¡Gracias por leer, chicuelas! Continúen comentando, reseñando en la portada del libro y dando like.
Después de poner a su amigo al tanto de todo, Matías salió al jardín. El almuerzo se serviría dentro de poco.— Veo que puedes pasar horas enteras, así — sorprendió a Emma por la espalda, prendada en ese libro que no sabía qué tenía de interesante, pero parecía fascinarle.— Lo siento, no… te vi llegar.— Lo sé, estabas muy entretenida. ¿Estás ya terminando el primer libro?— Es… el tercero.Matías alzó las cejas, asombrado, y asintió con una sonrisa.— Por ahora lo tendrás que dejar. Es la hora del almuerzo y tenemos visita.— ¿Visita?— Sí, acompáñame.Emma asintió, dejó el libro sobre un pequeño banco y lo siguió de cerca.Al entrar al comedor, varias personas estaban allí, pero solo una, llamó su atención. Se tensó enseguida al… reconocer a ese hombre.— Tú… — musitó, su pulso de pronto acelerado.Cristóbal se incorporó, asintiendo, e iba a saludarla con un leve estrecho de mano, pero Emma retrocedió, y sin nadie explicarse el por qué, salió corriendo con demasiado esfuerzo de allí
Cuatro semanas pasaron, y por primera vez, Emma parecía recuperar un mejor peso y el color de su rostro, pues durante todo ese tiempo, Matías se había portado a la altura de la situación, incluso, las cosas parecían mejor entre ellos. Compartían la misma mesa tres veces al día y uno que otro rincón de la mansión, cuando, de forma inesperada, coincidían.La última consulta con el médico la tuvieron la semana pasada. Se encontraba en su séptimo mes de embarazo y todo fue buenas noticias, lo que Matáis ya sabía, pues en todo de ella se reflejaba el resultado de un embarazo tranquilo. Ya no la molestaba ni atormentaba con lo que sabía. ¿Para qué? Si nada lo cambiaría.Por otro lado, la bebé estaba saludable y comenzaba a crecer progresivamente. Su conexión con ella, aun desconociendo los resultados de la paternidad, era cada vez más fuerte. En más de una ocasión, de forma espontánea, Emma la sentía patear en su vientre y rápido ponía al tanto a Matías para que este la tocara y sintiera tam
— Responde, Emma, no te quedes callada. ¿Qué diablos significa esto? — exigió saber, contenido. Una de sus manos convertida en un puño y la otra sosteniendo el papel en lo alto.Emma negó, sin saber qué decir o que hacer.— Yo, Matías, yo no lo sé. No sé quién pudo haber enviado eso.Matías rio, nervioso, incrédulo, humillado. Y negó con la cabeza.— No lo sabes, ¿eh?Entonces abrió el papel y se lo mostró a la cara.— Elías Meier. ¿En serio vas a decir que no sabes quién es?— No, pero…— Mejor no digas nada, Emma. Solo vas a empeorarlo — le pidió, herido —. Pudiste haber sido sincera. Pudiste… haberme dicho que no era mi hija, que… no me encariñara con ella. Pero otra vez me viste la cara de idiota. Felicidades — entonces, sin decir más, salió de allí sin mirar atrás.— No, Matías, espera — le rogó, siguiéndolo, pero por cada cuatro pasos que él daba, ella daba dos — Matías, por favor… — pero él no se detuvo, ni tampoco tenía intenciones de hacerlo. Subió en zancadas las escaleras y
Durante todo el camino al hospital, Emma no paró de quejarse, tampoco de mencionar asustada a su hija.— Mi bebé, Matías, mi bebé — resollaba, ya para ese entonces sin fuerzas, y Matías cada segundo se preocupaba más.— Tranquila, tranquila — apartó varios mechones de su frente y la acarició con increíble dulzura, apartando por un momento todo aquello que en su interior dolía. Dios, no quería que le pasara nada. Ni a ella ni a la bebé.Pronto llegaron. Saltó fuera del auto con ella en brazos y la recostó sobre la camilla que ya esperaba por ella, junto a un equipo médico.— ¿Qué fue lo que pasó? — le preguntó su doctor.— No lo sé, de pronto comenzó a quejarse de que le dolía mucho la cabeza.El doctor asintió, de repente, preocupado, pues sospechaba de qué podía tratarse. No era bueno en lo absoluto.— De acuerdo, a urgencias.Cuando iban a llevársela, la mano de Emma se aferró a la de Matías con fuerza. Él bajó el rostro.— Si algo me pasa, promete que cuidarás de ella — le pidió con
— ¿Qué pasa? ¿Qué es tan importante? — preguntó Matías a su jefe de seguridad, ya a solas.— Señor, ni siquiera sé cómo decirle esto — no le gustaba en lo absoluto su cara, tampoco la sensación de culpa en el tono de su voz —. Y si después de que lo haga, cree que deba firmar mi renuncia, lo entendería perfectamente.Matías entornó los ojos.— ¿De qué diablos va todo esto, Santiago? ¿Por qué te pediría la renuncia? — exigió saber, contrariado —. Llevas años trabajando para mí, así que te ordeno que te expliques en este instante.Santiago asintió y le entregó una carpeta que llevaba consigo.— Allí está todo lo que tiene que saber.Matías estiró la mano y tomó el material, abriéndolo enseguida. El nombre de Emma salió a relucir entre sus páginas. Alzó el rostro. Más perdido que antes.— ¿Qué es esto?— Léalo, por favor. Allí está… absolutamente todo. Me tomó más tiempo del que hubiese querido, pero es toda la verdad que necesita saber acerca de la muchacha.Molesto por tanto misterio, M
Matías necesitó un momento a solas para pensar. Dios, ¿cómo pudo ser tan ciego? ¡Tenía la verdad frente a sus narices todo ese tiempo! ¡Todo de ella siempre se lo dijo! En su ser no cabía la maldad, el engaño, la traición. Todo en su mente cobraba sentido de a poco. Esa… mañana que fue a verlo, antes de dejar Zúrich, pudo haber sido completamente distinta. Pudo… haber sido todo lo opuesto a lo que ahora lo atormentaba.Se dejó caer en una silla cercana y sacó del interior de su bolsillo la caja con el anillo que todavía guardaba. La abrió y miró el diamante con demasiada nostalgia.Para esa fecha, probablemente ya estuviesen casados.— ¡Qué idiota! ¡Qué idiota! — se repitió a sí mismo, hasta que Cristóbal llegó por él, informándole que el doctor tenía noticias.Se pasó la mano por el rostro y salió enseguida.La cesárea había sido un éxito, así que ahora la familia respiraba de alivio.— La bebé está ahora mismo en los cuneros. Nació saludable y tiene buen peso para la fecha, así que n
Una enfermera entró, apresurada, tras escuchar los gritos, y al ver el estado de la paciente, tuvo que pedirle a Matías que abandonara la habitación. A regañadientes lo hizo, pero no se movió de la puerta, así que escuchó a Emma pedir que por favor le llevaran a su hija, que no permitiera que él se la quitara. Nunca se había sentido tan miserable como en ese momento. A eso la había orillado, a… tenerle miedo.Lágrimas quemaron sus ojos.Se sentó en un banco junto a la puerta y enterró el rostro en las manos. Era una pesadilla lo que estaba viviendo.Minutos después, la enfermera logró tranquilizarla con la promesa de que lo haría si se la llevaban, así que después de largos minutos, fueron por la bebé a los cuneros y se la entregaron en sus brazos.Durante todo ese tiempo, Matías estuvo allí. No se movió a ningún lado. Amanecía, y ya varias enfermeras habían entrado, y salido. Le tomaron la presión y se llevaron a la bebé de vuelta a los cuneros, para entregársela nuevamente en la maña
Matías se aseguró de que la factura del hospital estuviese cubierta durante los días que sabía iba a seguir allí, también, le pidió a su jefe de escoltas que dos de sus hombres más preparados velaran por la seguridad de Emma y su hija, y es que ahora que sabía era perseguida por esos maleantes, no las quería expuestas. También, en medio de su profundo dolor, contactó a las autoridades pertinentes y estas se encargaron de comunicarse con el departamento policial de Zúrich para trabajar en conjunto en cuanto a la captura de Elías Meier, pues tenía una orden de aprensión desde hace ya casi dos años. Uno de los delincuentes más buscados del país.En cuanto a la dedición que había tomado Emma respecto a ellos, Matías se encontraba completamente descompuesto. Ya no concebía la vida sin ella, y no sabía si algún día lo haría.Una tarde, al tanto de todo lo que ocurría en el hospital, supo que le darían el alta dentro de dos días, y esa misma tarde, Amelia, la esposa de Cristóbal, le pidió vis