LISA GALINDOEn cuanto el auto se estacionó frente al enorme pórtico de la finca, me quedé maravillada por la arquitectura y los colores. A lo lejos se veían los viñedos, llenos de verdor. El lugar parecía un edén. Los autos del resto de la producción llegaron a los pocos minutos, incluyendo a las modelos que participarían en la publicidad. —¿No es hermoso? —preguntó Antonio viendo todo tan asombrado como yo.—Sí, es… fantástico —contesté y de nuevo la incertidumbre me embargó—. ¿De quién es este lugar? Yo sé que te emociona mantenerlo secreto y piensas que será una gran sorpresa, pero…—¡Bien! Ya sé que no te gusta lidiar con las sorpresas —contestó plantándose frente a mí, dominándome con sus enormes ojos avellana—. Tu amigo me llamó, me dijo que quería publicidad para su empresa de vinos, pues quiere comenzar a mandar su producto a otros países. —¿Mi amigo? —pregunté confundida, frunciendo el ceño—. Yo no tengo amigos. —Oye… pero no debes de sentirte mal por eso —contestó dándo
LISA GALINDOEstaba más que furiosa. Después de cómo me había tratado lo único de lo que tenía ganas era de darle una buena patada y alejarme de él. No podía decir que lo odiaba, porque para que pudiera ser de esa manera, necesitaba dejar de amarlo, pero estaba segura de algo y era que me dolía; verlo, escucharlo y sentirlo tan cerca, solo me hacía recordar sus palabras hirientes y sus humillaciones, para alguien como yo que nunca se dejaba pisotear, era muy difícil poder fingir que no pasaba nada. Mientras Arturo disfrutaba de la atención de todas las modelos, porque sí, podría estar desfigurado y aun así parecer atractivo para esas mujeres, ¿cómo no serlo? Tenía el dinero suficiente, cuerpo atlético, joven, y un pasado que decía lo guapo que fue. Además, solo era necesario verlo directo a los ojos para sentirte intimidada y cautivada, como ver directamente hacia las llamas, fascinantes, pero peligrosas. —¿Lisa? —escuché su voz, haciéndome sonrojar como si fuera posible que pudiera
LISA GALINDO—Me temo que tu única salida es que formalicemos lo nuestro… —dijo Antonio, tomándome por sorpresa mientras terminaba de retocar las fotografías del viñedo. —¿Perdón? —Creo que es obvio que Vega y tú no eran solo amigos…—¿Te sorprenderías si te digo que… en realidad sí lo éramos? —dije escondiendo mi melancolía. Todo ese tiempo solo habíamos sido eso, amigos, nada más. Nuestro primer beso había sido entre llamas y esas mismas extinguieron lo que podría haber crecido en nuestros corazones.—No te creo… Su pelea fue de exnovios no de examigos…—En verdad preferiría no hablar de eso. —Lisa… —Rodeó mi escritorio y me tomó de la mano, escondiéndola entre las suyas—. No sé a qué estamos jugando, me gustas mucho, te admiro no solo como fotógrafa o reportera, te admiro como mujer. ¡Eres hermosísima, inteligente, astuta, mordaz… eres… impresionante! Mientras ese idiota no supo como tenerte a su lado, yo me muero porque me des una sola oportunidad.»¿Me dirás que no me he porta
LISA GALINDOMis ojos se abrieron lentamente, tomándose su tiempo para poder enfocar. La cabeza comenzó a dolerme, primero como pequeñas punzadas, después como fuertes martillazos que me estaban provocando vomitar. Ese lugar no era mi departamento, esa no era mi cama. Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando me di cuenta de que no tenía ropa y lo único que me cubría eran las sábanas. Todo el cuerpo me dolía y de pronto abrí la boca: —¿Antonio? —pregunté sintiéndome patética. Aunque mis ojos se llenaron de lágrimas, no dejé que estas cayeran. En cuanto me puse de pie noté que era la habitación de un hotel, ni siquiera estaba en su departamento. Mi ropa estaba desperdigada por el piso y no había señales de él. —¡Eres una estúpida! —exclamé furiosa mientras recogía cada una de mis prendas, llena de odio y decepción. Recargué la espalda contra la pared y traté de pensar. ¿Qué había pasado? Todo era hermoso y perfecto, y de pronto… se había ido a la mierda. Me deslicé hacia el suelo,
LISA GALINDO—Podemos hacer un estudio toxicológico para determinar qué clase de droga te dio, pero… no significa que vayamos a encontrar algo —dijo el doctor Daniel viéndome fijamente, entornando los ojos, intentando determinar mi estado de ánimo, tal vez esperando verme llorar—. Por lo general este tipo de drogas desaparecen del cuerpo un par de horas después de consumirlas. »También está la opción de hacerte un examen físico para buscar signos de…—No tiene sentido —contesté con la mirada perdida—. No hay manera de que pueda tener algo para acusarlo de lo que me hizo. Quedará impune.—Como la mayoría de los casos de abuso —contestó el doctor desesperanzado—. Lo siento. Si sirve de algo, creo que, de todas las personas que conozco, tú eres de las pocas que considero que no se merecen algo así.—Nadie se lo merece. —Apreté los dientes y comencé a respirar profundamente para controlar mi tristeza—, pero bueno, agradezco no recordar nada. De lo perdido lo ganado, ¿no?Intenté sonreír,
ANTONIO LARREA—¿Y bien? —preguntó Stella acercándose a mí—. ¿Esas son todas las fotos que sacaste?Ya no era la mujer hermosa que había conocido hacía tantos años. Su suave piel había sido carcomida por el fuego y en cuanto supe dónde encontrarla, no dudé en apiadarme de ella. Era la mujer que por tantos años había ambicionado y se había encargado de borrar sus huellas y esconderse de mí. Me juré que lograría que recuperara su belleza, incluso si tenía que arrancarle la piel a esa pelirroja para dársela a ella, pero… pasaron cosas durante ese año en el que me acerqué a Lisa. —¿Sabías que la combinación de cabello rojo y ojos azules es una de las más difíciles de encontrar? —pregunté viendo su rostro cubierto por esos vendajes y esas puntas de plástico arrojando oxígeno a sus fosas nasales—. ¿Sabes que solo hay un 0,17% de probabilidad?Lisa era un caso único, un desafío a la genética, un trébol de cuatro hojas, el oro al final del arcoíris, sin hablar de su ferocidad y determinación
LISA GALINDONo supe cuanto tiempo me quedé viendo por la ventana, con mi mente perdida ante esos campos tan vastos llenos de verdor. La finca era hermosa y más grande que la anterior, más colorida y con menos recuerdos tristes. De pronto mi puerta volvió a sonar, pero esta vez eran golpes que provenían de una mano más pequeña, causándome curiosidad. En cuanto abrí me encontré con ese par de ojos azules y sonrisa encantadora que me hacía olvidar cualquier problema. —Hola, Emilia —saludé con dulzura mientras acariciaba sus cabellos y pellizcaba sus lindas mejillas. Entró dando saltitos, dejando que su coleta se balanceara con gracia. Llevaba en las manos un vestido que dejó con cuidado sobre la cama. —Te verás muy linda. Es rojo, igual que tu cabello —dijo con emoción y se sentó a la orilla sin maltratarlo—. ¿Por qué no te lo pruebas?Me acerqué con cautela y analicé el vestido. La tela me avisaba que era fino y muy costoso.—Es para que cenes conmigo. Mi papá me dijo que te lo traje
LISA GALINDOSu mirada furiosa se posó en mí, hostil en un principio, pero sorprendida después. —Creí que ya estarías en tu habitación… —contestó poniéndose de pie con dificultad.—Emilia me pidió que la arropara. —Lo tomé por el brazo, pero suavemente se quitó mi mano, rechazando mi ayuda. —No es necesario que me tengas lástima.—No te tengo lástima… Nunca te la tuve. —Me dolió el corazón al recordar. Tonta de mí que creí que mi cariño por él sería suficiente. —Perdón… no tuve que entrometerme en tu vida después de cómo me comporté contigo. —Sonrió como si recordara un viejo chiste—. Un día le dije a Katia que… deseaba encontrar a una mujer como ella que me amara pese a mis defectos y trastornos mentales…—La encontraste —contesté con rencor—, pero la alejaste.¿Eso había sido una declaración? Bueno, no había manera de terminar peor de lo que estaba. Me daba más vergüenza esas malditas fotos que una confesión. Suspiré apesadumbrada y volví a tomarlo por el brazo. —Será mejor que t