ANTONIO LARREA—¿Quieres que te pague? —pregunté confundido, ladeando la cabeza y buscando la respuesta en Mario quien solo levantó los hombros—. Podría hacerlo, pero no le doy mucho a los novatos. Primero tengo que ver tu trabajo y valorar su calidad. —En verdad estás loco… —dijo en un susurro. Su mirada era la misma que me dedican todos al principio, de análisis y reflexión, no tardaría mucho en verme con aún más horror del que ya me veía. —Soy un psicópata… ¡Diagnosticado desde los trece años! Por algún lugar dejé mi expediente… —contesté pensativo. ¿Dónde lo había dejado? Con tantas mudanzas… incluso se pudo perder. Katia sacudió la cabeza, espantando mis palabras y volteó hacia Stella, que… aunque sonreía, su mirada estaba cargada de furia.—¿Qué esperas, perra? ¿Un reconocimiento por no hacerme daño? ¡Vete a la mierda, Katia! ¡Te juro que cuando salga de esta te voy a matar a ti y a tus bastardos! ¡¿Crees que esto acabará conmigo?! ¡Sobreviví al fuego! —comenzó a vociferar St
ARTURO VEGA—¡Cara de perro! —exclamó Rosa entrando a la finca, lanzándose a mis brazos. La estreché con fuerza y giré con ella, hundiendo mi rostro en su hombro, sintiéndome bendecido por volverla a ver.Cuando por fin dejé que sus pies tocaran el piso, me di cuenta de que no venía sola. Detrás estaba Héctor, dedicándome una mirada matadora, obviamente celoso. —¿Qué pasó aquí? —pregunté confundido, queriendo encontrar una explicación en Rosa—. ¿No se supone que…?—Hay problemas más graves… —respondió y su rostro se volvió una mueca de tristeza y horror. Sus ojos se llenaron de lágrimas y comencé a preocuparme. —¡Papito! —exclamó Samuel pasando entre los trabajadores y corriendo hacia Marcos quien se acercaba presuroso—. ¡Papito! ¡Se llevaron a mamita!—¡¿Qué?! —pregunté horrorizado.—Los hombres de Antonio —contestó Rosa agachando la mirada—. Le pusieron una trampa y la trajeron. Ella… los distrajo para que la abuela y los niños pudieran escapar, pero… Entonces vi a la abuela entr
KATIA VEGA—Emilia… —pronuncié su nombre en cuanto la vi atravesando la puerta.—¡Mami! —exclamó emocionada y se lanzó a mis brazos—. ¡No sabes cuanto te extrañé!—Mi amor… —La estreché con dulzura y la llené de besos—. ¿Estás bien?Mis ojos parecían insuficientes para poder valorarla. Tenía tanto miedo de que ese hombre la lastimara. Emilia dio un par de pasos hacia atrás y giró, luciendo su hermoso vestido que parecía nuevo. —¡Estoy super bien! Toñito cuida muy bien de mí… —dijo con una gran sonrisa antes de regresar al lado de ese criminal y abrazarlo con cariño. Mi corazón dio un vuelco y estiré mi mano hacia ella, pidiéndole que regresara a mí. —¿Qué le has hecho? —pregunté horrorizada y con ganas de lanzármele a ese hombre con uñas y dientes.—Cuidarla… —contestó con una sonrisa insolente—. ¿No se nota?—Es una niña… ¿crees que no noté que la estás manipulando? —dije entre dientes y estreché a Emilia—. No te preocupes, saldremos de aquí, todo estará bien. Regresaremos a casa c
ARTURO VEGA—Además… creo que es excitante huir con un prófugo de la justicia —ronroneo Lisa contra mi cuello, haciendo que torciera los ojos. —Lisa… —refunfuñé con voz apesadumbrada, pero antes de que pudiera reclamarle algo, me tomó por el cinturón y me empujó a la cama.—Me gustan los chicos malos… —agregó levantándose la falda, mostrándome sus pálidos muslos mientras se me subía encima a horcajadas. —Lisa… —pronuncié su nombre nervioso—. Creo que no es momento para…—¿Para qué? —preguntó contra mis labios mientras mis manos luchaban con las ganas de tocar sus caderas y recorrer sus suaves piernas—. ¿Para fantasear con ser follada por un convicto en un motel de paso mientras huimos juntos de la justicia?—No es el momento para esto. —La tomé por las muñecas y la hice girar, apresándola con mi cuerpo contra el colchón. Intenté dedicarle mi mirada más molesta, pero sus mejillas se colorearon y su respiración se agitó—. Esto es demasiado peligroso y no podemos estar jugando. No está
ARTURO VEGALa llamada fue breve y concisa. Pude reconocer el acento de quien me atendió. ¿Estaba contactando a rusos? Llegué al restaurante más elegante de la zona, con miedo de que me fuera encontrar Arriaga antes de que pudiera llegar a un acuerdo. —Reservación para Alex Hart —pedí a la «hostess» quien con una sonrisa me invitó a entrar al lugar. Por curioso que pareciera, noté que no había ninguna mesa ocupada. Revisé mi reloj, no era tan temprano como para creer que las actividades del lugar aún no comenzaban. Justo en el balcón con la mejor vista se encontraba un hombre mayor que yo, de cabellos negros y gesto serio. A su lado se encontraba una chica menuda de cabellos castaños y sonrisa encantadora que no paraba de señalarle la ciudad, fascinada por sus colores. —Estoy enamorada… ¿Por qué no haces negocios en México? Es muy lindo —dijo ansiosa, dedicándole una mirada de cachorro. —Quieres que haga negocios en cualquier país que visitamos —contestó el hombre con ese acento
ANTONIO LARREA—¡¿Qué dices que harás?! —exclamó Mario al enterarse de que dejaría libre a Katia—. ¡¿Es una broma?!—¿Cuándo he bromeado? —pregunté escurrido en mi asiento. El bastón que había conseguido, parecido al de Arturo, ahora me servía para andar, pues mi lesión estaba cada vez peor—. No le veo sentido a mantenerla con nosotros como rehén. No necesitamos el dinero que el señor Saavedra nos pueda ofrecer, mucho menos el de Arturo.—¡Entonces mátala!Todos mis hombres voltearon con duda hacia mí. Sabiendo que esa siempre era la solución.&md
ROSA MARTÍNEZ—¡¿Qué fue lo que pasó?! —exclamé en cuanto los vi llegar. De inmediato, casi por inercia, me lancé a los brazos de Arturo, quien no dudó en recibirme con cariño—. ¿Qué haces aquí? ¡Ese militar te sigue buscando!—Aunque quiera, ya no podrá hacerme nada… —contestó desconcertado, parecía que aún no comprendía lo que le había ocurrido.—¿De qué hablas?—Desde ahora nadie podrá tocarnos… Hagamos lo que hagamos… —Héctor me dedicó una mirada de reproche. Como siempre la cercanía entre Arturo y yo le era molesta.
ANTONIO LARREA—Tenemos que matar a Mario —dijo Mónica caminando a mi lado, mientras me balanceaba en cada paso, apoyándome sobre el bastón.—Sabe que es cuestión de tiempo para que me muera solo, no lo culpes por querer sacar ventaja.—No estoy muy segura de que quiera esperar… Empieza a poner a tus hombres en tu contra. Esto se puede tornar muy peligroso.—Por eso te voy a pedir un favor…—¡No! —exclamó furiosa plantándose frente a mí señalándome con el dedo.—Ni siquiera sabes que te voy a pedir.Último capítulo