ANTONIO LARREA
—¿Cuánto tiempo crees que tenga para huir de él después de matarte? —pregunté divertido, sintiendo punzadas de dolor en mi herida. Es obvio que estaría en desventaja al enfrentarme a alguien así.
—No lo sé… ¿Cuánto tiempo dejarías pasar después de que Emilia muriera a manos de alguien?
—Bien bajado ese balón…
—Puedo jurar que él sabe dónde estoy y tal vez está más cerca de lo que a ti te gustaría. Siempre cerca, pero nunca… presente. Nunca a la vista —contestó con melancolía paseando su mirada por el extenso jardín mientras yo me sentía con una mira invisible
KATIA VEGA—¡Sujétenla! —exclamó el doctor mientras yo me revolvía en la cama. Un par de hombres tuvieron que acercarse para tomarme de los hombros y presionar mis rodillas mientras el médico inyectaba el antibiótico en mi muslo—. Si sigues comportándote de esa manera, te tendré que poner un tubo de alimentación por la nariz.El poco tiempo que llevaba secuestrada, me había rehusado a tomar pastillas o comer cualquier alimento. Por la fuerza tenían que alimentarme y empezaba a ser todo un problema para el doctor.Cuando terminó de empujar el émbolo, giré la cadera, haciendo que la aguja se rompiera dentro de mi músculo.—¡Carajo! —vociferó y me vio lleno de odio antes de salir del cuarto con el par de hombres detrás de él.Las sábanas comenzaron a mancharse de carmín y aproveché el momento para sentarme y alcanzar el borde de la aguja que había quedado encajada en mi carne. No podía fallar, no podía enterrarla más, ni tampoco dejar que alguien más me la quitara.Apenas con la punta de
ANTONIO LARREABesé su mano en silencio y abrí la puerta de la habitación de Katia. Ya no podía seguirle mintiendo.—Se una buena niña, como siempre… —contesté dejándola en el interior. Cerré la puerta lentamente, siendo sus ojos azules lo último que vi.Por primera vez en la vida tenía algo por lo que luchar y me sentía miserable porque sabía que iba a perder, pero no la batalla. Vi hacia Mónica que parecía torturada por mi dolor.—Es la primera vez que te veo así… —No deje que siguiera, levanté la mano, silenciándola.—Pasemos a lo importante… ¿quieres? —Rebusqué en el interior de mi saco una cápsula de polvos mágicos que me recordó lo hijo de puta que era. La metí en mi boca y me troné el cuello al mismo tiempo que reventaba la cápsula en mi boca.—Encontré un cadáver en el perímetro… No he dado la alarma… —dijo Mónica en cuanto sentí la cabeza más liviana. Entonces escuchamos una serie de disparos a la lejanía.—No es necesario… Quédate aquí y sácalas cuando todo sea una locura.
KATIA VEGAEn cuanto entró Emilia a la habitación, guardó completo silencio y se mantuvo con la espalda pegada a la pared. Vi entre sus manos un brillo peculiar, era la llave de mis esposas. —Emilia… Dame eso, pronto…—No. —Presionó la llave contra su pecho y no dejaba de llorar. —Emilia… —¡No! ¡Le prometí que contaría hasta diez! —gritó furiosa y destrozada. —¡No hay tiempo! ¡Dámelas! ¡Tenemos que salir de aquí!—No quiero… Verla tan herida me torturó. ¿Qué ocurría? ¿Por qué estaba tan triste?—¿Te hicieron daño? Ella asintió y tragó saliva mientras sorbía por la nariz. —Me va a dejar solita otra vez. —Su labio inferior eclipsó el superior como cuando era más pequeña—. No quiero que se vaya, es mi mejor amigo. Lo quiero muchísimo, tía, no sabes cuánto. Apreté los labios y entonces lo comprendí. ¿Quién no se había enamorado de algún maestro cuando se era pequeño? Siempre habría ese hombre de más edad que causaba un amor bonito y puro, un amor de niño, inocente y sin perversión
KATIA VEGAMantuve a Emilia escondida detrás de mí, sin apartar la mirada de Guzmán y su rifle apuntando a mi cabeza. Conforme más se acercaba, más angustia me embargaba, hasta que noté que a sus espaldas y a cierta distancia, se acercaba un borrón blanco y carmín. Se trataba de Antonio, silencioso y envenenado por el odio. Sus ojos llameaban con ira y tenía la esperanza de que fuera por culpa de Guzmán. Cuando este estaba a punto de voltear, intuyendo la presencia de su adversario, decidí distraerlo, echando mi suerte y dejándola en manos de ese asesino. —¿Quieres un beso? Ven por él… —contesté tragando saliva con la garganta seca—. Esta vez te corresponderé como tanto deseabas.Guzmán entrecerró los ojos con desconfianza, pero bajó el cañón y no dejó de acercarse. —Siempre te consideré una mujer muy hermosa, un desperdicio en las manos de Saavedra. Podría… —Noté como su lengua recorría sus colmillos como si se tratara de un depredador ante un trozo de carne— …ignorar a la niña si
KATIA VEGAContra la voluntad de Emilia, quien gritaba y forcejeaba, nos alejamos de ahí. Marcos me cubrió con su abrigo y me llevó debajo de su brazo de manera protectora, mientras que Arturo abrazaba con fuerza a Emilia, dejando que gritara y llorara por su amigo. El corazón me ardía y quería saber lo que ocurriría con Antonio. Tenía miedo de que siguiera vivo, pero… también tenía miedo de lo que pasaría con Emilia si él le llegaba a faltar. Su relación se había estrechado mucho. Cuando nos acercamos a la entrada de la propiedad y Marcos terminaba de explicar quienes eran todos esos enmascarados, en el completo silencio de una batalla que estaba prácticamente ganada, el cielo se abrió. El fuerte rugido de un disparo resonó como si un relámpago hubiera caído cerca. Contuve la respiración y antes de voltear, buscando la dirección indicada, un segundo disparo se escuchó. Entonces lo supe. El hombre que había quedado con Antonio y Mónica, había terminado el trabajo. —Toñito… —La voz
LISA GALINDOCorrí hacia la entrada, pasando por un lado de Héctor, entonces vi a una criatura de cabellos rojos y ojos azules. Si acaso tenía quince años tal vez. Tenía una mirada gentil y parecía apenada por tener la atención de todos en ella. —Soy… —Sabemos quien eres —atajó Héctor entornando los ojos. —Bien, eso ahorra mucho tiempo. Solo quería informarles que todo acabó. En unos minutos todos los noticieros hablarán de la muerte del carnicero de Jalisco y el incendio que terminó con todo. —¿Dónde está Arturo? ¿Qué pasó con…? —La cabeza comenzó a dolerme. —Están bien, pero en el hospital. Tanto la señora Saavedra como Emilia fueron ingresadas para descartar alguna emergencia. Ahí se encuentra el señor Saavedra y el señor Vega. Les daré la dirección. Aunque era una noticia que me reconfortaba, sabía que no encontraría consuelo hasta poder verlos. Héctor recibió los datos y de inmediato salimos de la finca, dejando a la abuela con los niños. Apenas puse el primer pie fuera d
KATIA VEGARegresar a la finca fue una alegría para el corazón. En la puerta nos esperaban la abuela y mis bebés, los cuales comenzaron a llorar, tomados de la mano, en cuanto me vieron. Solté la mano de Marcos para correr hacia mis pequeños, hincándome ante ellos y estrechándolos con dulzura mientras se disolvían en mis brazos. —¡Mami! —Samuel era el más afectado, quien no dejaba de restregar su rostro contra mi pecho y sus deditos se aferraban a mi ropa como ganchos—. ¡Papi prometió que te traería de vuelta!—Y lo cumplí —dijo Marcos dedicándome una sonrisa tierna y aliviada antes de extender su mano hacia mí—. Hay que dejar descansar a mamá. Estreché su mano y me ayudó a levantar con delicadeza. —Bienvenida de regreso a casa… —Besó mi mano sin apartar su mirada profunda de mis ojos, robándome el aliento con su simple presencia. No cabía duda de que seguía tan enamorada de él como desde un principio, no, incluso más. —¡Kat! —exclamó Rosa corriendo hacia mí. Marcos apenas tuvo ti
ROSA MARTÍNEZ—¡¿Qué hago?! ¡¿Entro o no entro?! —exclamó Arturo en cuanto metieron a Lisa a quirófano. —Depende… Si te vas a desmayar cuando nazca el bebé, mejor no entres —contesté casi con boca de profeta. —Ver a tu mujer parir es para valientes —agregó Marcos con seriedad. —Mejor no entres, vas a entrar en pánico.—¡Qué poca fe tienes en mí, mujer! ¡Con tu permiso, iré a sujetar la mano de Lisa mientras nace nuestro bebé! —Ofendido, Arturo dio media vuelta y avanzó con gallardía hacia el quirófano.—Necesito un café. ¿Quieres algo? —pregunté mientras seguía con la mirada a Arturo.—Prefiero quedarme aquí por si hay que sacarlo inconsciente —contestó Marcos torciendo los ojos. Caminé por todo el pasillo buscando una máquina de café, mientras veía las monedas en mi mano y de vez en vez el anillo de compromiso. No podía dejar de pensar que era hermoso y cada vez faltaba menos para la boda. Habíamos decidido postergarla hasta que Lisa tuviera a su bebé, para que fuera lo más cómod