Jhon no sabía lo que aquello significaba, pero sí entendía el concepto de "infierno". Los días que siguieron fueron de absoluta desesperación para él. La policía judicial de la Haya investigaba no si se debía juzgar o no a Chiara, sino simplemente dónde se le debía juzgar. Jhon estaba más que seguro
—¿Sabemos algo? —le preguntó a uno de sus agentes, que había dejado allí para que le avisara de cualquier cambio. —Nada nuevo, escuché decir a los investigadores que el caso aún no es concluyente, pero que todo dependerá de... ya sabes, nuestro jefe. Dicen que ni siquiera existiría este caso de no
Chiara respiró profundo mientras le daban aquella noticia. —Nos regresamos a Suiza —le dijo Noémi abrazándola—. Los abogados me lo acaban de decir y vine corriendo, Ara, quería que lo supieras lo más pronto posible. El caso va a pasar a las autoridades Suizas y allá todo será más fácil. Durante un
Chiara lo sabía, siempre había sabido que desde que diera el primer paso, la cadena de acontecimientos no tenía marcha atrás. —¿Entonces cuál es su trato? El fiscal le entregó los documentos y sus abogados comenzaron a revisarlo. —Puedo garantizarle completo anonimato —le dijo—. No involucraremos
Chiara sintió que algo en su pecho se desgarraba mientras veía a Jhon llorar frente a ella. —No puedes decirme eso... yo jamás quise... tú... —Jhon apretaba los puños con impotencia mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos y trataba de acercarse a ella—. Tú eres la persona más importante de
Chiara enmudeció y abrió los ojos mientras él sacudía su mano con un saludo delicado. —¿Hanover...? —No era un apellido muy común y ella conocía a un Hanover—. ¿De casualidad conoces a... Oskar, Oskar Hanover? Oskar Hanover había sido por muchos años uno de los gerentes regionales más importantes
Jhon llegó a su departamento cansado y enojado después de todo un día de amenazar, suplicar, y por último meterse a la fuerza en la oficina de Noémi —¡Tienes que decirme dónde está! Ya había pasado una semana y lo que Jhon sentía iba más allá de la simple desesperación. —Vete de aquí, Jhon. —¡Te
—Bueno... cuando usted sacrifique a su mujer y a su hijo, llámeme y hablaremos. La noticia de que Jhon Hopkins dejaba la CIA corrió como la chispa que alimenta a un incendio. En cuestión de minutos había un tumulto fuera de su oficina y su equipo más cercano le reclamaba el abandonarlos. Sin embarg