ARTURO VEGA
Su dolor me estaba carcomiendo el alma, me sentía capaz de arrancarme el corazón y entregárselo con tal de verla feliz. Tomé su rostro entre mis manos y besé sus mejillas con ternura y repetidas veces hasta que su llanto comenzó a ceder.
—No llores que me partes el corazón… —supliqué acariciando con dulzura su mejilla antes de besar la comisura de su boca.
Sus enormes ojos azules se clavaron en mi rostro, buscando algo de comprensión. Suavemente envolví su cintura entre mis brazos, pegándola a mi cuerpo, reconfortándome con su calor y esa respiración entrecortada.
—Te amo, Lisa… —susurré en su oído y, agarrándome con fuer
KATIA VEGASalí del departamento dejando a mis hijos con la abuela, necesitábamos provisiones y no solo eso, tantos días de encierro me estaban volviendo loca. Sentía que el aire me faltaba y los niños no ayudaban. Daniela y Paula lloraban más que otras veces y Samuel estaba más berrinchudo. Esto se estaba volviendo tan complicado, la única que parecía mantener la calma era mi abuela, quien siempre encontraba una manera nueva de distraer a mis pequeños e incluso a mí.Compré algo de fruta fresca, verduras y carne, esa era mi verdadera distracción por el momento, la cocina. Después de pagar y ofrecerle una sonrisa al vendedor, me dirigí por un pasillo largo y empedrado de regreso al departamento, cuando me sentí… ¿extraña? Una incomodidad profunda
KATIA VEGA—¿Katia? ¿Qué pasó? —preguntó mi abuela en cuanto abrí la puerta del departamento—. ¿Dónde está lo que ibas a comprar? ¿Quién es él? Volteé sin disimular mi molestia y entorné los ojos en cuanto el teniente me sonrió con sorna. —¡Ahí! No te atrevas a dar un paso más —dije señalándolo. No iba a dejar que entrara al departamento. Retrocedió un paso con las manos en alto.—¡Yo lo detengo, mami! —exclamó Samuel brincando por encima del descansabrazos del sillón y apuntándole con su pistolita de juguete. —¡Tranquilo, vaquero! —respondió el teniente. Me sorprendía su buen humor con la herida en su abdomen. La bala apenas lo había rosado, pero no dejaba de sangrar. Regresé con el botiquín de primeros auxilios de la cocina y se lo entregué, presionándolo sobre su pecho. —Supongo que estás entrenado a hacer milagros con tan poco y en terreno hostil —contesté. —¿Tanto odiaste ese beso? —preguntó divertido viendo el botiquín con curiosidad, dándole vueltas entre sus manos. —¿Qué
EMILIA VEGAHubo un breve momento de calma, donde todos estaban asombrados, incluso yo. Vi el tenedor en su mano y me horroricé. ¿Yo había hecho eso? El caos regresó cuando la niña gritó con todas sus fuerzas antes de comenzar a llorar desconsolada. Las monjas que cuidaban del lugar entraron corriendo, intentando poner orden.—¡Emilia me lastimó! ¡Ella me quiso matar! —exclamó sin dejar de llorar. —¡No es cierto! ¡No la quise matar! —respondí levantándome de la banca y retrocediendo. Tenía miedo de lo que les hacían a los niños mal portados. Desaparecían por días y cuando regresaban, parecía fantasmas. —¡Emilia! ¿Tú hiciste esto? —preguntó una de las monjas sujetando la mano de la niña. —Yo… —¡Responde! —me presionó otra mientras todos los niños me señalaban. —Es que ella no dejaba de molestarme… —dije en un susurro, retrocediendo y pegando mis manos a mi pecho, pero la monja me tomó por la muñeca y tiró de mí, lastimándome el brazo y sacándome del comedor.—Pude tolerar que no
ANTONIO LARREAMientras salía de ese orfanato con la niña en brazos, me pasaron muchas cosas por la mente como: ¿por qué había militares custodiando un lugar así? Creo que era obvio y no pude más que sonreír. Aunque había perdido hombres, cada uniformado fue reducido. Su trampa no había servido y se me hacía ruin que usaran a Emilia como señuelo, eso hablaba de su desesperación por atraparme o su antipatía hacia una niña que podía resultar herida. ¿Quién decía que no éramos iguales esos defensores de la justicia y yo? El fin justifica los medios. Emilia escondió su rostro contra mi cuello, así que ignoró a todos los niños que habían sido liberados de ese maldito lugar, mientras que mis hombres le prendían fuego, dejando un mensaje muy claro, ni siquiera Dios puede detenerme, no me importa lo blasfemo que pueda sonar eso. Entramos al auto que nos estaba esperando y nos alejamos de ahí en completa calma, pero el dolor de mi abdomen se volvía cada vez más insoportable y una idea cruzó
LISA GALINDOLlegué al edificio de Desarrollo Integral de la Familia. Si durante el día no fueron capaces de darle informes a Arturo, entonces yo encontraría respuestas de noche. Con mi cámara colgando del cuello, mis guantes de vinil negros y mi cabello escondido debajo de la capucha de mi sudadera, me acerqué a hurtadillas, esquivando a los guardias de seguridad. Rodeé el edificio y cubrí los lentes de las cámaras con pintura negra antes de comenzar a trepar por la pared, agarrándome de cada saliente y siendo más cuidadosa que otras veces. Según los planos que había conseguido con uno de mis contactos, la ventana hacia la que me dirigía correspondía a la habitación que tenía toda la información de cada niño que es ingresado por las trabajadoras sociales. Justo en el borde, apoyada con un brazo sobre el alfeizar y las puntas de mis pies luchando por mantenerse adheridas a la pared, saqué un alambre largo y delgado que introduje con cuidado, intentando botar el seguro por dentro. C
ARTURO VEGA—Tengo buenas noticias… Ya sé dónde está Emilia —contestó Lisa emocionada haciendo que mi corazón se acelerara. —¡¿Dónde?! —exclamé abrazándola con más fuerza, tanto que fue difícil que pudiera volver a poner los pies en el suelo. Sin contestarme, volteó hacia la puerta y entonces vi al sargento avanzando hacia nosotros, con el ceño fruncido, claramente molesto—. ¿Qué ocurre?—Mientras voy por mi computadora, sería bueno que le dijeras a Arturo todo lo que me dijiste a mí —dijo Lisa demandante, como si no le importara el grado militar del hombre—. Recuerda que un buen reportero siempre guarda un respaldo por seguridad. El sargento le dedicó una mirada furiosa, pero no se atrevió a decir nada, por lo menos no a ella. —¿Tiene tiempo para un café, señor Vega? —Supongo… —contesté viendo el rostro lleno de emoción de Lisa, quien salió corriendo directo a la habitación. •••—¡¿Usaron a mi hija como señuelo?! —exclamé furioso, poniéndome de pie y golpeando la mesa—. ¡¿Cómo pu
KATIA VEGA—Eres una mujer inteligente, valiente y muy hermosa… ¿por qué quedarte al lado del hombre que te hizo tanto daño? ¿Qué sentido tiene seguir ahí, esperando a que vuelva a golpearte o humillarte? —preguntó el teniente en cuanto lo acomodé contra la pared del elevador. —Lo amo. —La respuesta era sencilla—. Tal vez tienes razón, tuve que irme, huir. De hecho, lo intenté, pero no pude, mi corazón no me lo permitió. Me recargué del otro lado del elevador, recordando con melancolía, dándome cuenta de que desde hacía muchos años que Marcos no me veía con esa furia del principio. ¿Volvería a hacerlo en algún momento? —¿Vale la pena arriesgarse? No solo se trata de ti, ¿qué hay de tus hijos?—Podrás decir lo que quieras de Marcos Saavedra, pero es un gran padre. Protector, cariñoso y responsable. Es un gran hombre y lo amo pese a todo lo que vivimos. Vuelve a insinuar que lo deje o que es un mal padre y te juro que haré más grande la herida de tu abdomen —contesté llena de odio an
HÉCTOR GARZA—No pienso molestarla, solo necesito hablar con ella… —insistí ansioso mientras veía como uno de los ayudantes de la señora Saavedra se dirigía con Rosa al interior del aeropuerto.—No, lo siento, está en un momento muy vulnerable y no quiero que sea mal influenciada por su corazón suave. Es una chica encantadora y trabajadora. No se merece a cualquier patán.—Yo no soy cualquier patán —aseguré ofendido, a lo que ella entornó los ojos molesta.—¡Me queda claro que no eres cualquier patán! —agregó con ironía—. Mientras no arregles tus asuntos, no dejaré que te acerques, licenciado Garza.