ARTURO VEGA—Sí, lo que siento por ti es repudio, náuseas y odio… —contesté apretando los dientes—. Eres una maldita bruja manipuladora que ha jugado con mis sentimientos, que destruyó todo lo bueno que vivía en mí y por tu culpa casi pierdo a lo único bueno que me has dado en la vida, nuestra hija. ¿Dónde había quedado ese hombre dulce y feliz que alguna vez fui? Ella lo había asesinado hacía mucho tiempo. La única que parecía poder recuperarlo era… Lisa, pero sin ella, estaba perdido. —Vete a la mierda, Stella… Largo de mi finca y largo de mi vida. No pienso seguirte manteniendo ni darte un miserable centavo. No firmaré el contrato nupcial. Tu maldita ambición hizo que se me quitaran las ganas. »Lo que ayer daba por verte, hoy lo doy por no mirarte —agregué dándole la espalda. —Arturo… —Noté por cómo se quebró su voz que estaba aterrada—. Si dejas que salga de aquí…—¿Qué? ¿Tienes miedo de que Antonio te encuentre y te mate? —pregunté con media sonrisa. ¿No era la mejor forma de
LISA GALINDO—¿De qué hablas? —pregunté palideciendo. Sentí que la presión se me bajó. —Hice mis cuentas… y de pronto, ese diablillo que tengo sobre mi hombro izquierdo me dijo que si hubieras tenido intimidad con Arturo antes de que te capturara, bien podrías estar embarazada de él.—¿Crees que el niño es suyo? —Intenté imponerme ante mi miedo, pero este se hacía cada vez más grande y difícil de controlar. —Podría… ¿no crees? Después de todo la prueba solo me dice que estás embarazada, pero… no de quien. En estos tiempos no se puede confiar en las mujeres, ustedes son muy mañosas —agregó divertido, posado la punta de su navaja en mi mentón para evitar que agachara el rostro—. Cuando nazca el niño haré una prueba de paternidad, si no es que antes veo en sus ojos, los ojos de Arturo. —No, según mis cuentas, este niño…—¡Lisa! ¡Por favor! No subestimes mi inteligencia… —agregó haciendo su sonrisa más grande—. Si ese niño no es mío, te abriré en canal y lo volveré a meter de donde sal
ROSA MARTÍNEZUna para mí, otra para los vinos… Dos para mí, otra para los vinos… Cuando tenía un mal día o una mala racha, recolectar uvas siempre era agradable y me hacía sentir mejor, tal vez por toda la azúcar que consumía al tragarme más de media canasta. Las cosas estaban de la mierda, Arturo había descubierto que Katia y los niños eran vigilados por hombres de Antonio y no sabíamos cómo avisarle que tuvieran cuidado, pues las líneas podían estar intervenidas y eso complicaría todo. Lo único que quedaba era… como en todo buen juego de ajedrez, matar al rey, lo cual significaba que Arturo tendría que aceptar a Stella en el juego. —Ahora entiendo por qué no progresa el negocio… Esa maldita voz me detuvo haciendo que mi piel se erizara y que mi cuerpo temblara como si hubiera caído en un lago congelado. No quería voltear, sabía quién estaba detrás, pero mi corazón brincaba de emoción, acelerado, tanto que temía que me fuera a infartar. —¿No piensas voltear? ¿Me tienes miedo? —
ROSA MARTÍNEZAntes de que se me ocurriera una buena frase para cortar sus intentos de conquistarme, cuando mí yo poderoso y violento comenzaba a incendiar mi pecho, sus labios se posaron sobre los míos, echándole agua a mi rabia.Mi cuerpo me traicionó por completo. Héctor se robó todo mi aire y parecía querer más, incluso llevarse mi vida. Su mano se deslizó por mi cintura, ciñéndome a su cuerpo, haciendo que mis pechos se presionaran contra sus fuertes pectorales escondidos debajo de su impecable traje. ¿Qué hacía una capataz de campo derritiéndose entre los brazos de ese abogado de ciudad? Mis brazos se enredaron en su cuello e incluso mi pierna comenzó a subir por la suya, haciendo que mi muslo se frotara tentadoramente contra el suyo. Deseaba más que solo un beso, quería que me tomara ahí mismo. Estaba encandilada con este hombre, no soportaba el calor que crecía entre mis piernas cuando él me tocaba o incluso me veía. La atracción entre ambos se volvía cada vez más insoportabl
ROSA MARTÍNEZ—¿Estás segura de que…? —Marcos no pudo terminar. —Tu abogado lo admitió… pregúntale.—Debe de haber un error —dijo en un susurro—. Rosa…—No pienso tener una relación con él mientras se asegura de que es o no su hijo. No soy una mujer para un momento, no pienso entretenerlo mientras se prepara para casarse con ella. Así que mide bien tus palabras, porque no soy tan idiota.—Lo conozco… No se dará por vencido —contestó estirando sus largas piernas. Era curioso verlo de mezclilla y no con su acostumbrado traje elegante y formal. —Pues yo menos… —Rosa, las cosas están muy complicadas últimamente… Creo que no es sano para ti estar en esta finca.—¿Me estás corriendo?—No lo tomes a mal. Solo quiero que vayas a trabajar a otro lado por mientras. —¿Trabajar? ¿A dónde? —pregunté molesta y me levanté—. ¿Qué pasa si me necesitan? ¡No voy a dejarlos solos con Stella, está loca! Además, ¿qué hay de Emilia?—Podemos hacernos cargo…—No lo creo… ¿No se han dado cuenta de las pés
ARTURO VEGA—¿Perdón? —Volteé hacia Stella sorprendido e indignado.—Tenerla aquí sin un profesional que pueda guiarla es peligroso. Tuvo un proceso traumático. Adultos con mucha más madurez y seguridad necesitan terapia en casos así, con mayor razón esta niña —se justificó.—«Esta niña», es tú hija… —contesté con los dientes apretados y enfrentándola. Conmigo podía hacer lo que quisiera, pero con mi pequeña, no—. Emilia se quedará aquí, a mi lado, donde debe de estar y hazle como quieras.—Entiende… Necesita ayuda profesional. Si la mantienes aquí, podría empeorar
ARTURO VEGA—Si es necesario que yo hable con ese idiota, lo haré. La Rosa que conozco no huye de sus problemas —dije como un último esfuerzo por no perderla.—Pero… esta vez duele aquí —dijo con la mano en el pecho y los ojos se le volvieron a aguar—. No voy a desaparecer, no es que… quiera que me trague la tierra y que jamás sepan de mí, solo… quiero unas vacaciones, colgar mi corazón en el perchero y desintoxicarme.»Yo no soy como ustedes, yo no puedo tolerar malos tratos como Katia, ni someterme a tanto suspenso como tú. Yo quiero un amor bonito que me trate bien desde el principio y no al final cuando se dé cuenta que no puede vivir sin mí.»Si
LISA GALINDO—¡Suficiente! ¡Deja de pelear! —exclamó Antonio tomándome por las muñecas y presionándome con su cuerpo—. Vete haciendo a la idea que, de ahora en adelante, tienes responsabilidades como mi mujer. —Prometiste que no me tocarías… —¿Crees que alguien como yo tiene palabra? —preguntó divertido. —Pensé que lo harías por Emilia… —Noté como el nombre de esa pequeña transformó su rostro en tristeza.—No la vuelvas a mencionar —dijo con una mezcla de melancolía y coraje.—Ella te tenía mucha fe, es una niña encantadora que solo ve lo bueno en los demás y vio algo en ti —alegué pensando que podría tocar un poco su corazón.—¡Cállate! —gritó furioso—. Si no insisto es porque estás embarazada y no quiero lastimarte, pero vete haciendo a la idea de que una vez casados tendrás que cumplirme como mujer. »No intentes acudir a mi lado bueno o bondadoso, porque no existe. —¿Estás seguro? Yo lo dudo… Lo vi cada vez que estabas con Emilia —contesté con tristeza—. ¿No la extrañas? —Tod