El viento de finales de otoño golpeaba con fuerza los terrenos de la villa Lund, haciendo crujir las ramas desnudas de los árboles que flanqueaban el camino. El sendero hacia la mansión, cubierto de hojas secas, reflejaba la pálida luz matutina.Sonja Lund salió del vehículo con movimientos calculados, cerrando la puerta con un golpe seco que resonó en el aire. Su abrigo ondeaba al viento mientras alzaba el mentón con altivez.Sin embargo, había algo distinto en su expresión. Tras su elegancia, se escondía una sombra de duda.Al llegar a la puerta, Anna, la leal ama de llaves, la recibió con su habitual discreción. Pero Sonja pasó junto a ella sin saludar.Mathias la esperaba al pie de la escalera, su figura rígida y tensa, con el abrigo ya puesto y la corbata ligeramente aflojada. Su postura reflejaba prisa e incomodidad.—Mathias —lo saludó Sonja, alzando una ceja—. ¿Qué sucede? Tu llamada fue, por decir lo menos, inesperada.—Gracias por venir —respondió él, con un distante que sol
El día había sido largo para Sonja. Más largo de lo que había anticipado. Desde que Mathias había dejado a los niños esa mañana, la casa se había transformado en un campo de batalla.Jens insistía en explicar las reglas de un juego que cambiaban cada cinco minutos. Emma la seguía de un lado a otro, exigiendo atención para cada nuevo dibujo que creaba. Y Lars, con su obstinación casi admirable, no aceptaba comer si las tostadas no tenían caras hechas con mermelada.Para el mediodía, Sonja estaba exhausta. La paciencia, que nunca había sido su fuerte, se estaba desgastando rápidamente. Los gritos, las demandas, el caos de tres niños pequeños parecían formar una sinfonía desquiciante que no daba tregua.Pero luego, algo inesperado ocurrió.A medida que avanzaba la tarde, entre el cansancio y la frustración, empezó a notar cosas que antes no había visto. Jens tenía una risa fuerte, contagiosa, que llenaba la casa como un eco cálido. Emma, con sus dibujos torpes, pero llenos de colores viv
El juez alzó la mirada de los documentos que sostenía entre sus manos, y su voz cortante rompió el silencio de la sala:—El tribunal declara disuelto de manera definitiva el matrimonio entre Beate Katrine Halvorsen y Ole Thorsen.Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Katrine dejó de respirar, como si su cuerpo no pudiera procesar lo que acababa de escuchar. ¡Era libre! Esas palabra resonaba en su mente como un eco, rompiendo las cadenas invisibles que la habían retenido durante tanto tiempo.Su corazón comenzó a latir con fuerza, y las lágrimas brotaron sin control. Pero no eran lágrimas de tristeza, sino todo lo contrario: eran de alivio, de puro júbilo, de algo que no recordaba cómo se sentía: felicidad y esperanza.—Libre… —susurró con labios temblorosos, saboreando aquella palabra.Primero fue apenas audible, y, luego, como una marea creciente, la emoción explotó en su interior. Su pecho se agitó, y de su garganta brotó una risa, al principio suave, pero que pronto se conv
Era la primera vez que Sofie entraba al hospital con pasos ligeros y una amplia sonrisa iluminándole el rostro. Había algo diferente en su andar, como si una nueva energía la impulsara. Detrás de ella, Mathias la seguía en silencio, su figura imponente destacándose en el pasillo. La atención y calidez que él había mostrado en las últimas semanas seguían desconcertándola, pero también llenándola de una reconfortante seguridad.De repente, Sofie se detuvo y giró sobre sus talones, encontrándose con la mirada de Mathias. Sus ojos brillaban con emoción, reflejando un entusiasmo que no podía ocultar.—Oye, si esto sigue así, tal vez pueda hacer algo que llevo tiempo postergando —dijo, rompiendo el silencio mientras se ajustaba el bolso al hombro.Mathias giró la cabeza hacia ella, alzando las cejas, ligeramente intrigado.—¿Postergando?—Sí. —Sofie sonrió, pero no lo miró directamente—. Había pensado en llevar a los niños de viaje.Mathias chasqueó la lengua, como si reflexionara sobre lo
Desde el ventanal del departamento que había adquirido recientemente para escapar del control de su familia, Kaja Lønn observaba cómo la ciudad se extendía bajo la lluvia, a sus pies. La copa de vino que sostenía en su mano reflejaba las luces de Copenhague, mientras un destello de satisfacción cruzaba su rostro.La tenue iluminación de la sala suavizaba los contornos de los muebles de estilo moderno, pero no eran capaces de aplacar la determinación que brillaba en sus ojos azules. Llevaba un vestido de seda que caía como una segunda piel, y su postura, relajada, irradiaba su acostumbrada confianza.El primer movimiento en el tablero había sido todo un éxito. Ahora las piezas se encontraban en el lugar indicado, y todo lo que debía hacer en ese momento era dejar que las cosas fluyeran y el destino hiciera lo suyo. Mathias siempre había sido predecible, incluso dentro de su imprevisibilidad. Sabía cómo picarlo, provocarlo.Mientras pesaba en esto, el timbre sonó y una sonrisa cruzó len
Aquella frase lo golpeó como un martillo, y aunque intentó ocultarlo, su sorpresa fue evidente.—¿Te has vuelto completamente loca? —espetó al cabo de un momento, con incredulidad y desprecio.—No estoy loca, Mathy —Su voz era casi un susurro, una caricia envenenada—. Si quieres salvar a la pobre madre de tus queridos y adorables hijos, y mantener tu empresa intacta, sabes lo que tienes que hacer. Es lo justo.Mathias soltó una risa amarga, seca, que llenó el silencio de la habitación como el eco de una grieta que se expande.—Justo —repitió, con la voz cargada de un desprecio casi tangible.Kaja ladeó la cabeza, su sonrisa se hizo más pronunciada, pero no menos inquietante. Había un brillo en sus ojos, algo oscuro, afilado, que hacía que la piel de Mathias se tensara como un resorte.—Claro que lo es.Mathias la miró fijamente, como si pudiera atravesarla.—Estás enferma, Kaja —escupió Mathias—. ¿Sabes lo que estás haciendo? Esto no solo me afecta a mí, a la opinión pública de Lund F
Dos semanas después…—Mathias, esto te va a terminar matando —dijo Lukas con voz grave, cargada de preocupación. Había entrado al despacho de su hermano, sin siquiera golpear, encontrándolo hundido en su silla tras el ordenador, con los ojos inyectados en sangre y las manos temblorosas por el agotamiento.Mathias apenas alzó la mirada, mientras sus dedos seguían bailando sobre el teclado de manera frenética.—No tengo otra opción, Lukas. Si no hago algo, el cáncer va a matar a Sofie antes de que yo pueda colapsar por falta de sueño.—¿Y qué vas a lograr en este estado? —Lukas cerró la puerta detrás de sí, avanzando hacia el escritorio abarrotado de documentos, carpetas y tazas vacías de café; y su voz adoptó un tono más firme—. Matarte a ti mismo, no garantiza que vayas a salvarla.Mathias se recostó en la silla, pasándose las manos por el cabello desordenado, un gesto que contrastaba con su habitual perfección. Su camisa arrugada y mal abotonada, la barba descuidada y los círculos os
—¿Qué te dijo Mathias? —preguntó Katrine, con voz temblorosa pero contenida, dejándose caer al borde de la cama, mientras sus manos jugueteaban nerviosamente con el borde de su suéter, con la mirada perdida en el suelo.Lukas se detuvo en la puerta, inclinando ligeramente la cabeza al verla de ese modo. Su postura, tan frágil como firme al mismo tiempo, le resultó un recordatorio silencioso de todo lo que ella había soportado y seguía soportando, la mayor parte del tiempo, en silencio.—Pues no mucho más de lo que ya sabemos —respondió mientras se acercaba, sentándose a su lado con calma, aunque sabía que ella no quería esa respuesta. Katrine inspiró hondo y levantó la mirada hacia él por un instante, pero no pudo sostenerla. —¿Sabes? Tengo miedo de que Mathias no pueda hacer nada pese a todos sus intentos, igual que la policía con Ole… —Su voz se quebró, y rápidamente bajó la cabeza, frotándose las sienes como si quisiera apartar aquellos pensamientos.Lukas ladeó la cabeza, obser