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「 ✦ NO QUIERO QUE MUERA EN MI CASA ✦ 」

「 ✦ NO QUIERO QUE MUERA EN MI CASA ✦ 」

Cuando Sophia abrió los ojos, su frente se arrugó cuando vio la extraña habitación. Se levantó lentamente y miró a su alrededor solo para encontrarse con una anciana de aspecto dulce.

―Qué bueno que despertó, señora ―dijo la mujer acercándose.

Sophia frunció más las cejas y repitió.

― ¿Señora? Yo… ¿Dónde estoy?

―No se levante todavía, pasó una mala noche y el médico dijo que debía descansar. ―dijo la mujer instándola a acostarse.

―No… yo… quiero saber dónde estoy.

El corazón de Sophia latía a toda velocidad y un nudo se formó en su estómago.

―Quiero irme, esta no es mi casa.

Salió de la cama tambaleándose y la empleada se apresuró a ayudarla.

―Señora… no es bueno que…

― ¡No me llames, señora! ―Sophia dijo demasiado alto ―No soy ninguna señora. Esta no es mi casa y exijo saber por qué estoy aquí. Yo…  ―se llevó una mano a la cabeza para calmar el dolor.

―Señora, usted no puede irse, el joven Santino ya sabe que está aquí y ordenó que le prepararan el desayuno.

― ¿Santino? ―miro a la mujer ahora con más confusión ― ¿Quién rayos es Santino? ¿Y quién dice que voy a comer con él?

En otra habitación de la mansión, el ambiente era completamente distinto. André, con una expresión seria, le entregó un iPad a Santino, quien esperaba con impaciencia. La pantalla mostraba la información detallada de la mujer que en ese momento enfrentaba un confuso despertar en su casa.

―Eso fue todo lo que encontré sobre Serena Michel. Es hija de Tom Michel y Norma Sanz. Él tiene una empresa en el ramo automotriz y no va muy bien; así que hizo algunos préstamos ―explicó André, mientras Santino examinaba la imagen de la chica en el dispositivo.

Él observó detenidamente la foto. Serena Michel no era fea, pero tampoco había algo en ella que la hiciera destacar a primera vista; se podría considerar alguien simple.

― ¿Nos deben dinero? ―preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

―Sí, es por eso, que tu abuelo organizó esta boda. Lo dejará libre de deudas si la chica se casa contigo ―respondió André, sabiendo que esta noticia no sería del agrado de su amigo.

Santino soltó un bufido sarcástico.

―Mi abuelo a veces es un poco entrometido. Cree que no puedo liderar la empresa y la organización solo.

André tomó asiento frente a su amigo, mirándolo con seriedad.

―Tal vez tenga razón, Santino. Tal vez es tiempo de que tomes una esposa. Es bueno para ti en todos los aspectos, además debes dejar ir a…

La mirada de advertencia de Santino lo hizo callar de inmediato. Siempre que mencionaba a esa persona, se ponía de mal humor.

―No lo hago por ella ―dijo con voz firme y decidida. ―La verdad es que no necesito una esposa. Eso solo significaría debilidad, y tú y yo sabemos que en este negocio los débiles caen. Y… ―Sus ojos se entrecerraron, dejando entrever una determinación feroz. ―No quiero distracciones para cazar al culpable.

―Sí, claro. Créete eso tú mismo, pero a mí no me engañas. El único motivo por el que no quieres comprometerte es porque aún sigues amando a Kiara ―André dijo con una mezcla de comprensión y desafío.

La tensión en la habitación creció. A pesar de las complicadas circunstancias que rodeaban el acuerdo matrimonial con Serena, era evidente que el corazón de Santino aún pertenecía a alguien más.

La mención de ese nombre hizo que Santino regresara al pasado, a una época en la que la inocencia aún formaba parte de su vida. Kiara Ferrara, la hija de un socio de su padre, había sido su compañera desde la infancia. Crecieron juntos, compartiendo juegos, sueños y, eventualmente, un amor juvenil que parecía destinado a florecer con el tiempo. Pero cuando la traición por parte del padre de Kiara se descubrió, afectando profundamente los negocios y la confianza entre las familias, su padre se opuso férreamente a que ambos continuaran su relación. A pesar de las advertencias y los obstáculos, Santino se impuso, creyendo en el amor que pensaba que compartían. Sin embargo, la realidad era mucho más amarga de lo que jamás podría haber imaginado. Kiara no era la mujer que él creía amar; en realidad, había sido nada más que un peón en manos de alguien que nunca lo había amado de verdad. Kiara había estado engañándolo con su primo Damiano, una traición que destrozó el corazón de Santino y fracturó su capacidad de confiar nuevamente.

Cuando descubrió la traición de Kiara, la confrontación fue inevitable. Las palabras se tornaron en gritos, los gritos en acusaciones, hasta que el destino intervino de la manera más trágica. Kiara terminó muerta en un accidente esa misma noche, una conclusión abrupta y fatal a su historia. Y aunque sabía que era una traidora, Santino no pudo evitar sentir un profundo dolor y culpa por lo sucedido. Desde ese momento, se juró a sí mismo que nunca más volvería a confiar en una mujer.

―Santino, ¿me estás escuchando? ―André chasqueó los dedos delante de su amigo.

―Sí, perdón, ¿qué decías? ―Santino salió de sus cavilaciones, su mirada perdida finalmente enfocándose en su amigo.

André suspiró.

―Dije que la hija de Tom Michel es una joyita. Investigué un poco más y descubrí que la chica no es una dulce paloma; le gusta la bebida, alojarse y… ―André, rio burlón ―acaba de tener un aborto.

Las cejas de Santino se apretaron.

― ¿Un aborto?

―Así es, tenía una relación con un capitán de fútbol, terminaron y ella se quedó con el paquete.

―Cielos, André, ¿cómo consigues tanta información?

El hombre se carcajeó.

―Máximo es bueno en ello, su gente es muy eficiente.

Santino asintió. Máximo D’Luca era su otro primo, unos años mayor que él y sobre todo leal. Tenía una empresa de seguridad e investigación que trabajaba para el gobierno y todo aquel que pudiera pagar sus servicios.

―Recuérdame enviarle un regalo por el nacimiento de sus trillizos.

―Estaba muy molesto contigo ―continuó André ―dijo que vendría en cualquier momento, así que prepárate, tu madre junto a tu tía Brenda serán un duro frente.

Santino rodó los ojos y siguió viendo la fotografía en el iPad.

― ¿Y qué piensas hacer con tu prometida? ―preguntó tentativamente André ―Dado que anoche le diste una habitación, supongo que…

―En primer lugar, ella no es mi prometida, porque no pienso casarme con ella. Y, en segundo lugar, le di una habitación porque estaba medio muerta, ¿es que no viste?

― ¡Ay, perdón! Estás de un humor de perro. Y pensándolo bien, quizás la fiebre sea por alguna infección, ya sabes cómo son esas clínicas clandestinas. Seguramente la familia pensó que se te ablandaría el corazón ―se rio divertido ―se nota que no te conocen.

Santino apagó el iPad y rodó la silla hacia atrás.

―No hagas conjeturas equivocadas. Solo la dejé quedarse porque no quería que muriera en mi casa.

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