EMILIA VEGAMientras corría entre las plantas de vid, Mónica iba unos cuantos pasos atrás, comiendo una manzana sin quitar su atención de mí. Ella era muy buena conmigo, aunque era molesto que me siguiera a todos lados como si fuera mi sombra. —¿No te aburres? —pregunté volteando abruptamente hacia ella. —No, es mi trabajo —contestó dándole otra mordida a su manzana. —Trabajo que tú escogiste… —agregué acercándome a ella, entornando los ojos con desconfianza—. No tenías que pedir ser mi niñera. ¿En verdad crees que estoy loca?—Corazón, no estás loca —dijo poniéndome la manzana en la boca para callarme—, pero te tengo que cuidar mucho. —No quiero manzana… —agregué con la boca llena regresándole la fruta. —Dime, Emilia, pronto será tu cumpleaños… ¿Ya pensaste qué quieres de regalo?Había pensado que en realidad iba a pasar mi cumpleaños en la villa con Antonio. No es que me molestara estar de regreso en casa, pero… lo extrañaba. Apreté los dientes y seguí caminando mientras sujet
ARTURO VEGACuando el sargento se inclinó hacia Mónica para proceder con la detención, con un movimiento grácil de sus piernas, ella rodeó el cuello del militar antes de hacerlo caer y ponerle las esposas a él.Se levantó con agilidad, aunque su costado seguía sangrando, y ninguno de los presentes quiso intervenir. —Estás jodida, Stella… firmaste tu sentencia de muerte —añadió Mónica divertida, como si el dolor no le importara. —¡Hagan algo! ¡Son tres hombres contra una sola mujer! ¡Por el amor de Dios! ¡¿Dejarán que escape?! —exclamó Stella desesperada por ayuda, mientras Héctor, Marcos y yo nos veíamos compartiendo una conformidad silenciosa. —¿Hablo por todos cuando digo que… yo no vi nada? —preguntó Marcos con media sonrisa tomando los papeles que incriminaban a Mónica y haciéndolos pedazos. —Nadie vio nada… —contestó Héctor haciendo su sonrisa más grande. Los ojos de Stella se posaron en mí, siendo yo su última esperanza. Bajé la mirada a Emilia quien esperaba impaciente sab
ARTURO VEGADespués de lo que había ocurrido, el sargento detuvo a Stella por intervenir en el arresto. Para ella fue lo mejor, pues en la prisión preventiva estaría más segura que aquí o en cualquier lugar del mundo. Aun así, no era suficiente castigo.—¡Te arrepentirás, Arturo! —exclamó Stella desesperada mientras el sargento se la llevaba, tomándola de un brazo—. ¡Teníamos un acuerdo! ¡Gracias a mí Emilia regresó a ti! ¡Gracias a mí te quitaste de encima a esa espía! ¡Eres un maldito ingrato!Claramente no se iba a ir sin pelear, por lo menos sin hacerme sentir mal.—Papi… ¿Stella ya no volverá? &mdas
ARTURO VEGA—¡No! ¡Papito! ¡No quiero irme con esa señora! ¡No dejes que me lleven! —exclamó Emilia rompiéndome el corazón. Mientras la mujer y el sargento la alejaban de mí, Héctor me sostenía por los hombros como si supiera que en cualquier momento caería al piso.—Tranquila, mi niña. Pronto estaremos de nuevo juntos —contesté con el corazón reventándome en la cabeza. Sus ojos llenos de dolor se quedarían fijos en mi memoria.—La recuperaremos… Hablaré con Marcos y… —Héctor quiso consolarme, pero estaba destrozado, perdiendo lo único que me quedaba, lo más valioso de mi vida.Saber que Ste
ARTURO VEGALa tomé en mis brazos antes de que su delicado cuerpo cayera al suelo y, pese al vestido, se sentía liviana. No supe cuanto tiempo me quedé viendo su rostro, convenciéndome de que era real, su respiración era suave, pausada, sus pechos se movían suavemente contra el mío, parecía un hermoso ángel con cabellos de fuego y sabía que debajo de esos párpados se escondían dos zafiros del color del cielo. Había recuperado mi infierno y mi paraíso, todo reunido en la misma mujer, envuelto en una suave piel de seda. La llevé en brazos y me senté en uno de los pequeños sillones, acomodándola sobre mi regazo. Aún estaba atónito, no sabía si en verdad la había encontrado o era solo un sueño. Tanto tiempo sufrí por creer que la había perdido. Ella se había convertido en mi norte, mi hogar, la mujer que calmaba cualquier pasión en mi corazón. A su lado me sentía libre e invencible, y todo este tiempo estuve tan perdido, vivir se volvió tan complicado, como si al perderla se me hubiera
ARTURO VEGA—Antonio… —intervino Lisa, poniéndose entre los dos, sin dejar de desviar su mirada hacia la mujer que estaba postrada en el suelo, parecía que la conocía—. Pienso alegar a lo bueno que hay en ti, porque, aunque te burles, sé que lo hay, lo vi, Emilia me lo mostró. Las mandíbulas del criminal se tensaron y sus ojos se entornaron con desconfianza. —Hay algo bueno en ti y lo sabes. Cuando Emilia estaba en la villa, te volviste más…—Débil… —la interrumpió, escupiendo la palabra con odio. —Humano —corrigió Lisa—. Las cosas no tienen que ser así. Tienes potencial para ser una buena persona, con tu inteligencia y astucia, harías cosas grandes. ¡Deja de arruinar tu vida! ¡Emilia no era la única que tenía fe en ti! ¡Yo también la tengo! ¡Porque lo vi! ¡Vi lo bueno que puedes ser! —exclamó desesperada—. Te detuviste de matar a esos ciervos… y comenzaste a domesticarlos como Emilia te sugirió. Lograste lo que pocos, que animales tan desconfiados, confiaran en ti. ¿Quién puede lo
LISA GALINDO Caí al piso en cuanto este vibró con la fuerte explosión, al mismo tiempo escuché la detonación del arma de Antonio y con desesperación busqué a Arturo, encontrándolo en el suelo, inerte, como mi corazón. —¡Arturo! —exclamé horrorizada y un zumbido se apoderó de mis oídos. Antonio estaba recargado contra la pared, aún sin equilibrio. Llena de furia y llorando, tomé el bastón de Arturo y me precipité hacia ese maldito criminal mientras mantenía la guardia baja, desenfundé la navaja oculta y cuando Antonio por fin se percató de mi ataque, ya era demasiado tarde, había encajado el filo hasta la empuñadura en su costado, por fin viendo un sentimiento sincero en su rostro, el del dolor. Atrapó mis manos entre las suyas, manteniendo la navaja hundida en su carne y para mi sorpresa, sonrió. —¿Esto fue lo que mandaste a hacer a Marlene? ¿Una distracción para poder escapar? ¿Qué tan lejos creíste que llegarías con ese pesado vestido de novia?—No tan lejos como lo estoy hacie
ANTONIO LARREA —La herida no tocó ningún órgano, pero… —Como buen médico que se dedica a atender gente de mi calaña, tenía miedo de dar malas noticias, pues sabía que su cabeza también corría peligro.—¡Solo dilo! —exclamó Mónica intimidándolo. Levanté la mano para silenciarla y dejar que el médico continuara.—Necesita reposo absoluto y hablo en serio. Cualquier esfuerzo físico puede romper la sutura y terminar en una hemorragia que puede comprometer su vida —dijo viéndome fijamente, advirtiéndome. —Esa perra se va a arrepentir de lo que te hizo —refunfuñó Mónica caminando de un lado a otro como león enjaulado, hasta que se detuvo mientras yo encendía mi primer cigarro—. Detente… Con un movimiento de cabeza hice que el doctor saliera de la habitación dándonos privacidad.—¿Me escuchaste? —demandó como si fuera la ingrata de mi madre. —¿A qué te refieres? —pregunté mientras echaba el humo. —Quieres ir por la niña… te conozco.—A decir verdad… Lo primero que quiero hacer es ir po