Desde el ventanal del departamento que había adquirido recientemente para escapar del control de su familia, Kaja Lønn observaba cómo la ciudad se extendía bajo la lluvia, a sus pies. La copa de vino que sostenía en su mano reflejaba las luces de Copenhague, mientras un destello de satisfacción cruzaba su rostro.La tenue iluminación de la sala suavizaba los contornos de los muebles de estilo moderno, pero no eran capaces de aplacar la determinación que brillaba en sus ojos azules. Llevaba un vestido de seda que caía como una segunda piel, y su postura, relajada, irradiaba su acostumbrada confianza.El primer movimiento en el tablero había sido todo un éxito. Ahora las piezas se encontraban en el lugar indicado, y todo lo que debía hacer en ese momento era dejar que las cosas fluyeran y el destino hiciera lo suyo. Mathias siempre había sido predecible, incluso dentro de su imprevisibilidad. Sabía cómo picarlo, provocarlo.Mientras pesaba en esto, el timbre sonó y una sonrisa cruzó len
Aquella frase lo golpeó como un martillo, y aunque intentó ocultarlo, su sorpresa fue evidente.—¿Te has vuelto completamente loca? —espetó al cabo de un momento, con incredulidad y desprecio.—No estoy loca, Mathy —Su voz era casi un susurro, una caricia envenenada—. Si quieres salvar a la pobre madre de tus queridos y adorables hijos, y mantener tu empresa intacta, sabes lo que tienes que hacer. Es lo justo.Mathias soltó una risa amarga, seca, que llenó el silencio de la habitación como el eco de una grieta que se expande.—Justo —repitió, con la voz cargada de un desprecio casi tangible.Kaja ladeó la cabeza, su sonrisa se hizo más pronunciada, pero no menos inquietante. Había un brillo en sus ojos, algo oscuro, afilado, que hacía que la piel de Mathias se tensara como un resorte.—Claro que lo es.Mathias la miró fijamente, como si pudiera atravesarla.—Estás enferma, Kaja —escupió Mathias—. ¿Sabes lo que estás haciendo? Esto no solo me afecta a mí, a la opinión pública de Lund F
Dos semanas después…—Mathias, esto te va a terminar matando —dijo Lukas con voz grave, cargada de preocupación. Había entrado al despacho de su hermano, sin siquiera golpear, encontrándolo hundido en su silla tras el ordenador, con los ojos inyectados en sangre y las manos temblorosas por el agotamiento.Mathias apenas alzó la mirada, mientras sus dedos seguían bailando sobre el teclado de manera frenética.—No tengo otra opción, Lukas. Si no hago algo, el cáncer va a matar a Sofie antes de que yo pueda colapsar por falta de sueño.—¿Y qué vas a lograr en este estado? —Lukas cerró la puerta detrás de sí, avanzando hacia el escritorio abarrotado de documentos, carpetas y tazas vacías de café; y su voz adoptó un tono más firme—. Matarte a ti mismo, no garantiza que vayas a salvarla.Mathias se recostó en la silla, pasándose las manos por el cabello desordenado, un gesto que contrastaba con su habitual perfección. Su camisa arrugada y mal abotonada, la barba descuidada y los círculos os
—¿Qué te dijo Mathias? —preguntó Katrine, con voz temblorosa pero contenida, dejándose caer al borde de la cama, mientras sus manos jugueteaban nerviosamente con el borde de su suéter, con la mirada perdida en el suelo.Lukas se detuvo en la puerta, inclinando ligeramente la cabeza al verla de ese modo. Su postura, tan frágil como firme al mismo tiempo, le resultó un recordatorio silencioso de todo lo que ella había soportado y seguía soportando, la mayor parte del tiempo, en silencio.—Pues no mucho más de lo que ya sabemos —respondió mientras se acercaba, sentándose a su lado con calma, aunque sabía que ella no quería esa respuesta. Katrine inspiró hondo y levantó la mirada hacia él por un instante, pero no pudo sostenerla. —¿Sabes? Tengo miedo de que Mathias no pueda hacer nada pese a todos sus intentos, igual que la policía con Ole… —Su voz se quebró, y rápidamente bajó la cabeza, frotándose las sienes como si quisiera apartar aquellos pensamientos.Lukas ladeó la cabeza, obser
—¡Mathias! ¡Rápido! —El grito de Katrine desgarró la tranquilidad de la mansión. Mathias salió del despacho a toda velocidad, sintiendo cómo la adrenalina se disparaba incluso antes de entender qué era lo que pasaba.Al llegar a la sala, se encontró con una escena que le heló la sangre: Sofie se encontraba tendida en el suelo, con su cuerpo sacudiéndose de manera violenta mientras Katrine intentaba sujetarla, tratando de evitar que se golpeara la cabeza contra el suelo. —¡Sofie! —El nombre brotó de sus labios como un rugido desesperado mientras caía de rodillas junto a ella. —¡No sé qué pasó! —sollozó Katrine—. Estaba hablando conmigo y de repente… Creo que el tumor… —continuó, siendo incapaz de expresarlo en palabras.Pero Mathias no la escuchó. Sus pensamientos eran una marea, mientras intentaba prestar auxilio a Sofie. Las convulsiones eran mucho más violentas que cualquier otra que hubiera presenciado con anterioridad, y el sonido de la respiración irregular de Sofie le hizo t
—¡Es mamá! —exclamó Emma, desde la ventana, con la voz cargada de emoción, señalando hacia el jardín y llamando la atención de sus hermanos, quienes rápidamente se reunieron con ella.La imagen de Sofie, envuelta en un grueso abrigo, y con la ligera lluvia acariciando su rubio cabello, hizo que los tres niños se sintieran felices, y que, llenos de renovada energía, corrieran directos hacia la entrada.Antes de que Sofie siquiera pudiera llegar a la puerta, Emma, Jens y Lars la abrieron, con una fuerza inesperada para sus pequeños cuerpecitos, y bajaron los escalones hacia ella a toda velocidad.Las últimas dos semanas, desde que Sofie había colapsado en la sala, había sido un limbo de angustia interminable para ella. No había podido dejar de echar de menos a sus hijos, y la ausencia de Mathias, quien no había ido al hospital en todo ese tiempo, no había aligerado la espera. Por el contrario, la frialdad que había demostrado en el poco contacto que habían tenido por teléfono, había abie
—Sofie, no tienes por qué hacer esto. ¿Por qué torturarte de esta forma? —preguntó Katrine, mientras le subía el cierre del vestido color salmón, que Sofie se había empeñado a comprar para la ocasión.—Sé que no es la mejor idea, pero no puedes pedirme que me quede aquí, Kat.Katrine cruzó los brazos, claramente frustrada. No le agradaba en lo más mínimo que su amiga, aún tan débil, se expusiera de esa manera.—¿Y qué vas a lograr yendo? ¿Aplaudir desde el fondo mientras él dice «acepto» a una mujer como Kaja?Sofie suspiró y cerró los ojos por un instante, como si intentara contener la tormenta que rugía en su pecho. Un momento después, los abrió y fijó la mirada en la imagen que le devolvía el espejo. Con sus manos apretadas en torno a su pequeño bolso plateado a juego con sus tacones, parecía una pintura compuesta a la perfección: el vestido que había escogido abrazaba su figura de manera delicada, haciendo brillar sus ojos verdes con una intensidad casi etérea, mientras sus labios
Al legar a la iglesia, Sofie empujó las puertas con ambas manos, y el rechinar de los goznes rompió la quietud del templo.Todos los rostros se volvieron automáticamente hacia ella, inspeccionándola con asombro, confusión y hasta un toque de juicio. Sin embargo, nadie podía negar que, a pesar de la suciedad del borde de su vestido salmón, de los mechones despeinados cayendo sobre su rostro y de los pies descalzos que delataban su precipitada llegada, en ella había una belleza natural que no necesitaba ser adornada con grandes lujos.Sofie, con la respiración aún entrecortada e ignorando a los invitados, avanzó unos pasos más, mientras su mirada, inevitablemente, se dirigía al altar.Y entonces… lo vio.En el centro mismo de la escena, se encontraba Mathias, vestido de manera impecable en un traje negro que hacía que sus ojos azules destacaran como nunca. Pero lo que realmente la atravesó fue la forma en que él la miró.Por un eterno segundo, los ojos de Mathias se encontraron con los