4

JEREMY

—El precio de los embutidos había subido, eso está por las nubes.

Es ridículo, recuerdo que en aquellos tiempos, la salchicha costaba la mitad de lo que cuesta ahora por una docena. —Dijo Franco, el dueño de la tienda. —sabes que una docena son doce salchichas.

—Sí —dije y puse una docena en el mostrador.

—Un grito resonó desde el final de la calle.

La frente de Franco se arrugo —Oh, ¿qué? —camino hacia la ventana del frente y miró por la calle. —Oh no.

— ¿Qué pasa?

—Hay una pareja discutiendo ahí, se parece a Celeste, Dios mío. ¿Qué hace ella aquí?

Salí de la tienda en un abrir y cerrar de ojos. Estaba en la calle, en la acera, con el brazo atrapado en el puño de un tipo, lo suficiente fuerte para dominarla a ella, tal vez pero yo le rompería el cráneo.

Lo reconocí. Apreté los dientes. —Suéltame, Carlos. Suéltame.

—Celeste solo quiero hablar. Tenemos que solucionar esto.

— ¡Oye!

Dejaron de pelear y miraron hacia arriba. La cara de Celeste se transformo a alivio. Se arrancó el brazo de Carlos y se echó para atrás.

— ¿Qué crees que haces? —le dije furioso a Carlos. — ¿Y quién te crees que eres? —replico.

—Soy el tipo que va a acabar contigo, imbécil. Eso es lo que soy. Lo tome del traje y lo levante.

—Suéltame —gruño Carlos.

—Basta —dijo Celeste.

—Los dos, deténganse. —su mano cayó sobre mi bíceps.

—Bájalo Jeremy.

— ¿Segura?

—Bájalo. —Repitió Celeste.

—Lo baje y lo liberé.

Carlos se tiro hacia atrás, me miro y luego la miro a ella. —¿ Crees que me vas asustar? —Pregunto. —Crees que…

— Lárgate de aquí —Di un paso hacia adelante.

Fue todo lo que tuve que hacer para que Carlos se diera vuelta y se fuera. Era satisfactorio verlo marchar y era mi primer punto con Celeste. Por ahora ella estaba a salvo.

—Que hiciste, Jeremy — Su dulce voz atravesó mi orgullo. —¿Contéstame qué demonios hiciste?

— ¿Cómo así?

— ¡Oh, hola! ¿Me recuerdas?

— ¿De qué hablas?

—Estoy hablando de ti levantando a mi ex novio como un juguete frente a toda la ciudad.

— ¿En que estabas pensando? —siseó y me señalo.

—Estaba pensando que estabas en peligro, y que ibas a ser raptada, entonces deje de pensar y decidí romperle la cabeza.

—No necesitaba que hicieras eso —dijo Celeste.

—Estaba bien.

—Claramente no estabas bien. —No mientas Celeste. —Había pánico en toda tu cara.

— ¡Oh! Olvidé que podías leerme tan fácilmente.

Me levantó una ceja.

—Intenté ayudarte, Celeste.

—Puedo aceptar ayuda —dijo ella, —pero no cuando viene de…

— ¿No cuando viene de mi? ¿Eso es todo?

—No se porque hiciste eso Jeremy.

— ¡Dios mío!, creo que hasta las paredes entienden por qué hice eso, en ese momento eras una mujer indefensa. ¿Qué se supone que debo de hacer mientras miro a un hombre maltratando a una mujer?

Ella apretó los labios y cerró los ojos, exhalando. —no necesito un caballero. No necesito que vengas y me salves. Estoy bien por mi cuenta.

—Sí, claro eso lo has dejado claro hace un momento.

— ¿Qué se supone que significa eso?

—Que estás tan ocupada siendo fuerte, que no puedes ver lo que tienes justo delante de ti.

— ¿justo enfrente de mí? —Ella exhalo. — ¿Qué significa eso? Es más no quiero saberlo, quiero que me dejes en paz, ¿De acuerdo? Ya no somos amigos. Hace muchos años que ya no lo somos. Tienes que darte cuenta de eso.

— ¿Incluso yo?

—Hablo en serio —Celeste se mordió el labio inferior.

—Supongo que aprecio que estuvieras tratando de ayudar —dijo ella.

—Esa es una forma estúpida de decir gracias.

—Puedo arreglármelas sola.

Así que no te metas y déjame hacer lo que tengo que hacer. No necesito que me cuides.

—Celeste.

—Mira, tengo que irme. —Y luego se fue, de vuelta a la calle. Desapareció dentro de la charcutería, y la puerta se cerró de golpe.

Me di la vuelta y volví a la Tienda General, agitando la cabeza. Franco esperó detrás del mostrador en la Tienda General. Había empaquetado mis comestibles mientras yo estaba ahí fuera. — ¿Estás bien, hijo? —preguntó.

—Estoy bien —le dije y le sonreí.

—Bueno, escogiste los mejores granos que esta tienda tiene para ofrecer

—Franco sonrió.

Pagué por los comestibles, devolviendo la sonrisa pero sin sentirla realmente.

—Escucha, hijo —dijo Franco, mientras me entregaba el cambio, — hiciste algo bueno allá afuera. No sé quién era ese extraño, pero Celeste necesita toda la ayuda posible. He oído por ahí que ahora está sin trabajo. Me alegro de que la hayas ayudado.

—Que tengas un buen día, Franco.

—Tú también, hijo.

Salí de la tienda y volví al auto, mis pensamientos se centraron en Celeste, en mantenerla a salvo, en cumplir mi promesa. Por última vez.

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