Otro más. Nos leemos luego.
Esos minutos en sus brazos fueron suficientes para que la hoguera dentro de mí se incendiara luego de haber permanecido apagada durante un largo y sequío mes. Sin embargo, una vez alcanzado el orgasmo; me sentí sucia y decepcionada de mí misma. Lloré y me desahogué por haber sido tan débil y ensuciar el recuerdo del único hombre que amé en toda mi vida. Estoy molesta conmigo misma. Me dejé llevar una vez más y, al final, el resultado fue el mismo. Dolor, decepción y arrepentimiento. No sé qué es lo que me está sucediendo con ese hombre, pero lo cierto es que, cada vez que estoy cerca de él; es imposible para mí no dejarme arrastrar por esta atracción irresistible que me empuja a sus brazos. Sin embargo, y a pesar de todas las emociones que Anthony me produce; no estoy dispuesta a dejarme humillar por ese miserable que se ha jactado de acusarme de ser una cazafortunas. Esa fue la gota que derramó el vaso. Es por esa razón que, mientras lloro a cántaros debajo de la regadera del baño;
Subimos a su auto y pocos minutos después llegamos a un pequeño restaurante que está ubicado cerca de la urbanización. Para mi mayor asombro el sitio es bastante familiar y sencillo. Nunca hubiera imaginado que un sujeto tan fino como él, le gustaría visitar este tipo de ambiente. ―Este sitio es encantador, Wilson. Recuerdos de un pasado maravilloso llegan a mi mente. Trago grueso. Siento que mis ojos se nublan por las lágrimas. ―¿Hice mal al traerte a este sitio? ―pregunta nervioso― ¿Quieres que nos vayamos? No puedo evitar que un par de lágrimas desciendan por mis mejillas. Las limpio con la yema de mis dedos y recupero el control de mis emociones. ―No ―niego con vehemencia―, pierde cuidado, solo son viejos recuerdos de una vida que extraño ―respondo con una sonrisa falsa―. Este sitio me fascina, me gustaría quedarme… si no hay problema. Asiente en respuesta. Parece dudar, pero no dice nada al respecto. Nos acomodamos en una de las mesas. Instantes después, nos traen la carta y
Es la primera vez que me siento abochornado conmigo mismo. Haber visto a Priscilla mirándome mientras intentaba follar con Rayna en la sala de mi propia casa, hizo que el acto se sintiera sucio y vergonzoso. He follado en público, para qué negarlo, y, en cada ocasión que lo hice, el acto me generó excitación y adrenalina por ser algo prohibido y fuera de la rutina, no obstante, en esta ocasión debo reconocer que, había superado la línea de lo permitido. Quizás actué desinhibido por el alcohol y la rabia. Por supuesto, no es una excusa para restarle peso a la gran cagada que acabo de cometer, pero esa mujer con su influencia me está volviendo loco. ¿Qué es lo que me está pasando? ¿Por qué motivo estoy actuando de esta manera? Esa bala debió haberme afectado mucho más de lo esperado. Lo peor de todo, es que no tengo valor para mirar a la cara a la mujer que me lo ha dado todo en la vida. Esa que cuidó de mí y me amó por encima de cualquier circunstancia. Sé que mi amigo tiene razón y
No puedo dejarla ir sin que aclaremos esta situación. Me duele verla tan devastada, pero no hay cabida en mi vida para nadie más. Por mucho daño que le haga lo mejor será que se vaya acostumbrando al hecho de que esa niña se irá de esta casa. Haré las gestiones necesarias para entregarla a las autoridades antes de que se encariñe demasiado con ella y la situación empeore. Debí deshacerme de esa niña desde el primer día en que esa loca se atrevió a dejarla abandonada en este lugar. ―Espera, por favor, no quiero que te vayas sin que antes hablemos y entiendas mi punto de vista. Detiene sus pasos y se da la vuelta. Hay decisión en su mirada. ―¿Qué hay con Priscilla y con nuestro acuerdo de ayudarte a conquistarla? ¿Conquistarla? ¿De qué diablos habla? Nunca tuvimos esa conversación. ―Yo no tengo ninguna intención de conquistar a esa mujer, Nana. Si quisiera algo con ella, no necesitaría de ninguna ayuda para convencerla y llevarla a la cama―siento ser tan directo, pero solo le estoy
Mis manos no han dejado de temblar desde que empezamos a recoger todas nuestras cosas. Entiendo que, lo que hizo Anthony fue algo vergonzoso y condenable, pero no creo que sea conveniente que ella salga de esta casa, sobre todo, después de saber sobre su delicado estado de salud. Estoy muy preocupada. Temo que esta situación la afecte de manera negativa. ―En aquella libreta que vez allí ―me señala hacia la mesita de noche―, encontrarás un directorio de teléfonos, busca el nombre de John ―me explica―, él es el chico al que regularmente llamo para que me lleve a realizar las diligencias. Es de mi entera confianza. Hago lo que me pide a pesar de sentirme más insegura que nunca. Saco la libreta de la gaveta y busco el nombre del joven. ―Lo encontré, Nana. Le indico al acercarme a ella. ―Toma ―me entrega un móvil de última generación que parece haberse usado muy poco―, quiero que te lo quedes ―niega con la cabeza―. No lo necesito ―sonríe con tristeza―. Mi hijo me lo regaló el año pasad
―¿Está todo bien, Priscilla? Asiento en respuesta. Acabo de cortar con ese pasado doloroso del que no guardo ningún buen recuerdo. ―Sí, Nana, todo está bien. John toma mis maletas y las guarda con el resto de nuestras cosas. Me abre la puerta del auto y me invita a subir. ―Gracias, John, eres muy amable. Sonríe satisfecho y vuelve a hacer una de sus graciosas reverencias. ―Para servirle, Milady. Rodea el auto y ocupa el puesto del conductor. Entrelazo mi mano con la de la Nana y la aprieto con fuerza. Sé que le dije que estaba lista para volver a la casa que compartí junto a mi amado esposo, sin embargo, no sé si esté preparada para hacerlo. ―No te preocupes, Priscilla, voy a estar contigo. Giro mi cara y la miro a los ojos. ―Vamos a estar bien, Nana, y me contenta tenerte conmigo. Trago grueso. ―John, por favor, llévanos a casa. Con manos temblorosas, le entrego la dirección. Volver allí es una decisión bastante difícil y dolorosa, pero no puedo arriesgarme a deambular s
Le he estado dando vuelta a mis pensamientos dentro de mi cabeza y analizando las extrañas situaciones que han estado sucediendo durante estas últimas horas, pero no logro llegar a una conclusión definitiva. ―¿En algún momento me dirás lo que está pasando? Abandono mis pensamientos y lo miro a la cara. ―Te lo explicaré todo en cuanto lo descubra. Me mira confuso. ―¿Qué carajos, Tony? ―pregunta desconcertado―. Has estado actuando de manera extraña desde que regresaste ―alterna su mirada preocupada entre mi cara y la carretera―. Me siento confuso con tu extraño comportamiento. Entiendo su frustración, si estuviera en su lugar, también estaría preocupado por él. Respiro profundo. No sé a dónde nos va a llevar esta extraña situación. ―Agradezco tu preocupación por mí, Wilson ―confieso de corazón, algo que parece estar sucediendo con mayor frecuencia―. Te prometo que, si encuentro las respuestas que estoy buscando en este lugar, te diré todo lo que creo que está pasando conmigo ―cal
―Gracias, Wilson, la información ha sido de mucha utilidad para mí. Me pongo de pie una vez que considero que no tengo nada más que hacer aquí. Sin embargo, no sé qué tiene que ver mi visita a este lugar con la persona que me donó su corazón. Es algo que voy a averiguar cuanto antes. —¿Quiénes son ellos, Tony? La voz de Wilson reclama mi atención mientras sigo distraído y centrado en mis elucubraciones. —El marido y la hija de Priscilla. Respondo en tono lúgubre. La mención hace que mi pecho se comprima con dolor. Una nueva sucesión de imágenes que transcurren dentro de mi cabeza como fogonazos intermitentes, me muestra pasajes de sucesos en los que aparece Priscilla. Está acurrucada entre los brazos de un hombre que acaricia su barriguita abultada. Aquello me resulta tan familiar que, incluso, tengo la extraña sensación de que, aquel hombre, soy yo. Puedo sentir que son mis manos las que la tocan y que también es mi boca la que se desliza con suavidad sobre la suya. Me gusta lo q