CamilaEstaba guardando mis cosas en el bolso, desesperada por salir después de un día largo y agotador.Justo cuando estaba por ponerme de pie, la puerta de la oficina de Felipe se abrió y lo vi asomar la cabeza, con una sonrisa en los labios cuando me vio.—Camila, ¿tienes un minuto? —preguntó, haciendo un gesto para que me acercara.Suspiré, pensando en que era posible que ya no fuera a salir temprano, pero asentí y caminé hacia su oficina. Nathan estaba a mi lado, mirando con curiosidad.—Quédate aquí, ya vengo.Entré en su oficina, él estaba apoyado contra su escritorio, con la expresión relajada que siempre mostraba.—¿Qué ocurre? —pregunté, cruzándome de brazos, intentando leerlo.Él sonrió, estirando la mano hacia el cajón de su escritorio. Sacó un pequeño llavero y me lo lanzó. Lo atrapé al vuelo, pero al ver las llaves en mi mano, fruncí el ceño.—¿Y esto? —pregunté, levantando una ceja.—Son las llaves del auto que te prestaremos hasta que arreglen el tuyo, —dijo él con una
Camila—No es que no me guste la idea del auto nuevo, —dijo—. Pero... me gusta más cuando él está con nosotros.Solté un suspiro triste, sacudiendo la cabeza, mientras Nathan se levantaba del sofá y se acercaba a nosotras.—Sí, tía, —dijo Nathan, con ese tono medio burlón, medio sincero—. Joaquín es mucho más divertido que tú. Y además, parece que a ti también te gusta mucho estar con él.Me quedé congelada, sintiendo el calor subiendo a mis mejillas. Me separé un poco de Amy, que ahora me miraba con una sonrisa cómplice.—No es lo que piensas, Nathan, —dije, tratando de sonar despreocupada.Nathan rodó los ojos, cruzándose de brazos.—Sí, claro, —respondió con un tono sarcástico—. Te he visto, tía. Los dos están más felices cuando están juntos. Y, por si no te diste cuenta, Amy y yo también.Sentí un cosquilleo en el estómago, mis sobrinos no solo habían aceptado a Joaquín, sino que estaban pidiéndome que lo incluyera en nuestras vidas.—Está bien, Sherlocks, —dije, levantando las ma
Camila El calor subió por mi cuello hasta mis mejillas, y me mordí el labio mientras apartaba la mirada, intentando enfocarme en el secado de los platos.—Tal vez tengas razón, —dije, con una sonrisa traviesa—. No quiero que piensen que estoy dándote clases de cómo secar platos.Joaquín dejó el plato que estaba lavando y se giró hacia mí, con una expresión de pura diversión. Se acercó un paso, y sentí cómo el aire entre nosotros se volvía denso, cargado de algo más que simple coqueteo.—¿De verdad crees que necesito clases? —susurró, levantando una mano para acariciar mi mejilla.Tragué saliva, y apenas logré asentir.—Creo que te vendría bien una demostración —dije en tono provocador, sintiendo cómo mi voz temblaba un poco.En un segundo, Joaquín estaba sobre mí, empujándome suavemente contra la encimera, con sus manos firmes en mi cintura. Su cuerpo se apretó contra el mío, y sentí su aliento caliente en mi cuello antes de que sus labios rozaran mi piel.—Eres tan tentadora, —murmu
Joaquín Me quité la camisa con calma, disfrutando del peso de su mirada sobre mí. El aire fresco de la habitación acarició mi piel desnuda, y supe que Camila estaba siguiendo cada movimiento, aunque intentara disimularlo.Comencé a deslizarme fuera de mis pantalones, quedándome solo en bóxers, y cuando me giré para enfrentarla, vi cómo sus ojos se movían lentamente por mi torso, recorriendo los músculos de mi abdomen. Sus labios se entreabrieron un poco, y escuché que murmuró algo, casi inaudible, pero lo suficiente para arrancarme una sonrisa.—Santa mierda, —susurró ella, con los ojos bien abiertos—. El viejito está como quiere...Solté una carcajada, sorprendido por su comentario. Me incliné un poco hacia ella, apoyándome con las manos en la cama, acercándome lo suficiente como para que nuestros rostros quedaran a pocos centímetros.—¿Viejito? —dije, alzando una ceja y mostrando una sonrisa traviesa—. ¿Quieres comprobar qué tan "viejito" estoy?Ella se mordió el labio, y pensé q
Joaquín Sentado en mi oficina, apenas prestaba atención a la luz que entraba por las ventanas. La brillante tarde española era solo un telón de fondo, algo insignificante comparado con el cúmulo de problemas que tenía frente a mí. Los informes de las sucursales parecían interminables, un desfile de números y excusas, pero había algo en particular que me estaba irritando más de lo normal. Me detuve en la página dedicada a la oficina de Latinoamérica, y lo que vi no me gustó nada.Las ventas estaban cayendo en picada, las quejas de los clientes aumentaban y las encuestas internas mostraban una baja satisfacción general del personal. Un desajuste tras otro, y lo más preocupante era que nadie había levantado la mano para advertirlo. "Incompetentes", pensé, con una punzada de irritación. Respiré hondo, agarré el teléfono y marqué a Felipe, mi mejor amigo, el tipo que estaba supuestamente a cargo de supervisar las sucursales de esa región. Mientras sonaba el teléfono, ya sabía que su
CamilaMe desperté de golpe, sobresaltada por el sonido del despertador que llevaba minutos ignorando. El cansancio me pesaba en los párpados y los músculos me dolían, como si no hubiera dormido en absoluto. Miré el reloj en la mesita de noche y el corazón se me aceleró: las siete y cincuenta."¡Mierda!", pensé, mientras saltaba de la cama, casi tropezando con las sábanas enredadas en mis pies.Los niños llegarían tarde a la escuela, y yo, por supuesto, llegaría tarde al trabajo.—¡Nathan! ¡Amy! —grité mientras me ponía una camiseta cualquiera y unos pantalones de jean. No tenía tiempo para nada, excepto para correr. Y ellos tampoco.Salí del cuarto y corrí al de Nathan. Lo encontré aún en la cama, enredado entre las sábanas como un pequeño bulto. Los libros de su proyecto de ciencias estaban desparramados por el escritorio, las hojas manchadas de tinta y dibujos torpes que habíamos terminado juntos hasta bien entrada la madrugada. Me acerqué y lo sacudí con suavidad en el hombro.
Joaquín Caminaba por el edificio con la mente en piloto automático. Después de más de 12 horas de vuelo y apenas un par de horas de sueño, mis pies me guiaban más por costumbre que por voluntad. Mi objetivo: llegar a la oficina de Felipe, discutir los problemas de la sucursal y empezar a ver con mis propios ojos lo que estaba ocurriendo aquí. Claro, no había necesidad de hacer un escándalo. Solo quería pasar desapercibido por ahora, observar, entender qué estaba fallando antes de tomar cartas en el asunto.Me dirigí hacia el pasillo cuando, de repente, todo cambió en un segundo.Me golpeé con alguien de lleno. Sentí el impacto primero en el pecho, como un choque que me sacó de mi ensimismamiento. Los papeles volaron, hojas desparramadas por el suelo como una explosión de caos. Miré hacia abajo, a la persona contra la que había chocado. Una chica, agachada ya, recogiendo lo que había soltado.—¡Dios! Lo siento mucho —dijo rápidamente, su voz era suave pero nerviosa. Se inclinó pa
Camila Estaba sentada en mi escritorio, fingiendo estar concentrada en los papeles frente a mí, pero la verdad es que no podía dejar de pensar en lo que había pasado esa mañana. Aún podía sentir el ligero cosquilleo de haberme topado con Joaquín, el nuevo pasante que Felipe había presentado con tanto entusiasmo. Algo en su mirada fría y en la manera en que me había ignorado desde el principio me irritaba, pero al mismo tiempo, no podía sacarlo de mi cabeza. Era raro, y me incomodaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.Suspiré, moviéndome en la silla para intentar enfocarme en lo que realmente tenía que hacer. Pero justo en ese momento, escuché la risa inconfundible de Felipe en el fondo del área común. "Otra vez...", pensé, con una mezcla de cariño y cansancio. Felipe era ese tipo de jefe al que podías odiar y querer al mismo tiempo, siempre echando relajo, pero también con una intuición que pocas veces fallaba.Me giré un poco para verlo hablando con Ramiro, y ya se me emp