Cuando Sofie llegó a la mansión, lo hizo con una opresiva carga en su pecho. A pesar de las buenas noticias de su tratamiento, no podía evitar sentir que su mente era un campo de batalla.En cuanto cruzó el umbral de la puerta principal, buscó a Mathias con la mirada, consciente de que a esa hora ya debería de haber llegado a casa.—Sofie… —la saludó Lukas, con un leve asentimiento de cabeza, mientras se encaminaba hacia su estudio.—Lukas, espera —lo detuvo, y él se giró hacia ella con las cejas en alto—. ¿Los niños…?—Están con Beate en la sala de juegos.—Bien… Esto… —dudó—. ¿Mathias no ha llegado todavía?—No, aún no ha llegado. Me llamó hace un momento para decirme que llegará en una hora —respondió, alzando una ceja.Sofie asintió con lentitud. A pesar de que una hora no era demasiado, al menos le daría un poco de tiempo para mentalizarse y pensar bien en cómo lo enfrentaría.—¿Por qué preguntabas? —inquirió Lukas, cortando el flujo de sus pensamientos, mientras se cruzaba de br
El despacho de Mathias estaba inundado de una luz grisácea que se filtraba por los grandes ventanales, difusa por las nubes bajas que parecían haberse instalado de forma permanente sobre la mansión. Los contratos esparcidos frente a él permanecían casi intactos, a pesar de sus esfuerzos por concentrarse. El eco de los últimos días seguía retumbando en su mente: los gritos, el crujido de algo invisible rompiéndose en el aire entre él y Lukas, y luego el silencio. Un silencio que había envuelto a Sofie como un manto.Mathias se pasó una mano por el cabello, con la mandíbula tensa. Había intentado hablar con Sofie, pero cada intento lo había dejado con un vacío más profundo. Ella lo rechazaba con una frialdad glacial, una barrera que él no sabía si era orgullo herido o puro miedo. Y, en el fondo, la pregunta que lo atormentaba: ¿Qué me ocultas, Sofie?Estaba inmerso en esos pensamientos cuando un golpe seco en la puerta lo sacó de su ensimismamiento. Alzó la vista, con el ceño fruncido.
El vestíbulo, tan amplio y elegante como opresivo, parecía haberse encogido en cuestión de segundos. Cada palabra de Sonja había caído como un martillo sobre la mente de Mathias:«Es obvio que están juntos de nuevo».Las paredes, antes una barrera segura entre él y el mundo exterior, se sentían ahora como una prisión. El aire era denso, irrespirable. Mathias tensó los hombros, cada músculo de su cuerpo luchando por no ceder a la rabia contenida.—Mamá, basta —espetó finalmente, con un tono helado que cortó el aire como un cuchillo.Sonja no pareció inmutarse. Su sonrisa permanecía intacta, una obra maestra de cinismo que solo ella podía manejar con tanta perfección.—¿Basta? ¿De qué, hijo? —replicó Sonja, ladeando la cabeza y alzando las cejas en un fingido gesto de inocencia—. No tienes por qué fingir frente a mí. Siempre he sabido que tú y Kaja estaban destinados a estar juntos. Es el curso natural de las cosas.Kaja, siempre dispuesta a entrar en escena, colocó una mano en el brazo
La oficina central de Lund Farma tenía un aire sofisticado, minimalista, y Kaja Lønn había estado allí muchas veces, pero esta vez era por un motivo diferente. Mientras caminaba por el brillante vestíbulo de mármol, su sonrisa habitual fue sustituida por una expresión fría y calculadora. El sobre en su mano parecía arder, pero no por el contenido, sino por lo que significaba. Helge Andersen, el investigador privado que había contratado un par de días atrás, había hecho un excelente trabajo, proporcionándole lo que ella necesitaba: la verdad sobre quién era la madre de los niños. Sofie Vang. Ese nombre le resonaba, y no fue hasta que vio que había sido asistente personal de Mathias, durante la época en la que ellos habían tenido una relación, que comprendió quién era realmente.Sin pensarlo mucho, entró en la sala de juntas sin pedir permiso. Los altos ventanales dejaban entrar la luz del mediodía, y Mathias estaba de pie junto a una pantalla táctil, revisando un esquema estratégico.
El parque se encontraba desierto a esa hora de la tarde, con el sol del otoño ocultándose lentamente detrás de los edificios. Las ramas de los árboles, las cuales comenzaban a quedar desnudas, crujían bajo el viento helado, proyectando largas y retorcidas sombras sobre la gravilla.Katrine empujaba la silla de ruedas de Lars, mientras Sofie caminaba junto a ella y el globo que Emma había insistido en llevar ondeaba suavemente con cada ráfaga, atado a la muñeca de Sofie como un símbolo de alegría que contrastaba con el invisible peso que parecía hundirla.—Es un buen sitio. Es tranquilo —comentó Katrine, viendo cómo Emma y Jens corrían por el césped reseco, turnándose para empujar un carrito de juguete, mientras reían sin parar.—Sí —respondió Sofie, en apenas un murmullo, esbozando una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Katrine la miró, con el ceño ligeramente fruncido.—Sofie, ¿todo bien?—Sí —asintió Sofie sin apartar la vista de los niños—. Solo… estoy un poco cansada.Katrine la eva
La sala del hospital se encontraba en penumbras, iluminada tan solo por el tenue resplandor del monitor cardíaco que emitía un constante pitido. Sofie yacía en la cama, inmóvil, su piel tan pálida como las sábanas que la cubrían. A pesar de los sedantes que le habían administrado, su rostro no mostraba paz, sino una fatiga que parecía provenir de algo más profundo que el cansancio físico.Mathias se hallaba de pie junto a la ventana, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en el horizonte. El hospital era moderno, silencioso, eficiente, pero esa frialdad lo hacía aún más opresivo. Sus pensamientos giraban en espiral desde que el médico le había dado el diagnóstico.Sofie tenía cáncer.Pero no era tan simple. Estaba avanzado; era metastásico, terminal. La palabra seguía retumbando en su cabeza, un eco implacable que lo golpeaba, una y otra vez.¿Cómo era posible que Sofie hubiese soportado aquello sin decirle nada?Cuando finalmente se giró hacia la cama, se encontró con los
El viento de finales de otoño golpeaba con fuerza los terrenos de la villa Lund, haciendo crujir las ramas desnudas de los árboles que flanqueaban el camino. El sendero hacia la mansión, cubierto de hojas secas, reflejaba la pálida luz matutina.Sonja Lund salió del vehículo con movimientos calculados, cerrando la puerta con un golpe seco que resonó en el aire. Su abrigo ondeaba al viento mientras alzaba el mentón con altivez.Sin embargo, había algo distinto en su expresión. Tras su elegancia, se escondía una sombra de duda.Al llegar a la puerta, Anna, la leal ama de llaves, la recibió con su habitual discreción. Pero Sonja pasó junto a ella sin saludar.Mathias la esperaba al pie de la escalera, su figura rígida y tensa, con el abrigo ya puesto y la corbata ligeramente aflojada. Su postura reflejaba prisa e incomodidad.—Mathias —lo saludó Sonja, alzando una ceja—. ¿Qué sucede? Tu llamada fue, por decir lo menos, inesperada.—Gracias por venir —respondió él, con un distante que sol
—Lo siento, señorita Vang. Lamentablemente, es cáncer. Terminal.La doctora continuaba hablando, pero las palabras ya no llegaban a Sofie con claridad.Cáncer…Terminal…La sentencia era implacable. No había margen para malinterpretaciones, y, mucho menos, para la esperanza.Sofie bajó sus ojos, mirando a los pequeños que se encontraban sentados junto a ella, absortos en sus mundos infantiles. Sus hijos… Sus preciosos trillizos.En ese momento, sintió el tirón de una pequeña manita. Era Emma, con sus ricitos rubios completamente desordenados, quien la miraba con su característica inocencia.—¿Estás bien, mami? —preguntó la pequeña, ladeando su cabecita, mientras sus grandes ojitos azules brillaban de curiosidad al ver que su madre tenía la mirada ausente.Las lágrimas de Sofie no tardaron en derramarse, rodando silenciosamente por sus mejillas, y la pequeña Emma frunció la nariz, desconcertada porque su madre llorara sin razón aparente, antes de mirar a sus hermanos. Ninguno de los tr