LISA GALINDOSu mirada furiosa se posó en mí, hostil en un principio, pero sorprendida después. —Creí que ya estarías en tu habitación… —contestó poniéndose de pie con dificultad.—Emilia me pidió que la arropara. —Lo tomé por el brazo, pero suavemente se quitó mi mano, rechazando mi ayuda. —No es necesario que me tengas lástima.—No te tengo lástima… Nunca te la tuve. —Me dolió el corazón al recordar. Tonta de mí que creí que mi cariño por él sería suficiente. —Perdón… no tuve que entrometerme en tu vida después de cómo me comporté contigo. —Sonrió como si recordara un viejo chiste—. Un día le dije a Katia que… deseaba encontrar a una mujer como ella que me amara pese a mis defectos y trastornos mentales…—La encontraste —contesté con rencor—, pero la alejaste.¿Eso había sido una declaración? Bueno, no había manera de terminar peor de lo que estaba. Me daba más vergüenza esas malditas fotos que una confesión. Suspiré apesadumbrada y volví a tomarlo por el brazo. —Será mejor que t
LISA GALINDOAntes de que el cielo clareara, una suave brisa jugó con mis cabellos, haciendo que su caricia me hiciera cosquillas. Cuando abrí los ojos me di cuenta de que no se trataba de mi cabello, sino de los dedos de Arturo que parecían estar conectando las pecas de mis mejillas. Cuando posé mi atención en él, sonrió.—Abriste los ojos y amaneció de pronto —dijo en un susurro haciendo que me sonrojara, escondiendo mi rostro contra su pecho. —¿Desaparecieron las luciérnagas? —pregunté sentándome a su lado. —Se escondieron en tu mirada… —agregó volteando hacia el viñedo ante nosotros, que se veía distante y hermoso, con esos colores morados y naranjas proyectados por el cielo. —Estás muy poético —contesté presionando mi boca contra su hombro.—No solo soy una cara bonita. —Sonrió como hace tiempo no lo hacía, llenándome el corazón de dicha. Acerqué mi mano a su mejilla y la acaricié con dulzura, atrayendo su atención hacia mí. Sus ojos castaños eran los más hermosos que había vi
LISA GALINDO—Yo encantado de tenerte encerrada aquí, escondida de cualquier curioso, solo para mí, para mi deleite, mi pelirroja personal —dijo acercándose a mí, acariciando mi mejilla con ternura—, pero no sería bueno para ti. Tienes que salir, con la frente en alto, tienes que recordar que nadie en este maldito mundo es perfecto, que nadie tiene el derecho de señalarte con el dedo, que tú vales por quién eres y no por esas fotos.»¿Desde cuándo hay que burlarse de la víctima y festejar al victimario? A quien deberían de humillar es a ese hijo de puta traicionero, no a ti. No lo olvides. Tú vales mil veces más de lo que esas fotos sugieren y si ese hombre no pudo valorarte y expuso al mundo tu vulnerabilidad, entonces yo te protegeré de lo que veng
ARTURO VEGAEra la mejor puta noche de mi vida, la reunión se podía ir a la mierda. Volteé hacia esa melena roja a mi lado y me pregunté si estaría dormida. Giré hacia ella y noté esas largas cicatrices que atravesaban su espalda. Acaricié esas dolorosas líneas antes de comenzar a besarlas, pero tuve que detenerme al llegar a su espalda baja, pues de pronto sentí ganas de morder la punta de su cadera y comenzar ese juego que me había hecho morir y renacer.—¿Te dolió mucho? —pregunté besando sus hombros, provocando que volteara hacia mí, mostrándome esos enormes y preciosos ojos azules que me dominaban por completo.—¿Qué me dolió? —inquirió confundida, hasta que mi sonr
ARTURO VEGA—¿Reforzando su amistad? —preguntó Emilia confundida—. ¡Vaya! ¿Papá puedo reforzar mi amistad con…?—¡No! —exclamé antes de que terminara su pregunta—. Solo los adultos reforzamos la amistad con otros adultos, ¿entendido?—¿Por qué? —preguntó Emilia indignada, haciendo ese encantador puchero.—Porque sí… Anda, es hora de ir a desayunar. —La saqué de la habitación a empujoncitos mientras compartía una sonrisa con Lisa.—¡Está bien!, pero dense prisa, vinieron todos de visita… —dijo Emilia del otro lado de la puert
ARTURO VEGA—Ya me lo imaginaba… —dijo Lisa sentada en el borde de la cama, con la mirada perdida—. Ella regresaría tarde o temprano, en pedazos o completa y…—¿Y qué…? —pregunté confundido por su molestia. Solo obtuve una sonrisa irónica que se desvaneció igual de rápido que apareció.—Arturo… Siempre fue ella… —contestó poniéndose de pie. No pude evitar notar que se había cambiado de ropa. No llevaba ninguno de los vestidos que le había comprado, por el contrario, usaba las prendas con las que llegó. ¿Debía preocuparme?—. Aún estás enamorado... ¿cierto?—¡¿De S
ARTURO VEGA—Dame un maldito nombre… —dije escondiendo mi angustia detrás de una mueca de odio.—No puedes hacer nada contra él, por lo menos no de manera legal —dijo antes de ser víctima de un acceso de tos.—¡Dame un maldito nombre! —grité furioso.—¡Lo conoces! —exclamó entre risas—. Te daré su nombre y sabrás que fue muy obvio y ni siquiera tuviste que preguntarme, pero… está bien, lo haré de todas formas, solo te aviso que quiero protección e inmunidad.»¿Aceptas?Entorné los ojos y apreté los diente
LISA GALINDO—¿Por fin entendiste, pequeña Emilia, que regresar sola de la escuela siendo tan pequeña, es muy peligroso? —preguntó Antonio acariciando sus cabellos con detenimiento, entonces vi la mochila que colgaba de la mano de la niña.—¿Qué estás haciendo? —inquirí desconcertada, acercándome con cautela.—Intenté hablar contigo, pero decidiste evitarme sin darme la oportunidad de explicarme —dijo Antonio refunfuñando como si estuviera regañando a una niña pequeña—. Yo no quería llegar a esto. Solo necesitaba cinco minutos tuyos, ahora… ¿qué se supone que haré con la niña? No puedo dejar que vaya a decirles a todos que nos vieron juntos