LISA GALINDO
—Yo encantado de tenerte encerrada aquí, escondida de cualquier curioso, solo para mí, para mi deleite, mi pelirroja personal —dijo acercándose a mí, acariciando mi mejilla con ternura—, pero no sería bueno para ti. Tienes que salir, con la frente en alto, tienes que recordar que nadie en este maldito mundo es perfecto, que nadie tiene el derecho de señalarte con el dedo, que tú vales por quién eres y no por esas fotos.
»¿Desde cuándo hay que burlarse de la víctima y festejar al victimario? A quien deberían de humillar es a ese hijo de puta traicionero, no a ti. No lo olvides. Tú vales mil veces más de lo que esas fotos sugieren y si ese hombre no pudo valorarte y expuso al mundo tu vulnerabilidad, entonces yo te protegeré de lo que veng
ARTURO VEGAEra la mejor puta noche de mi vida, la reunión se podía ir a la mierda. Volteé hacia esa melena roja a mi lado y me pregunté si estaría dormida. Giré hacia ella y noté esas largas cicatrices que atravesaban su espalda. Acaricié esas dolorosas líneas antes de comenzar a besarlas, pero tuve que detenerme al llegar a su espalda baja, pues de pronto sentí ganas de morder la punta de su cadera y comenzar ese juego que me había hecho morir y renacer.—¿Te dolió mucho? —pregunté besando sus hombros, provocando que volteara hacia mí, mostrándome esos enormes y preciosos ojos azules que me dominaban por completo.—¿Qué me dolió? —inquirió confundida, hasta que mi sonr
ARTURO VEGA—¿Reforzando su amistad? —preguntó Emilia confundida—. ¡Vaya! ¿Papá puedo reforzar mi amistad con…?—¡No! —exclamé antes de que terminara su pregunta—. Solo los adultos reforzamos la amistad con otros adultos, ¿entendido?—¿Por qué? —preguntó Emilia indignada, haciendo ese encantador puchero.—Porque sí… Anda, es hora de ir a desayunar. —La saqué de la habitación a empujoncitos mientras compartía una sonrisa con Lisa.—¡Está bien!, pero dense prisa, vinieron todos de visita… —dijo Emilia del otro lado de la puert
ARTURO VEGA—Ya me lo imaginaba… —dijo Lisa sentada en el borde de la cama, con la mirada perdida—. Ella regresaría tarde o temprano, en pedazos o completa y…—¿Y qué…? —pregunté confundido por su molestia. Solo obtuve una sonrisa irónica que se desvaneció igual de rápido que apareció.—Arturo… Siempre fue ella… —contestó poniéndose de pie. No pude evitar notar que se había cambiado de ropa. No llevaba ninguno de los vestidos que le había comprado, por el contrario, usaba las prendas con las que llegó. ¿Debía preocuparme?—. Aún estás enamorado... ¿cierto?—¡¿De S
ARTURO VEGA—Dame un maldito nombre… —dije escondiendo mi angustia detrás de una mueca de odio.—No puedes hacer nada contra él, por lo menos no de manera legal —dijo antes de ser víctima de un acceso de tos.—¡Dame un maldito nombre! —grité furioso.—¡Lo conoces! —exclamó entre risas—. Te daré su nombre y sabrás que fue muy obvio y ni siquiera tuviste que preguntarme, pero… está bien, lo haré de todas formas, solo te aviso que quiero protección e inmunidad.»¿Aceptas?Entorné los ojos y apreté los diente
LISA GALINDO—¿Por fin entendiste, pequeña Emilia, que regresar sola de la escuela siendo tan pequeña, es muy peligroso? —preguntó Antonio acariciando sus cabellos con detenimiento, entonces vi la mochila que colgaba de la mano de la niña.—¿Qué estás haciendo? —inquirí desconcertada, acercándome con cautela.—Intenté hablar contigo, pero decidiste evitarme sin darme la oportunidad de explicarme —dijo Antonio refunfuñando como si estuviera regañando a una niña pequeña—. Yo no quería llegar a esto. Solo necesitaba cinco minutos tuyos, ahora… ¿qué se supone que haré con la niña? No puedo dejar que vaya a decirles a todos que nos vieron juntos
LISA GALINDOIntenté por todos los medios aplicar lo que aprendí en mis cursos de sobrevivencia. Al querer ser corresponsal de guerra tuve que capacitarme para dominar muchas situaciones de peligro, era curioso como estaba segura de tener conocimientos y que se hicieran un enorme nudo en mi cabeza al momento de ponerlos en práctica. Necesitaba quitar uno de los faros traseros del auto, sacar la mano por ahí y rogar al cielo para que alguien se diera cuenta y llamara a la policía, pero resultó más complicado de lo que parecía. Además, no podía maniobrar mucho con la niña aferrada a mi torso y no quería lastimarla. Cuando por fin logré sacar mi mano magullada, el auto se detuvo y algo me sujetó antes de que se abriera el maletero. —Sé que este auto no es muy caro, pero… ¿era necesario destruirlo? —preguntó Antonio ocultando su molestia, mientras yo forcejeaba para recuperar mi mano. Tomó de un brazo a Emilia, sacándola de un tirón, haciendo que la niña gritara de miedo. —¡No la toqu
LISA GALINDONo tenía planeado darle gusto a todos esos hombres que me dedicaban miradas lujuriosas. Así que salí de mi habitación con la frente en alto y el vestido bien puesto. Para mi suerte no era muy escotado o provocativo, aun así, no me sentía más tranquila rodeada de barbajanes. —Camina más rápido, dulzura… —dijo uno de ellos con una sonrisa torcida y acercando el cañón de su rifle a mis costillas, pero sin picarlas. Al parecer tenía un escudo protector, pues todos sabían que, de momento, no podían ponerme ni un solo dedo encima, hasta que su jefe así lo dijera.Llegué al comedor víctima de un escalofrío que recorrió mi columna vertebral en cuanto vi a Antonio sentado a la cabeza de la mesa, entornando los ojos al verme y sonriendo con malicia mientras su mano jugaba con el borde de una copa. Me señaló con la palma de su mano la silla a su lado y aunque no quería acercarme, obligué a mis pies a avanzar. —Buena elección… No te conviene esa rebeldía, no en mi territorio —dijo
ANTONIO LARREAA cada paso que di no dejaba de pensar en esa pelirroja. Tenía esperanzas de que esa mujer fuera lo que necesitaba para poder sentir algo en este corazón que parecía muerto. Siempre me sentí vacío, sin poder comprender como era una vida normal. No podía asimilar el amor ni el odio, la apatía llegaba a un nivel insoportable y desesperante. Cuando los doctores y loqueros advirtieron a mis padres que tenía inicios de psicopatía, todo se fue a la mierda. No solo se trataba de lidiar con mi incapacidad de sentir, pues ni siquiera estar cerca de la muerte podía acelerar mis latidos cardíacos, sino que después tuve que huir de su desconfianza y miedo. Era como si los doctores les hubieran dicho a mis padres que su hijo era un maldito monstruo. No tuve otra salida que encontrar un lugar donde mi sangre fría y mi falta de empatía fueran venerados y respetados. —¿Qué es lo que ocurre? —pregunté en cuanto abrí la puerta de la habitación, entonces tuve que agacharme pues un vaso