Joaquín —Yo tampoco, pero es real, —susurró ella, sonriendo contra mis labios—. Y es increíble.Humedecí mi miembrø en su entrada, jugueteando un poco antes de hundirme con lentitud. Me incliné hacia atrás, apoyándome en mis manos para verme completamente clavado en su centro . Camila siguió mi mirada, mordiendo su labio inferior.—¡Ya muévete por Dios! —jadeo impaciente, alzando las caderas para enfatizar su pedido.Sonreí, orgulloso y arrogante de tenerla bajo mi cuerpo, suplicando por más. Comencé a balancear mis caderas con movimientos lentos y precisos, haciéndola arquearse hacia arriba. Justo cuando estaba por perder el control y darle más duro, escuchamos un golpe fuerte en la puerta de la habitación.—¡Tía! —se escuchó la voz de Nathan—. ¿Estás despierta? ¡Amy y yo tenemos hambre!Nos separamos de golpe, pero me moví demasiado rápido, y en ese instante sentí un pinchazo agudo en mi espalda baja, como si me hubieran apuñalado. El dolor recorrió todo mi costado derecho, hacié
CamilaSentí su calor en mi piel mientras me despedía de Joaquín. Nos quedamos unos segundos más frente a la puerta, sus manos en mi cintura, y la mía jugando con el borde de su camisa. Aún me costaba creer que esto estaba pasando, que este hombre, que había irrumpido en mi vida de una forma tan inesperada, estaba aquí, sonriéndome como si yo fuera lo mejor que le había pasado.—Tengo que hacer unas cosas antes de ir a la oficina, —me dijo, rozando mis labios con un beso rápido, probando el sabor de mi boca como si fuera la primera vez.—¿No puedes hacer esas cosas más tarde? —pregunté con una sonrisa traviesa, tirando un poco de su camisa.Joaquín soltó una risa baja, acariciando mi mejilla con el dorso de su mano.—Si sigues mirándome así, no voy a poder irme nunca, —murmuró, inclinándose para darme otro beso, esta vez más lento, más profundo.Me rendí al beso, suspirando contra sus labios antes de separarme, sintiendo el calor subir a mis mejillas.—Está bien, ve antes de que te
Joaquín Nathan y yo subimos al ascensor de mi edificio, y vi cómo sus ojos se agrandaron al observar las paredes de mármol pulido y los espejos brillantes. Se inclinó hacia el espejo, arreglándose el cabello, inspeccionando cada detalle de su reflejo.—Nunca había estado en un lugar así, —comentó, con los ojos brillando de emoción—. ¿Todo este edificio es tuyo?Solté una risa suave, colocando una mano en su hombro.—No todo el edificio, campeón, —respondí mientras el ascensor se detenía frente a mi apartamento—. Pero el último piso sí.Las puertas del ascensor se abrieron, y salimos al pequeño descanso que había antes de mi puerta. Sus ojos recorriendo cada rincón con asombro, sin perderse ningún detalle. Cuando entramos, se quedó de pie, congelado, mirando el espacio amplio y luminoso.El apartamento estaba decorado con un estilo moderno, con muebles elegantes, líneas limpias y colores neutros. En el centro del salón había un sofá amplio, y frente a él, una televisión enorme que
Joaquín Sentado en mi oficina, apenas prestaba atención a la luz que entraba por las ventanas. La brillante tarde española era solo un telón de fondo, algo insignificante comparado con el cúmulo de problemas que tenía frente a mí. Los informes de las sucursales parecían interminables, un desfile de números y excusas, pero había algo en particular que me estaba irritando más de lo normal. Me detuve en la página dedicada a la oficina de Latinoamérica, y lo que vi no me gustó nada.Las ventas estaban cayendo en picada, las quejas de los clientes aumentaban y las encuestas internas mostraban una baja satisfacción general del personal. Un desajuste tras otro, y lo más preocupante era que nadie había levantado la mano para advertirlo. "Incompetentes", pensé, con una punzada de irritación. Respiré hondo, agarré el teléfono y marqué a Felipe, mi mejor amigo, el tipo que estaba supuestamente a cargo de supervisar las sucursales de esa región. Mientras sonaba el teléfono, ya sabía que su
CamilaMe desperté de golpe, sobresaltada por el sonido del despertador que llevaba minutos ignorando. El cansancio me pesaba en los párpados y los músculos me dolían, como si no hubiera dormido en absoluto. Miré el reloj en la mesita de noche y el corazón se me aceleró: las siete y cincuenta."¡Mierda!", pensé, mientras saltaba de la cama, casi tropezando con las sábanas enredadas en mis pies.Los niños llegarían tarde a la escuela, y yo, por supuesto, llegaría tarde al trabajo.—¡Nathan! ¡Amy! —grité mientras me ponía una camiseta cualquiera y unos pantalones de jean. No tenía tiempo para nada, excepto para correr. Y ellos tampoco.Salí del cuarto y corrí al de Nathan. Lo encontré aún en la cama, enredado entre las sábanas como un pequeño bulto. Los libros de su proyecto de ciencias estaban desparramados por el escritorio, las hojas manchadas de tinta y dibujos torpes que habíamos terminado juntos hasta bien entrada la madrugada. Me acerqué y lo sacudí con suavidad en el hombro.
Joaquín Caminaba por el edificio con la mente en piloto automático. Después de más de 12 horas de vuelo y apenas un par de horas de sueño, mis pies me guiaban más por costumbre que por voluntad. Mi objetivo: llegar a la oficina de Felipe, discutir los problemas de la sucursal y empezar a ver con mis propios ojos lo que estaba ocurriendo aquí. Claro, no había necesidad de hacer un escándalo. Solo quería pasar desapercibido por ahora, observar, entender qué estaba fallando antes de tomar cartas en el asunto.Me dirigí hacia el pasillo cuando, de repente, todo cambió en un segundo.Me golpeé con alguien de lleno. Sentí el impacto primero en el pecho, como un choque que me sacó de mi ensimismamiento. Los papeles volaron, hojas desparramadas por el suelo como una explosión de caos. Miré hacia abajo, a la persona contra la que había chocado. Una chica, agachada ya, recogiendo lo que había soltado.—¡Dios! Lo siento mucho —dijo rápidamente, su voz era suave pero nerviosa. Se inclinó pa
Camila Estaba sentada en mi escritorio, fingiendo estar concentrada en los papeles frente a mí, pero la verdad es que no podía dejar de pensar en lo que había pasado esa mañana. Aún podía sentir el ligero cosquilleo de haberme topado con Joaquín, el nuevo pasante que Felipe había presentado con tanto entusiasmo. Algo en su mirada fría y en la manera en que me había ignorado desde el principio me irritaba, pero al mismo tiempo, no podía sacarlo de mi cabeza. Era raro, y me incomodaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.Suspiré, moviéndome en la silla para intentar enfocarme en lo que realmente tenía que hacer. Pero justo en ese momento, escuché la risa inconfundible de Felipe en el fondo del área común. "Otra vez...", pensé, con una mezcla de cariño y cansancio. Felipe era ese tipo de jefe al que podías odiar y querer al mismo tiempo, siempre echando relajo, pero también con una intuición que pocas veces fallaba.Me giré un poco para verlo hablando con Ramiro, y ya se me emp
Joaquín Entré en la oficina de Felipe con los papeles aún en la mano y la sangre hirviendo. No sabía si era por las malditas copias que me había pedido Camila, o por cómo todos en la oficina parecían tomarme por un idiota. Pero lo que sí sabía es que no podía aguantar más. Apenas crucé la puerta, la cerré de golpe, y sentí cómo el ruido reverberaba por la habitación.Él estaba tan tranquilo como si el mundo a su alrededor no existiera. Estaba sentado en su silla, con los pies cruzados sobre el escritorio y una sonrisa ligera en los labios, mirando su teléfono, totalmente ajeno al hecho de que yo estaba a punto de explotar.—¡¿En qué demonios estabas pensando?! —le grité, lanzando los papeles sobre su escritorio. —¡Soy el CEO de esta empresa, no un maldito pasante!Felipe ni siquiera se inmutó. Ni un parpadeo. Bajó el teléfono lentamente y me miró con esa calma que siempre parecía sacarme de quicio, como si lo que acababa de decir no le importara en lo más mínimo.—Relájate, Joaquín