ARTURO VEGA—¿Perdón? —Volteé hacia Stella sorprendido e indignado.—Tenerla aquí sin un profesional que pueda guiarla es peligroso. Tuvo un proceso traumático. Adultos con mucha más madurez y seguridad necesitan terapia en casos así, con mayor razón esta niña —se justificó.—«Esta niña», es tú hija… —contesté con los dientes apretados y enfrentándola. Conmigo podía hacer lo que quisiera, pero con mi pequeña, no—. Emilia se quedará aquí, a mi lado, donde debe de estar y hazle como quieras.—Entiende… Necesita ayuda profesional. Si la mantienes aquí, podría empeorar
ARTURO VEGA—Si es necesario que yo hable con ese idiota, lo haré. La Rosa que conozco no huye de sus problemas —dije como un último esfuerzo por no perderla.—Pero… esta vez duele aquí —dijo con la mano en el pecho y los ojos se le volvieron a aguar—. No voy a desaparecer, no es que… quiera que me trague la tierra y que jamás sepan de mí, solo… quiero unas vacaciones, colgar mi corazón en el perchero y desintoxicarme.»Yo no soy como ustedes, yo no puedo tolerar malos tratos como Katia, ni someterme a tanto suspenso como tú. Yo quiero un amor bonito que me trate bien desde el principio y no al final cuando se dé cuenta que no puede vivir sin mí.»Si
LISA GALINDO—¡Suficiente! ¡Deja de pelear! —exclamó Antonio tomándome por las muñecas y presionándome con su cuerpo—. Vete haciendo a la idea que, de ahora en adelante, tienes responsabilidades como mi mujer. —Prometiste que no me tocarías… —¿Crees que alguien como yo tiene palabra? —preguntó divertido. —Pensé que lo harías por Emilia… —Noté como el nombre de esa pequeña transformó su rostro en tristeza.—No la vuelvas a mencionar —dijo con una mezcla de melancolía y coraje.—Ella te tenía mucha fe, es una niña encantadora que solo ve lo bueno en los demás y vio algo en ti —alegué pensando que podría tocar un poco su corazón.—¡Cállate! —gritó furioso—. Si no insisto es porque estás embarazada y no quiero lastimarte, pero vete haciendo a la idea de que una vez casados tendrás que cumplirme como mujer. »No intentes acudir a mi lado bueno o bondadoso, porque no existe. —¿Estás seguro? Yo lo dudo… Lo vi cada vez que estabas con Emilia —contesté con tristeza—. ¿No la extrañas? —Tod
EMILIA VEGAMientras corría entre las plantas de vid, Mónica iba unos cuantos pasos atrás, comiendo una manzana sin quitar su atención de mí. Ella era muy buena conmigo, aunque era molesto que me siguiera a todos lados como si fuera mi sombra. —¿No te aburres? —pregunté volteando abruptamente hacia ella. —No, es mi trabajo —contestó dándole otra mordida a su manzana. —Trabajo que tú escogiste… —agregué acercándome a ella, entornando los ojos con desconfianza—. No tenías que pedir ser mi niñera. ¿En verdad crees que estoy loca?—Corazón, no estás loca —dijo poniéndome la manzana en la boca para callarme—, pero te tengo que cuidar mucho. —No quiero manzana… —agregué con la boca llena regresándole la fruta. —Dime, Emilia, pronto será tu cumpleaños… ¿Ya pensaste qué quieres de regalo?Había pensado que en realidad iba a pasar mi cumpleaños en la villa con Antonio. No es que me molestara estar de regreso en casa, pero… lo extrañaba. Apreté los dientes y seguí caminando mientras sujet
ARTURO VEGACuando el sargento se inclinó hacia Mónica para proceder con la detención, con un movimiento grácil de sus piernas, ella rodeó el cuello del militar antes de hacerlo caer y ponerle las esposas a él.Se levantó con agilidad, aunque su costado seguía sangrando, y ninguno de los presentes quiso intervenir. —Estás jodida, Stella… firmaste tu sentencia de muerte —añadió Mónica divertida, como si el dolor no le importara. —¡Hagan algo! ¡Son tres hombres contra una sola mujer! ¡Por el amor de Dios! ¡¿Dejarán que escape?! —exclamó Stella desesperada por ayuda, mientras Héctor, Marcos y yo nos veíamos compartiendo una conformidad silenciosa. —¿Hablo por todos cuando digo que… yo no vi nada? —preguntó Marcos con media sonrisa tomando los papeles que incriminaban a Mónica y haciéndolos pedazos. —Nadie vio nada… —contestó Héctor haciendo su sonrisa más grande. Los ojos de Stella se posaron en mí, siendo yo su última esperanza. Bajé la mirada a Emilia quien esperaba impaciente sab
ARTURO VEGADespués de lo que había ocurrido, el sargento detuvo a Stella por intervenir en el arresto. Para ella fue lo mejor, pues en la prisión preventiva estaría más segura que aquí o en cualquier lugar del mundo. Aun así, no era suficiente castigo.—¡Te arrepentirás, Arturo! —exclamó Stella desesperada mientras el sargento se la llevaba, tomándola de un brazo—. ¡Teníamos un acuerdo! ¡Gracias a mí Emilia regresó a ti! ¡Gracias a mí te quitaste de encima a esa espía! ¡Eres un maldito ingrato!Claramente no se iba a ir sin pelear, por lo menos sin hacerme sentir mal.—Papi… ¿Stella ya no volverá? &mdas
ARTURO VEGA—¡No! ¡Papito! ¡No quiero irme con esa señora! ¡No dejes que me lleven! —exclamó Emilia rompiéndome el corazón. Mientras la mujer y el sargento la alejaban de mí, Héctor me sostenía por los hombros como si supiera que en cualquier momento caería al piso.—Tranquila, mi niña. Pronto estaremos de nuevo juntos —contesté con el corazón reventándome en la cabeza. Sus ojos llenos de dolor se quedarían fijos en mi memoria.—La recuperaremos… Hablaré con Marcos y… —Héctor quiso consolarme, pero estaba destrozado, perdiendo lo único que me quedaba, lo más valioso de mi vida.Saber que Ste
ARTURO VEGALa tomé en mis brazos antes de que su delicado cuerpo cayera al suelo y, pese al vestido, se sentía liviana. No supe cuanto tiempo me quedé viendo su rostro, convenciéndome de que era real, su respiración era suave, pausada, sus pechos se movían suavemente contra el mío, parecía un hermoso ángel con cabellos de fuego y sabía que debajo de esos párpados se escondían dos zafiros del color del cielo. Había recuperado mi infierno y mi paraíso, todo reunido en la misma mujer, envuelto en una suave piel de seda. La llevé en brazos y me senté en uno de los pequeños sillones, acomodándola sobre mi regazo. Aún estaba atónito, no sabía si en verdad la había encontrado o era solo un sueño. Tanto tiempo sufrí por creer que la había perdido. Ella se había convertido en mi norte, mi hogar, la mujer que calmaba cualquier pasión en mi corazón. A su lado me sentía libre e invencible, y todo este tiempo estuve tan perdido, vivir se volvió tan complicado, como si al perderla se me hubiera