No me conoces. No sabes quién soy, pero si miras alrededor, me verás. Soy la chica que nadie nota, la que pasa por tu vida sin ser vista, sin que merezca una segunda mirada y, así me gusta. Estudié ingeniería en sistemas computarizados y software avanzados y todo cuanto te puedas imaginar acerca del tema. Lo sé, soy un ratón de computadoras. Eso soy.
A mis veinticinco años, no puedo decir que tengo todo lo que he querido, pero no me quejo. Soy dueña de un piso en Manhattan, sin deudas universitarias, ni padres o hermanos que llegan de improvisto a visitar. Trabajo en ocasiones, no necesito de horarios, ni algo fijo.
Somos, yo, el teléfono móvil y mis computadoras y así me gusta, ni tan siquiera tengo la necesidad de salir de mi apartamento. No me gusta relacionarme en directo con la gente. Desde mi adolescencia tengo problemas para hacerlo y empeoró más desde que me detectaron la maldita cardiomiopatía hipertrófica.
En la universidad no hice amigos de ningún tipo, a pesar de tener una buena apariencia, según algunos; normal, según yo. No llamaba la atención masculina, excepto por mis ojos, que son de un tono lila o violeta, dependiendo de mi estado de ánimo, nada más destacado.
No pude practicar ningún deporte y, con la constante medicación, me sentía una vieja achacosa. Los profesores y viarios alumnos me apoyaron, pero con eso y todo, no logré adaptarme, mi sarcasmo y boca inteligente no me lo permitieron, nadie le gusta tener una sabionda de amiga y, enferma, mucho menos.
El teléfono suena y cortando la línea de mis pensamientos. Hago la primera llamada a uno de mis clientes.
—Buenos días, señor, Spencer, llamo para recordarle su cita a las nueve de la mañana, en el hotel Hilton con el señor Ichoo. Enseguida tiene la revisión de la obra a las tres de la tarde, le llamaré quince minutos antes de cada cita para que tenga presente los temas y puntos a tratar.
—Bueno días para ti también, McKenzie. Gracias, estaré esperando tus llamadas ¿Qué sería de mí, sin ti? —Y cuelga.
Vuelvo a mis pensamientos, soy una secretaria a distancia, las personas que me contratan y no esperan ver mi cara; solo necesitan a alguien temporal y eficiente que mantenga sus agendas al día. Allí es donde entro yo.
En su caos, les doy luz a sus asuntos. Hasta que logran conseguir a alguien que pueda sustituirme, o que los aguante, ya que mis clientes son por llamarlos de alguna manera, especiales, pagan bien, sin embargo, sus formas no son las mejores; tiranos, déspotas, obsesivos con su trabajo. Por algo están donde están.
Justo Ahora y de manera fija, llevo una agenda, la del señor Ron Spencer de Spencer ASD. Una firma de arquitectos con él a la cabeza y pocos socios. De cincuenta y cuatro años, es un hombre muy activo y algo difícil de carácter. Le gustan las cosas bien hechas y se mantiene a la vanguardia con la tecnología, por lo que prefiere que yo manejé su agenda en lugar de tener una secretaria de cuerpo presente.
Y el señor, Viktor Novikov, quien se incorpora a mi cartera de clientes hoy mismo. Es dueño de la empresa, Novikov Enterprise, Sin socios ni junta directiva, o sea a mi modo de ver es «El señor, soy dios y haces lo que quiero». No tengo problema con estos tipos, los manejo bien, pero éste en particular siento que me dará más de un dolor de cabeza. Es un presentimiento.
Subo los anteojos de pasta gruesa que se han resbalado por el tabique de mi nariz, se empeñan en deslizarse a cada segundo, sin ellos soy peor que un topo; y sigo leyendo el historial de Viktor. Suelo investigar a quién me contrata antes de aceptar el trabajo, y con él, era demasiado dinero para decir, no de inmediato.
Ahora que es mi cliente, y con la investigación, sé que es soltero, tiene treinta años, es de nacionalidad rusa, pero lleva diez años viviendo en Estados Unidos. Sin padres vivos, y con una hermana menor, Irina Novikov.
En su empresa, compra y vende de todo, desde casas, hasta barcos, pasando por aerolíneas. Todo de alta gama. Los adquiere, mejora y luego vende por un precio mucho mayor. ¡Claro está!
En las fotos que observo, siempre está solo o con algún empresario con el que mantiene relaciones laborales y, es… bastante atractivo, a decir verdad. Tiene la piel un poco bronceada, cabello negro, recortado a los lados y un poco más largo al frente, donde unos mechones rebeldes que caen en su frente.
Sus ojos tan oscuros como la noche cerrada sin luna, ni estrellas; nariz recta, sus labios están enmarcados en un rastrojo de barba, tan seductores como todo él; su mentón es cuadrado y no hay sonrisa, paso las demás fotografías y en ninguna hay un atisbo de sonrisa. Parece cargar el peso del mundo en sus hombros.
Reviso los contratos de sus empleados, y ya veo por qué tan elevado sueldo. ¡¿Veintitrés secretarias en nueve meses?! ¡Debe ser una broma! ¡Es absurdo! Por el reto, más que por la paga, espero aguantar aunque sea quince días en este trabajo. Me siento muy capaz de cumplir con el trabajo, aunque, es el horario lo que me molesta o la falta de él. «A cualquier hora, en cualquier momento», reza el contrato. Y como invocándolo, suena mi teléfono.
—Cambie mi cita de la diez a las cuatro de la tarde, busque información sobre, Ángelo Marconi y sus viñedos, todo en absoluto. Necesito el informe para mañana a primera hora. Según su currículo, es buena con las espero que no haya mentido en él. Asegúrese de cambiar mis citas y reserve una mesa en Le Mere a medio día, ¿está claro? —inquiere con tono tajante.
Como si pudiera decirle que no y pedir una réplica del exabrupto que acabo de escuchar del arrogante dios, con vos de barítono y marcado acento ruso.
—Sí, señor. —La línea queda abierta, como si estuviera esperando alguna otra respuesta, no por mi parte, sé hacer mi trabajo y tratar con esta clase de personas que no dan ni los buenos días. Después de dos minutos de silencio, pregunto—; ¿Alguna otra cosa que desee, señor Novikov? Nada, solo un leve suspiro y el rose de ropas me advierte que aún está en línea.
—Nada más, por ahora —Y corta, no hubo un; «hasta luego», no un; «gracias por todo», ni mucho menos «bienvenida al puesto», sin embargo, ese «por ahora», me hizo sentir un escalofrío que recorrió mi columna vertebral por completo.
Con la información que me proporcionaron de sus clientes, sus citas y tarjetas de crédito, hice lo que me pidió en veinte minutos, excepto, la investigación al italiano, esa la dejo para la noche. Lo llamo de vuelta y sujeto mis pantis antes de que descuelgue.
—Novikov. —contesta, seco, directo y seguro.
Con esa voz demandante uff. Controlate Mk.
—Sus citas fueron reprogramadas sin incidentes. La mesa está lista y esperando por usted y, la investigación se encuentra en marcha. ¿Desea que haga algo más? —Mi pregunta sale con un tono más bajo por culpa de las odiosas imágenes que se presentan en mi cabeza de este dios enviándome al sacrificio desde su amplia oficina.
Al igual que yo, él se queda mudo, solo su respiración me hace saber que aún sigue al teléfono.
—¿Señor, Novikov?
—Recuérdame tú nombre... —exige, sin un; «por favor», sin ser una pregunta, suena diferente en esta ocasión.
—McKenzie Karlson, señor.
—Bien, te enviaré por correo una lista de pendientes, espero resultados rápidos y sin excusas.
—Por supuesto, señor… —No termino de responder cuando se corta la comunicación.
En los próximos treinta minutos, una avalancha de correos invade mis pantallas, un sin fin de órdenes y quehaceres tan locos y absurdos que me dejan descolocada por un momento, desde la compra de su despensa, hasta pagar el salario al personal de servicio. Se supone debe de tener un administrador que se dedique a estas cosas, ¿no? En fin, igual termino las tareas más urgentes y dejo para después las menos importantes.
Hice las llamadas al señor Spencer a las horas acordadas, la última era ya para cerrar el día y avisarle de sus citas mañana temprano. Él, amable conmigo, me da las buenas noches y cuelga. Suspiro al recordar que no siempre fue así, me lo gane a pulso.
En días como estos me pregunto; ¿para qué trabajas, McKenzie? En realidad, no lo necesito. Mis padres me dejaron bien acomodada, no tengo necesidades económicas. El apartamento donde estoy es mío desde hace dos años; tampoco tengo deudas que pagar y nadie depende de mí. Entonces recuerdo, la soledad y lo que mi madre siempre me decía; «el aburrimiento es mal consejero». Hace casi seis años que no están conmigo y todavía duele como si fuera ayer.
La empresa de papá aún la lleva el tío Adam, su mejor amigo; por eso mismo, no necesito trabajar, las ganancias de las acciones que dirige en Laboratorios Karlson. Nunca se ha devaluado, al contrario, en sus manos se multiplican cada año más y más. Pero ni todo el dinero del mundo, va a hacer que ese maldito día desaparezca. El accidente y lo que pasó después, nada lo borrará.
Llevo mi mano al pecho, a la cicatriz oculta debajo de mi tatuaje de un crisantemo de pompón rojo y varias mariposas volando sobre él, quise hacer algo lindo en homenaje al último regalo de mi madre. A ella le encantaban las mariposas. Mucho dolor para seguir esa línea de pensamiento.
Decido comenzar la investigación del dios Viktor. Son pasadas las dos de la mañana cuando el teléfono suena sobresaltándome.
—Señorita Karlson. —¡Es él! iba en serio lo de los horarios intempestivos, se le nota una cadencia en el tono de su voz, no sé si sea por cansancio o lleva unas copas de más.
—Sí, señor Novikov, ¿en qué puedo ayudarlo? —inquiero mitad molesta y mitad sorprendida.
—¿Tiene algún resultado sobre la investigación que le encargué esta mañana? —pregunta sin cambiar el tono.
—He avanzado, señor, sin embargo, sin concluición. A primera hora la tendrá en su correo.
—¡No! —exclama con fuerza. Quedo sorprendida ante su respuesta tajante.
—¿No? ¿Cómo qué no? ¿Ya no requiere la investigación?
—Por supuesto que la quiero, pero la quiero ya, justo ahora.
¡Dios! ¿No duerme?
—Cómo desee, señor. —Contesto resignada.Escucho un suspiro profundo al otro lado del auricular, el cual hace que el vello de mi nuca se erice—. En un momento le envío lo que tengo, solo faltan las conclusiones.
—Dígamelas ahora. —Siempre exigiendo, nunca un «por favor».
—Si así lo desea… No es viable la compra, hay que enviar una partida de ingenieros agrónomos para comprobar los suelos, un enólogo para que clasifique y evalúe las bodegas, la bodega lleva alrededor de cinco años perdiendo calidad en sus vinos, cada día van de mal en peor. Sería una inversión bastante cuantiosa para poder recuperar y tomaría más tiempo para poder vender.
—Así que no me recomiendas el negocio. —No es una pregunta, no obstante, respondo.
—No señor, pero es su decisión. Como le digo, sería una inversión cuantiosa de dinero y tiempo; estimo por lo menos de tres a cinco años para recuperar y vender, además la mitad de los terrenos están en un fideicomiso secreto, para mantener asegurados los viñedos de una posible venta.
—Y dígame, señorita Karlson, si es secreto, ¿cómo lo sabes? —pregunta en tono desconfiado y adulador que, con seguridad, le sirve para sacar los secretos a sus víctimas incautas.
—Es mi trabajo, señor. —digo sin caer en su juego.
—Qué bueno que estés de mi lado.
Después de estas casi palabras de simpatía, termina la comunicación, agotada por el día y la situación me voy a la cama.
En las frescas mañanas de principio de invierno, odio levantarme temprano y más aún cuando me desveló trabajando; necesito mi dosis de té…, me encanta el té, de cualquier tipo, es mi vicio particular, lo disfruto muy dulce y concentrado. Una ducha rápida y una jumbo taza de té en las manos y listo. A comenzar la jornada en mi «cueva»,El ala este de mi apartamento, una sección de cinco por cinco metros cuadrados, tengo todo lo que necesito, mis tres computadoras, un escritorio de vidrio templado, un sofá cómodo, mi caminadora para los días de mucho frío que se aproximan y las vista frontal de pared a pared y de techo a piso, y el majestuoso Central Park se deja disfrutar en todo su esplendor en cualquier época del año, por esta razón, decidí remodelar y ubicar aquí la cueva.Instalada ya en m
Mi curiosidad no puede más que mis ganas de calentarme y la abro, dentro hay un precioso crisantemo de pompón del rojo más hermoso que he visto; ¡el crisantemo es mi flor preferida de todas! No hay tarjeta dentro, ni ningún un indicio de su remitente. Voy por un florero para ponerlo y lo dejo en la encimera de mármol del lavamanos, me desvisto y pienso en quién podría ser el autor de tan marabillosa sorpresa.Sumergida en las cálidas aguas de la tina y sin dejar de admirar la flor, se vienen a mis pensamientos, sin ningún permiso, unos ojos oscuros e intensa mirada, una voz seductora y demandante del señor Novikov, que arrasa y perturba mi alma, mi cuerpo y todo mi ser, como esos antiguos barbaros de las historias que solía leer años atrás. «Imposible McKenzie, sácate esas ideas locas de tu cabeza», me digo a mí misma.Termino el ritual de
La semana pasó sin pena ni gloria, todo se cumplió tal y como lo tenía previsto. He contratado los servicios de catering, las invitaciones se han enviado y la decoración fue contratada como la solicitaron, también a la espera de la fecha para ponerlo todo a punto.Me gusta trabajar para Viktor, cada día me envía un sin número de tareas, algunas más complicadas que otras y me reta de forma constante, todavía y durante la semana, sigue estando seco, incluso hosco en ocasiones, cosa que agradezco, porque después de la video llamada las mariposas dormidas en mi estómago comenzaban a despertar. Y eso no es bueno.Un nuevo crisantemo reemplaza al anterior, esta vez es azul, de nuevo sin remitente, ni nota, nada que me diga quién los envía, pero me encanta, me fascina esté misterio.Es sábado y me despierta una llamada que podr&iacut
Regreso a mi apartamento, me cambio rápido y con la ropa deportiva puesta, decido correr en la caminadora, la ventaja de tener una, es que puedo usarla en cualquier momento, haya frío, lluvia o sol inclemente, lo malo; no respiro aire fresco, ni veo a la gente pasar a mi lado, aunque no me gusta interactuar con el mundo exterior siempre me ha gustado observarlos, ver la vida en movimiento a mi alrededor.Mi mente no para con los acontecimientos de esta mañana. Irina debe de estar equivocada, es imposible que el señor, Novikov esté sintiendo algo por mí, o que yo le haga sacar nuevas sonrisas «porque de seguro tú no sientes nada por él, ¿verdad?» ¡Estúpida conciencia y malditas mariposas! Había estado bien sin ustedes.El sonido del teléfono interrumpe mi verborrea mental.—Hola, tío Adam, ¿cómo estás? —pregunto al ver su n
Son más de las diez de la noche y yo me encuentro sumergida en la tina, mirando mi hermoso crisantemo, sigo pensando en la fiesta, en las razones de Viktor para casi obligarme a ir y los motivos de Irina para que se ofrezca. Estoy hecha un lío y el repicar de mi teléfono me desvía de mis nudos mentales. Salgo a toda prisa haciendo un desastre con el agua.—Diga… —respondo con el aliento agitado por la carrera.—Hola, McKenzie. ¿En serio depende de ti lo de la fiesta? Te lo pregunto porque sabes que mi vida está en tus manos, recuérdalo —menciona hablando como niña pequeña pidiendo un dulce cuando hace un berrinche—. No quiero saber los motivos por los cuales depende de ti, lo que sí necesito que me digas, es si habrá o no fiesta. ¡Por favor! Di que sí, por favor, i que sí, por favor, por fa
Laboratorios Karlson. Se encuentran casi igual que el año pasado, la única diferencia es que reemplazaron los adornos de navidad, y siguen siendo sobrios y elegantes de muy buen gusto. Dejé todas mis tareas hechas, citas programadas e información enviada, también les avisé a mis dos empleadores que necesitaba este tiempo libre y que cualquier cosa que requirieran de manera urgente, les pedí que me contacten en el celular. Espero concluir esta reunión lo más rápido posible y continuar con mis actividades rutinarias para cerrar el día.Buenos días, señorita Karlson; el señor Connors la espera menciona la recepcionista al verme llegar, ella actúa tan amable como siempre.Buenos días a ti y gracias, Mary. —Subo a las oficinas saludando al personal, todos me conocen y me devuelven una sonrisa al pasar frente a
En el portal de mi apartamento, me espera un nuevo crisantemo en tono rosa, es hermoso como todos los demás. Con la diferencia de que éste trae una nota. ¡Una nota! Por fin voy a saber quién los envía. Abro el pequeño sobre y con caligráfica propia dice.«Contigo aprendí a mirar a los ojos, para descubrir tu sonrisa que ha logrado deshelar mi corazón».No tiene firma, pero es un paso más, ya que ahora me envía nota.Me la llevo a la cueva y sobre el escritorio coloco la hermosa flor. Llegan a mi memoria esos ojos negros e intensos que me torturaron durante la comida. ¡Cómo deseo que sea Viktor quien me envía estas palabras y flores! Por fortuna logré zafarme del interrogatorio de Mark con una excusa barata, pero excusa, al fin. Es implacable cuando se trata de averiguar lo
Amablemente decliné la invitación a cenar de la rusa, la verdad es que ya no tenía cabeza para seguir. ¿Qué se le regala a un hombre que se puede comprar todo lo que quiere? Es la pregunta más difícil a la que me he enfrentado. Con mi papá, mi tío y Mark, siempre fue fácil darles regalos. Unas tarjetas, detalles y poco más, pero con Viktor Novikov, estoy hablando de otro nivel muy distinto. Es mi jefe, no alguien al que conozca desde hace mucho tiempo, y, para colmo, solo tengo hasta mañana para conseguir algo. Cuando llego a mi departamento, dejo los paquetes en mi habitación y me voy directo a mi cueva para meterme de cabeza en internet. Durante horas y horas, paso buscando el regalo indicado y nada me complace. Exasperada por mi infructuosa búsqueda me voy a dormir, estoy agotada, mañana será otro día y espero que durante la noche logre pensar en algo adecuado para él. Me despierto un poco más tarde de lo habitual, es el día de la fiesta y