pero Elena no entendía, estaba como ida. Lo único que decía era que no la tocara mientras su cabeza se movía de un lado a otro frenéticamente. Y pensar que había hecho que volviera a sentir sus miedos más profundos estaba acabando con su alma. Había muchas cosas respecto a la reina de Talovara que a Felipe le se
Pasaron los días y Felipe vivió en carne propia el rechazo de su mujer. Vivían juntos pero, nunca la distancia entre ellos se había sentido tan insalvable. A pesar del trauma que le había provocado a su señora, Elena seguía siendo igual. Bueno con todos menos con él. Solo le hablaba cuando era extremadamente necesario y solo con monosílabos. En la última semana si había logrado que conversara con él media hora podía considerarse privilegiado. Y como no podía hablar con ella abiertamente, se dedicó a observarla. A hacerle un análisis exhaustivo. Se dio cuenta como el cabello de Elena tenía ondas en las puntas. Como sus ojos se iluminaban cuando compartía cosas con la servidumbre y como arrugada la naricilla cuando había algo que no le gustaba. De los tres lunares que tenía en la mejilla izquierda en forma de diagonal y de la maravillosa curva de sus labios. Labios que se moría por volver a probar. Pero se había hecho una promesa a sí mismo. Se ganaría su confianza de nuevo. Sería
—Sabes —dijo Elena mirándola de forma sospechosa—, me da la ligera sensación que me estás mintiendo. No te conozco de hace mucho pero no tienes razón alguna para apretarte las manos tan compulsivamente. — ¡Joder! También lees a las personas. Pues sí. No tuve valor ni siquiera para llegar. A medio camino volví. Soy una cobarde ¿no es así?—No. No lo eres. Hoy alcanzaste medio tramo. Quizás mañana, pasado o la semana que viene puedes recorrer la distancia completa. Pero deberías decírselo. Si es como dijiste, querrá saber que va a ser padre.—Lo pensaré, vale. No tienes idea de lo que me está empezando a gustar tu compañía —dijo María apretando sus manos— ¿Me ayudas a hacer una tarta?—Por supuesto. Necesito entretenerme. Aunque no sé si te serviré de mucho. Lo único que he hecho en mi vida es té y casi enveneno a una amiga.—No será para tanto. Con práctica todo mejora. Y eso se aplica a cualquier área de la vida. —terminó bajando y subiendo las cejas. Elena sonrió con ganas cuando e
Felipe se despertó mareado. La anestesia había sido la bomba. Recordaba fragmentos del día anterior. Sin embargo el dolor era algo constante. Una mano rozando sus dedos lo acabó de espabilar. Elena estaba a su lado. Profundamente dormida mientras su cabello se desparramaba en la sábana blanca. Se había quedado en shock pero había insistido en acompañarlo al hospital. Y en su estado de nervios el personal del helicóptero no había tenido otro remedio que subirla con ellos.Pero si algo tenía presente era como le había rogado que se quedara a su lado cuando había salido del salón de operaciones. Sin embargo mientras la contemplaba y veía sus profundas ojeras se dio cuenta lo egoísta que había sido. Su esposa necesitaba descansar pues él en manos más capacitadas no podía estar.—Hey —lo llamó Elena desperezandose— ¿Cómo te sientes?—Atontado. Y me duele un poco.—Quizas ya es hora de tu medicación. Voy a buscar a una enfermera. No me demoro.Elena salió segura. El hospital de Talovara no
Felipe no dejaba de pensar en las palabras de William. Miraba el firmamento en busca de respuestas. Sabía que debido a su fortuna tenía enemigos. Unos cuantos. La envidia era un gran impulsor para muchos. Pero una cosa era hacer que sus negocios fracasaran y otra bien distinta intentar matarlo. Un ligero toque en la puerta lo hizo gritar "adelante". Ciertamente no iba a pararse. Sabía manejar las muletas pues cuando era niño tuvo que estar un período tan largo con ellas, que parecían una extensión de sí mismo. Pero en esos momentos todavía persistía el dolor. Elena entró con paso ligero mientras que la falda de su vestido hacían ondas a su alrededor, Chispita siguiendo cada uno de los pasos de su dueña.— ¿Cómo te encuentras? —preguntó Elena. Habían pasado tres días desde que lo había visto. Sus deberes sociales le habían impedido acercarse al hospital de día y cuando había ido de noche, Felipe se encontraba dormido.—Mejor, aunque he tenido tiempos mejores ¿Qué tal la apertura de