Joaquín Sentí cómo la rabia subía por mi cuerpo, golpeándome en el pecho como un puño cerrado. Me obligué a mantener mi expresión neutral, pero no pude evitar apretar los dientes. Javier había cruzado una línea, y él lo sabía.—Mi madre no está disponible para cenas o citas de ningún tipo, —respondí con frialdad, inclinándome hacia él. —Y te sugiero que te concentres en lo que estamos discutiendo aquí. No mezcles lo personal con lo profesional.Su sonrisa se desvaneció, y carraspeó antes de que volviera a recomponer su expresión.—Claro, claro —dijo, levantando las manos en un gesto de disculpa. —No quise ofender. Solo estaba haciendo un comentario. No imaginé que te pondrías tan... protector.—Siempre protejo a mi familia —respondí, recostándome en mi silla y cruzando los brazos sobre el pecho. —Así como protejo los intereses de mi empresa. Y si vamos a seguir con esta negociación, sugiero que hagas algo para convencerme.Javier tragó saliva, asintiendo sin apartar sus ojos de los
JoaquínCamila frunció el ceño, y tomó el papel confundida.Antes de que pudiera leerlo, Nathan soltó un comentario que hizo que Ramiro temblrara.—A menos que tú seas el CEO, —hizo un gesto con las manos, mirando a Ramiro con una expresión de burla, —estas flores no las mandaste tú.Me sentí aliviado de que él hubiera encontrado la nota, y se la restregara en la cara. El chico era astuto, eso era seguro, y no le tenía miedo a nadie.Ramiro se puso rojo, y miró con irritación a Nathan.Pero lo que más me llamó la atención fue la mirada protectora de ese pequeño hacia su tía. El chico no confiaba en nadie que se acercara a Camila, ni en Ramiro, ni en el CEO (aunque él no sabía que ambos éramos la misma persona).Camila leyó la nota en silencio, y vi cómo su expresión cambiaba de sorpresa a algo parecido al alivio. Miró las flores y luego a Ramiro, que ahora parecía estar buscando una salida.—Oh, entonces... no fuiste tú, —dijo con una pequeña sonrisa de satisfacción, dejando el papel
Joaquín—No sé si debería estar impresionado o asustado —admití finalmente, soltando una risa nerviosa. —Pero, si sabes esto, también sabes que es un secreto importante.Él me miró con una sonrisa astuta, cruzando los brazos sobre su pecho.—Lo sé, —dijo. —Y no me importa mantener el secreto... siempre y cuando cumplas algunas condiciones.Me eché a reír, inclinándome hacia adelante.—¿Estás intentando chantajearme, Nathan? —pregunté, aunque la idea me resultaba más divertida que irritante.—Prefiero llamarlo un acuerdo —respondió él, con la seriedad de un adulto negociando un contrato. —Quiero que consigas un auto para mi tía, hasta que arreglen el suyo. No quiero que siga tomando taxis.Asentí, sabiendo que no podía negarme a eso.—Hecho, —respondí. —¿Algo más?Una sonrisa gigante se plantó en su rostro, como si acabara de ganar una partida de ajedrez.—Una consola de videojuegos nueva también estaría bien —dijo, encogiéndose de hombros.—Así que, —dije, mirándolo con una sonrisa, —
CamilaEstaba guardando mis cosas en el bolso, desesperada por salir después de un día largo y agotador.Justo cuando estaba por ponerme de pie, la puerta de la oficina de Felipe se abrió y lo vi asomar la cabeza, con una sonrisa en los labios cuando me vio.—Camila, ¿tienes un minuto? —preguntó, haciendo un gesto para que me acercara.Suspiré, pensando en que era posible que ya no fuera a salir temprano, pero asentí y caminé hacia su oficina. Nathan estaba a mi lado, mirando con curiosidad.—Quédate aquí, ya vengo.Entré en su oficina, él estaba apoyado contra su escritorio, con la expresión relajada que siempre mostraba.—¿Qué ocurre? —pregunté, cruzándome de brazos, intentando leerlo.Él sonrió, estirando la mano hacia el cajón de su escritorio. Sacó un pequeño llavero y me lo lanzó. Lo atrapé al vuelo, pero al ver las llaves en mi mano, fruncí el ceño.—¿Y esto? —pregunté, levantando una ceja.—Son las llaves del auto que te prestaremos hasta que arreglen el tuyo, —dijo él con una
Camila—No es que no me guste la idea del auto nuevo, —dijo—. Pero... me gusta más cuando él está con nosotros.Solté un suspiro triste, sacudiendo la cabeza, mientras Nathan se levantaba del sofá y se acercaba a nosotras.—Sí, tía, —dijo Nathan, con ese tono medio burlón, medio sincero—. Joaquín es mucho más divertido que tú. Y además, parece que a ti también te gusta mucho estar con él.Me quedé congelada, sintiendo el calor subiendo a mis mejillas. Me separé un poco de Amy, que ahora me miraba con una sonrisa cómplice.—No es lo que piensas, Nathan, —dije, tratando de sonar despreocupada.Nathan rodó los ojos, cruzándose de brazos.—Sí, claro, —respondió con un tono sarcástico—. Te he visto, tía. Los dos están más felices cuando están juntos. Y, por si no te diste cuenta, Amy y yo también.Sentí un cosquilleo en el estómago, mis sobrinos no solo habían aceptado a Joaquín, sino que estaban pidiéndome que lo incluyera en nuestras vidas.—Está bien, Sherlocks, —dije, levantando las ma
Camila El calor subió por mi cuello hasta mis mejillas, y me mordí el labio mientras apartaba la mirada, intentando enfocarme en el secado de los platos.—Tal vez tengas razón, —dije, con una sonrisa traviesa—. No quiero que piensen que estoy dándote clases de cómo secar platos.Joaquín dejó el plato que estaba lavando y se giró hacia mí, con una expresión de pura diversión. Se acercó un paso, y sentí cómo el aire entre nosotros se volvía denso, cargado de algo más que simple coqueteo.—¿De verdad crees que necesito clases? —susurró, levantando una mano para acariciar mi mejilla.Tragué saliva, y apenas logré asentir.—Creo que te vendría bien una demostración —dije en tono provocador, sintiendo cómo mi voz temblaba un poco.En un segundo, Joaquín estaba sobre mí, empujándome suavemente contra la encimera, con sus manos firmes en mi cintura. Su cuerpo se apretó contra el mío, y sentí su aliento caliente en mi cuello antes de que sus labios rozaran mi piel.—Eres tan tentadora, —murmu
Joaquín Me quité la camisa con calma, disfrutando del peso de su mirada sobre mí. El aire fresco de la habitación acarició mi piel desnuda, y supe que Camila estaba siguiendo cada movimiento, aunque intentara disimularlo.Comencé a deslizarme fuera de mis pantalones, quedándome solo en bóxers, y cuando me giré para enfrentarla, vi cómo sus ojos se movían lentamente por mi torso, recorriendo los músculos de mi abdomen. Sus labios se entreabrieron un poco, y escuché que murmuró algo, casi inaudible, pero lo suficiente para arrancarme una sonrisa.—Santa mierda, —susurró ella, con los ojos bien abiertos—. El viejito está como quiere...Solté una carcajada, sorprendido por su comentario. Me incliné un poco hacia ella, apoyándome con las manos en la cama, acercándome lo suficiente como para que nuestros rostros quedaran a pocos centímetros.—¿Viejito? —dije, alzando una ceja y mostrando una sonrisa traviesa—. ¿Quieres comprobar qué tan "viejito" estoy?Ella se mordió el labio, y pensé q
Joaquín Sentado en mi oficina, apenas prestaba atención a la luz que entraba por las ventanas. La brillante tarde española era solo un telón de fondo, algo insignificante comparado con el cúmulo de problemas que tenía frente a mí. Los informes de las sucursales parecían interminables, un desfile de números y excusas, pero había algo en particular que me estaba irritando más de lo normal. Me detuve en la página dedicada a la oficina de Latinoamérica, y lo que vi no me gustó nada.Las ventas estaban cayendo en picada, las quejas de los clientes aumentaban y las encuestas internas mostraban una baja satisfacción general del personal. Un desajuste tras otro, y lo más preocupante era que nadie había levantado la mano para advertirlo. "Incompetentes", pensé, con una punzada de irritación. Respiré hondo, agarré el teléfono y marqué a Felipe, mi mejor amigo, el tipo que estaba supuestamente a cargo de supervisar las sucursales de esa región. Mientras sonaba el teléfono, ya sabía que su