ARTURO VEGALa llamada fue breve y concisa. Pude reconocer el acento de quien me atendió. ¿Estaba contactando a rusos? Llegué al restaurante más elegante de la zona, con miedo de que me fuera encontrar Arriaga antes de que pudiera llegar a un acuerdo. —Reservación para Alex Hart —pedí a la «hostess» quien con una sonrisa me invitó a entrar al lugar. Por curioso que pareciera, noté que no había ninguna mesa ocupada. Revisé mi reloj, no era tan temprano como para creer que las actividades del lugar aún no comenzaban. Justo en el balcón con la mejor vista se encontraba un hombre mayor que yo, de cabellos negros y gesto serio. A su lado se encontraba una chica menuda de cabellos castaños y sonrisa encantadora que no paraba de señalarle la ciudad, fascinada por sus colores. —Estoy enamorada… ¿Por qué no haces negocios en México? Es muy lindo —dijo ansiosa, dedicándole una mirada de cachorro. —Quieres que haga negocios en cualquier país que visitamos —contestó el hombre con ese acento
ANTONIO LARREA—¡¿Qué dices que harás?! —exclamó Mario al enterarse de que dejaría libre a Katia—. ¡¿Es una broma?!—¿Cuándo he bromeado? —pregunté escurrido en mi asiento. El bastón que había conseguido, parecido al de Arturo, ahora me servía para andar, pues mi lesión estaba cada vez peor—. No le veo sentido a mantenerla con nosotros como rehén. No necesitamos el dinero que el señor Saavedra nos pueda ofrecer, mucho menos el de Arturo.—¡Entonces mátala!Todos mis hombres voltearon con duda hacia mí. Sabiendo que esa siempre era la solución.&md
ROSA MARTÍNEZ—¡¿Qué fue lo que pasó?! —exclamé en cuanto los vi llegar. De inmediato, casi por inercia, me lancé a los brazos de Arturo, quien no dudó en recibirme con cariño—. ¿Qué haces aquí? ¡Ese militar te sigue buscando!—Aunque quiera, ya no podrá hacerme nada… —contestó desconcertado, parecía que aún no comprendía lo que le había ocurrido.—¿De qué hablas?—Desde ahora nadie podrá tocarnos… Hagamos lo que hagamos… —Héctor me dedicó una mirada de reproche. Como siempre la cercanía entre Arturo y yo le era molesta.
ANTONIO LARREA—Tenemos que matar a Mario —dijo Mónica caminando a mi lado, mientras me balanceaba en cada paso, apoyándome sobre el bastón.—Sabe que es cuestión de tiempo para que me muera solo, no lo culpes por querer sacar ventaja.—No estoy muy segura de que quiera esperar… Empieza a poner a tus hombres en tu contra. Esto se puede tornar muy peligroso.—Por eso te voy a pedir un favor…—¡No! —exclamó furiosa plantándose frente a mí señalándome con el dedo.—Ni siquiera sabes que te voy a pedir. ANTONIO LARREA—¿Cuánto tiempo crees que tenga para huir de él después de matarte? —pregunté divertido, sintiendo punzadas de dolor en mi herida. Es obvio que estaría en desventaja al enfrentarme a alguien así.—No lo sé… ¿Cuánto tiempo dejarías pasar después de que Emilia muriera a manos de alguien?—Bien bajado ese balón…—Puedo jurar que él sabe dónde estoy y tal vez está más cerca de lo que a ti te gustaría. Siempre cerca, pero nunca… presente. Nunca a la vista —contestó con melancolía paseando su mirada por el extenso jardín mientras yo me sentía con una mira invisibleCapítulo 207: La muerte no es suficiente
KATIA VEGA—¡Sujétenla! —exclamó el doctor mientras yo me revolvía en la cama. Un par de hombres tuvieron que acercarse para tomarme de los hombros y presionar mis rodillas mientras el médico inyectaba el antibiótico en mi muslo—. Si sigues comportándote de esa manera, te tendré que poner un tubo de alimentación por la nariz.El poco tiempo que llevaba secuestrada, me había rehusado a tomar pastillas o comer cualquier alimento. Por la fuerza tenían que alimentarme y empezaba a ser todo un problema para el doctor.Cuando terminó de empujar el émbolo, giré la cadera, haciendo que la aguja se rompiera dentro de mi músculo.—¡Carajo! —vociferó y me vio lleno de odio antes de salir del cuarto con el par de hombres detrás de él.Las sábanas comenzaron a mancharse de carmín y aproveché el momento para sentarme y alcanzar el borde de la aguja que había quedado encajada en mi carne. No podía fallar, no podía enterrarla más, ni tampoco dejar que alguien más me la quitara.Apenas con la punta de
ANTONIO LARREABesé su mano en silencio y abrí la puerta de la habitación de Katia. Ya no podía seguirle mintiendo.—Se una buena niña, como siempre… —contesté dejándola en el interior. Cerré la puerta lentamente, siendo sus ojos azules lo último que vi.Por primera vez en la vida tenía algo por lo que luchar y me sentía miserable porque sabía que iba a perder, pero no la batalla. Vi hacia Mónica que parecía torturada por mi dolor.—Es la primera vez que te veo así… —No deje que siguiera, levanté la mano, silenciándola.—Pasemos a lo importante… ¿quieres? —Rebusqué en el interior de mi saco una cápsula de polvos mágicos que me recordó lo hijo de puta que era. La metí en mi boca y me troné el cuello al mismo tiempo que reventaba la cápsula en mi boca.—Encontré un cadáver en el perímetro… No he dado la alarma… —dijo Mónica en cuanto sentí la cabeza más liviana. Entonces escuchamos una serie de disparos a la lejanía.—No es necesario… Quédate aquí y sácalas cuando todo sea una locura.
KATIA VEGAEn cuanto entró Emilia a la habitación, guardó completo silencio y se mantuvo con la espalda pegada a la pared. Vi entre sus manos un brillo peculiar, era la llave de mis esposas. —Emilia… Dame eso, pronto…—No. —Presionó la llave contra su pecho y no dejaba de llorar. —Emilia… —¡No! ¡Le prometí que contaría hasta diez! —gritó furiosa y destrozada. —¡No hay tiempo! ¡Dámelas! ¡Tenemos que salir de aquí!—No quiero… Verla tan herida me torturó. ¿Qué ocurría? ¿Por qué estaba tan triste?—¿Te hicieron daño? Ella asintió y tragó saliva mientras sorbía por la nariz. —Me va a dejar solita otra vez. —Su labio inferior eclipsó el superior como cuando era más pequeña—. No quiero que se vaya, es mi mejor amigo. Lo quiero muchísimo, tía, no sabes cuánto. Apreté los labios y entonces lo comprendí. ¿Quién no se había enamorado de algún maestro cuando se era pequeño? Siempre habría ese hombre de más edad que causaba un amor bonito y puro, un amor de niño, inocente y sin perversión