LISA GALINDO
Tony me había dejado por ir a buscar un par de copas. Aunque mi presencia aquí no era para festejar sino para trabajar, mi jefe parecía tener intenciones de darme algunos permisos. Jamás me imaginé entre tanta gente poderosa, bebiendo y comiendo, supuse que tenía que aprovechar.
Ajusté el lente de mi cámara y comencé a sacarles fotos a todos, capturando sonrisas y brindis. El reflejo de la opulencia. Esas eran las caras de personas que dormían plácidamente sin preocuparse si el día de mañana tendrían comida en la mesa o les alcanzaría para pagar la renta.
De pronto sentí algo que me atravesó, una clase de energía que parecía llamar mi atención. Giré sobre mis talones,
LISA GALINDO—¿Conoces al señor Vega? —preguntó Tony en cuanto nos alejamos.—Sí, hace algún tiempo yo… hacía reportajes de él —contesté mientras mi corazón ardía. —Vaya… Dicen que él y su hermana han levantado el viñedo familiar y ahora son una empresa consolidada y fuerte. —Parecía admirarlo y eso me comenzó a molestar. —¿Podemos cambiar de tema? —inquirí con una sonrisa fingida que no pude sostener por mucho tiempo. —Bien, ¿te parece si… nos alejamos un poco de toda esta gente? —Me tomó de la mano y me dirigió hacia el balcón que tenía una vista asombrosa de la ciudad. Era gracioso como todo podía cambiar de pronto. Antes de que comenzara la fiesta tenía cierta ilusión por este momento, sabiendo perfectamente lo que me diría Tony, cuáles eran sus intenciones, y estaba dispuesta a aceptar salir con él y comenzar una relación bonita, pero después de ver a Arturo, todo se había puesto de cabeza.Era el único hombre que me ponía nerviosa y al mismo tiempo sentía que podía ser yo mi
ARTURO VEGAEsa noche no pude seguir tolerándolo, no podía ver esos acercamientos que tenía Lisa con su jefe, el corazón me ardía peor de lo que había ardido mi carne, así que decidí regresar a la villa antes de volverme loco frente a todos. Sin esconder mi furia, exigí que ningún sirviente ni enfermera se me acercara, necesitaba tiempo, espacio para poder procesar mi frustración. De pronto me percaté de mi espejo en la habitación, cubierto con una sábana pues no toleraba ver mi reflejo, la mitad de mi cuerpo estaba lleno de cicatrices grandes y tortuosas. Arranqué la sábana para poder verme una vez más, me quité los guantes y la máscara para ver como esas líneas deformaban mis facciones. Como bien había dicho, mi carne ya no era esa masa roja y palpitante tan desagradable, pero mi piel nueva se había adosado a la piel vieja de manera grotesca, retorciéndose en nudosas líneas que atravesaban mi rostro. No quedaba nada de aquel hombre que tenía potencial para ser uno de los actores m
LISA GALINDODesde que Antonio me dijo el nuevo proyecto, una punzada de desconfianza se aferró a mi corazón, algo olía mal en todo esto, aun así, alisté mi materia, revisé mi cámara y me llevé todo lo necesario. Antonio llegó a mi edificio muy temprano por la mañana, los de iluminación, maquillistas y las modelos llegarían directamente a la locación. Por lo general usábamos unas bodegas donde teníamos el control de todo para sacar las mejores fotos, pero en este caso el empleador quiso que visitáramos el sitio donde hacía su producto. Habría puesto muchas excusas para no ir, pero al saber que se trataba de una empresa de vino y que las fotos las tomaríamos en un viñedo, supe que sería mejor ir ahí, ese tipo de lugares tenían escenarios muy hermosos que podrían ir de maravilla para la publicidad. —¿Estás lista? —preguntó Antonio en cuanto me vio trotar hacia su hermoso auto, un Mercedes Benz negro. —Sí, creo que no me falta nada —contesté plantándome frente a él y mientras revisaba
LISA GALINDOEn cuanto el auto se estacionó frente al enorme pórtico de la finca, me quedé maravillada por la arquitectura y los colores. A lo lejos se veían los viñedos, llenos de verdor. El lugar parecía un edén. Los autos del resto de la producción llegaron a los pocos minutos, incluyendo a las modelos que participarían en la publicidad. —¿No es hermoso? —preguntó Antonio viendo todo tan asombrado como yo.—Sí, es… fantástico —contesté y de nuevo la incertidumbre me embargó—. ¿De quién es este lugar? Yo sé que te emociona mantenerlo secreto y piensas que será una gran sorpresa, pero…—¡Bien! Ya sé que no te gusta lidiar con las sorpresas —contestó plantándose frente a mí, dominándome con sus enormes ojos avellana—. Tu amigo me llamó, me dijo que quería publicidad para su empresa de vinos, pues quiere comenzar a mandar su producto a otros países. —¿Mi amigo? —pregunté confundida, frunciendo el ceño—. Yo no tengo amigos. —Oye… pero no debes de sentirte mal por eso —contestó dándo
LISA GALINDOEstaba más que furiosa. Después de cómo me había tratado lo único de lo que tenía ganas era de darle una buena patada y alejarme de él. No podía decir que lo odiaba, porque para que pudiera ser de esa manera, necesitaba dejar de amarlo, pero estaba segura de algo y era que me dolía; verlo, escucharlo y sentirlo tan cerca, solo me hacía recordar sus palabras hirientes y sus humillaciones, para alguien como yo que nunca se dejaba pisotear, era muy difícil poder fingir que no pasaba nada. Mientras Arturo disfrutaba de la atención de todas las modelos, porque sí, podría estar desfigurado y aun así parecer atractivo para esas mujeres, ¿cómo no serlo? Tenía el dinero suficiente, cuerpo atlético, joven, y un pasado que decía lo guapo que fue. Además, solo era necesario verlo directo a los ojos para sentirte intimidada y cautivada, como ver directamente hacia las llamas, fascinantes, pero peligrosas. —¿Lisa? —escuché su voz, haciéndome sonrojar como si fuera posible que pudiera
LISA GALINDO—Me temo que tu única salida es que formalicemos lo nuestro… —dijo Antonio, tomándome por sorpresa mientras terminaba de retocar las fotografías del viñedo. —¿Perdón? —Creo que es obvio que Vega y tú no eran solo amigos…—¿Te sorprenderías si te digo que… en realidad sí lo éramos? —dije escondiendo mi melancolía. Todo ese tiempo solo habíamos sido eso, amigos, nada más. Nuestro primer beso había sido entre llamas y esas mismas extinguieron lo que podría haber crecido en nuestros corazones.—No te creo… Su pelea fue de exnovios no de examigos…—En verdad preferiría no hablar de eso. —Lisa… —Rodeó mi escritorio y me tomó de la mano, escondiéndola entre las suyas—. No sé a qué estamos jugando, me gustas mucho, te admiro no solo como fotógrafa o reportera, te admiro como mujer. ¡Eres hermosísima, inteligente, astuta, mordaz… eres… impresionante! Mientras ese idiota no supo como tenerte a su lado, yo me muero porque me des una sola oportunidad.»¿Me dirás que no me he porta
LISA GALINDOMis ojos se abrieron lentamente, tomándose su tiempo para poder enfocar. La cabeza comenzó a dolerme, primero como pequeñas punzadas, después como fuertes martillazos que me estaban provocando vomitar. Ese lugar no era mi departamento, esa no era mi cama. Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando me di cuenta de que no tenía ropa y lo único que me cubría eran las sábanas. Todo el cuerpo me dolía y de pronto abrí la boca: —¿Antonio? —pregunté sintiéndome patética. Aunque mis ojos se llenaron de lágrimas, no dejé que estas cayeran. En cuanto me puse de pie noté que era la habitación de un hotel, ni siquiera estaba en su departamento. Mi ropa estaba desperdigada por el piso y no había señales de él. —¡Eres una estúpida! —exclamé furiosa mientras recogía cada una de mis prendas, llena de odio y decepción. Recargué la espalda contra la pared y traté de pensar. ¿Qué había pasado? Todo era hermoso y perfecto, y de pronto… se había ido a la mierda. Me deslicé hacia el suelo,
LISA GALINDO—Podemos hacer un estudio toxicológico para determinar qué clase de droga te dio, pero… no significa que vayamos a encontrar algo —dijo el doctor Daniel viéndome fijamente, entornando los ojos, intentando determinar mi estado de ánimo, tal vez esperando verme llorar—. Por lo general este tipo de drogas desaparecen del cuerpo un par de horas después de consumirlas. »También está la opción de hacerte un examen físico para buscar signos de…—No tiene sentido —contesté con la mirada perdida—. No hay manera de que pueda tener algo para acusarlo de lo que me hizo. Quedará impune.—Como la mayoría de los casos de abuso —contestó el doctor desesperanzado—. Lo siento. Si sirve de algo, creo que, de todas las personas que conozco, tú eres de las pocas que considero que no se merecen algo así.—Nadie se lo merece. —Apreté los dientes y comencé a respirar profundamente para controlar mi tristeza—, pero bueno, agradezco no recordar nada. De lo perdido lo ganado, ¿no?Intenté sonreír,