CAPÍTULO 4: EXTRAÑA TENTACIÓN.

CAPÍTULO 4: EXTRAÑA TENTACIÓN.

Isabella temblaba, el miedo y la desesperación eran evidentes en su voz mientras miraba a través de los cristales.

―Se lo ruego, ayúdenme, tengo que salir de aquí ―suplicó.

Sebastián la observó y una extraña sensación de familiaridad inundó su mente. Y cuando Isabella se lamió los labios y su respiración se volvió errática haciendo que sus pechos subieran y bajaran, fue inevitable que sus ojos fueran a ellos y algo en él se tensó, una mezcla de preocupación y otro sentimiento que no quiso identificar.

Pero esto no evitó que dijera con frialdad.

―Bájate de mi auto.

―No. ―Isabella negó a toda prisa ―No puedo… por favor… ―mientras negaba un gemido involuntario, escapó de sus labios.

―Señor, creo que ella no está bien ―intervino Louis, detrás del volante.

Sebastián le dio una mirada de advertencia y su expresión se endureció.

―No soy un samaritano ―espetó.

―Pero señor, ella… ―Louis intentó nuevamente, pero fue interrumpido por las duras y frías palabras de su jefe.

―Lárgate de mi auto, es mi última advertencia.

Pero Isabella, ya no era dueña de sus acciones, la droga dominaba cada fibra de su ser, impulsándola hacia Sebastián.

―Por favor… ayúdame, yo… ―balbuceó, su cuerpo ardiendo con una necesidad que no comprendía.

―¿Qué maldición es esta? ¿Qué rayos? ―Sebastián la apartó, su confusión y frustración quedando en evidencia ―¿Estás drogada o qué? ¿Eres una drogadicta?

―Señor, creo que necesita un médico… Debemos llevarla al hospital ―insistió Louis, su mirada, encontrándose con la de Sebastián a través del espejo retrovisor.

―No voy a hacerme cargo de nadie. Sácala de mi auto ―ordenó, aunque su voz carecía de la firmeza anterior.

Pero la situación tomó otro giro cuando Isabella, en un estado de delirio, comenzó a besarle el cuello. A pesar de sí mismo, el cuerpo de Sebastián reaccionó, una batalla interna entre el deseo y la razón.

―Por favor… ―sus pupilas estaban dilatadas, su cuerpo se sentía más caliente de lo normal y Sebastián comenzó a sospechar que lo que decía Louis era verdad.

Necesitaba ayuda y un hospital.

***

En el complejo de edificios, la tensión era palpable. Isabella, aun bajo el efecto de la droga, había intentado desvestirse en varias ocasiones durante el viaje, obligando a Sebastián a intervenir para detenerla. Al llegar, Louis, mostrando su preocupación y disposición para ayudar, se apresuró a salir del auto y se dirigió hacia la puerta trasera con la intención de cargar a Isabella. Sin embargo, la mirada de su jefe, cargada de una advertencia silenciosa, pero inequívoca, lo detuvo en seco.

―Entiendo, señor… la llevará usted mismo ―dijo, captando el mensaje sin necesidad de palabras.

Sebastián no ofreció explicaciones. Con un gesto firme, cargó a Isabella en sus brazos y salió del auto. No había dado más que unos pasos cuando sintió sus labios cálidos depositando un beso confuso en su cuello.

―Tú… no puedes elegir a Amanda, yo… yo… tú no puedes… ―balbuceó ella, sus palabras entrecortadas y sin sentido para Sebastián.

Frunciendo el ceño, se preguntó sobre la identidad de la persona a la que Isabella mencionaba en su delirio.

«¿Un novio? ¿Un marido quizás? ¿Está casada?»

La idea lo inquietó de una manera que no esperaba, y con un impulso, se apresuró a entrar en el ascensor. Louis, comprendiendo la gravedad de la situación, marcó rápidamente el código del ático. Mientras el ascensor ascendía, Sebastián mantenía a Isabella cerca, intentando ofrecerle algo de confort en su estado vulnerable. A pesar de su resistencia inicial a involucrarse, ahora se encontraba completamente comprometido con asegurarse de que ella recibiera la ayuda necesaria.

Su mente, usualmente enfocada y decidida, estaba ahora llena de preguntas sobre Isabella y su situación. ¿Quién era ella realmente? ¿Cómo había terminado en ese estado?

El ascensor finalmente llegó a su destino, las puertas se abrieron y Sebastián la llevó a una de las habitaciones, estaba a punto de irse, cuando ella sostuvo su mano. Sus ojos ahora vidriosos y cargados de necesidad se fijaron en él.

―No te vayas ―le susurró ―No me dejes…

Sebastián apretó la mandíbula y se apartó con brusquedad. Pero ella se negó a dejarlo ir.

―Tú… no puedes irte, esposo. No puedes dejarme.

Las palabras hicieron que se detuviera en seco, se giró para darle una mirada confusa.

―Cariño, ayúdame… por favor…

Isabella deslizó las manos de manera sugerente por su cuerpo y estaba a punto de comenzar a desvestirse, cuando Louis entró.

―Señor, quiere que… ¡Oh, Santo cielo, no sabía que…!

―Largo ―fue todo lo que dijo Sebastián sin quitar los ojos de Isabella.

―Pero señor, ella necesita ayuda, ¿llamo al médico? Él podría…

―Te dije que te fueras ―esta vez Sebastián giró el rostro hacia él y le dijo serio ―Últimamente pareces no entender, Louis. Lamentablemente, si sigues así, voy a tener que prescindir de tus servicios.

Los ojos del secretario se abrieron como platos.

―No, señor. Entiendo, me iré ahora.

El hombre se había dado la vuelta, pero Sebastián habló de nuevo haciendo que se detuviera.

―Investiga quién es, quiero saber todo de ella, ¿está claro?

El hombre asintió deprisa.

―Sí, señor, le daré toda la información que necesita.

Cuando la puerta se cerró, Sebastián e Isabella se miraron. Ella le dio una sonrisa coqueta, sensual, que hizo que la sangre dentro de él se agitara, hace mucho tiempo que no se sentía, así, no desde aquella noche, cuando estuvo con esa mujer cuyo rostro no recordaba.

Isabella, por su parte, solo quería apagar el fuego dentro de ella, saciar esa palpitación en su centro. Incluso la ropa le molestaba, fue por eso, que comenzó a subir su blusa lentamente. En ese momento se olvidó por completo del hombre delante de ella, se dejó caer nuevamente en la cama y sus manos recorrieron cada centímetro de su piel, Sebastián vio la escena ante él y su nuez de Adán subió y bajó, no era de piedra y tampoco un santo, definitivamente esta mujer extraña, lo tentaba.

―Yo… tengo calor… ―murmuró Isabella, llevando las manos a su pantalón. ―Quiero calmar esto que siento…  ―rápidamente, lo quitó y pronto sólo quedó en ropa interior, la boca de Sebastián se secó, era exquisitamente perfecta, o por lo menos según sus estándares.

Tenía el cabello oscuro, labios sensuales, pechos redondos que llenaban perfectamente el sujetador, y piernas largas y sexis.

Sí, le resultaba atractiva.

―Ven cariño ―susurro ella levantándose sobre sus codos ―te necesito…

Sebastián dejó salir el aire que había estado conteniendo, definitivamente su noche no había sido la mejor y, sí, la más extraña. Por un momento luchó contra su conciencia, contra lo que debería hacer y lo que no. Pero cuando Isabella se puso de pie y comenzó a quitarse las últimas piezas de ropa, fue cuando perdió todo su autocontrol, ahora ella estaba desnuda en toda su gloria y definitivamente él no era inmune a estos encantos.

Ella caminó hacia él y le sonrió, dejó que su cuerpo se pegará al de él.

―Ayúdame…  ―suplicó nuevamente, solo que esta vez, estaba besándole el cuello. ―Te lo ruego.

La respiración de Sebastián pasó de cero a cien en segundos, y era un hecho que estaba duro, más que duro por esta mujer.

―No sabes lo que dices ―gruñó tratando de recuperar un poco de control ―mañana te arrepentirás de esto.

―No. ―Isabella respondió y busco sus labios ―prefiero que seas tú a qué sea él.

Fue todo lo que dijo antes de besarlo, y esta vez Sebastián no se molestó en apartarla.

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