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Durante las siguientes semanas, Amelia parecía ir y venir como si se tratara de un fantasma. Había bajado sorpresivamente de peso y sus mejillas se habían puesto un tanto pálida. No hablaba ni sonreía. Solo tenía momentos de luz cuando estaba cerca de su hijo, pero nada más. Lo cierto es que de a poco se apagaba y Brazilia lo estaba notando más de la cuenta, sobre todo una tarde cualquiera, cuando la vio casi desvanecerse a los pies de las escaleras.— ¡Señora! ¿Está bien? — le preguntó la mujer, preocupada, tomándola del brazo.Amelia alzó el rostro. No se veía nada bien.— Sí, solo…— ¡Dios, señora! ¡Pero no trae buena cara! Avisaré el señor Cristóbal para que llame al…— No, por favor — le rogó.— Pero…— Se lo suplico, Brazilia, no le diga nada a Cristóbal. Solo necesito descansar un poco y se me pasará.La buena mujer torció una sonrisa.— Bueno, pero si promete que tomara la sopita que le preparé para el almuerzo.— ¿Para… mi?— Sí, hace días que la veo así y no creo que sea buen
— ¡Mami! ¡Mami! — la preocupada voz del pequeño Cristóbal llegó a los oídos de su padre antes de abandonar la mansión, y cuando el CEO alzó el rostro, buscando el motivo de sus gritos de angustia, sus ojos se abrieron.— ¡Amelia! — gritó a los pies de las escaleras, mientras sorteaba los escalones en grandes zancadas hasta llegar a ella. Se arrodilló a su lado — Amelia, Amelia... — llamó, palmeando su rostro con delicadeza y preocupación.— ¿Qué tiene mi mami? — preguntó el niño, resollando.— No lo sé, la llevaremos a la habitación, ¿de acuerdo? Ayúdame tomando su mano — le pidió Cristóbal al niño. Entonces tomó el cuerpo de su amada y lo pegó contra el suyo, mientras el hijo de ambos tomaba la mano cálida de su madre y no la soltaba hasta llegar a la habitación.La recostó sobre la cama.Brazilia entró en seguida. Lo había presenciado todo al salir de la cocina.— Dios, Cristóbal. ¿Qué pasó? — preguntó con terror. Esa muchacha ya le había dado un par de sustos la última semana.— Se
Se incorporó enseguida. Sus ojos rojos de sentimientos encontrados.— Escuché lo que le dijiste a nuestro hijo — musitó, sin apartar sus ojos de los suyos. La tímida luz que se filtraba por uno de los ventanales grandes del pasillo provocó que Amelia descubriera lo que guardaba su mirada.— No sé de lo que hablas, con permiso.— No, espera — tomó su mano.Amelia se soltó.— Lo que sea que escuchaste, no es cierto. Solo se lo dije para…— No mientas. No puedes mentir con eso. Lo veo. Lo siento — la tomó de la cintura y la pegó a él.Ella se volvió a soltar.— Cállate — le pidió. Se sentía herida —. No sé por qué estás haciendo esto si es evidente que ya tienes planeado retomar tu vida.Cristóbal frunció el ceño— ¿De qué hablas?— De ti y esa mujer. ¿Renata?— Amelia…— Vienes de estar con ella.— No es lo que crees. Escucha, ahora no te puedo decir nada, pero…— No es que quiera saber lo que hagas con tu vida o no, Cristóbal. Pero si vas a retomar tu libertar, al menos espero que me de
Aunque Cristóbal deseó con todas sus fuerzas ir tras la mujer que amaba; que amaría por el resto de sus días, no podía equivocarse ni poner en riesgo su plan ahora que estaba cerca de conseguir lo buscaba, así que, esa mañana, aceptó irse con Renata y se juró a sí mismo que no volvería hasta que esta confesara.— ¿Y bien? ¿Qué eso que querías decirme? — le preguntó, apenas llegaron al lugar.— En realidad, primero me gustaría que volviéramos un poco a lo de antes, ya sabes, comer algo, beber un poco y bailar esa canción que tanto me gustaba. ¿La recuerdas?Cristóbal se forzó a sonreír y exhaló largo.— ¿Cómo no hacerlo? — fingió recordar, entonces comenzó a sonar una balada.— ¿Me llevas a la pista, Cristóbal?Durante toda la mañana, y más allá de la puerta, Renata disfrutó de la compañía de un Cristóbal que cada vez más se impacientaba, tanto que tuvo que disculparse para ir al aseo.— Esto no está funcionando — dijo en la línea con Matías. Él era el único que sabía de su plan.— Ya t
Fue una noche larga, insoportable, y Cristóbal sentía que no iba a poder resistir por más tiempo.Matías llegó como a la una de la mañana, y es que tan pronto se enteró de todo, salió apresurado a cómo estaba su amigo.— Cristóbal — dijo al entrar al despacho, preocupado y alarmado por el caos que encontró allí dentro.Aparatos electrónicos, objetos de valor y vasos de cristales quebrados en el piso. Entró sorteando cada cosa que se encontraba en el camino, hasta que vislumbró a Cristóbal, sentado en el mueble a los pies de la ventana. Tenía la camisa y el cabello hecho un asco, y el rostro enterrado en las palmas.Exhaló angustiado.— ¿No has tenido noticias? — preguntó, recogiendo apenas algunas cosas que todavía servían.— Nada, es como si… se los hubiese tragado la tierra. Nadie los vio salir. Nadie me da razón del paradero de Amelia y mis hijos — golpeó a un costado del mueble con frustración.— ¿Tus hijos?Cristóbal al fin alzó el rostro, y asintió.— Sí… Amelia está embarazada.
— Señor, ¿sigue en la línea?Pero no, Cristóbal Cienfuegos se había quedado mirando la fotografía con gesto destrozado.— ¿Señor…?— ¿Tiene la dirección de este lugar?— Sí, pero…— Envíemela ahora misma — y colgó, azotado por un desconcierto que, para ese momento, era más grande que él.— ¿Qué pasa? ¿Por qué tienes esa cara? — preguntó Matías al entrar al despacho. Notando en el rostro de su amigo que algo andaba mal.Cristóbal no dijo nada, y a cambio, le mostró las fotos.Matías se rascó la nuca.— ¿Crees que… estén juntos?— No lo sé, pero… — clavó las manos contra el escritorio e inhaló profundo. De pronto, se escuchó una nueva notificación.— Te han enviado una dirección — le comunicó Matías, entregándole el aparato.Sin ver, pues sabía de qué se trataba, Cristóbal lo tomó, se puso su saco y salió del despacho, no sin antes pedirle a su amigo que lo mantuviera informado si tenían noticias sobre el paradero de su madre.Le tomó alrededor de cuarenta minutos llegar al lugar. Estaba
Media hora después, llegaron al hospital. Amelia estaba tan ansiosa y asustada que durante todo el camino no había dejado de rezar.— Tranquila, va a estar bien. Veré cuál es la situación y te mantendré informada — le dijo su amigo y doctor.Amelia asintió levemente, y lo vio desaparecer por una puerta, enfundado en su bata.— ¿Mami…?La voz del pequeño Cristóbal hizo que bajara la cabeza.— ¿Sí, mi amor?— ¿Mi papá Cristóbal estará bien? Estoy enojado con él, pero no quiero que nada malo le pase. ¿Me prometes que nada le pasará?Amelia sintió su corazón encogerse.— ¿Por qué dices eso, mi vida? ¿Por qué estás enojado con él?— Porque te ha hecho llorar, y yo no quiero que llores.— Ah, mi cielo — Amelia sonrió con tristeza y lo estrechó contra su pecho —. Siempre debes querer a tu padre, pase lo que pase, ¿de acuerdo?El obediente niño asintió, y le limpió con uno de sus deditos una lágrima que resbalaba por su mejilla.— ¿Amelia?La voz de un hombre llamó la atención de Amelia. Se tr
Casi amanecía cuando Matías se acercó a una Amelia desconsolada. Había estado largas horas al teléfono.— Hay una suite disponible para ti en este momento. Ve y descansa.Amelia alzó el rostro, todavía empañado, y negó con la cabeza.— Quiero esperar a que me permitan verlo.— Ya hablé con el doctor y por ahora no será posible. No tiene sentido que sigas aquí, mírate, estás cansada y ni siquiera quisiste comer.— ¿Y si… despierta y yo no estoy? Le dije cosas horribles. Merece saber que… — bajó la mirada, y Matías sonrió. Se notaba que lo amaba.— Si Cristóbal llegara a despertar, tú serías la primera en saberlo, créeme.Después de convencerla, Amelia al fin accedió. La suite estaba contigua a la de su hijo, y agradeció que Brazilia haya sido tan dulce como para quedarse a su lado toda la noche; sin embargo, no pudo evitar asomarse por la puerta. Entonces escuchó:— Ojalá y te hubiese podido ver crecer como mi nieto, mi niño. Ojalá y hubiese podido pelear por tu padre para que no me lo