ANTONIO LARREA—¿Y bien? —preguntó Stella acercándose a mí—. ¿Esas son todas las fotos que sacaste?Ya no era la mujer hermosa que había conocido hacía tantos años. Su suave piel había sido carcomida por el fuego y en cuanto supe dónde encontrarla, no dudé en apiadarme de ella. Era la mujer que por tantos años había ambicionado y se había encargado de borrar sus huellas y esconderse de mí. Me juré que lograría que recuperara su belleza, incluso si tenía que arrancarle la piel a esa pelirroja para dársela a ella, pero… pasaron cosas durante ese año en el que me acerqué a Lisa. —¿Sabías que la combinación de cabello rojo y ojos azules es una de las más difíciles de encontrar? —pregunté viendo su rostro cubierto por esos vendajes y esas puntas de plástico arrojando oxígeno a sus fosas nasales—. ¿Sabes que solo hay un 0,17% de probabilidad?Lisa era un caso único, un desafío a la genética, un trébol de cuatro hojas, el oro al final del arcoíris, sin hablar de su ferocidad y determinación
LISA GALINDONo supe cuanto tiempo me quedé viendo por la ventana, con mi mente perdida ante esos campos tan vastos llenos de verdor. La finca era hermosa y más grande que la anterior, más colorida y con menos recuerdos tristes. De pronto mi puerta volvió a sonar, pero esta vez eran golpes que provenían de una mano más pequeña, causándome curiosidad. En cuanto abrí me encontré con ese par de ojos azules y sonrisa encantadora que me hacía olvidar cualquier problema. —Hola, Emilia —saludé con dulzura mientras acariciaba sus cabellos y pellizcaba sus lindas mejillas. Entró dando saltitos, dejando que su coleta se balanceara con gracia. Llevaba en las manos un vestido que dejó con cuidado sobre la cama. —Te verás muy linda. Es rojo, igual que tu cabello —dijo con emoción y se sentó a la orilla sin maltratarlo—. ¿Por qué no te lo pruebas?Me acerqué con cautela y analicé el vestido. La tela me avisaba que era fino y muy costoso.—Es para que cenes conmigo. Mi papá me dijo que te lo traje
LISA GALINDOSu mirada furiosa se posó en mí, hostil en un principio, pero sorprendida después. —Creí que ya estarías en tu habitación… —contestó poniéndose de pie con dificultad.—Emilia me pidió que la arropara. —Lo tomé por el brazo, pero suavemente se quitó mi mano, rechazando mi ayuda. —No es necesario que me tengas lástima.—No te tengo lástima… Nunca te la tuve. —Me dolió el corazón al recordar. Tonta de mí que creí que mi cariño por él sería suficiente. —Perdón… no tuve que entrometerme en tu vida después de cómo me comporté contigo. —Sonrió como si recordara un viejo chiste—. Un día le dije a Katia que… deseaba encontrar a una mujer como ella que me amara pese a mis defectos y trastornos mentales…—La encontraste —contesté con rencor—, pero la alejaste.¿Eso había sido una declaración? Bueno, no había manera de terminar peor de lo que estaba. Me daba más vergüenza esas malditas fotos que una confesión. Suspiré apesadumbrada y volví a tomarlo por el brazo. —Será mejor que t
LISA GALINDOAntes de que el cielo clareara, una suave brisa jugó con mis cabellos, haciendo que su caricia me hiciera cosquillas. Cuando abrí los ojos me di cuenta de que no se trataba de mi cabello, sino de los dedos de Arturo que parecían estar conectando las pecas de mis mejillas. Cuando posé mi atención en él, sonrió.—Abriste los ojos y amaneció de pronto —dijo en un susurro haciendo que me sonrojara, escondiendo mi rostro contra su pecho. —¿Desaparecieron las luciérnagas? —pregunté sentándome a su lado. —Se escondieron en tu mirada… —agregó volteando hacia el viñedo ante nosotros, que se veía distante y hermoso, con esos colores morados y naranjas proyectados por el cielo. —Estás muy poético —contesté presionando mi boca contra su hombro.—No solo soy una cara bonita. —Sonrió como hace tiempo no lo hacía, llenándome el corazón de dicha. Acerqué mi mano a su mejilla y la acaricié con dulzura, atrayendo su atención hacia mí. Sus ojos castaños eran los más hermosos que había vi
LISA GALINDO—Yo encantado de tenerte encerrada aquí, escondida de cualquier curioso, solo para mí, para mi deleite, mi pelirroja personal —dijo acercándose a mí, acariciando mi mejilla con ternura—, pero no sería bueno para ti. Tienes que salir, con la frente en alto, tienes que recordar que nadie en este maldito mundo es perfecto, que nadie tiene el derecho de señalarte con el dedo, que tú vales por quién eres y no por esas fotos.»¿Desde cuándo hay que burlarse de la víctima y festejar al victimario? A quien deberían de humillar es a ese hijo de puta traicionero, no a ti. No lo olvides. Tú vales mil veces más de lo que esas fotos sugieren y si ese hombre no pudo valorarte y expuso al mundo tu vulnerabilidad, entonces yo te protegeré de lo que veng
ARTURO VEGAEra la mejor puta noche de mi vida, la reunión se podía ir a la mierda. Volteé hacia esa melena roja a mi lado y me pregunté si estaría dormida. Giré hacia ella y noté esas largas cicatrices que atravesaban su espalda. Acaricié esas dolorosas líneas antes de comenzar a besarlas, pero tuve que detenerme al llegar a su espalda baja, pues de pronto sentí ganas de morder la punta de su cadera y comenzar ese juego que me había hecho morir y renacer.—¿Te dolió mucho? —pregunté besando sus hombros, provocando que volteara hacia mí, mostrándome esos enormes y preciosos ojos azules que me dominaban por completo.—¿Qué me dolió? —inquirió confundida, hasta que mi sonr
ARTURO VEGA—¿Reforzando su amistad? —preguntó Emilia confundida—. ¡Vaya! ¿Papá puedo reforzar mi amistad con…?—¡No! —exclamé antes de que terminara su pregunta—. Solo los adultos reforzamos la amistad con otros adultos, ¿entendido?—¿Por qué? —preguntó Emilia indignada, haciendo ese encantador puchero.—Porque sí… Anda, es hora de ir a desayunar. —La saqué de la habitación a empujoncitos mientras compartía una sonrisa con Lisa.—¡Está bien!, pero dense prisa, vinieron todos de visita… —dijo Emilia del otro lado de la puert
ARTURO VEGA—Ya me lo imaginaba… —dijo Lisa sentada en el borde de la cama, con la mirada perdida—. Ella regresaría tarde o temprano, en pedazos o completa y…—¿Y qué…? —pregunté confundido por su molestia. Solo obtuve una sonrisa irónica que se desvaneció igual de rápido que apareció.—Arturo… Siempre fue ella… —contestó poniéndose de pie. No pude evitar notar que se había cambiado de ropa. No llevaba ninguno de los vestidos que le había comprado, por el contrario, usaba las prendas con las que llegó. ¿Debía preocuparme?—. Aún estás enamorado... ¿cierto?—¡¿De S