El parque se encontraba desierto a esa hora de la tarde, con el sol del otoño ocultándose lentamente detrás de los edificios. Las ramas de los árboles, las cuales comenzaban a quedar desnudas, crujían bajo el viento helado, proyectando largas y retorcidas sombras sobre la gravilla.Katrine empujaba la silla de ruedas de Lars, mientras Sofie caminaba junto a ella y el globo que Emma había insistido en llevar ondeaba suavemente con cada ráfaga, atado a la muñeca de Sofie como un símbolo de alegría que contrastaba con el invisible peso que parecía hundirla.—Es un buen sitio. Es tranquilo —comentó Katrine, viendo cómo Emma y Jens corrían por el césped reseco, turnándose para empujar un carrito de juguete, mientras reían sin parar.—Sí —respondió Sofie, en apenas un murmullo, esbozando una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Katrine la miró, con el ceño ligeramente fruncido.—Sofie, ¿todo bien?—Sí —asintió Sofie sin apartar la vista de los niños—. Solo… estoy un poco cansada.Katrine la eva
La sala del hospital se encontraba en penumbras, iluminada tan solo por el tenue resplandor del monitor cardíaco que emitía un constante pitido. Sofie yacía en la cama, inmóvil, su piel tan pálida como las sábanas que la cubrían. A pesar de los sedantes que le habían administrado, su rostro no mostraba paz, sino una fatiga que parecía provenir de algo más profundo que el cansancio físico.Mathias se hallaba de pie junto a la ventana, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en el horizonte. El hospital era moderno, silencioso, eficiente, pero esa frialdad lo hacía aún más opresivo. Sus pensamientos giraban en espiral desde que el médico le había dado el diagnóstico.Sofie tenía cáncer.Pero no era tan simple. Estaba avanzado; era metastásico, terminal. La palabra seguía retumbando en su cabeza, un eco implacable que lo golpeaba, una y otra vez.¿Cómo era posible que Sofie hubiese soportado aquello sin decirle nada?Cuando finalmente se giró hacia la cama, se encontró con los
El viento de finales de otoño golpeaba con fuerza los terrenos de la villa Lund, haciendo crujir las ramas desnudas de los árboles que flanqueaban el camino. El sendero hacia la mansión, cubierto de hojas secas, reflejaba la pálida luz matutina.Sonja Lund salió del vehículo con movimientos calculados, cerrando la puerta con un golpe seco que resonó en el aire. Su abrigo ondeaba al viento mientras alzaba el mentón con altivez.Sin embargo, había algo distinto en su expresión. Tras su elegancia, se escondía una sombra de duda.Al llegar a la puerta, Anna, la leal ama de llaves, la recibió con su habitual discreción. Pero Sonja pasó junto a ella sin saludar.Mathias la esperaba al pie de la escalera, su figura rígida y tensa, con el abrigo ya puesto y la corbata ligeramente aflojada. Su postura reflejaba prisa e incomodidad.—Mathias —lo saludó Sonja, alzando una ceja—. ¿Qué sucede? Tu llamada fue, por decir lo menos, inesperada.—Gracias por venir —respondió él, con un distante que sol
El día había sido largo para Sonja. Más largo de lo que había anticipado. Desde que Mathias había dejado a los niños esa mañana, la casa se había transformado en un campo de batalla.Jens insistía en explicar las reglas de un juego que cambiaban cada cinco minutos. Emma la seguía de un lado a otro, exigiendo atención para cada nuevo dibujo que creaba. Y Lars, con su obstinación casi admirable, no aceptaba comer si las tostadas no tenían caras hechas con mermelada.Para el mediodía, Sonja estaba exhausta. La paciencia, que nunca había sido su fuerte, se estaba desgastando rápidamente. Los gritos, las demandas, el caos de tres niños pequeños parecían formar una sinfonía desquiciante que no daba tregua.Pero luego, algo inesperado ocurrió.A medida que avanzaba la tarde, entre el cansancio y la frustración, empezó a notar cosas que antes no había visto. Jens tenía una risa fuerte, contagiosa, que llenaba la casa como un eco cálido. Emma, con sus dibujos torpes, pero llenos de colores viv
El juez alzó la mirada de los documentos que sostenía entre sus manos, y su voz cortante rompió el silencio de la sala:—El tribunal declara disuelto de manera definitiva el matrimonio entre Beate Katrine Halvorsen y Ole Thorsen.Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Katrine dejó de respirar, como si su cuerpo no pudiera procesar lo que acababa de escuchar. ¡Era libre! Esas palabra resonaba en su mente como un eco, rompiendo las cadenas invisibles que la habían retenido durante tanto tiempo.Su corazón comenzó a latir con fuerza, y las lágrimas brotaron sin control. Pero no eran lágrimas de tristeza, sino todo lo contrario: eran de alivio, de puro júbilo, de algo que no recordaba cómo se sentía: felicidad y esperanza.—Libre… —susurró con labios temblorosos, saboreando aquella palabra.Primero fue apenas audible, y, luego, como una marea creciente, la emoción explotó en su interior. Su pecho se agitó, y de su garganta brotó una risa, al principio suave, pero que pronto se conv
Era la primera vez que Sofie entraba al hospital con pasos ligeros y una amplia sonrisa iluminándole el rostro. Había algo diferente en su andar, como si una nueva energía la impulsara. Detrás de ella, Mathias la seguía en silencio, su figura imponente destacándose en el pasillo. La atención y calidez que él había mostrado en las últimas semanas seguían desconcertándola, pero también llenándola de una reconfortante seguridad.De repente, Sofie se detuvo y giró sobre sus talones, encontrándose con la mirada de Mathias. Sus ojos brillaban con emoción, reflejando un entusiasmo que no podía ocultar.—Oye, si esto sigue así, tal vez pueda hacer algo que llevo tiempo postergando —dijo, rompiendo el silencio mientras se ajustaba el bolso al hombro.Mathias giró la cabeza hacia ella, alzando las cejas, ligeramente intrigado.—¿Postergando?—Sí. —Sofie sonrió, pero no lo miró directamente—. Había pensado en llevar a los niños de viaje.Mathias chasqueó la lengua, como si reflexionara sobre lo
Desde el ventanal del departamento que había adquirido recientemente para escapar del control de su familia, Kaja Lønn observaba cómo la ciudad se extendía bajo la lluvia, a sus pies. La copa de vino que sostenía en su mano reflejaba las luces de Copenhague, mientras un destello de satisfacción cruzaba su rostro.La tenue iluminación de la sala suavizaba los contornos de los muebles de estilo moderno, pero no eran capaces de aplacar la determinación que brillaba en sus ojos azules. Llevaba un vestido de seda que caía como una segunda piel, y su postura, relajada, irradiaba su acostumbrada confianza.El primer movimiento en el tablero había sido todo un éxito. Ahora las piezas se encontraban en el lugar indicado, y todo lo que debía hacer en ese momento era dejar que las cosas fluyeran y el destino hiciera lo suyo. Mathias siempre había sido predecible, incluso dentro de su imprevisibilidad. Sabía cómo picarlo, provocarlo.Mientras pesaba en esto, el timbre sonó y una sonrisa cruzó len
Aquella frase lo golpeó como un martillo, y aunque intentó ocultarlo, su sorpresa fue evidente.—¿Te has vuelto completamente loca? —espetó al cabo de un momento, con incredulidad y desprecio.—No estoy loca, Mathy —Su voz era casi un susurro, una caricia envenenada—. Si quieres salvar a la pobre madre de tus queridos y adorables hijos, y mantener tu empresa intacta, sabes lo que tienes que hacer. Es lo justo.Mathias soltó una risa amarga, seca, que llenó el silencio de la habitación como el eco de una grieta que se expande.—Justo —repitió, con la voz cargada de un desprecio casi tangible.Kaja ladeó la cabeza, su sonrisa se hizo más pronunciada, pero no menos inquietante. Había un brillo en sus ojos, algo oscuro, afilado, que hacía que la piel de Mathias se tensara como un resorte.—Claro que lo es.Mathias la miró fijamente, como si pudiera atravesarla.—Estás enferma, Kaja —escupió Mathias—. ¿Sabes lo que estás haciendo? Esto no solo me afecta a mí, a la opinión pública de Lund F