LISA GALINDONo tenía planeado darle gusto a todos esos hombres que me dedicaban miradas lujuriosas. Así que salí de mi habitación con la frente en alto y el vestido bien puesto. Para mi suerte no era muy escotado o provocativo, aun así, no me sentía más tranquila rodeada de barbajanes. —Camina más rápido, dulzura… —dijo uno de ellos con una sonrisa torcida y acercando el cañón de su rifle a mis costillas, pero sin picarlas. Al parecer tenía un escudo protector, pues todos sabían que, de momento, no podían ponerme ni un solo dedo encima, hasta que su jefe así lo dijera.Llegué al comedor víctima de un escalofrío que recorrió mi columna vertebral en cuanto vi a Antonio sentado a la cabeza de la mesa, entornando los ojos al verme y sonriendo con malicia mientras su mano jugaba con el borde de una copa. Me señaló con la palma de su mano la silla a su lado y aunque no quería acercarme, obligué a mis pies a avanzar. —Buena elección… No te conviene esa rebeldía, no en mi territorio —dijo
ANTONIO LARREAA cada paso que di no dejaba de pensar en esa pelirroja. Tenía esperanzas de que esa mujer fuera lo que necesitaba para poder sentir algo en este corazón que parecía muerto. Siempre me sentí vacío, sin poder comprender como era una vida normal. No podía asimilar el amor ni el odio, la apatía llegaba a un nivel insoportable y desesperante. Cuando los doctores y loqueros advirtieron a mis padres que tenía inicios de psicopatía, todo se fue a la mierda. No solo se trataba de lidiar con mi incapacidad de sentir, pues ni siquiera estar cerca de la muerte podía acelerar mis latidos cardíacos, sino que después tuve que huir de su desconfianza y miedo. Era como si los doctores les hubieran dicho a mis padres que su hijo era un maldito monstruo. No tuve otra salida que encontrar un lugar donde mi sangre fría y mi falta de empatía fueran venerados y respetados. —¿Qué es lo que ocurre? —pregunté en cuanto abrí la puerta de la habitación, entonces tuve que agacharme pues un vaso
LISA GALINDOUn nuevo vestido llegó a mi habitación, mientras yo aguardaba en un rincón, cansada de intentar abrir las ventanas e incluso romperlas. No había manera de poder salir y quebrar la puerta no era una opción, pues había dos hombres armados custodiándola. No quería quedarme aquí, sin embargo… parecía que no tenía muchas opciones. Me limpié las lágrimas y toleré mi dolor de estómago. Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba sin probar bocado, incluso mis labios se sentían secos. Si quería salvar a Emilia, tenía que mantenerme viva, fuera como fuera. Me puse el vestido y me maquillé lo mejor que pude. Cuando volvieron a tocar la puerta supe que el tiempo se me había acabado. Salí custodiada como aquella vez, hasta que llegué al enorme y elegante comedor, donde Antonio ya me estaba esperando, desparramado en su silla, viéndome con lascivia y sorna. La comida comenzó a hacerme salivar, aún humeaba, pero intenté verme digna y no desesperada. Con un movimiento de su mano
LISA GALINDO—Mientras el señor Saavedra mandaba a su familia a Italia; porque si… sé muy bien donde están, por si necesito sacarle el corazón a la señora Saavedra para que el valiente señor Saavedra no se ponga intenso, mandé a mis hombres por Arturo Vega. Tranquila, se resistió, luchó mucho, pero… al final… por fin me deshice de él.Sin quitarme la mirada de encima extendió su mano para que uno de sus hombres le entregase el bastón que había sido de Arturo, y como si ese corazón fuera una pelota, Antonio lo bateó, haciendo que chocara con la pared antes de caer al piso.—Ya no hay nada que se pueda interponer entre nosotros —dijo acariciando mi mejilla con el bastón—. Y
ARTURO VEGACuando llegamos a la finca me sorprendió no ver ninguna patrulla. ¿Marcos no había llamado a la policía? Entré como un vendaval directo al comedor donde Marcos ya me esperaba, con la caja en medio de la mesa y el charco de sangre haciéndose cada vez más grande. Antes de que pudiera decir algo, me entregó una tarjeta:«Querido Arturo Vega:Lamento mucho haberte quitado a la mujer que amas, así que… para enmendar mi error, te envió algo que siempre fue tuyo y que parece que jamás podrá latir por mí.Postdata: Te recomiendo que no llames a la policía si no quieres meterte en problemas más serios.Atentamente: T
LISA GALINDO¿Cómo podía explicar lo que sentía? ¿Había alguna metáfora para poder decir lo miserable y adolorida que estaba? Lo más cercano era decir que quería morirme. Me dolía cada músculo que podía mover, me dolía respirar, me dolía pensar. Solo… deseaba que todo parará, deseaba dejar de sentirme así. El mundo parecía vacío e imposible para vivir si no estaba Arturo en él. Lo que pasé a su lado y lo que jamás pasará era una tortura tan cruel para mi corazón.No sabía cuánto tiempo llevaba en la cama, sin comer ni tomar agua, solo… abrazándome a mí misma y abrazando mi dolor. Las heridas de mi espalda palpitaban. Había llorado hasta quedar seca, la cabeza me dol&iacu
ANTONIO LARREA—Si me da unos minutos con ella, la haré entender que debe de ser una buena niña —agregó la mujer detrás de mí, mientras yo me ponía de pie. Con excesiva tranquilidad, tomé a la nana del brazo con fuerza y la arrastré afuera de la habitación antes de azotar la puerta dejando a la niña encerrada—. ¡Señor Larrea! ¡¿Qué ocurre?! ¡¿Qué hice mal?!—¿Tiene sentido explicarlo? —pregunté suspirando con resignación antes de arrojarla al piso y jalar mi gatillo, haciendo que cada bala del cargador se impactara contra su cuerpo—. ¡Limpien esto, por favor! —exclamé molesto por la falta de proactividad de mis hombres, quienes de inmediato se acercaron al cuerpo y lo sacaron arrastrando
LISA GALINDO—Vaya, por fin veo que te das prisa para vestirte… —dijo Antonio mientras se limpiaba los dientes con un palillo. Su actitud era cada vez más hostil, como si de pronto mi presencia no le resultara tan agradable como las otras veces. Con un suave movimiento de sus cejas en coordinación con sus ojos, hizo que sus hombres nos escoltaran. Tenía que dejar a un lado mi tristeza y poner atención al recorrido. En cualquier oportunidad que tuviera, la aprovecharía para poder escapar con la niña, por lo menos salvarla a ella, aunque yo perdiera la vida. —Solo una hora… Recuérdalo bien… —agregó posando el bastón de Arturo en mi mentón, obligándome a levantar el rostro hacia él. Odiaba que usara una de las últimas pertenecías de Arturo, como si estuviera burlándose de mi dolor. Su mirada se levantó hacia el reloj que descubrió al abrir la puerta y justo cuando marcó el inicio de la siguiente hora, se hizo a un lado, dejándome pasar. Apenas di el primer paso dentro cuando la puert