SE HA IDO

Aquella habitación que Lilith cataloga como maldita, estaba en penumbras, envuelta en el pesado sudor de la desesperación. Lilith yacía en el suelo, el aire se había espesado a su alrededor como si la atmósfera misma se negara a llenarse de vida. Cada respiración era un eco de su propio dolor, un recordatorio cruel de su impotencia. Los calambres recorrían su abdomen, retorciéndola, haciéndola sentir como si mil cuchillos afilados le arañaran las entrañas. La presión aumentaba, surgiendo desde lo más profundo de ella, como si un monstruo interno tratara de liberarse a la fuerza.

“¡AH!” El grito le brotó del pecho, desgarrador y sincero, pero el silencio le devolvió una respuesta mucho más hiriente, un eco frío que se sentía como la muerte misma. En el pasillo, su madre, ignorante de la calamidad que envolvía a su hija, daba sorbos lentos a una copa de vino. El tintinear del cristal le llegaba como música en un evento funesto; un recordatorio sutil de que el mundo seguía girando, ajeno
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