LISA GALINDO Caí al piso en cuanto este vibró con la fuerte explosión, al mismo tiempo escuché la detonación del arma de Antonio y con desesperación busqué a Arturo, encontrándolo en el suelo, inerte, como mi corazón. —¡Arturo! —exclamé horrorizada y un zumbido se apoderó de mis oídos. Antonio estaba recargado contra la pared, aún sin equilibrio. Llena de furia y llorando, tomé el bastón de Arturo y me precipité hacia ese maldito criminal mientras mantenía la guardia baja, desenfundé la navaja oculta y cuando Antonio por fin se percató de mi ataque, ya era demasiado tarde, había encajado el filo hasta la empuñadura en su costado, por fin viendo un sentimiento sincero en su rostro, el del dolor. Atrapó mis manos entre las suyas, manteniendo la navaja hundida en su carne y para mi sorpresa, sonrió. —¿Esto fue lo que mandaste a hacer a Marlene? ¿Una distracción para poder escapar? ¿Qué tan lejos creíste que llegarías con ese pesado vestido de novia?—No tan lejos como lo estoy hacie
ANTONIO LARREA —La herida no tocó ningún órgano, pero… —Como buen médico que se dedica a atender gente de mi calaña, tenía miedo de dar malas noticias, pues sabía que su cabeza también corría peligro.—¡Solo dilo! —exclamó Mónica intimidándolo. Levanté la mano para silenciarla y dejar que el médico continuara.—Necesita reposo absoluto y hablo en serio. Cualquier esfuerzo físico puede romper la sutura y terminar en una hemorragia que puede comprometer su vida —dijo viéndome fijamente, advirtiéndome. —Esa perra se va a arrepentir de lo que te hizo —refunfuñó Mónica caminando de un lado a otro como león enjaulado, hasta que se detuvo mientras yo encendía mi primer cigarro—. Detente… Con un movimiento de cabeza hice que el doctor saliera de la habitación dándonos privacidad.—¿Me escuchaste? —demandó como si fuera la ingrata de mi madre. —¿A qué te refieres? —pregunté mientras echaba el humo. —Quieres ir por la niña… te conozco.—A decir verdad… Lo primero que quiero hacer es ir po
ARTURO VEGAPresioné mis ojos con mis dedos, preguntándome en silencio si sería tan fuerte como para hacer eso, hasta que sentí la mano de Rosa sobre mi hombro, llamando mi atención.—Conoces a Lisa… escúchala, habla con ella y tira una moneda al aire. Creo que la idea es no arrepentirse —agregó con media sonrisa—. Piénsalo, es peor haberle dado la espalda y después descubrir que ese niño si era tuyo a… aceptarla en tu vida con ese pequeño, aunque resulte no llevar tu sangre.»Toma en cuenta que tú no estuviste ahí cuando ella tuvo que decidir. No puedes creer que Antonio dice la verdad absoluta, recuerda que está loco. Tampoco puedes ignorar que… a veces uno hace lo que sea por sobrev
ARTURO VEGASu dolor me estaba carcomiendo el alma, me sentía capaz de arrancarme el corazón y entregárselo con tal de verla feliz. Tomé su rostro entre mis manos y besé sus mejillas con ternura y repetidas veces hasta que su llanto comenzó a ceder.—No llores que me partes el corazón… —supliqué acariciando con dulzura su mejilla antes de besar la comisura de su boca.Sus enormes ojos azules se clavaron en mi rostro, buscando algo de comprensión. Suavemente envolví su cintura entre mis brazos, pegándola a mi cuerpo, reconfortándome con su calor y esa respiración entrecortada.—Te amo, Lisa… —susurré en su oído y, agarrándome con fuer
KATIA VEGASalí del departamento dejando a mis hijos con la abuela, necesitábamos provisiones y no solo eso, tantos días de encierro me estaban volviendo loca. Sentía que el aire me faltaba y los niños no ayudaban. Daniela y Paula lloraban más que otras veces y Samuel estaba más berrinchudo. Esto se estaba volviendo tan complicado, la única que parecía mantener la calma era mi abuela, quien siempre encontraba una manera nueva de distraer a mis pequeños e incluso a mí.Compré algo de fruta fresca, verduras y carne, esa era mi verdadera distracción por el momento, la cocina. Después de pagar y ofrecerle una sonrisa al vendedor, me dirigí por un pasillo largo y empedrado de regreso al departamento, cuando me sentí… ¿extraña? Una incomodidad profunda
KATIA VEGA—¿Katia? ¿Qué pasó? —preguntó mi abuela en cuanto abrí la puerta del departamento—. ¿Dónde está lo que ibas a comprar? ¿Quién es él? Volteé sin disimular mi molestia y entorné los ojos en cuanto el teniente me sonrió con sorna. —¡Ahí! No te atrevas a dar un paso más —dije señalándolo. No iba a dejar que entrara al departamento. Retrocedió un paso con las manos en alto.—¡Yo lo detengo, mami! —exclamó Samuel brincando por encima del descansabrazos del sillón y apuntándole con su pistolita de juguete. —¡Tranquilo, vaquero! —respondió el teniente. Me sorprendía su buen humor con la herida en su abdomen. La bala apenas lo había rosado, pero no dejaba de sangrar. Regresé con el botiquín de primeros auxilios de la cocina y se lo entregué, presionándolo sobre su pecho. —Supongo que estás entrenado a hacer milagros con tan poco y en terreno hostil —contesté. —¿Tanto odiaste ese beso? —preguntó divertido viendo el botiquín con curiosidad, dándole vueltas entre sus manos. —¿Qué
EMILIA VEGAHubo un breve momento de calma, donde todos estaban asombrados, incluso yo. Vi el tenedor en su mano y me horroricé. ¿Yo había hecho eso? El caos regresó cuando la niña gritó con todas sus fuerzas antes de comenzar a llorar desconsolada. Las monjas que cuidaban del lugar entraron corriendo, intentando poner orden.—¡Emilia me lastimó! ¡Ella me quiso matar! —exclamó sin dejar de llorar. —¡No es cierto! ¡No la quise matar! —respondí levantándome de la banca y retrocediendo. Tenía miedo de lo que les hacían a los niños mal portados. Desaparecían por días y cuando regresaban, parecía fantasmas. —¡Emilia! ¿Tú hiciste esto? —preguntó una de las monjas sujetando la mano de la niña. —Yo… —¡Responde! —me presionó otra mientras todos los niños me señalaban. —Es que ella no dejaba de molestarme… —dije en un susurro, retrocediendo y pegando mis manos a mi pecho, pero la monja me tomó por la muñeca y tiró de mí, lastimándome el brazo y sacándome del comedor.—Pude tolerar que no
ANTONIO LARREAMientras salía de ese orfanato con la niña en brazos, me pasaron muchas cosas por la mente como: ¿por qué había militares custodiando un lugar así? Creo que era obvio y no pude más que sonreír. Aunque había perdido hombres, cada uniformado fue reducido. Su trampa no había servido y se me hacía ruin que usaran a Emilia como señuelo, eso hablaba de su desesperación por atraparme o su antipatía hacia una niña que podía resultar herida. ¿Quién decía que no éramos iguales esos defensores de la justicia y yo? El fin justifica los medios. Emilia escondió su rostro contra mi cuello, así que ignoró a todos los niños que habían sido liberados de ese maldito lugar, mientras que mis hombres le prendían fuego, dejando un mensaje muy claro, ni siquiera Dios puede detenerme, no me importa lo blasfemo que pueda sonar eso. Entramos al auto que nos estaba esperando y nos alejamos de ahí en completa calma, pero el dolor de mi abdomen se volvía cada vez más insoportable y una idea cruzó