El silencio que se había instalado en el interior del vehículo era espeso, casi tangible. Claudia permaneció inmóvil, su mente un torbellino de emociones y pensamientos que no conseguía ordenar. Andrew, consciente del efecto de sus palabras, la miraba furtivamente por el rabillo del ojo mientras conducía, esperando alguna señal que nunca llegó.Entretanto, las palabras de Andrew retumbaron en la mente de Claudia, como un eco en su corazón. Su mente comenzó a dar vueltas, tratando de procesar la solicitud, y un torbellino de pensamientos y emociones la invadió.Andrew observó atentamente la reacción de Claudia, consciente de que su pedido era extraordinario y podía cambiar el curso de sus vidas para siempre. Sus ojos suplicantes buscaban una respuesta en el rostro de la mujer que amaba.La chica sintió que el tiempo se detenía a su alrededor mientras reflexionaba sobre la petición de Andrew. Sabía que ser madre era uno de los deseos más profundos de su corazón, pero no lo conocía, ape
—Si eso es lo que quieres Claudia, está bien —dijo Andrew con una voz que trataba de ser calmada, aunque transmitía una tensión palpable—, pero aunque no quieras dormir conmigo en la misma cama, tendremos que hacerlo aquí en mi habitación, porque estoy decido a demostrarle a mi madre que nuestra relación es real… solo voy a pedirte que finjas, mientras ella esté. Tú dormirás en la cama, y yo me acomodaré en el sofá.La mirada de Claudia se desvió, porque la sola idea de estar a solas con él le provocaba inquietud, deseo, eran tantas las emociones que la abrumaban, que no tenía idea cómo reaccionar, prefirió mirar hacia la ventana, donde el cielo nocturno parecía un manto demasiado pesado sobre sus hombros. —Pero ahora necesito que después de ducharte bajes y pongas tu mejor cara y hagas tu mayor esfuerzo —, añadió antes de salir, cerrando la puerta con suavidad.Claudia entró a ducharse, dejó que el agua caliente borrase las huellas del día, aunque las sombras dentro de ella se negab
Los labios de Andrew encontraron los de Claudia en una tormenta de promesas tácitas, encendiendo sus sentidos como si hubiera golpeado su alma con un pedernal. El beso de Andrew comenzó con suavidad, sus labios presionando los de Claudia de manera tierna y delicada. Pero pronto la pasión comenzó a encenderse, como un fuego que se avivaba lentamente. Sus bocas se encontraron con una urgencia creciente, y Claudia se dejó llevar por la intensidad del momento.Las manos de Andrew exploraron el cuerpo de Claudia con una reverencia apasionada, deslizándose por su espalda y luego subiendo hacia sus hombros. Sus dedos se hundieron en su cabello, atrapando mechones de seda mientras profundizaban el beso.El calor le recorrió las venas, parpadeando como pequeños fragmentos de fuego bajo su piel, un infierno que se desplegaba en los confines de su cuerpo. Su respiración se entrecortó, irregular y discontinua, mientras su corazón martilleaba contra su caja torácica, un tambor salvaje e implacabl
Andrew salió de la ducha, dejando escapar el vapor mientras cogió una toalla. Se comenzó a secar con lentitud, con los ojos fijos en la figura que había frente al inodoro. Claudia, con la mirada fija en él, estaba hipnotizada con cada uno de sus movimientos.Sin pensarlo, Andrew cruzó la habitación a grandes zancadas, con la toalla olvidada en el suelo. La abrazó, la levantó y sus labios se encontraron con los suyos. Ella soltó un pequeño jadeo cuando sus manos recorrieron sus curvas, su tacto encendió un fuego en su interior.—Andrew —suspiró, girándose hacia él, con los ojos oscuros de deseo.Él no pudo resistirse más. La apretó contra su cuerpo y la devoró con pasión, pero eso no le era suficiente, necesitaba más de ella y esta vez no iba y, a decir verdad, no quería contenerse.La alzó entre sus brazos, mientras no dejaba de devorar sus labios con urgencia y una pasión que la dejaron sin aliento. Sus lenguas se enredaron en una feroz danza mientras él recorrió su cuerpo con las ma
Claudia abrió los párpados, y un vestigio de lo ocurrido de la noche anterior se aferró a los bordes de su conciencia. Sus dedos buscaron el calor de Andrew al otro lado de la cama, pero nada más que sábanas frías saludaron su tacto.Un apretado nudo de ansiedad se enroscó en su garganta, sintió su pecho oprimido mientras se apoyaba en los codos y la habitación giraba ligeramente a medida que un cúmulo de oscuros pensamientos amenazaba su calma.Cada músculo de su cuerpo protestaba con un dolor sordo, restos de la apasionada noche anterior.Cuando se preparó para un nuevo intento de levantarse, Andrew entró con una bandeja con el desayuno.Su presencia fue como un repentino amanecer en la penumbra de la habitación. Claudia parpadeó, sorprendida, cuando él se acercó con aquella sonrisa ladeada tan familiar.—¿Pensabas que te dejaría sola?Su corazón dio un tartamudeo. Asintió con la cabeza y luego la sacudió, una confesión silenciosa de sus dudas pasajeras.—Solo andaba buscando comida
La señora Davis se acercó a ellos con una gracia que no mostraba su turbación interna. —Disculpen —dijo, posando su servilleta de lino al lado del plato, apenas tocado—, pero me temo que tengo que salir.Andrew, aún con el tenedor en mano, frunció el ceño ante las palabras de su madre. —¿Salir? ¿Sola? —. La preocupación se asomó en su voz, una mezcla de curiosidad e inquietud.—Es algo... ineludible —. Las comisuras de sus labios se tensaron en un intento de sonrisa tranquilizadora. —Te puedo llevar o mandar a un chofer que te lleve —ofreció Andrew, dejando su cubierto sobre la mesa con un gesto decidido.Ella negó con la cabeza y sus dedos, jugueteando con el broche de su collar. —No, gracias. Prefiero manejar esto yo misma. No quiero interrumpir tu rutina ni la de la casa.—Madre, eso no es problema —insistió Andrew, pero ella levantó la mano, poniendo fin a la discusión.—Ya lo decidí, voy a ir sola —afirmó con una firmeza que sorprendió a ambos. Andrew observó a su madre con
La señora Davis presionó el botón del altavoz de su móvil con una estratégica sonrisa tallada en sus labios. Los murmullos de los periodistas se filtraron por la línea en el salón donde los había dejado, mientras ella aclaraba su garganta, preparándose para encender la mecha de un escándalo.—Quiero que todo el país sepa la verdad sobre Javier Cáceres —comenzó con voz firme y clara—, su detención no es más que la punta del iceberg de sus atrocidades—. No hubo vacilación en su tono mientras detallaba cada acusación, cada acto inmundo que había llevado al divorcio de Javier y su Claudia. —Él la maltrató físicamente, le fue infiel, la anula como mujer y señores, ninguna de nosotras —enfatizó—, debe tolerar una vida llena de abusos.Casi de inmediato, las noticias empezaron a vibrar con la historia, y la imagen de Javier esposado llenó las pantallas de televisión y los titulares digitales. Desde la ventana de su despacho, la señora Davis observó cómo la ciudad se empapaba de su victoria,
Ignorando la punzada de malestar que sintió en el estómago, salió corriendo por la puerta. Sus tacones repiquetearon en la acera mientras corría hacia su coche, para dirigirse a pocas manzanas de donde estaba el edificio de oficinas donde la esperaba su entrevista de trabajo. La proximidad fue un golpe de suerte, pero no pudo evitar la extraña sensación que recorría su cuerpo: un hormigueo que parecía susurrar un caos inminente. Se estacionó cerca del edificio, y caminó con pasos firmes hacia la oficina. Una especie de fuego líquido le abrasaba la garganta, dejando un rastro de nerviosa expectación en su cuerpo. Sus pasos resonaron al ritmo de la extraña sensación de hormigueo que se deslizó bajo su piel. El vestíbulo era una silenciosa catedral de ambición empresarial, y ella se deslizó en él casi sin darse cuenta. Antes de que pudiera recuperar el aliento, un enérgico asistente la condujo por los relucientes pasillos hasta la sala de entrevistas. Entró a la sala de entrevist