ANTONIO LARREAMientras salía de ese orfanato con la niña en brazos, me pasaron muchas cosas por la mente como: ¿por qué había militares custodiando un lugar así? Creo que era obvio y no pude más que sonreír. Aunque había perdido hombres, cada uniformado fue reducido. Su trampa no había servido y se me hacía ruin que usaran a Emilia como señuelo, eso hablaba de su desesperación por atraparme o su antipatía hacia una niña que podía resultar herida. ¿Quién decía que no éramos iguales esos defensores de la justicia y yo? El fin justifica los medios. Emilia escondió su rostro contra mi cuello, así que ignoró a todos los niños que habían sido liberados de ese maldito lugar, mientras que mis hombres le prendían fuego, dejando un mensaje muy claro, ni siquiera Dios puede detenerme, no me importa lo blasfemo que pueda sonar eso. Entramos al auto que nos estaba esperando y nos alejamos de ahí en completa calma, pero el dolor de mi abdomen se volvía cada vez más insoportable y una idea cruzó
LISA GALINDOLlegué al edificio de Desarrollo Integral de la Familia. Si durante el día no fueron capaces de darle informes a Arturo, entonces yo encontraría respuestas de noche. Con mi cámara colgando del cuello, mis guantes de vinil negros y mi cabello escondido debajo de la capucha de mi sudadera, me acerqué a hurtadillas, esquivando a los guardias de seguridad. Rodeé el edificio y cubrí los lentes de las cámaras con pintura negra antes de comenzar a trepar por la pared, agarrándome de cada saliente y siendo más cuidadosa que otras veces. Según los planos que había conseguido con uno de mis contactos, la ventana hacia la que me dirigía correspondía a la habitación que tenía toda la información de cada niño que es ingresado por las trabajadoras sociales. Justo en el borde, apoyada con un brazo sobre el alfeizar y las puntas de mis pies luchando por mantenerse adheridas a la pared, saqué un alambre largo y delgado que introduje con cuidado, intentando botar el seguro por dentro. C
ARTURO VEGA—Tengo buenas noticias… Ya sé dónde está Emilia —contestó Lisa emocionada haciendo que mi corazón se acelerara. —¡¿Dónde?! —exclamé abrazándola con más fuerza, tanto que fue difícil que pudiera volver a poner los pies en el suelo. Sin contestarme, volteó hacia la puerta y entonces vi al sargento avanzando hacia nosotros, con el ceño fruncido, claramente molesto—. ¿Qué ocurre?—Mientras voy por mi computadora, sería bueno que le dijeras a Arturo todo lo que me dijiste a mí —dijo Lisa demandante, como si no le importara el grado militar del hombre—. Recuerda que un buen reportero siempre guarda un respaldo por seguridad. El sargento le dedicó una mirada furiosa, pero no se atrevió a decir nada, por lo menos no a ella. —¿Tiene tiempo para un café, señor Vega? —Supongo… —contesté viendo el rostro lleno de emoción de Lisa, quien salió corriendo directo a la habitación. •••—¡¿Usaron a mi hija como señuelo?! —exclamé furioso, poniéndome de pie y golpeando la mesa—. ¡¿Cómo pu
KATIA VEGA—Eres una mujer inteligente, valiente y muy hermosa… ¿por qué quedarte al lado del hombre que te hizo tanto daño? ¿Qué sentido tiene seguir ahí, esperando a que vuelva a golpearte o humillarte? —preguntó el teniente en cuanto lo acomodé contra la pared del elevador. —Lo amo. —La respuesta era sencilla—. Tal vez tienes razón, tuve que irme, huir. De hecho, lo intenté, pero no pude, mi corazón no me lo permitió. Me recargué del otro lado del elevador, recordando con melancolía, dándome cuenta de que desde hacía muchos años que Marcos no me veía con esa furia del principio. ¿Volvería a hacerlo en algún momento? —¿Vale la pena arriesgarse? No solo se trata de ti, ¿qué hay de tus hijos?—Podrás decir lo que quieras de Marcos Saavedra, pero es un gran padre. Protector, cariñoso y responsable. Es un gran hombre y lo amo pese a todo lo que vivimos. Vuelve a insinuar que lo deje o que es un mal padre y te juro que haré más grande la herida de tu abdomen —contesté llena de odio an
HÉCTOR GARZA—No pienso molestarla, solo necesito hablar con ella… —insistí ansioso mientras veía como uno de los ayudantes de la señora Saavedra se dirigía con Rosa al interior del aeropuerto.—No, lo siento, está en un momento muy vulnerable y no quiero que sea mal influenciada por su corazón suave. Es una chica encantadora y trabajadora. No se merece a cualquier patán.—Yo no soy cualquier patán —aseguré ofendido, a lo que ella entornó los ojos molesta.—¡Me queda claro que no eres cualquier patán! —agregó con ironía—. Mientras no arregles tus asuntos, no dejaré que te acerques, licenciado Garza.
ROSA MARTÍNEZ—¿Eso significa que no vas a llevarme la contraria y dejarás que yo tomé las decisiones de todo? —pregunté con media sonrisa que parecía reducida por las lágrimas rezagadas en mis mejillas. Entornó los ojos y sonrió, su lado necio estaba peleando por no ser suprimido, y aun así…—Si es lo que quieres… Si eso me permite estar el resto de la vida contigo, entonces así será, haré todo lo que tú me pidas —contestó pegando su frente a la mía.—Mmm… no… creo que perderías el encanto. Me enamoré de ese abogado presuntuoso y necio que siempre tenía una respuesta irónica a cada uno de mis comentarios —contesté frotando
ROSA MARTÍNEZ—¡¿Rosita?! ¡¿Rosita, eres tú?! De pronto una suave vocecita llegó a nosotros. Mi corazón se detuvo pues no debería de estar aquí. En cuanto volteamos vimos a Samuel corriendo desconsolado. —¿Qué carajos…? —Héctor se tensó y su mirada comenzó a buscar entre la gente mientras yo me precipitaba hacia Samuel para cargarlo en mis brazos.—¿Qué haces aquí? ¿Dónde está tu mamá? —pregunté asustada estrechándolo de manera protectora. —¡Ese tipo se la quiere llevar! ¡El teniente ese! —gritó revolviéndose en mis brazos, desesperado. Cuando alcé la mirada, vi a la abuela empujando a Paula y a Daniela que no dejaban de llorar. —¿Abuelita? ¿Qué pasó? —Me precipité hacia ella, temiendo que, por su palidez, se fuera a desmayar en cualquier momento. —Ese hombre se llevó a Katia… —dijo exhausta y ojerosa—. No pude hacer nada, más que correr con los niños. ¡Se la llevaron, Rosita, se la llevaron!—Esto se va a poner feo —agregó Héctor detrás de nosotras al mismo tiempo que pegaba su
ANTONIO LARREA—¿Quieres que te pague? —pregunté confundido, ladeando la cabeza y buscando la respuesta en Mario quien solo levantó los hombros—. Podría hacerlo, pero no le doy mucho a los novatos. Primero tengo que ver tu trabajo y valorar su calidad. —En verdad estás loco… —dijo en un susurro. Su mirada era la misma que me dedican todos al principio, de análisis y reflexión, no tardaría mucho en verme con aún más horror del que ya me veía. —Soy un psicópata… ¡Diagnosticado desde los trece años! Por algún lugar dejé mi expediente… —contesté pensativo. ¿Dónde lo había dejado? Con tantas mudanzas… incluso se pudo perder. Katia sacudió la cabeza, espantando mis palabras y volteó hacia Stella, que… aunque sonreía, su mirada estaba cargada de furia.—¿Qué esperas, perra? ¿Un reconocimiento por no hacerme daño? ¡Vete a la mierda, Katia! ¡Te juro que cuando salga de esta te voy a matar a ti y a tus bastardos! ¡¿Crees que esto acabará conmigo?! ¡Sobreviví al fuego! —comenzó a vociferar St