ROSA MARTÍNEZAntes de que se me ocurriera una buena frase para cortar sus intentos de conquistarme, cuando mí yo poderoso y violento comenzaba a incendiar mi pecho, sus labios se posaron sobre los míos, echándole agua a mi rabia.Mi cuerpo me traicionó por completo. Héctor se robó todo mi aire y parecía querer más, incluso llevarse mi vida. Su mano se deslizó por mi cintura, ciñéndome a su cuerpo, haciendo que mis pechos se presionaran contra sus fuertes pectorales escondidos debajo de su impecable traje. ¿Qué hacía una capataz de campo derritiéndose entre los brazos de ese abogado de ciudad? Mis brazos se enredaron en su cuello e incluso mi pierna comenzó a subir por la suya, haciendo que mi muslo se frotara tentadoramente contra el suyo. Deseaba más que solo un beso, quería que me tomara ahí mismo. Estaba encandilada con este hombre, no soportaba el calor que crecía entre mis piernas cuando él me tocaba o incluso me veía. La atracción entre ambos se volvía cada vez más insoportabl
ROSA MARTÍNEZ—¿Estás segura de que…? —Marcos no pudo terminar. —Tu abogado lo admitió… pregúntale.—Debe de haber un error —dijo en un susurro—. Rosa…—No pienso tener una relación con él mientras se asegura de que es o no su hijo. No soy una mujer para un momento, no pienso entretenerlo mientras se prepara para casarse con ella. Así que mide bien tus palabras, porque no soy tan idiota.—Lo conozco… No se dará por vencido —contestó estirando sus largas piernas. Era curioso verlo de mezclilla y no con su acostumbrado traje elegante y formal. —Pues yo menos… —Rosa, las cosas están muy complicadas últimamente… Creo que no es sano para ti estar en esta finca.—¿Me estás corriendo?—No lo tomes a mal. Solo quiero que vayas a trabajar a otro lado por mientras. —¿Trabajar? ¿A dónde? —pregunté molesta y me levanté—. ¿Qué pasa si me necesitan? ¡No voy a dejarlos solos con Stella, está loca! Además, ¿qué hay de Emilia?—Podemos hacernos cargo…—No lo creo… ¿No se han dado cuenta de las pés
ARTURO VEGA—¿Perdón? —Volteé hacia Stella sorprendido e indignado.—Tenerla aquí sin un profesional que pueda guiarla es peligroso. Tuvo un proceso traumático. Adultos con mucha más madurez y seguridad necesitan terapia en casos así, con mayor razón esta niña —se justificó.—«Esta niña», es tú hija… —contesté con los dientes apretados y enfrentándola. Conmigo podía hacer lo que quisiera, pero con mi pequeña, no—. Emilia se quedará aquí, a mi lado, donde debe de estar y hazle como quieras.—Entiende… Necesita ayuda profesional. Si la mantienes aquí, podría empeorar
ARTURO VEGA—Si es necesario que yo hable con ese idiota, lo haré. La Rosa que conozco no huye de sus problemas —dije como un último esfuerzo por no perderla.—Pero… esta vez duele aquí —dijo con la mano en el pecho y los ojos se le volvieron a aguar—. No voy a desaparecer, no es que… quiera que me trague la tierra y que jamás sepan de mí, solo… quiero unas vacaciones, colgar mi corazón en el perchero y desintoxicarme.»Yo no soy como ustedes, yo no puedo tolerar malos tratos como Katia, ni someterme a tanto suspenso como tú. Yo quiero un amor bonito que me trate bien desde el principio y no al final cuando se dé cuenta que no puede vivir sin mí.»Si
LISA GALINDO—¡Suficiente! ¡Deja de pelear! —exclamó Antonio tomándome por las muñecas y presionándome con su cuerpo—. Vete haciendo a la idea que, de ahora en adelante, tienes responsabilidades como mi mujer. —Prometiste que no me tocarías… —¿Crees que alguien como yo tiene palabra? —preguntó divertido. —Pensé que lo harías por Emilia… —Noté como el nombre de esa pequeña transformó su rostro en tristeza.—No la vuelvas a mencionar —dijo con una mezcla de melancolía y coraje.—Ella te tenía mucha fe, es una niña encantadora que solo ve lo bueno en los demás y vio algo en ti —alegué pensando que podría tocar un poco su corazón.—¡Cállate! —gritó furioso—. Si no insisto es porque estás embarazada y no quiero lastimarte, pero vete haciendo a la idea de que una vez casados tendrás que cumplirme como mujer. »No intentes acudir a mi lado bueno o bondadoso, porque no existe. —¿Estás seguro? Yo lo dudo… Lo vi cada vez que estabas con Emilia —contesté con tristeza—. ¿No la extrañas? —Tod
EMILIA VEGAMientras corría entre las plantas de vid, Mónica iba unos cuantos pasos atrás, comiendo una manzana sin quitar su atención de mí. Ella era muy buena conmigo, aunque era molesto que me siguiera a todos lados como si fuera mi sombra. —¿No te aburres? —pregunté volteando abruptamente hacia ella. —No, es mi trabajo —contestó dándole otra mordida a su manzana. —Trabajo que tú escogiste… —agregué acercándome a ella, entornando los ojos con desconfianza—. No tenías que pedir ser mi niñera. ¿En verdad crees que estoy loca?—Corazón, no estás loca —dijo poniéndome la manzana en la boca para callarme—, pero te tengo que cuidar mucho. —No quiero manzana… —agregué con la boca llena regresándole la fruta. —Dime, Emilia, pronto será tu cumpleaños… ¿Ya pensaste qué quieres de regalo?Había pensado que en realidad iba a pasar mi cumpleaños en la villa con Antonio. No es que me molestara estar de regreso en casa, pero… lo extrañaba. Apreté los dientes y seguí caminando mientras sujet
ARTURO VEGACuando el sargento se inclinó hacia Mónica para proceder con la detención, con un movimiento grácil de sus piernas, ella rodeó el cuello del militar antes de hacerlo caer y ponerle las esposas a él.Se levantó con agilidad, aunque su costado seguía sangrando, y ninguno de los presentes quiso intervenir. —Estás jodida, Stella… firmaste tu sentencia de muerte —añadió Mónica divertida, como si el dolor no le importara. —¡Hagan algo! ¡Son tres hombres contra una sola mujer! ¡Por el amor de Dios! ¡¿Dejarán que escape?! —exclamó Stella desesperada por ayuda, mientras Héctor, Marcos y yo nos veíamos compartiendo una conformidad silenciosa. —¿Hablo por todos cuando digo que… yo no vi nada? —preguntó Marcos con media sonrisa tomando los papeles que incriminaban a Mónica y haciéndolos pedazos. —Nadie vio nada… —contestó Héctor haciendo su sonrisa más grande. Los ojos de Stella se posaron en mí, siendo yo su última esperanza. Bajé la mirada a Emilia quien esperaba impaciente sab
ARTURO VEGADespués de lo que había ocurrido, el sargento detuvo a Stella por intervenir en el arresto. Para ella fue lo mejor, pues en la prisión preventiva estaría más segura que aquí o en cualquier lugar del mundo. Aun así, no era suficiente castigo.—¡Te arrepentirás, Arturo! —exclamó Stella desesperada mientras el sargento se la llevaba, tomándola de un brazo—. ¡Teníamos un acuerdo! ¡Gracias a mí Emilia regresó a ti! ¡Gracias a mí te quitaste de encima a esa espía! ¡Eres un maldito ingrato!Claramente no se iba a ir sin pelear, por lo menos sin hacerme sentir mal.—Papi… ¿Stella ya no volverá? &mdas