El movimiento de Jhon fue preciso y habilidoso. Su bastón de golf fue a golpear la parte trasera de la rodilla de Heston, que cayó al suelo con un grito de dolor. Él parecía relajado, como si estuviera dirigiendo una obra teatral en la que conociera perfectamente el desenlace. —Chiara, ve a la hab
—Jhon, somos el banco más grande en un país que es un paraíso fiscal —respondió—. Guardamos el dinero de presidentes, senadores, ministros, magnates de la tecnología y sí, de empresarios de dudosa moralidad. Pero mi trabajo es aceptar la constancia de la procedencia de su dinero, no investigarla. J
Chiara pestañeó, aturdida. Siempre había sabido que él no era un príncipe azul, después de todo, había permitido que el enemigo de su hermano se ahogara en cemento sin mover ni un dedo para salvarlo. Pero era cierto, no estaba hablando con un hombre común, él era el Director de Crimen Organizado de
—¿Tú y yo? —Jhon rio como si fuera evidente—. ¡Nena, el Servicio Secreto de la Casa Blanca es menos serio que nosotros! Chiara lo rodeó con sus brazos y lo besó con pura coquetería antes de tirar de él y subir las escaleras de aquel ático bohemio en pleno corazón de la ciudad. —¡Lo compré para nos
Jhon quería que la tierra se lo tragara. Chiara estaba en aquella foto saludando al mayor capo de la mafia que había tenido Italia en las últimas décadas, porque había sido lo suficientemente inteligente como para ir trasladando sus negocios hacia una espeluznante legalidad. —Lo quiero tras las rej
—Muy bien, entonces piénsalo mientras cumples otra tarea —sentenció el Subdirector—. Tengo problemas con la división que está en México. Necesito que vayas a ayudar durante algunas semanas. Alista todo que te vas ahora mismo. Jhon se aguantó la maldición, porque sabía que no había escapatoria, así
Jhon sentía que el pecho le apretaba mientras Chiara lloraba en sus brazos. —Tranquila, no pasó nada... todo está bien, te lo prometo, amor, todo está bien, confía en mí —le aseguró. Chiara seguía temblando, estaba aterrada de que algo peor hubiera podido pasarle. —Solo fue un roce en la cadera.
—Muy bien, Jhon, es evidente que necesitas un tiempo fuera —dijo con una sonrisa mecánica—. Mandaré a preparar el avión para ustedes y por supuesto, voy a poner agentes a tu alrededor todo el tiempo. ¡No se preocupe, señora! —advirtió girándose hacia Chiara—. Ni siquiera los va a notar, es solo para