KATIA VEGAEn cuanto entró Emilia a la habitación, guardó completo silencio y se mantuvo con la espalda pegada a la pared. Vi entre sus manos un brillo peculiar, era la llave de mis esposas. —Emilia… Dame eso, pronto…—No. —Presionó la llave contra su pecho y no dejaba de llorar. —Emilia… —¡No! ¡Le prometí que contaría hasta diez! —gritó furiosa y destrozada. —¡No hay tiempo! ¡Dámelas! ¡Tenemos que salir de aquí!—No quiero… Verla tan herida me torturó. ¿Qué ocurría? ¿Por qué estaba tan triste?—¿Te hicieron daño? Ella asintió y tragó saliva mientras sorbía por la nariz. —Me va a dejar solita otra vez. —Su labio inferior eclipsó el superior como cuando era más pequeña—. No quiero que se vaya, es mi mejor amigo. Lo quiero muchísimo, tía, no sabes cuánto. Apreté los labios y entonces lo comprendí. ¿Quién no se había enamorado de algún maestro cuando se era pequeño? Siempre habría ese hombre de más edad que causaba un amor bonito y puro, un amor de niño, inocente y sin perversión
KATIA VEGAMantuve a Emilia escondida detrás de mí, sin apartar la mirada de Guzmán y su rifle apuntando a mi cabeza. Conforme más se acercaba, más angustia me embargaba, hasta que noté que a sus espaldas y a cierta distancia, se acercaba un borrón blanco y carmín. Se trataba de Antonio, silencioso y envenenado por el odio. Sus ojos llameaban con ira y tenía la esperanza de que fuera por culpa de Guzmán. Cuando este estaba a punto de voltear, intuyendo la presencia de su adversario, decidí distraerlo, echando mi suerte y dejándola en manos de ese asesino. —¿Quieres un beso? Ven por él… —contesté tragando saliva con la garganta seca—. Esta vez te corresponderé como tanto deseabas.Guzmán entrecerró los ojos con desconfianza, pero bajó el cañón y no dejó de acercarse. —Siempre te consideré una mujer muy hermosa, un desperdicio en las manos de Saavedra. Podría… —Noté como su lengua recorría sus colmillos como si se tratara de un depredador ante un trozo de carne— …ignorar a la niña si
KATIA VEGAContra la voluntad de Emilia, quien gritaba y forcejeaba, nos alejamos de ahí. Marcos me cubrió con su abrigo y me llevó debajo de su brazo de manera protectora, mientras que Arturo abrazaba con fuerza a Emilia, dejando que gritara y llorara por su amigo. El corazón me ardía y quería saber lo que ocurriría con Antonio. Tenía miedo de que siguiera vivo, pero… también tenía miedo de lo que pasaría con Emilia si él le llegaba a faltar. Su relación se había estrechado mucho. Cuando nos acercamos a la entrada de la propiedad y Marcos terminaba de explicar quienes eran todos esos enmascarados, en el completo silencio de una batalla que estaba prácticamente ganada, el cielo se abrió. El fuerte rugido de un disparo resonó como si un relámpago hubiera caído cerca. Contuve la respiración y antes de voltear, buscando la dirección indicada, un segundo disparo se escuchó. Entonces lo supe. El hombre que había quedado con Antonio y Mónica, había terminado el trabajo. —Toñito… —La voz
LISA GALINDOCorrí hacia la entrada, pasando por un lado de Héctor, entonces vi a una criatura de cabellos rojos y ojos azules. Si acaso tenía quince años tal vez. Tenía una mirada gentil y parecía apenada por tener la atención de todos en ella. —Soy… —Sabemos quien eres —atajó Héctor entornando los ojos. —Bien, eso ahorra mucho tiempo. Solo quería informarles que todo acabó. En unos minutos todos los noticieros hablarán de la muerte del carnicero de Jalisco y el incendio que terminó con todo. —¿Dónde está Arturo? ¿Qué pasó con…? —La cabeza comenzó a dolerme. —Están bien, pero en el hospital. Tanto la señora Saavedra como Emilia fueron ingresadas para descartar alguna emergencia. Ahí se encuentra el señor Saavedra y el señor Vega. Les daré la dirección. Aunque era una noticia que me reconfortaba, sabía que no encontraría consuelo hasta poder verlos. Héctor recibió los datos y de inmediato salimos de la finca, dejando a la abuela con los niños. Apenas puse el primer pie fuera d
KATIA VEGARegresar a la finca fue una alegría para el corazón. En la puerta nos esperaban la abuela y mis bebés, los cuales comenzaron a llorar, tomados de la mano, en cuanto me vieron. Solté la mano de Marcos para correr hacia mis pequeños, hincándome ante ellos y estrechándolos con dulzura mientras se disolvían en mis brazos. —¡Mami! —Samuel era el más afectado, quien no dejaba de restregar su rostro contra mi pecho y sus deditos se aferraban a mi ropa como ganchos—. ¡Papi prometió que te traería de vuelta!—Y lo cumplí —dijo Marcos dedicándome una sonrisa tierna y aliviada antes de extender su mano hacia mí—. Hay que dejar descansar a mamá. Estreché su mano y me ayudó a levantar con delicadeza. —Bienvenida de regreso a casa… —Besó mi mano sin apartar su mirada profunda de mis ojos, robándome el aliento con su simple presencia. No cabía duda de que seguía tan enamorada de él como desde un principio, no, incluso más. —¡Kat! —exclamó Rosa corriendo hacia mí. Marcos apenas tuvo ti
ROSA MARTÍNEZ—¡¿Qué hago?! ¡¿Entro o no entro?! —exclamó Arturo en cuanto metieron a Lisa a quirófano. —Depende… Si te vas a desmayar cuando nazca el bebé, mejor no entres —contesté casi con boca de profeta. —Ver a tu mujer parir es para valientes —agregó Marcos con seriedad. —Mejor no entres, vas a entrar en pánico.—¡Qué poca fe tienes en mí, mujer! ¡Con tu permiso, iré a sujetar la mano de Lisa mientras nace nuestro bebé! —Ofendido, Arturo dio media vuelta y avanzó con gallardía hacia el quirófano.—Necesito un café. ¿Quieres algo? —pregunté mientras seguía con la mirada a Arturo.—Prefiero quedarme aquí por si hay que sacarlo inconsciente —contestó Marcos torciendo los ojos. Caminé por todo el pasillo buscando una máquina de café, mientras veía las monedas en mi mano y de vez en vez el anillo de compromiso. No podía dejar de pensar que era hermoso y cada vez faltaba menos para la boda. Habíamos decidido postergarla hasta que Lisa tuviera a su bebé, para que fuera lo más cómod
LISA GALINDO Tanto había suplicado Arturo al cielo que el bebé fuera una niña parecida a mí, que se le cumplió. Rebeca era encantadora de ojos grandes y azules, y cabello delgado y rojo, no solo eso, aunque amaba que Arturo y yo estuviéramos con ella. Estallaba de alegría cuando Emilia pasaba horas a su lado, contándole cuentos o cantando. —Holi… ¿Ya despertó Rebe? —preguntó Emilia asomada a la habitación. Siempre puntual para visitar a su hermana. —Sí, de hecho, ya te estaba esperando, ¿verdad? —Tomé en brazos a Rebeca que comenzó a balbucear y estirar las manos hacia Emilia mientras pataleaba. Ya le urgía aprender a andar, para correr con su hermana mayor. Habíamos programado un pequeño picnic nocturno, solo nosotros cuatro donde aparecían las luciérnagas. Sería la primera vez que Rebeca las conocería y por lo menos yo estaba muy emocionada. Salimos de la finca y nos encontramos con Arturo, quien ya tenía todo listo y organizado en una cesta. Me acerqué con una sonrisa y tomé l
LISA GALINDOEmilia tomó mi rostro entre sus manos y me sonrió con cariño. —Te quiero mucho, mamá, y Rebe también. —Se bajó de mi regazo y cargó a Rebe frente a nosotros—. ¿Verdad, Rebe? ¿Verdad que quieres mucho a nuestra mamá? Como respuesta Rebe comenzó a hacer burbujas de baba y agitar sus manitas, asustando a las luciérnagas curiosas. —Seremos una familia… por siempre, ¿verdad? —preguntó Emilia viéndome fijamente con esperanza. —Siempre —contesté con una sonrisa antes de voltear hacia Arturo y acariciar su mejilla—. Para siempre. Fundí mis labios con los de él en un beso profundo y sincero, mientras sentía el anillo en mi dedo, frío y reconfortante, una promesa de una vida juntos, llena de paz.—¿Cómo negarme a casarme con mi artista favorito? —pregunté divertida y abrí los ojos por sorpresa para ver el anillo más de cerca—. ¡Wow! Me voy a casar con Alex Hart… ¡Con Alex Hart! Yo… una simple reportera de espectáculos.—Suertuda… —susurró Arturo en mi oído antes de darme un be