DEREK
Veo la hora en el reloj de mi muñeca y siento que en cualquier momento voy a explotar. No entiendo qué está pasando. Desde que Lupita enfermo, me conseguí una niñera, pero ni siquiera me ha permitido trabajar bien. No sé si son los niños que no la tratan bien o si ella simplemente no tiene la capacidad. En cualquier momento voy a sacar canas verdes por no saber qué hacer, y peor aún ahora que las vacaciones de los niños están por empezar. No sabré qué hacer con ellos.
Llego tarde otra vez, y el CEO incluso podría darme un memorando. A pesar de que soy uno de los editores más viejo y llevo años trabajando con él, no puedo aprovecharme de su bondad. Alejandro es un hombre sumamente sofisticado. Aunque aparenta ser malhumorado, sé que me comprende. Sin embargo, no puedo abusar de su nobleza y seguir llegando tarde a la editorial.
Cuando la veo venir apresurada, la miro con enojo. Ella baja la cabeza y susurra un "lo siento".
—Ana, otra vez vienes muy tarde. Te pido por favor un poco más de responsabilidad en el trabajo. Yo también necesito llegar a tiempo para no ser despedido.
—Lo siento, señor, es que el tráfico…
—Siempre es lo mismo, Ana. Llevas apenas un mes y ya tienes excusas todos los días. Ya les di desayuno a los gemelos, ahora llévalos a la escuela.
—Sí, sí, lo haré. Discúlpeme, señor. No volverá a pasar.
—Espero que así sea. Luego vendrá la señora a hacer la limpieza. Antes de las 12, ve por los niños. El chófer te llevará.
—Sí, señor. Discúlpeme.
Ruedo los ojos y salgo de mi casa. Entro al porche, subo a mi coche y arranco a toda velocidad. Nuevamente veo la hora: son más de las ocho de la mañana. Mientras manejo, me toco la sien, sintiendo un dolor de cabeza insoportable. Antes de llegar a la editorial, paso por la cafetería y compro un café cargado. No pude descansar anoche revisando informes y organizando la entrega de varios libros. También compro unos panecillos, y al recordar que Laura estará en mi área hoy, le compro un café a ella también.
Al llegar, dejo mi coche en el estacionamiento y subo las escaleras eléctricas. Todos me saludan como siempre, pero yo me ajusto la corbata, temeroso de que mi jefe me reprenda. Entro en mi oficina y le digo a la secretaria que me informe si Alejandro llega.
—Por supuesto, señor Derek —responde con una sonrisa.
Entro y enciendo rápidamente mi computadora. En ese momento, la puerta se abre y aparece el CEO, Alejandro.
—Buenos días. ¿Puedo pasar, amigo Derek?
—Claro, pase, señor.
Me levanto y le indico que tome asiento.
—Discúlpame, Alejandro…
—No te disculpes —me interrumpe—, ya te lo he dicho: llegaste a tiempo. ¿Cómo va todo? Por cierto deja de hablarme formal.
—Como siempre… tengo problemas con la niñera. Y sabes que en el trabajo debe ser así.
El rueda los ojos para luego negar.
Alejandro es mi amigo y siempre me ha aconsejado que no me preocupe si llego tarde, pero no quiero aprovecharme de su bondad, y menos cuando su padre y su madre visitan la editorial. Sé que llevo años trabajando con él, pero no me gusta depender de nadie. Soy un simple trabajador que ha dado lo mejor en este literato y así seguirá siendo siempre.
No soy un empresario, pero sueño con algún día tener mi propio editorial. Me gusta escribir libros y, aunque mi trabajo es demandante, a veces escribo pequeños relatos. Por eso, cuando Alejandro me ofreció un puesto en su prestigiosa agencia literaria como editor, no pude rechazarlo. Sé que es una gran oportunidad y he dado lo mejor de mí.
***El día estaba pasando volando después de hacer unas correcciones a una de las autoras más destacadas de la editorial Literato de Nicaragua. Dejé de hacer lo demás y observé un libro de una nueva autora. Sin embargo, tenía muchos errores ortográficos. Busqué su correo, entré y le envié el borrador para que lo corrigiera nuevamente. Le di unos puntos básicos para que empezara de nuevo con la corrección, de modo que luego yo pudiera hacer la maquetación y enviarle la primera copia en unos quince días.
Al terminar, salí de mi despacho, pero me encontré con Laura. Venía hacia mí y, sin previo aviso, me abrazó. Me alejé un poco, con respeto.
—Recuerda que no estamos en casa, Laura. En la editorial se mantiene la compostura.
—Siempre eres un aguafiestas. Estoy aburrida.
—Yo estoy muy cansado. No nos vamos a poder ver hoy.
—Quiero ir a bailar.
—Pues ve tranquila.
—¿En serio me das permiso?
—¿Desde cuándo tú me pides permiso para salir?
—Tienes razón —dijo con una sonrisa—. Iré con una amiga.
—Está bien.
—Pero el fin de semana podemos vernos.
—Claro, no te preocupes.
—¿Y tus niños?
—Ellos siempre están conmigo los fines de semana.
—Tienes razón. Bien, entonces nos vemos. Voy a salir temprano, ya he hablado con mi primo.
—Qué suerte la tuya. Salgo después de las cuatro.
—Te compadezco. Pero bueno, es lo que te gusta hacer: corregir y corregir un montón de libros, tanto de escritoras buenas como malas.
—Es a lo que me dedico.
—Bien, te quiero mucho.
—Igualmente.
Me dio un beso en la mejilla y se fue. Sonreí y luego entré a mi despacho. Apagué la computadora, busqué mi maletín y decidí ir a la oficina de Alejandro para que firmara el primer borrador de una de las escritoras más destacadas de Literato. Al llegar, Alejandro me recibió con un cafecito al estilo europeo. Le mostre el contrato de la edición, los leyó detenidamente y firmó.
—Muy bien. Eres muy rápido. ¿Cuándo te entregaron el borrador?
—Creo que hace una semana.
—Deberías tomarte unas vacaciones.
—¿Crees tú?
—Claro que sí. Tienes mucho trabajo.
—Sí, me daré un tiempo cuando los niños estén de vacaciones. Te pediré que me las apruebes, ¿te parece?
—Buena opción. Así estás con ellos.
—Sí, porque con Ana no sé qué pasará. Es un poco irresponsable. A veces llega tarde, a veces no llega.
—Creo que necesitas buscarte otra niñera.
—No sabes cuántas veces lo he hecho. Quisiera conseguir a una señora como Lupita.
—Ojalá sea pronto. Por cierto y Laura ¿Como van?
—Laura... bien, pronto se aburrirá de mi, casi no le dedicó tiempo.
—No lo creo amigo. Pero quizá debes empezar a pasar tiempo con ella.
—Es una relación que ni yo mismo entiendo. En mis tiempos libres se lo dedico a mis hijos— Mi amigo suspiro para luego asentir — ¿Y tú?
—Ya ves, mi esposa solo pasa en su estudio dibujando y creando lienzos.
—¿Y cuándo tendrán un hijo?
—No lo sé, pero todo bien.
—¿Seguro?
—Se podría decir que todo bien. Recuerda que me casé sin amor.
—Lo recuerdo. Bueno, me despido. Ya corregiste y firmaste, ahora necesito despabilarme muero de hambre.
—Entonces nos vemos.
—Nos vemos. Pasaré por Multicentros porque necesito comprar unas cosas para mis hijos.
—Bien, pasa buenas tardes.
—Igualmente, Alejandro. Nos vemos.
Al salir de la oficina de Alejandro, puse mi huella en el registro y me despedí. Bajé por la escalera eléctrica y al llegar al vestíbulo, solte un suspiro. Tenía una llamada perdida de mi madre. Rápidamente, marcé su número y activé el altavoz mientras encendía el coche.
—¿Cómo estás, Derek?
—Muy bien, Madre. Saliendo de Literato. ¿Y tú?
—Bien, aquí con tu padre.¿Cuándo vendrás al campo, hijo?
—Madre, sabes muy bien que no tengo tiempo ni para mis pobres hijos. ¿Por qué no vienen ustedes un tiempo a la ciudad?
—Sabes que nos gusta el campo. ¿Qué vamos a hacer en la capital? Deberías venir un fin de semana con ellos, los extraño.
—Lo sé. Te avisare ¿Cómo está Karelia?
—Bien, ya sabes cómo es ahora, después de aquello.
—Sí, lo sé. ¿Quieres hablar con los niños cuando llegue?
—Está bien. Me haces una videollamada hijo.
—Claro que sí, má. Saludos a papá y a Karelia de mi parte.
Colgué la llamada y pasé por Multicentros. Compré pastelitos de chocolate, un subway para Jade y unos batidos. También un pollo asado para mi hijo y para mi. Al llegar a la residencia, di mi código al guardia. El aire fresco del atardecer era tranquilizante. No haría mucho calor esa noche... veo algunos vecinos ejercitarse. Al llegar guardo mi automóvil en el porche, vi a Ana conversando con un señor en la entrada. Al verme, ella se despidió de él.
—Buenas tardes, señor Derek. Ya ha regresado.
—Sí, Ana. ¿Y los niños?
—Bueno, la niña Jade esta en su habitación y el niño Jader esta jugando con su móvil.
—Ana ya puedes irte.
—Está bien señor— Ana entró por su bolso. Al salir, cerré la puerta con seguro.
Suspiré y entre a la casa.
Al entrar a la sala, encontré a mi hijo tirado sobre el sofá, con los pies en el respaldo y el teléfono en las manos. A su alrededor, el desastre era evidente: zapatos tirados, mochilas en el suelo y papeles esparcidos por todas partes. Elevé una ceja y crucé los brazos.
En cuanto me vio, bajó el teléfono con cierta culpa.
—Buenas tardes, padre.
—¿Qué estuviste haciendo todo el día? ¿Por qué está todo esto tirado? —pregunté, recorriendo la escena con la mirada.
Él se encogió de hombros y soltó un suspiro.
—Porque esa mujer no ayuda aquí...
Fruncí el ceño.
—Jader, sabes muy bien que ya eres un hombrecito y tienes que aportar en la casa —dije con firmeza, mientras empezaba a recoger los papeles del suelo. Sin esperar respuesta, lo puse a levantar sus zapatos, su bolso y su mochila.
Dejándolo con la tarea pendiente, caminé hasta la habitación de mi hija. Ella estaba sentada en su escritorio, lápiz en mano, concentrada en su cuaderno de matemáticas.
—¿Cómo estás, cariño?
Al escucharme, alzó la vista y me regaló una sonrisa.
—¡Hola, pa! Ya te extrañaba —dijo antes de acercarse y darme un beso en la mejilla.
—¿Qué haces?
—Estoy tratando de resolver estos problemas de matemáticas… y tu querido hijo creo que ni siquiera ha empezado su tarea.
Negué con la cabeza y suspiré.
—Está bien, gracias por decírmelo.
—Siento darte quejas.
—¿Tienes hambre? Les traje lo que pidieron.
—¡Gracias, papi!
Salí de la habitación y dejé las bolsas de comida sobre la encimera de la cocina. Mis hijos se acercaron de inmediato, listos para cenar. Antes de empezar, llamé a Jader.
—Quiero que termines de comer y, cuando acabes, quiero ver tus tareas. No te lo voy a repetir dos veces, ¿queda claro?
Bajó la mirada, jugueteando con el tenedor.
—Sí, papá… Discúlpame. Solo estuve jugando un poco.
—Jugaste casi toda la tarde. No permito eso. Si no me haces caso, tendré que quitarte el móvil. ¿Estamos?
—Sí, padre… estamos.
Solté un suspiro pesado y me senté con mis hijos. Antes de comer, dimos gracias a Dios por el alimento y luego cenamos en relativa tranquilidad.
Cuando terminamos, limpié la cocina y dejé una nota para la señora de servicio, pidiéndole que pusiera las sábanas en la lavadora a la mañana siguiente. Me aseguré de que todo estuviera en orden, apagué la válvula del gas y las luces.
Pasé por la habitación de mi hija; ya estaba acostada, lista para dormir. Luego entré a la de Jader, quien me mostró su tarea. Había hecho todo, aunque con algunos errores. Me senté a su lado y le di algunos consejos para mejorar.
Al terminar, fui directo al baño a darme una ducha rápida. El cansancio pesaba sobre mis hombros como una carga invisible. Preparé una taza de té de manzanilla con té verde, intentando relajarme antes de dormir.
Tomé el teléfono y vi algunos mensajes de Laura, pero el agotamiento me impidió responder. No tenía ánimos para conversaciones en ese momento.
Cerré los ojos y solté un largo suspiro. Ser padre y trabajador al mismo tiempo no era fácil, pero no tenía opción. Desde que la madre de mis hijos falleció, me ha tocado ser ambos para ellos.
Mañana sería otro día pesado. Así que, por ahora, lo único que podía hacer era descansar.
MILENAIntento concentrarme en las clases, pero mi mente divaga una y otra vez en los recuerdos que me atormentan. Ya llevaba un año desde que regresé a mi país natal, y aún así, el pasado parecía seguirme como una sombra que se negaba a soltarme. Un dolor de cabeza punzante se instala en mi sien, cada vez más intenso, acompañado de una sensación extraña, como si una parte de mi memoria intentara aflorar sin éxito.Levanto la mano con discreción y le pido permiso al maestro para ir a la farmacia. Me concede la salida con un ademán rápido y, sin pensarlo dos veces, recojo mis cosas y me encamino hacia el establecimiento más cercano. Pido un analgésico y lo tomo de inmediato con un sorbo de agua. Luego, decido pasar al baño de mujeres. Frente al espejo, mis ojos reflejan el cansancio de los últimos días: rojos, irritados y con rastros de insomnio. Me enjuago la cara con agua fría y respiro hondo. Siento que cada vez que estos dolores me asaltan, vienen acompañados de imágenes difusas, r
MILENA.Al llegar a la plaza, caminé sin rumbo fijo, observando el hermoso lugar de tres pisos. Todo estaba impecablemente ordenado, con personas yendo de un lado a otro, muchas de ellos universitarios con mochilas al hombro y libros en mano. El aroma de la comida se mezclaba con el dulce olor de los postres, provocándome una sonrisa y un repentino antojo.Mis pasos me llevaron hasta una vitrina donde había visto un anuncio. Tras el cristal, una joven de apariencia encantadora atendía a los clientes con rapidez. Apenas me vio, me dedicó una mirada cansada, pero amable. Quería preguntarle por el anuncio pero me dio pesar, interrumpirla.Me quedé de pie, moviendo los pies de un lado a otro con impaciencia. El lugar estaba abarrotado, y la joven comenzaba a mostrar signos de desesperación.—¿Puedo ayudarte? —le pregunté.Ella me miró por un instante, dudando, pero luego asintió con un suspiro de alivio.—Por favor.Sin dudarlo, entré tras el mostrador, dejé mi bolso a un lado, lavé mis m
DEREKEl sol ya se había elevado sobre el horizonte cuando abrí los ojos y me incorporé de golpe en la cama. Parpadeé un par de veces, tratando de despejarme, y dirigí la vista hacia el reloj en la mesita de noche. Pasaban ya de las ocho de la mañana. Solté un suspiro y me puse de pie rápidamente. Me acerqué a la ventana, corrí la persiana y miré hacia afuera. Por suerte, el camión de la basura aún no había pasado. Sin embargo, escuché ruidos en el patio, como si alguien estuviera barriendo o recogiendo hojas."¿Será que ya vino Ana o la señora que hace la limpieza?", pensé encogiéndome de hombros. Dejé la duda de lado y me dirigí al baño.El agua de la ducha estaba helada, y la calefacción no lograba calentar lo suficiente. Me estremecí al sentir el chorro frío caer sobre mi piel, pero soporté la sensación hasta terminar. Me enjaboné rápidamente, me cepillé los dientes y, tras salir de la ducha, me rasuré frente al espejo. Me detuve un momento a observar mi reflejo: ojeras marcadas y
MILENAEl sol apenas se deslumbra en el horizonte cuando ya estaba en la plaza, atendiendo a los clientes. La mañana traía consigo un aire fresco y ligero, impregnado con el aroma del pan recién horneado y el café expreso. Me sentía contenta, no solo por la brisa matutina que acariciaba mi rostro, sino porque Cris parecía animada. Su negocio iba bien; tenía muchos clientes este día, y eso la hacía sonreír. Verla así me reconfortaba. Trabajamos a buen ritmo, entregando pedidos con eficiencia. Panecillos dulces, croquetas de piña con miel, batidos cremosos y café bien cargado se deslizaban de nuestras manos a las de los clientes. A media mañana, cuando noté que Cris se veía un poco cansada, decidí que era momento de tomar un descanso.—Las ventas son buenas hoy —comenté, mientras nos sentábamos en una banca cercana. Ella asintió con una sonrisa cansada.—Sí, estos días me ha ido muy bien aquí. Pero trabajar sola es un poco complicado.—Lo imposible no existe —dije con convicción—. No te
MILENAPor la mañana desperté con un bostezo y, tras desperezarme, me puse a limpiar mi pequeño cuarto. Dejé todo en orden, doblé cuidadosamente la poca ropa que tenía y coloqué mis zapatos en su lugar. Al revisar algunos papeles, noté que apenas poseía documentos importantes. Mi mirada se detuvo en mi acta de nacimiento falsa; sabía perfectamente que no era real. Solté un suspiro, preguntándome si algún día descubriría la verdad sobre mi pasado.—Ojalá existiera una máquina del tiempo —murmuré, deseando poder retroceder y encontrar respuestas.Chasqueé los dientes y, para despejarme, puse una alabanza en mi móvil mientras terminaba de ordenar. Al finalizar, me dirigí al baño y me di una ducha. Lavé mi cabello con champú y acondicionador, disfrutando la sensación del agua caliente relajando mis músculos. Al salir, me envolví en una toalla y me miré en el espejo. No pude evitar observar las pequeñas marcas en mi piel, recuerdos de hace dos años que prefería no desenterrar. Luego, mi mi
Alisten sus pañuelos 😢😥MILENAHabía pasado un mes desde que decidí alejarme de Cris. Tal vez ella no tenía la culpa de lo que había sucedido, de que su amigo me hubiera drogado para que me acostara con él. Afortunadamente, logré escapar antes de que las cosas se complicaran. Aún recuerdo que, en medio del caos, terminé besando a un desconocido, pero lo importante es que regresé sana a casa esa noche. Entré directo a la ducha, intentando borrar todo de mi mente. Desde ese entonces, juré no volver a salir con personas desconocidas. Incluso renuncié al club; ahora solo voy a la universidad y regreso directo a casa.Este mes, por necesidad, le pedí prestado dinero a Gerardo, algo que realmente no quería hacer. Mi abuela me preguntó varias veces por qué no había vuelto a trabajar en la plaza, y yo solo le respondí que no me sentía bien. Me sentía culpable por Cris también, porque me llamó varias veces, pero le dije que aún me estaba recuperando de lo sucedido. Ella se disculpó, pero al
DEREKCaminaba de un lado a otro en la sala de mi casa completamente frustrado. Ana, la niñera, había vuelto a faltar al trabajo sin previo aviso, y eso me tenía al borde de la desesperación. Ayer logré resolver la situación dejando a mis hijos con la vecina, pero no podía abusar de su amabilidad. Jade, era tranquila y obediente, pero mi hijo Jader era un torbellino, y no me atrevía a pedirle nuevamente a la vecina que se hiciera cargo de ambos. Tenía un día crucial en la editorial: firmas de libros, una presentación en diapositivas y una reunión importante con el equipo. No podía permitirme faltar.En un acto de desesperación, recurrí a Laura. No estaba seguro de que aceptara, pero, para mi sorpresa, lo hizo sin dudar. "Voy a pasar un rato agradable con ellos", mencionó sin dudar. Sus palabras me tranquilizaron por un momento, pero ahora, con el reloj marcando más de las nueve de la mañana y ella sin aparecer, la ansiedad volvió a apoderarse de mí.—No iremos a la escuela hoy, papi —
DEREK Finalmente, entré a mi acogedora casa después de un día interminablemente largo. Me sentía agotado, desanimado por tantas cosas que rondaban mi cabeza. Ingresé el código de seguridad y empujé la puerta, pero al entrar, me sorprendí al ver a Laura dormida en el sofá. A su lado, mis hijos estaban sentados. Mi hija, al verme, corrió hacia mí y me abrazó con fuerza, seguida de su hermano, que hizo lo mismo.Seguramente le dieron mucha guerra a Laura.Mi hija me miró fijamente y luego desvió la vista hacia su hermano.—Tú sabes muy bien que no fui yo —se defendió.No respondí de inmediato. En su rostro podía notar cierto cansancio, como si realmente hubiera estado ocupada con otras cosas. Me acerqué a Laura y con suavidad acaricié su mejilla antes de inclinarme para levantarla en brazos. Su respiración era tranquila, y su cuerpo se sentía liviano contra el mío. La llevé hasta mi habitación y con cuidado la recosté en la cama, cubriéndola con las frazadas. Observé su rostro sereno po