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Se incorporó enseguida. Sus ojos rojos de sentimientos encontrados.— Escuché lo que le dijiste a nuestro hijo — musitó, sin apartar sus ojos de los suyos. La tímida luz que se filtraba por uno de los ventanales grandes del pasillo provocó que Amelia descubriera lo que guardaba su mirada.— No sé de lo que hablas, con permiso.— No, espera — tomó su mano.Amelia se soltó.— Lo que sea que escuchaste, no es cierto. Solo se lo dije para…— No mientas. No puedes mentir con eso. Lo veo. Lo siento — la tomó de la cintura y la pegó a él.Ella se volvió a soltar.— Cállate — le pidió. Se sentía herida —. No sé por qué estás haciendo esto si es evidente que ya tienes planeado retomar tu vida.Cristóbal frunció el ceño— ¿De qué hablas?— De ti y esa mujer. ¿Renata?— Amelia…— Vienes de estar con ella.— No es lo que crees. Escucha, ahora no te puedo decir nada, pero…— No es que quiera saber lo que hagas con tu vida o no, Cristóbal. Pero si vas a retomar tu libertar, al menos espero que me de
Aunque Cristóbal deseó con todas sus fuerzas ir tras la mujer que amaba; que amaría por el resto de sus días, no podía equivocarse ni poner en riesgo su plan ahora que estaba cerca de conseguir lo buscaba, así que, esa mañana, aceptó irse con Renata y se juró a sí mismo que no volvería hasta que esta confesara.— ¿Y bien? ¿Qué eso que querías decirme? — le preguntó, apenas llegaron al lugar.— En realidad, primero me gustaría que volviéramos un poco a lo de antes, ya sabes, comer algo, beber un poco y bailar esa canción que tanto me gustaba. ¿La recuerdas?Cristóbal se forzó a sonreír y exhaló largo.— ¿Cómo no hacerlo? — fingió recordar, entonces comenzó a sonar una balada.— ¿Me llevas a la pista, Cristóbal?Durante toda la mañana, y más allá de la puerta, Renata disfrutó de la compañía de un Cristóbal que cada vez más se impacientaba, tanto que tuvo que disculparse para ir al aseo.— Esto no está funcionando — dijo en la línea con Matías. Él era el único que sabía de su plan.— Ya t
Fue una noche larga, insoportable, y Cristóbal sentía que no iba a poder resistir por más tiempo.Matías llegó como a la una de la mañana, y es que tan pronto se enteró de todo, salió apresurado a cómo estaba su amigo.— Cristóbal — dijo al entrar al despacho, preocupado y alarmado por el caos que encontró allí dentro.Aparatos electrónicos, objetos de valor y vasos de cristales quebrados en el piso. Entró sorteando cada cosa que se encontraba en el camino, hasta que vislumbró a Cristóbal, sentado en el mueble a los pies de la ventana. Tenía la camisa y el cabello hecho un asco, y el rostro enterrado en las palmas.Exhaló angustiado.— ¿No has tenido noticias? — preguntó, recogiendo apenas algunas cosas que todavía servían.— Nada, es como si… se los hubiese tragado la tierra. Nadie los vio salir. Nadie me da razón del paradero de Amelia y mis hijos — golpeó a un costado del mueble con frustración.— ¿Tus hijos?Cristóbal al fin alzó el rostro, y asintió.— Sí… Amelia está embarazada.
— Señor, ¿sigue en la línea?Pero no, Cristóbal Cienfuegos se había quedado mirando la fotografía con gesto destrozado.— ¿Señor…?— ¿Tiene la dirección de este lugar?— Sí, pero…— Envíemela ahora misma — y colgó, azotado por un desconcierto que, para ese momento, era más grande que él.— ¿Qué pasa? ¿Por qué tienes esa cara? — preguntó Matías al entrar al despacho. Notando en el rostro de su amigo que algo andaba mal.Cristóbal no dijo nada, y a cambio, le mostró las fotos.Matías se rascó la nuca.— ¿Crees que… estén juntos?— No lo sé, pero… — clavó las manos contra el escritorio e inhaló profundo. De pronto, se escuchó una nueva notificación.— Te han enviado una dirección — le comunicó Matías, entregándole el aparato.Sin ver, pues sabía de qué se trataba, Cristóbal lo tomó, se puso su saco y salió del despacho, no sin antes pedirle a su amigo que lo mantuviera informado si tenían noticias sobre el paradero de su madre.Le tomó alrededor de cuarenta minutos llegar al lugar. Estaba
Media hora después, llegaron al hospital. Amelia estaba tan ansiosa y asustada que durante todo el camino no había dejado de rezar.— Tranquila, va a estar bien. Veré cuál es la situación y te mantendré informada — le dijo su amigo y doctor.Amelia asintió levemente, y lo vio desaparecer por una puerta, enfundado en su bata.— ¿Mami…?La voz del pequeño Cristóbal hizo que bajara la cabeza.— ¿Sí, mi amor?— ¿Mi papá Cristóbal estará bien? Estoy enojado con él, pero no quiero que nada malo le pase. ¿Me prometes que nada le pasará?Amelia sintió su corazón encogerse.— ¿Por qué dices eso, mi vida? ¿Por qué estás enojado con él?— Porque te ha hecho llorar, y yo no quiero que llores.— Ah, mi cielo — Amelia sonrió con tristeza y lo estrechó contra su pecho —. Siempre debes querer a tu padre, pase lo que pase, ¿de acuerdo?El obediente niño asintió, y le limpió con uno de sus deditos una lágrima que resbalaba por su mejilla.— ¿Amelia?La voz de un hombre llamó la atención de Amelia. Se tr
Casi amanecía cuando Matías se acercó a una Amelia desconsolada. Había estado largas horas al teléfono.— Hay una suite disponible para ti en este momento. Ve y descansa.Amelia alzó el rostro, todavía empañado, y negó con la cabeza.— Quiero esperar a que me permitan verlo.— Ya hablé con el doctor y por ahora no será posible. No tiene sentido que sigas aquí, mírate, estás cansada y ni siquiera quisiste comer.— ¿Y si… despierta y yo no estoy? Le dije cosas horribles. Merece saber que… — bajó la mirada, y Matías sonrió. Se notaba que lo amaba.— Si Cristóbal llegara a despertar, tú serías la primera en saberlo, créeme.Después de convencerla, Amelia al fin accedió. La suite estaba contigua a la de su hijo, y agradeció que Brazilia haya sido tan dulce como para quedarse a su lado toda la noche; sin embargo, no pudo evitar asomarse por la puerta. Entonces escuchó:— Ojalá y te hubiese podido ver crecer como mi nieto, mi niño. Ojalá y hubiese podido pelear por tu padre para que no me lo
— No aprendiste la lección, ¿verdad, Amelia? — preguntó Caterina, mientras cerraba la puerta tras de sí.Pero Amelia alzó el mentón y se interpuso entre ella y la figura laxa del padre de sus hijos.— ¿Qué está haciendo aquí?— Vine a ver a mi hijo, ¿no te parece obvio? Hazte a un lado. Mira cómo está por tu culpa. Siempre supe que lo destruirías.— ¡Aquí la única que nos destruyó fue usted, con sus mentiras y engaños! ¡No voy a permitir que se acerque a Cristóbal! ¡Sobre todo ahora que sé la verdad!Caterina entornó los ojos.— ¿Qué verdad?— Usted no es la madre de Cristóbal.— ¡Cállate! ¿Quién te dijo esa mentira? ¡Cristóbal es mi hijo y ni tú ni nadie me va a impedir estar cerca de él! — amenazó, y de pronto, sacó de su espalda una navaja. Amelia abrió los ojos y se protegió el vientre por instinto.Caterina la evaluó.— ¿Por qué te llevas las manos al vientre? — exigió saber en un gruñido, sospechando. Amelia no respondió — Estás embarazada otra vez… ¡Mald¡ta mosca muerta! ¡Estás
Durante los días siguientes, Amelia no se separó de Cristóbal ni por un instante. Pasaba los días enteros a su lado y lo cuidaba como nunca nadie. Todo el personal médico estaba asombrado por su ardua dedicación.— Sabía que iba a encontrarla aquí — le dijo una enfermera una tarde —. Le traje este libro. Seguro acabó ya el otro, ¿verdad?Amelia sonrió.— Sí, y creo que a Cristóbal le ha gustado la lectura — pues todas las noches, se sentaba a la orilla de la cama y se devoraba páginas enteras hasta quedar profunda.— Me alegra. Los médicos no creen que él pueda escucharla, pero se nota que usted sí cree en los milagros, así que no deje de hablarle. Estoy segura de que en el fondo él sí la escucha. ¿Lo quiere mucho, verdad?— Lo amo — admitió sonrojada —. No solo es el padre de mis hijos, sino… el primer y único hombre en vida, en todos los sentidos.La dulce enfermera sonrió y tomó sus manos.— Él despertará para devolverle todo lo que hecho por él durante estos días. No me cabe la men