KATIA VEGA
Me quedé congelada, mi cerebro parecía no comprender las palabras del doctor, pero mi nariz cosquilleaba advirtiendo que deseaba llorar. —¿Cáncer? —susurré casi para mí misma.
—Tengo que hacer una biopsia para poder diagnosticarla, entre otros estudios, pero lo más seguro es que estemos hablando de algo maligno —contestó el doctor cada vez más apenado y clavando la mirada en el escritorio.
La mano de Rosa se posó sobre la mía y la apretó con fuerza. —Pero… aún no es nada seguro, ¿verdad? Digo… hay opción de que… no sea cáncer, ¿verdad? —preguntó mientras yo intentaba lidiar con el miedo y la ansiedad.
KATIA VEGAComo habíamos acordado, el doctor tomó la biopsia que necesitaba y, mientras terminaba con los detalles del laboratorio, yo me quedé en la habitación, con la bata puesta y las esperanzas por el suelo.En ese momento entró una doctora con una alegría que no entonaba con la mía. Tomó lo que quedaba de mi expediente, esas hojas que el doctor no se había llevado consigo, y al voltear hacia mí, sonrió. —Señorita Vega… viene a… ¿control del embarazo? —preguntó con alegría.—No, yo… —No sabía cómo explicarle que posiblemente renunciaría a ese bebé.—Vamos a ver… —ignorándome, jaló
KATIA VEGADurante la cena, no podía dejar de ver a Emilia, riendo y jugueteando con Arturo que parecía haberse convertido en su mejor amigo, además, la abuela estaba encantada con ella y no dejaba de consentirla con las uvas más dulces del viñedo.—Deberías de decirles… —dijo Rosa sentada a mi lado, persiguiendo los guisantes en su plato.—¿Decirles, qué? ¿Qué me voy a morir o que voy a dar a luz? —pregunté bebiendo de mi vaso.—Katia… El doctor tiene razón, tus jodidas prioridades están de cabeza. Si quieres un hijo, puedes tener cuantos quieras después de tu tratamiento. ¿Quieres que el padre sea el imbécil de tu ex? ¿
ARTURO VEGACáncer, cuando uno habla de esa maldita enfermedad solo hay una palabra que parece ir engarzada: muerte.Cuando Katy y yo éramos niños y teníamos miedo, tristeza, enojo o cualquiera de esos sentimientos que te envenenan y te hacen llorar, terminábamos aquí, en la parte más alejada del viñedo, sentados sobre la misma barda de piedra la cual era terriblemente incómoda, pero… ¡qué vista tan más preciosa! Los viñedos floreciendo y la puesta de sol siempre traían paz para el alma, así que carecía de sentido preocuparse por un trasero adolorido cuando podías calmar un poco el dolor de tu corazón perdiéndote en los colores del atardecer.Vi de reojo a Katy, su tristeza era tan profund
MARCOS SAAVEDRACuando Katia desapareció del mapa, le encargué a cada uno de mis trabajadores que vigilaran las finanzas de la familia Vega, sabía que en algún momento harían un gasto desmedido o significativo que me indicara dónde buscar. Lo único que no me esperaba era que se tratara de un pago a una clínica para realizar un aborto quirúrgico.Odiaba a Katia por intentar matar a mi hijo, porque estaba completamente seguro de que era mío, y creí que, al volver a verla, no podría contener mi rabia, pero… las cosas no salieron como esperaba. De pronto me encontré atrapándola contra la pared, deseando sus labios y el calor de su cuerpo, suplicando por una explicación.—¿No firmaste el divorcio? —pre
MARCOS SAAVEDRANo sé en qué momento terminé en la mesa del comedor, bebiendo junto a Arturo. Parecía una clase de parodia. Todas las veces que nos habíamos visto, había violencia de por medio, excepto en ese momento.Katia Vega, la chica hermosa de vestido de novia que caminó hacia el altar, renunciando a su vida para unirla a la mía, pese a mi abandono y frialdad. La esposa que siempre tenía un plato de comida caliente, la casa limpia y cuidaba de una niña que no era suya, como si fuera propia. La mujer que nunca quise tocar mientras estuvimos casados, a la que humillé y maltraté. Tenía cáncer y no sabía cómo… asimilarlo. —Aún no hay metástasis… Mientras la enfermedad no migre a otros órganos, aún hay esperanzas de que sobreviva, pero ella desea tener a ese niño y no recibir el tratamiento —contestó Arturo acabándose el contenido de su vaso de una sola intención—. Marcos Saavedra, puedes tener a cualquier mujer, a la que tú quieras, puedes destruir cuanta fémina se te ponga en el c
MARCOS SAAVEDRA Era la primera vez que le regalaba flores y no supe cómo explicar lo que me hizo sentir su sonrisa. Mis latidos se desquiciaron, mi corazón parecía rebotar dentro de mi tórax y mis ojos escocieron al notar su semblante cansado. Bajo la luz de la luna me percaté de que sus mejillas estaban desapareciendo, sus ojos se veían hundidos y su piel parecía demacrada.Katia se estaba marchitando y comprendí que Arturo tenía razón, yo era un maldito egoísta, ¿cómo es que no me di cuenta antes de su semblante? Solo estaba enfocado en mi hijo y en no perderlo cuando su madre estaba muriendo lentamente.Acerqué mi mano a su mejilla y la acaricié, volviendo a sentir su suavidad. —¿En verdad eres tú? —preguntó ladeando su cabeza como una cachorrita confundida. Sus dedos dejaron de acariciar las flores, extendiéndose hacia mí, temerosa de que solo fuera una alucinación. En cuanto percibí su tacto en mi mejilla, cerré los ojos, conmovido, y el dolor en mi pecho aumentó. Me incliné h
KATIA VEGAEvadí como toda una campeona cada pregunta de Rosa, mientras pensaba en esa visita tan enigmática de Marcos. Jamás lo había visto sin ropa elegante, jamás me había regalado flores, pero… como siempre, fue un regalo significativo, no podía esperar menos de él. Sentada a la orilla de la cama, vi las flores sin percibir el tiempo. Tenía ganas de salir corriendo de la finca y que un taxi me llevara a la ciudad, a las oficinas del banco nacional. No pude ocultar esa maldita sonrisa que se formaba cuando pensaban en lanzarme a los brazos de Marcos y llenarlo de besos, decirle al oído que él sería mi amor eterno, que había entendido el mensaje de sus flores y que estaba dispuesta a luchar a su lado. —¿Kat? ¿Estás indispuesta? —preguntó Arturo del otro lado de la puerta. Su voz sonaba a precaución y suspenso. Solo entonces volví a ser consciente de mi dolor físico, pero aún la felicidad parecía bombear endorfinas por mi sangre. —¡Pasa! —exclamé y quise forzar mi boca a esconder
KATIA VEGA —Piénsalo… —dijo Rosa mientras caminábamos entre las plantas de vid, recolectando las uvas maduras—. Con ese dinero podrías ir a un mejor lugar, más especializado. —No quiero tocar ni un centavo… —contesté con amargura. —¡Kat! ¡Por favor! ¡Es tu dinero! —exclamó deteniéndose y volteando hacia mí, desesperada por hacerme entender—. ¡Tú te lo ganaste con cada humillación y bofetada que ese desgraciado te dio! ¡Cada cosa mala que te hizo y tú aguantaste! ¿No te das cuenta? Puedes empezar de nuevo. Por fin volteé hacia ella, confundida. —Ese dinero no solo puede ayudarte a sanar físicamente… ¿Qué hay de retomar la universidad? ¿Qué hay de cumplir tus sueños? —No quiero hacerlo a costa de él… —contesté con tristeza, recordando esa noche en el viñedo. ¡Tenía que hablar con él! Debía de haber alguna clase de confusión. Tal vez lo hacía por el bebé. ¿Y si le decía toda la verdad? Si se arreglaba todo entre nosotros, ¿no había posibilidad de volvernos a casar?, y aunque eso