ROSA MARTÍNEZ—¡¿Qué hago?! ¡¿Entro o no entro?! —exclamó Arturo en cuanto metieron a Lisa a quirófano. —Depende… Si te vas a desmayar cuando nazca el bebé, mejor no entres —contesté casi con boca de profeta. —Ver a tu mujer parir es para valientes —agregó Marcos con seriedad. —Mejor no entres, vas a entrar en pánico.—¡Qué poca fe tienes en mí, mujer! ¡Con tu permiso, iré a sujetar la mano de Lisa mientras nace nuestro bebé! —Ofendido, Arturo dio media vuelta y avanzó con gallardía hacia el quirófano.—Necesito un café. ¿Quieres algo? —pregunté mientras seguía con la mirada a Arturo.—Prefiero quedarme aquí por si hay que sacarlo inconsciente —contestó Marcos torciendo los ojos. Caminé por todo el pasillo buscando una máquina de café, mientras veía las monedas en mi mano y de vez en vez el anillo de compromiso. No podía dejar de pensar que era hermoso y cada vez faltaba menos para la boda. Habíamos decidido postergarla hasta que Lisa tuviera a su bebé, para que fuera lo más cómod
LISA GALINDO Tanto había suplicado Arturo al cielo que el bebé fuera una niña parecida a mí, que se le cumplió. Rebeca era encantadora de ojos grandes y azules, y cabello delgado y rojo, no solo eso, aunque amaba que Arturo y yo estuviéramos con ella. Estallaba de alegría cuando Emilia pasaba horas a su lado, contándole cuentos o cantando. —Holi… ¿Ya despertó Rebe? —preguntó Emilia asomada a la habitación. Siempre puntual para visitar a su hermana. —Sí, de hecho, ya te estaba esperando, ¿verdad? —Tomé en brazos a Rebeca que comenzó a balbucear y estirar las manos hacia Emilia mientras pataleaba. Ya le urgía aprender a andar, para correr con su hermana mayor. Habíamos programado un pequeño picnic nocturno, solo nosotros cuatro donde aparecían las luciérnagas. Sería la primera vez que Rebeca las conocería y por lo menos yo estaba muy emocionada. Salimos de la finca y nos encontramos con Arturo, quien ya tenía todo listo y organizado en una cesta. Me acerqué con una sonrisa y tomé l
LISA GALINDOEmilia tomó mi rostro entre sus manos y me sonrió con cariño. —Te quiero mucho, mamá, y Rebe también. —Se bajó de mi regazo y cargó a Rebe frente a nosotros—. ¿Verdad, Rebe? ¿Verdad que quieres mucho a nuestra mamá? Como respuesta Rebe comenzó a hacer burbujas de baba y agitar sus manitas, asustando a las luciérnagas curiosas. —Seremos una familia… por siempre, ¿verdad? —preguntó Emilia viéndome fijamente con esperanza. —Siempre —contesté con una sonrisa antes de voltear hacia Arturo y acariciar su mejilla—. Para siempre. Fundí mis labios con los de él en un beso profundo y sincero, mientras sentía el anillo en mi dedo, frío y reconfortante, una promesa de una vida juntos, llena de paz.—¿Cómo negarme a casarme con mi artista favorito? —pregunté divertida y abrí los ojos por sorpresa para ver el anillo más de cerca—. ¡Wow! Me voy a casar con Alex Hart… ¡Con Alex Hart! Yo… una simple reportera de espectáculos.—Suertuda… —susurró Arturo en mi oído antes de darme un be
ROSA MARTÍNEZHéctor me tomó de la mano mientras sus ojos se paseaban fascinados por todo mi cuerpo. Me dio una vuelta para poder verme por completo antes de recibirme entre sus brazos. —Te ves preciosa… —dijo sin soltarme.—Y tú muy guapo y elegante —contesté con una gran sonrisa, rodeando su cuello y frotando mi nariz con la suya. —¿Lista para volverte mi mujer para toda la vida? —preguntó pegando su frente a la mía. —Lo he sido desde hace ya tiempo… Esto solo es una mera formalidad —contesté con una gran sonrisa antes de besarlo. —¡Niña! ¡Aún no! —susurró mi abuela haciéndonos sonreír. —Compórtate por favor, cachorra latosa —recriminó Héctor como víctima, acomodándose frente al altar, sin soltar mi mano. —Déjame en paz, perro —contesté y apreté su mano. —Queridos hermanos… —comenzó a hablar el padre y yo estaba desesperada por pasar a la parte del «sí, acepto». Empezaba una nueva vida para ambos, llena de incertidumbre, pues la familia de Héctor le había dado la espalda por
ROSA MARTÍNEZSu piel se sentía caliente y mi cuerpo se contorsionaba sin que pudiera controlarlo. Sentí su lengua retorciéndose en mi feminidad, haciendo que mi espalda se arqueara y mis muslos se abrieran aún más. Sus manos se aferraron a mis caderas, como si deseara que se estuvieran quietas durante mi tortura, pero al mismo tiempo siguiendo el lento vaivén con su lengua. Cerré mis ojos y me aferré con ambas manos a la almohada mientras sus besos se volvían más hambrientos e insistentes entre mis muslos, así como mis gemidos comenzaban a desgarrar mi garganta. Jalé aire al sentir que me ahogaba y la tortura terminó. Entre jadeos por fin lo vi delante de mí, apoyado sobre sus rodillas, recorriendo sus labios con sus dedos, recogiendo lo que su lengua no era capaz de alcanzar, mientras su mirada se volvía más oscura y lasciva. —Sabes mejor de lo que imaginé… —ronroneo mientras se acomodaba sobre mí y acariciaba con su nariz mi piel conforme me olisqueaba—, pero parece que entre más
LISA GALINDOEl día había llegado y las noticias avisaban de la gran boda del artista Alex Hart, como si fuera la historia de la Cenicienta. La simple y boba reportera logrando su sueño de casarse con el acaudalado y atractivo artista. Esto era más grande de lo que alguna vez soñé y más dulce de lo que esperaba. No dejé de verme ante el espejo, sorprendida de verme de blanco. —¿Estás lista? —preguntó Katia asomada a la puerta, viéndome con ternura—. Solo faltas tú. Sonreí con el corazón explotando dentro del pecho y estreché su mano estirada hacia mí. Juntas salimos de la habitación y en las escaleras nos encontramos con Rosa, quien cargaba a Rebeca entre sus brazos, luciendo un lindo ropón color rosa; a su lado esperaba también Emilia, mi pequeña señorita, con esos ojos tan azules que reflejaban su dulzura. —¡Te ves hermosa, mami! —exclamó emocionada y se acercó buscando un abrazo, pero se detuvo, temiendo arruinar mi vestido. —¿Te gusta como me veo? —pregunté girando para ella.
EMILIA VEGAMe senté detrás de mi escritorio y pasé las manos lentamente hacia las esquinas. Era mi consultorio y empezaba mi vida como doctora después de tantos años de estudio y esfuerzos. Esto no solo era motivo de orgullo para mí, mis padres estaban tan felices por mis logros como yo.Aunque todo era armonía y éxito, siempre llegaba un momento del día donde mi sonrisa se disolvía y Antonio era el motivo. Después de tanto tiempo, de tantos años, lo seguía extrañando. No sé si… lo vi como un padre más o mi corazón de niña se enamoró de su dulzura y carisma, lo único que sabía es que… en todo lo que llevaba de vida, él era mi mejor amigo por excelencia, aunque ya no estuviera conmigo, y no había manera de que alguien más tomara su lugar. Me recliné sobre mi asiento y tomé la cadena que sostenía sobre mi pecho el anillo que me dio. Le di un par de vueltas entre mis dedos. Recordé que era el anillo que se ponía en el meñique y siempre que estaba ansioso lo hacía girar sobre su dedo. C
EMILIA VEGAPegué las hojas a mi pecho y no pude aguantar mi llanto. Abrí de nuevo la carta para releer como si fuera un acto masoquista que no podía detener. —Antonio… no quiero ningún regalo, solo… quisiera una última oportunidad para verte, para abrazarte. ¡Dios! ¡Te extraño tanto que duele! —dije luchando con el nudo en mi garganta mientras acariciaba su firma, entonces… me di cuenta, la tinta estaba fresca. Pasé de la tristeza a la ansiedad. Una sola pregunta se formulaba en mi cabeza, pero no me atrevía a decirla en voz alta. Inspeccioné más de cerca notando que cada palabra estaba recién escrita. Entonces escuché un taconeo suave, cuando volteé vi una sombra pasar, se dirigía a la puerta trasera. Dejé todo sobre la mesa y salí corriendo detrás, pero cuando se perdió de mi vista, me sentí perdida. Era como si la casa estuviera viva y llena de fantasmas. Intenté calmar mi corazón y cuando estaba a punto de regresar al interior, de nuevo esa sombra apareció por el rabillo de m